
Los ind¨ªgenas de Colombia a los que nadie ve
Decenas de miles de familias ind¨ªgenas denuncian indefensi¨®n ante la pandemia en el pa¨ªs andino. Pero la realidad de los que se desplazaron cerca de las ciudades es a¨²n m¨¢s cr¨ªtica
En su tierra, los emberas son la gente del ma¨ªz. En Bogot¨¢ y sus alrededores, los invisibles. Cada d¨ªa m¨¢s. El coronavirus ha sacado a los ind¨ªgenas de las calles donde se les ve¨ªa juntando chaquiras, unos abalorios para hacer collares coloridos, sentados en el suelo de cualquier lugar mientras los transe¨²ntes pasaban a su lado esquivando la mirada. Nadie se preguntaba d¨®nde viv¨ªan, a nadie se le ocurr¨ªa siquiera imaginar si la ciudad a la que llegaron escapando del conflicto armado les dio refugio o algo parecido a una casa. La pandemia y una estricta cuarentena obligaron a Bogot¨¢ y a Colombia a pregunt¨¢rselo.
Si se mira hacia el cielo plomizo de la capital, se choca con una serie de trapos rojos colgados de las ventanas que gritan ayuda. En un segundo piso del edificio desvencijado donde se detiene el auto, un antiguo disfraz de Flash deja de ser el recuerdo de un ni?o feliz para convertirse en una se?al de auxilio. Los ind¨ªgenas y otras personas vulnerables en Colombia decidieron que esa era su marca para que el Gobierno o cualquiera les d¨¦ alimentos o ayudas. El SOS del hambre exacerbado por el coronavirus.
A finales de abril, Colombia contabilizaba 62.746 pruebas de tipo PCR o moleculares, con 37 laboratorios procesando las muestras en distintas regiones. La falta de reactivos es otro de los problemas que afronta el pa¨ªs andino. Hay 5.300 unidades de cuidados intensivos y el Ministerio aspira a llegar a 8.000. En el plan de adecuaci¨®n hospitalaria por la pandemia, el ministro de Salud, Fernando Ruiz, anunci¨® que adquirieron 2.400 respiradores, pero a finales del mes pasado no hab¨ªan llegado. El problema es que el coronavirus ya lleg¨® a regiones con extrema pobreza en Colombia, donde el sistema de salud ya estaba colapsado antes de la crisis de la covid-19.

En el barrio de El List¨®n ¡ªen el centro de la capital¡ª hay algunas cosas que no cambian. En una de sus calles, alguien drogado hasta las cejas busca pelea y amaga con golpear a otro que ni le escucha. Un joven ind¨ªgena abre la reja de la pensi¨®n donde viven los emberas. Se llama Mauricio y nos conduce por un pasillo oscuro, luego unas escaleras y por ah¨ª al mundo de los pagadiarios, pensiones de donde muchos ind¨ªgenas han sido desalojados en los ¨²ltimos d¨ªas.
Dos ni?as emberas, Mar¨ªa Luz y Erlinda, tejen collares sentadas en el suelo de la pensi¨®n. ¡°Aunque no podemos salir a vender, seguimos haciendo artesan¨ªas¡±, cuenta luego Luz Dary Sanapi Cintua, la mam¨¢ de esta familia de cinco ni?os que salen corriendo a saludar. Luz Dary, 29 a?os, cuenta que a ellos no los echaron del pagadiario porque a Eduardo Mamundia, su esposo, le tienen confianza. Pero eso no los exime de pagar los 20.000 pesos diarios, casi 5 euros, por la habitaci¨®n.
En este hotel laber¨ªntico el tan publicitado distanciamiento social es una ficci¨®n. En una habitaci¨®n duermen papa, mam¨¢ y los cinco ni?os: Mar¨ªa Luz, Erlinda, Johan, Franklin y Juan Sebasti¨¢n. Los colchones est¨¢n apilados en una esquina y se acomodan cuando llega la noche. En la ventana cuelga el disfraz rojo de Flash, y en una mesa Luz Dary teje collares y un colibr¨ª de colores. En la pieza contigua casi se respira el aliento de otra familia ind¨ªgena con beb¨¦s y en medio del pasillo vive la mamita, como llaman a la abuela en lengua embera kat¨ªo, junto a otras tres mujeres.
¡°Ac¨¢ uno no se puede mover¡±, dice Eduardo, que acaba de llegar a la pensi¨®n. Es de los pocos que dejan la casa por ratos, pero solo para recorrer otros pagadiarios y convencer a otros ind¨ªgenas de que no salgan. ¡°Les digo que no tiene sentido, que no hay nadie en la calle, que esperemos las ayudas del Gobierno¡±, cuenta. Eduardo es un estudiante de enfermer¨ªa y ha trabajado con la alcald¨ªa, aunque por la pandemia est¨¢ sin empleo.

Hace pocos d¨ªas, un grupo de ind¨ªgenas protest¨® en un parque c¨¦ntrico de Bogot¨¢. La falta de vivienda digna y de trabajo, seg¨²n la Organizaci¨®n Nacional Ind¨ªgena, es uno de los mayores problemas que pone en riesgo a las comunidades que viven en los centros urbanos.
En Colombia hay 191.000 familias ind¨ªgenas en alerta m¨¢xima. El virus ya lleg¨® a dos comunidades y ha afectado a cuatro personas, que se recuperan en aislamiento. Uno de los casos ocurri¨® en la frontera con Venezuela entre los yukpas, una comunidad n¨®mada; los otros dos, en el sur de Colombia, en la frontera con Ecuador, uno de los pa¨ªses de Am¨¦rica Latina m¨¢s afectados por el virus.
Para los ind¨ªgenas no se sabe que es peor, si estar en sus territorios, donde no hay ni una cama de cuidados intensivos ni acceso a la salud b¨¢sica, o estar en las ciudades ¡°aguantando hambre¡± y m¨¢s cerca del virus. En el otro extremo de Bogot¨¢, ?dgar Guti¨¦rrez, autoridad del pueblo kubeo, se debate entre ese dilema. ¡°Ha sido extremadamente complicado porque no ten¨ªamos una calidad de vida perfecta, pero esta enfermedad nos puede terminar de destruir¡±. ?El futuro? ¡°Va a ser complicado, porque si en el tiempo anterior, cuando no exist¨ªa la enfermedad, no ten¨ªamos oportunidades, despu¨¦s de esto va a ser dif¨ªcil rehacer la vida¡±, dice.
¡°Hijos del tabaco y el yag¨¦¡±, as¨ª llaman a este pueblo que habita el departamento de Vaup¨¦s, en la regi¨®n amaz¨®nica de Colombia, pero ?dgar y sus familiares huyeron de la guerra y llegaron a la capital. Viven en El Pesebre, un asentamiento de casas de colores y calles estrechas al sur de la capital. All¨ª se ubicaron algunas de las 85 familias ind¨ªgenas de su comunidad. Viven de las artesan¨ªas, pero la ciudad los oblig¨® a trabajar como alba?iles de construcci¨®n. El coronavirus acab¨® tambi¨¦n con eso. Faustino Giraldo, camiseta de la selecci¨®n argentina y amante evidente del f¨²tbol, dice que al ¡°cerrarse la ciudad¡±, tambi¨¦n les cerr¨® esa posibilidad.
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Pandemia con pandillas en El Salvador
As¨ª vigilan las maras el cumplimiento de la cuarentena.
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El cuestionado plan de Bolsonaro para Brasil
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Confinados sin gasolina en Venezuela
La grave escasez de combustible ha vuelto a¨²n m¨¢s feroz la cuarentena bajo el r¨¦gimen de Nicol¨¢s Maduro. Ni siquiera los trabajadores de sectores esenciales tienen c¨®mo moverse.
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