Ellas son la primera l¨ªnea invisible
La covid-19 ha matado a m¨¢s hombres, pero las mujeres han quedado m¨¢s expuestas a problemas cr¨®nicos como la violencia machista o la precariedad laboral. Maya, Leonarda y Wannisa, en tres pa¨ªses distintos, son parte del frente de batalla contra el virus
La pandemia encerr¨® a Maya en Nairobi (Kenia) junto a su maltratador y puso su vida en peligro. A Leonarda le quit¨® su trabajo de empleada de hogar en La Paz (Bolivia( y la empuj¨® a una situaci¨®n extrema. A Wannisa le dej¨® atrapada en un suburbio de Bangkok (Tailandia) a cargo de sus dos hijos menores y otros familiares, a quienes mantiene trabajando como limpiadora de hospital.
El coronavirus ha matado a m¨¢s hombres, pero las mujeres han quedado m¨¢s expuestas a problemas cr¨®nicos como la violencia machista o la precariedad laboral. Afrontan adem¨¢s un mayor riesgo directo al ocupar el 70% de los trabajos en el sector sanitario a nivel mundial o estar mucho m¨¢s al cargo de enfermos y ancianos. En definitiva, labores invisibles y no retribuidas.
Seg¨²n un estudio de ONU Mujeres, la covid-19 est¨¢ incrementando la desigualdad que padece la poblaci¨®n femenina en la mayor parte del mundo, principalmente en los pa¨ªses m¨¢s pobres. Ellas dedican 4,1 horas de media al d¨ªa a trabajos no retribuidos como las labores dom¨¦sticas o el cuidado de personas dependientes, el triple que ellos.
En Am¨¦rica Latina, estas labores representan entre el 15,2% (Ecuador) y el 25,3% (Costa Rica) del PIB. Mientras que todo el cuidado no retribuido de los enfermos por parte de las mujeres equivale al 2,35% del PIB mundial, que equivale a 1.500 millones de d¨®lares (1.350 millones de euros). Las mujeres, en general, ganan de media un 16% menos que los hombres, porcentaje que llega al 35% en algunos pa¨ªses, subraya el estudio.
El confinamiento por el coronavirus ha supuesto una trampa para muchas. Las denuncias por violencia sexista han aumentado durante este periodo en pa¨ªses tan diversos como Francia (un 30%), Argentina (un 25%) o Singapur (un 33%). Maya, Leonarda y Wannisa forman parte de una primera l¨ªnea invisible en la batalla contra el virus.
Una humillante ma?ana (Nairobi)
Una humillante ma?ana de abril, la keniana Maya Raziki ¡ªnombre ficticio porque todav¨ªa teme a su agresor-¡ª eligi¨® vivir, renacer, alejarse de un marido que la anulaba con gritos y palizas. "La mayor¨ªa [de mujeres maltratadas], especialmente si tienen una vida como era la m¨ªa [de clase alta], no se ir¨¢n, continuar¨¢n aguantando. Y por eso, un d¨ªa te enteras que una ha sido asesinada, otra acuchillada de muerte... ?Y sabes por qu¨¦? Porque temen al mundo de ah¨ª fuera", explica despacio.
"La paz no es solo la ausencia de guerra. Muchas mujeres confinadas como consecuencia de la covid-19 afrontan violencia donde se supone que deber¨ªan estar m¨¢s seguras: en sus propios hogares", record¨® el pasado 6 de abril el secretario general de la ONU, Ant¨®nio Guterres.
Casi a la par que ese mensaje ¡ªy horas despu¨¦s de que su marido la amenazara con un cuchillo y la arrastrara escaleras abajo¡ª, Raziki dijo basta, recogi¨® sus posesiones y se march¨® junto a sus dos hijos de una casa en la que gozaba de todas las comodidades, pero en la que no pod¨ªa ser ella misma.
"Fue mi propia hija la que me dijo: ya es suficiente, tenemos que irnos", recuerda esta keniana de 31 a?os como si hablase de una vida que nunca fue del todo suya. "Y que un ni?o se ponga en pie y le diga a su propia madre que es hora de irse o que nunca va a casarse, significa que las cosas que ha visto no le han hecho ning¨²n bien".
La covid-19 est¨¢ incrementando la desigualdad que padece la poblaci¨®n femenina en la mayor parte del mundo, principalmente en los pa¨ªses m¨¢s pobres
Seg¨²n el Gobierno, el 45% de las kenianas de entre 15 a 49 a?os ha sufrido violencia machista alguna vez en su vida. Una lacra silenciosa que, de acuerdo con ONU Mujeres, afecta a una de cada tres mujeres en el mundo, atrapadas ahora en un contexto sin precedentes de crisis econ¨®mica y restricciones de movimiento.
"La covid, sin duda, ha exacerbado esta situaci¨®n¡±, explica Njeri Wa Migwi, cofundadora de un peque?o refugio para maltratadas a las afueras de Nairobi. "Si antes sol¨ªamos recibir una o dos llamadas por semana, ahora atendemos hasta cinco por noche". Muchas mujeres est¨¢n siendo expulsadas de casa por sus parejas durante la noche, arriesg¨¢ndose a ser detenidas o a sufrir violencia policial debido al toque de queda nocturno impuesto para frenar la propagaci¨®n del coronavirus.
Wa Migwi, superviviente ella misma de la violencia machista, fue quien acudi¨® a recoger a Riziki ¡ªcon miedo y acompa?ada de un polic¨ªa¡ª la madrugada de abril que decidi¨® seguir viva. "Cuando me llam¨® me dijo: 'Si no me sacas de aqu¨ª esta noche, ¨¦l va a matarme. Al ver sus heridas comprob¨¦ que era cierto, podr¨ªa haberla matado¡±.
¡°Me daba miedo acostarme un d¨ªa y levantarme muerta. O mejor dicho, no despertarme, que fuese la gente quien encontrase mi cuerpo sin vida", relata Riziki. Ahora afronta un mundo desconocido en el que, por un lado, debe recuperar su autoestima, y por otro, encontrar techo y comida para sus hijos.
Una habitaci¨®n lejana (La Paz)
Leonarda ten¨ªa 14 a?os cuando lleg¨® a La Paz desde San Andr¨¦s de Machaca, una localidad rural en el altiplano boliviano, tras quedar hu¨¦rfana de ambos padres. Como muchas otras ni?as del campo que emigran a las ciudades, se dedic¨® a trabajos del hogar, un oficio en el que ya lleva casi tres d¨¦cadas. Los ¨²ltimos meses han sido particularmente dif¨ªciles para Leonarda, pues unas semanas antes de que se dictara la cuarentena por el coronavirus en Bolivia su empleadora la ech¨® sin pagarle un centavo y la demand¨®.
Ella es una de las m¨¢s de 117.000 empleadas del hogar bolivianas a las que la pandemia ha puesto al borde del abismo: despidos injustificados, sobrecarga laboral o exposici¨®n al contagio en plena cuarentena para llegar al trabajo como sea, al margen de otros males como la discriminaci¨®n y el trato injusto.
"Nuestro sector est¨¢ siendo muy afectado por la pandemia, ya que a algunas compa?eras les queda lejos su trabajo y est¨¢n siendo despedidas por no asistir", denuncia Le¨ªda Alonzo, m¨¢xima responsable de la Federaci¨®n Nacional de Trabajadoras del Hogar de Bolivia (Fenatrahob).
Leonarda vive sola en una habitaci¨®n en El Alto, una ciudad de un mill¨®n de habitantes situada a unos 20 kil¨®metros de La Paz. All¨ª residen muchas limpiadoras del hogar que, como ella, deben desplazarse a diario hasta la capital. Algunas tienen la suerte de que sus empleadores se ocupen de trasladarlas, pero son las menos, explica Alonzo, que recuerda que muchas no acuden a sus puestos de trabajo "no porque no quieran", sino por las restricciones para el tr¨¢nsito de veh¨ªculos y personas vigente desde marzo.
Esas restricciones complicaron a¨²n m¨¢s la situaci¨®n de Leonarda, pues le impiden buscar un nuevo empleo, con un l¨ªo penal de por medio, agobiada por una deuda bancaria y sin nadie que la ayude. "No estoy trabajando, tejo mantas [para vender en mercadillos] y ya no me alcanza para mi medicamento", lamenta la mujer, que padece de reumatismo.
Las empleadas de hogar que trabajan "cama adentro" ¡ªse quedan a dormir en casa de los empleadores¡ª tambi¨¦n est¨¢n siendo "explotadas", porque al tener que permanecer todos en casa, tienen m¨¢s gente a la que atender o se quedaron sin d¨ªas libres, explica Alonzo. A otras les rebajaron el sueldo o les obligaron a tomar vacaciones, sin saber si podr¨¢n volver a sus trabajos cuando se levante la cuarentena, pese al decreto presidencial que proh¨ªbe los despidos durante esta coyuntura.
La Defensora interina del Pueblo, Nadia Cruz, espera que ahora "pueda ser valorado" el trabajo de estas mujeres, que llevan "una carga muy pesada" y "cumplen un rol fundamental" en los hogares. Entretanto, Leonarda est¨¢ decidida a retomar su oficio una vez que pase la cuarentena, con "fe en Dios" de que no enfermar¨¢ de la covid-19.
El ¨¢ngel de los suburbios (Bangkok)
La tailandesa Wannisa Manatham no cree que haya tenido una vida m¨¢s dif¨ªcil por el hecho de ser mujer. A sus 23 a?os, vividos en un suburbio de chabolas y viviendas precarias en Bangkok, asume como normal que el marido y padre de su segundo hijo la abandonara y no haya sabido m¨¢s de ¨¦l. Sus hijos revolotean en una casa de tejado de uralita y cuatro habit¨¢culos que comparten con otros ocho familiares, donde es imposible tener orden o intimidad.
En un barrio afectado por problemas de criminalidad y drogadicci¨®n, Wannisa afronta con entereza el ahogamiento econ¨®mico por la covid-19. De los cuatro adultos en su familia que antes trabajaban, todos perdieron su empleo por la pandemia menos su t¨ªo, que es guarda de seguridad, y ella, que trabaja como limpiadora en un hospital y gana mensualmente unos 12.000 bat (unos 244 euros).
Ahora, ella y su familia reciben parte de su comida de la fundaci¨®n local Duang Prateep, creada por una antigua ni?a del barrio. "Muchos hombres abandonan a las mujeres y se desentienden de los hijos. Las madres no se preocupan de ir a los tribunales porque es in¨²til", asegura Prateep Ungsongtham Hata, fundadora de esta organizaci¨®n, a quien llaman "el ¨¢ngel de los suburbios".
En el colegio de su fundaci¨®n, el 30% de los ni?os de la guarder¨ªa viven en hogares abandonados por los padres y en los que ellas tienen que asumir en muchos casos todas las responsabilidades. Esta cifra asciende hasta el 60% cuando llegan a Primaria.
La capital tailandesa est¨¢ recobrando poco a poco la normalidad tras las restricciones por la covid-19, pero en las callejuelas del barrio marginal de Klong Toei, situado junto a rascacielos de oficinas, el distanciamiento f¨ªsico siempre ha sido un lujo para sus 60.000 habitantes. Los vecinos de esta zona padecen ahora la falta de empleo causada por el nuevo coronavirus en hogares que a menudo tienen a mujeres al frente con familias de tres, cinco o m¨¢s miembros.
Manatham fue criada por su abuela tras el divorcio de sus padres. Su primer marido, padre de su hijo mayor, falleci¨®. Al progenitor de su segundo v¨¢stago no lo ha visto desde que se qued¨® embarazada. "Tengo algunos problemas en la vida, pero no estoy mal. Soy madre soltera, tengo que ocuparme de mi familia y apoyarles financieramente", dice sentada en el miniporche de su vivienda. Trabaja seis d¨ªas a la semana durante 12 horas, muchas veces en el turno de noche. En su tiempo libre, juega con sus hijos en una chabola donde ella y sus peque?os ocupan una cama empotrada entre armarios.
Antes de ir a trabajar, Manatham? deja a su hijo menor con una vecina y la abuela cuida del mayor. Luego se pone el uniforme y delantal azules y la mascarilla y se dirige en motocicleta al hospital de Chulalongkorn, donde han sido tratados decenas de pacientes por el coronavirus.
A pesar de los riesgos, Manatham se siente segura y dice que la situaci¨®n est¨¢ bajo control en Tailandia, donde hasta el momento solo se han contabilizado 3.141 contagios y 58 fallecidos por coronavirus. Su mayor preocupaci¨®n es que sus hijos crezcan bien y no caigan en la drogadicci¨®n, uno de los mayores problemas en el suburbio de Klong Toei, principalmente por la metanfetamina. A pesar de la mala fama, es un barrio din¨¢mico en el que los ni?os salen a jugar con sus bicicletas por la tarde y su griter¨ªo se mezcla con los vecinos charlando frente a los puestos callejeros de comida y fruta. Si uno no se asoma al canal sucio o a las claustrof¨®bicas chabolas con aire acondicionado, se percibe una atm¨®sfera casi pueblerina, donde las mujeres cuidan de sus hogares, de sus hijos, de sus mayores y de sus enfermos.
Reportaje elaborado por los periodistas de EFE Gaspar Ruiz-Canela y Hataiphan Tungkananukulchai (Bangkok); Patricia Mart¨ªnez (Nairobi) y Gina Baldivieso (La Paz). Editado por Marta Rull¨¢n y Javier Mar¨ªn.
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