Infectarse de odio
Deber¨ªamos evitar que las ¨¦lites nos impongan conflictos ilusorios; es la ¨²nica forma de empujarlas a solucionar los reales
Yascha Mounk constataba hace poco en este diario la existencia, en Estados Unidos, de un contraste cada vez m¨¢s acusado entre una mayor¨ªa de gente corriente, que est¨¢ de acuerdo en lo esencial, y unas ¨¦lites cada vez m¨¢s enfrentadas. ¡°?Infectar¨¢ el odio mutuo que se tienen las ¨¦lites a la gente corriente?¡±, se preguntaba el polit¨®logo. ¡°?O la tolerancia hacia los dem¨¢s de la mayor¨ªa obligar¨¢ a las ¨¦lites a tranquilizarse?¡±.
La pregunta tambi¨¦n es pertinente en otras democracias, empezando por la nuestra. Perm¨ªtanme que vuelva a hablar de m¨ª, que es lo que m¨¢s cerca me pilla. Durante gran parte del a?o vivo en un pueblecito del Ampurd¨¢n, en la provincia de Girona; aqu¨ª, en todas las elecciones, los vecinos votan por mayor¨ªa aplastante candidaturas secesionistas, el alcalde es secesionista (de la CUP) y en la calle abundan los s¨ªmbolos secesionistas; de modo que, como un servidor no se ha caracterizado por ocultar su escasa simpat¨ªa por el secesionismo, cada vez que un periodista se pierde por aqu¨ª me pregunta c¨®mo es posible que viva en un sitio como ¨¦ste un tipo al que la ¨¦lite pol¨ªtico-medi¨¢tica secesionista sit¨²a m¨¢s o menos al nivel de Jack el Destripador. Siempre me veo obligado a defraudarles: la verdad es que mantengo una relaci¨®n excelente con todos mis vecinos, empezando por el alcalde. Mi caso no es excepcional. Semanas atr¨¢s alud¨ªa Javier Mar¨ªas a su experiencia de confinamiento en una localidad catalana y nacionalista, entre cuyos habitantes tampoco hab¨ªa encontrado ¨¦l, conspicuo detractor del secesionismo y para colmo madrile?o, m¨¢s que ¡°amabilidad, buena educaci¨®n y cordialidad¡±. L¨ªbreme Dios de incurrir en el clich¨¦ m¨¢s t¨®xico del nacionalpopulismo, seg¨²n el cual las ¨¦lites son malvadas y corruptas, y el pueblo, puro y bondadoso; lo ¨²nico que digo es que, a pesar de la divisi¨®n que el proc¨¦s ha instaurado en la sociedad catalana, en Catalu?a la convivencia civilizada es lo habitual. La raz¨®n es que, aqu¨ª como en todas partes, la gente corriente bastante tiene con tratar de salir adelante, para lo cual es indispensable un m¨ªnimo de concordia; las ¨¦lites, en cambio, prosperan a menudo en la discordia. S¨®lo esa prosperidad letal explica que, mientras Espa?a se hund¨ªa en la crisis econ¨®mica m¨¢s profunda desde la Guerra Civil, conspicuos representantes de nuestras ¨¦lites pol¨ªticas se enzarzasen en agrias discusiones parlamentarias sobre si no s¨¦ qui¨¦n era condesa o marquesa y no s¨¦ qui¨¦n era hijo de un terrorista. Hay quien piensa que ¡°cuanta m¨¢s sangre ret¨®rica corra por el sal¨®n de plenos (del Congreso), menos peligro habr¨¢ de que riegue las calles¡±; ingenioso, pero falso: si fuera cierto, no hubiera estallado la Guerra Civil, ni tantas otras calamidades precedidas por debates parlamentarios de pir¨®manos. Sea como sea, ignoro si los protagonistas del est¨²pido rifirrafe que acabo de evocar sab¨ªan que la discusi¨®n sobre su linaje nos importa un r¨¢bano a todos (y mucho m¨¢s cuando tanta gente est¨¢ muriendo), pero lo que no pod¨ªan ignorar es que servir¨ªa para enconar la vida p¨²blica y monopolizar las portadas de los medios de comunicaci¨®n; estos, por su parte, tambi¨¦n sab¨ªan que iban a gozar de una audiencia m¨¢s nutrida si reproduc¨ªan en sus portadas aquella reyerta de chulos que si la ignoraban o minimizaban. As¨ª inyectan o intentan inyectar las ¨¦lites pol¨ªtico-medi¨¢ticas el odio y la discordia en la sociedad; por eso lo hacen: porque les sale a cuenta. Por eso y, claro est¨¢, porque pueden: porque, como ocurri¨® en el oto?o catal¨¢n de 2017 ¡ªcuando un pu?ado de irresponsables prendi¨® un incendio cuyas brasas tardar¨¢n mucho tiempo en apagarse¡ª, nosotros les permitimos hacerlo.
No deber¨ªamos permit¨ªrselo. Quiero decir que deber¨ªamos evitar que esas ¨¦lites nos impongan conflictos ilusorios, porque es la ¨²nica forma de empujarlas a solucionar los reales. Esas ¨¦lites son nuestro reflejo, de acuerdo; las necesitamos y las votamos, s¨ª; pero no hay que tolerar que confundan sus intereses particulares con los generales, sobre todo no hay que aceptar que nos infecten con su odio. Aunque s¨®lo sea porque el odio destruye mucho antes a quien odia que al odiado.
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