El cuento de la soga
?Cu¨¢nto esfuerzo cuesta colgar a un hombre en un ¨¢rbol? Dos hamacas a la sombra de un mango, dos hermanos y el fruto m¨¢s dulce de todos en una tarde en la que la holgazaner¨ªa gan¨® la partida. Arranca una serie de relatos en los que el hilo conductor es el pecado.
Esto sucedi¨® en la d¨¦cada de los sesenta, en un pueblo de la Costa Grande llamado T¨¦cpan de Galeana. Pap¨¢ ten¨ªa 17 a?os y mi t¨ªo Juli¨¢n 14. Trabajaban los fines de semana en la huerta de copra de la abuela.
Una huerta de copra es un plant¨ªo de cocoteros con un terrapl¨¦n. Se baja y se pela el coco a machetazos, lo partes en dos y le escurres el agua o te la bebes y pones ambos cuencos al sol. Cuando est¨¢ hecha la copra, carne blanca tatemada y reseca, la rallas y la hierves para sacar aceite que vendes de puerta en puerta. O la mandas a Acapulco para que hagan jab¨®n en una f¨¢brica. Depende qu¨¦ tan buena haya salido la cosecha.
La huerta de la abuela era modesta, si no c¨®mo iban dos mocosos a cuidarla los s¨¢bados. Los d¨ªas duros son de tundir y pelar y quebrar coco, los d¨ªas blandos son de andar por ah¨ª nom¨¢s, mirando que las aves no picoteen la copra. Hay aves silvestres y tambi¨¦n de corral, porque qu¨¦ otra cosa puedes hacer en un plant¨ªo, que crece casi todo el tiempo solo, sino criar unas pocas gallinas. Qu¨¦ m¨¢s puedes hacer, sino eso y tenderte en una hamaca. Y comer mangos. Criar pollos y tenderse en una hamaca y comer mangos son cosas que a un coste?o no le puedes platicar.
Esto sucedi¨® a mediados de los a?os sesenta, un s¨¢bado de d¨ªas blandos, en la huerta de copra de mi abuela. Pap¨¢ y mi t¨ªo Juli¨¢n llegaron temprano. Instalaron sus b¨¢rtulos bajo los mangos para guardarse del sol, aunque no del bochorno. Sacaron de sus bolsos las hamacas. Las tendieron entre una rama y un pilote con garfio de mu?eca. Y se acostaron a trabajar. Trabajaron as¨ª hasta las tres de la tarde, hora en que empez¨® a jajarlos el hambre. Sacaron de sus bolsos sendas tortas de relleno tecpaneco que la madre les ech¨®. Un agua Yoli. Un termo de chilate. Un par de tecoyotas.
¡ªCon esta vida, qui¨¦n se deserta ¡ªha de haber dicho mi pap¨¢. Era su frase digestiva favorita. O eso contaba mi mam¨¢. Lo cierto es que yo a ¨¦l lo vi en muy pocas ocasiones. Esta historia me la cont¨® ella, quien la escuch¨® a su vez de ¨¦l cuando eran novios.
Al rato que la comida se les hab¨ªa bajado un poco, mi t¨ªo Juli¨¢n y mi padre volvieron al jornal.
¡ªAs¨®mate pues a que las aves no se coman la copra, Juli¨¢n ¡ªdijo mi padre sin pararse de la hamaca.
¡ªNo puedo, parna ¡ªrespondi¨® mi t¨ªo sin pararse de la hamaca.
¡ª?C¨®mo no vas a poder, pues? ¡ªinsisti¨® el hermano mayor desde la hamaca, tranquilo pero bravo: los de la costa (en realidad no s¨¦ si es mi familia o ser¨¢n los de la costa, o ser¨¢ m¨¢s bien la cosa de crecer sin un pap¨¢) valoramos el rango de Hermano Mayor como no tienes una idea.
¡ªAndo cazando un mango ¡ªdijo Juli¨¢n.
¡ªQu¨¦ mango vas a cazar. Est¨¢n todos verdes.
¡ªUno habr¨¢.
Pap¨¢ mir¨® la copa del ¨¢rbol por si acaso sus ojos miopes notaban un fruto maduro entre las ramas. Qu¨¦ iba a haber: faltaba todav¨ªa medio mes para saz¨®n. Se pod¨ªa cosechar uno verde con la canasta (una vara de dos metros y medio con naza de ca?a seca en uno de los extremos: la levantas, la atoras en el fruto, lo jalas desde el piso y cae sin da?o en la naza) y comerlo troceado con chile y lim¨®n. Pero nom¨¢s.
¡ªQu¨¦ va a haber. As¨®mate pues, que ya escucho a los pollos.
¡ªEstoy ocupado, parna.
Pap¨¢ empez¨® a enfurecer con calma.
¡ªMira pues que si no te asomas te cuelgo, hermanito.
¡ªCu¨¦lgame, parna. Yo mientras cazo el mango.
No s¨¦ de d¨®nde sac¨® la idea. Tal vez de la nota roja.
Se estir¨® hasta el bolso y extrajo de ¨¦l una soga larga que tra¨ªa yo no s¨¦ para qu¨¦: si habr¨¢ sido parte de los b¨¢rtulos o si ya de antemano lo acechaba la idea de matar a su hermano menor. Lo primero es que empez¨® a hacer un nudo corredizo. Despacito, sin pararse de la hamaca. As¨ª estuvo hasta las cinco de la tarde. Lo segundo es que empez¨® a aventar manganas al cuello de mi t¨ªo. No lo pudo lazar, pero en parte habr¨¢ sido que Juli¨¢n ¡ªsin dejar de cazar su mango, y esto habr¨¢ requerido cierta concentraci¨®n de vena m¨ªstica¡ª cabece¨® burlando el cepo cada tanto.
Pap¨¢ se cans¨® por fin de hacer las cosas acostado. Se par¨® lentamente de la hamaca y camin¨® hasta Juli¨¢n y le pas¨® el nudo de la soga por la garganta. Juli¨¢n ni se inmut¨®.
¡ªEs la ¨²ltima vez que te lo digo. Anda a ver a la copra y a los pollos.
¡ªNo puedo, parna.
Pap¨¢ alz¨® la vista en busca de la rama id¨®nea para ahorcar a su hermano menor. Otra vez lo traicionaron sus ojos miopes: no estaba seguro de cu¨¢l horqueta resistir¨ªa el peso de un chamaco de 14 a?os. Era el tipo de cosas que resolv¨ªa siempre Juli¨¢n, el de la vista sagaz.
¡ªEso no lo pensaste, ?verdad, hijo de puta? ¡ªdijo mi t¨ªo riendo y leyendo la mente de su hermano.
Pap¨¢ pas¨® la soga por una horqueta baja que parec¨ªa bien alineada con el tronco mayor. Ahora era cosa de saber si bastar¨ªa su solo peso para hacer de polea contra Juli¨¢n, que era ya corpulento a pesar de sus a?os. Y tambi¨¦n era cosa de colocarse los guantes de labor para protegerse de los cortes de la soga al momento de tirar. Y tambi¨¦n era cosa de hallar una pendiente larga de terreno para cargarse el cuerpo de Juli¨¢n a la espalda y arrancarse corriendo mientras tiraba de la soga con todas sus fuerzas. Y tambi¨¦n era cosa de echarse al hombro una arpillera protectora y enredarse la soga por el torso para poder jalar mejor con todo el peso de su propio cuerpo sin que la mentada soga lo quemara. Y esperar en Dios que la mentada soga fuera lo bastante resistente como para no trozarse en la primera fricci¨®n contra la horqueta. Descubri¨® que requer¨ªa una cantidad de trabajo y de energ¨ªa inauditos, eso de castigar las insubordinaciones. Le dio un vah¨ªdo nada m¨¢s de calcularlo.
¡ªEso tampoco lo pensaste, ?verdad, hijo de puta? ¡ª?volvi¨® a decir mi t¨ªo riendo y leyendo la mente de pap¨¢.
Pap¨¢ se cal¨® los guantes de labor y se empet¨® con la arpillera y le dio vueltas en los pu?os al extremo de la soga y estaba listo para echarse a correr por la pendiente, cuando mi t¨ªo se?al¨® un punto del ¨¢rbol de mango:
¡ªAh¨ª est¨¢, parna. Lo cac¨¦. P¨¢same la canasta, de volada.
Pap¨¢ sospech¨® que aquello era un truco de ¨²ltimo minuto por parte de mi t¨ªo para salvar su vida, pero qu¨¦ le hace, sopes¨®, con que me salve a m¨ª tambi¨¦n de esta monserga de jornal, tanto trabajo para puta madre nada, para dar un escarmiento in¨²til a futuro a este cabr¨®n desobediente, qu¨¦ pereza debe haber sentido Ca¨ªn en el momento justo de matar a Abel.
Solt¨® la soga y le alcanz¨® a su hermano la canasta, que estaba a dos o tres pasos de la hamaca. Sin levantarse de la hamaca, Juli¨¢n alz¨® la vara y caz¨® el mango. Lo baj¨®. Lo revis¨® con cuidado. Era un petaconcito amarillo sin arrugas, sin una sola mancha negra.
¡ªVa salir vano ¡ªdijo todav¨ªa pap¨¢.
¡ªPr¨¦stame tu cuchillo ¡ªrespondi¨® Juli¨¢n.
Lo partieron en dos. Mi t¨ªo le extendi¨® a su hermano mayor una mitad. Dec¨ªa pap¨¢ (esto no me lo dijo mam¨¢: lo escuch¨¦ de voz viva de mi padre muchos a?os despu¨¦s, poco antes de su muerte, cuando por fin nos conocimos en persona) que ese fue el mango m¨¢s dulce y suave y jugoso que lleg¨® a probar jam¨¢s. Fuera de temporada. Una aberraci¨®n.
Pap¨¢ volvi¨® a la hamaca para gozar mejor la fruta.
As¨ª los hall¨® mi abuela cuando vino a recogerlos, hecha dos tirrias por la muina y el espanto: tendidos en hamacas, chupando mango mientras las aves picoteaban la copra. Estaban tan a gusto que ni siquiera se les hab¨ªa ocurrido quitarle del pescuezo a t¨ªo Juli¨¢n la soga con la que mi pap¨¢ intent¨® matarlo. ¡ªeps
Juli¨¢n Herbert es autor, entre otras obras, de la novela Canci¨®n de tumba.
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