Windows on the World: as¨ª era ¡°el restaurante m¨¢s espectacular del mundo¡± en las Torres Gemelas
Todo era superlativo en el local que coronaba la Torre Norte del World Trade Center, que siempre reflej¨® todo lo que le pasaba a la ciudad de Nueva York
En el Windows on the World, Nueva York era siempre el plato principal, escribi¨® un cr¨ªtico. Nadie iba al restaurante del piso 107 simplemente para cenar. Se acud¨ªa para pedir matrimonio a alguien, para impresionar a un cliente potencial, para demostrar a unos padres de visita que el hijo inmigrante se hab¨ªa hecho un hueco en Estados Unidos. O simplemente, para celebrar, como hac¨ªan miles de turistas a diario, que por una semana estaban en la mejor ciudad del mundo.
Todos los presentes en el Windows on the World (WOTW) murieron la ma?ana del 11 de septiembre de 2001, hace ahora 19 a?os. A las 8.46, cuando el vuelo 11 de American Airlines se estrell¨® contra la Torre Norte, estaban en el restaurante 72 miembros de la plantilla, 16 integrantes de la empresa Incisive Media que celebraban un desayuno de trabajo, y otros 76 clientes y proveedores. Murieron por inhalaci¨®n de gas, porque se tiraron por las ventanas o, finalmente, cuando la torre se derrumb¨® pasadas las diez de la ma?ana. A las 9.40 cesaron las llamadas de socorro a los servicios de emergencias.
Hasta ese momento fat¨ªdico, durante los 25 a?os que el local estuvo en funcionamiento, el pulso del Windows on the World siempre hab¨ªa ido parejo al de la propia ciudad, como explic¨® el periodista Tom Roston en el libro The most spectacular restaurant in the world, que se public¨® el a?o pasado. Cuando se inaugur¨®, en 1976, hac¨ªa solo un a?o que el Daily News hab¨ªa publicado una famosa portada que dec¨ªa ¡°Ford a Nueva York: 'C¨¢ete muerta¡±. El entonces presidente Gerald Ford se hab¨ªa negado a conceder un rescate econ¨®mico a la ciudad, que estaba en total bancarrota. El clima era de derrota y mugre y, como se ha dicho muchas veces, creatividad.
El World Trade Center era una novedad reciente pero todo el mundo cre¨ªa que era un proyecto megalomaniaco destinado al fracaso. El restaurante, dice Roston, ¡°absorbi¨® todos los traumas y los triunfos de la ciudad¡±. Cuando sucedi¨® el gran apag¨®n de 1977, el personal y los comensales de esa noche vieron desde aquella atalaya como se iban quedando a oscuras todos los barrios de la ciudad (no solo eso: cenaron gratis), la desinfecci¨®n y el boom financiero de los ochenta llegaron al WOTW en forma de gel¨¦es y gambas al coco y, en 1993, la torre fue v¨ªctima de un atentado en el que murieron siete personas, entre ellas Wilfredo Mercado, empleado del restaurante.
El t¨ªtulo del libro, "el restaurante m¨¢s espectacular del mundo", reproduce literalmente el titular de portada con el que la revista New York dio la bienvenida al restaurante en 1976. Un reportaje tan influyente que muchos lo consideran una parte important¨ªsima del ¨¦xito inicial del proyecto: ?qui¨¦n no iba a querer comer en el restaurante m¨¢s espectacular del mundo?
El cr¨ªtico gastron¨®mico Gael Greene lo arranc¨® as¨ª de hiperb¨®lico: ¡°En un momento estaba mi yo de diario, moderadamente optimista, aletargadamente entusiasta, beneficiosamente paranoico, honradamente c¨ªnico. Y entonces, ?pam! Epifan¨ªa. Revelaci¨®n. De repente supe ¨Cabsolutamente supe¨C que Nueva York sobrevivir¨ªa. Como Juana de Arco supo que salvar¨ªa Francia, como Santa Teresa. Si el dinero, el poder, el ego y la pasi¨®n por la perfecci¨®n pod¨ªan crear este placer extraordinario, este monumento instant¨¢neo, Windows on the World, entonces el dinero, el poder y el ego pueden rescatar a Nueva York de sus cenizas. Vaya subid¨®n¡±.
El encargado de poner todo eso en pie fue Joe Baum, un restaurador con su propia historia neoyorquina de grandes ¨¦xitos y sonoros fracasos. Hab¨ªa triunfado en los sesenta con restaurantes m¨ªticos como La Fonda del Sol o The Four Seasons y se hab¨ªa arruinado a principios de los setenta. ?l firm¨® el contrato para encargarse de toda la operaci¨®n gastron¨®mica del World Trade Center b¨¢sicamente porque nadie m¨¢s lo quiso. Comprend¨ªa 22 bares y restaurantes repartidos por las dos torres, muchos de ellos modestos y destinados a los trabajadores, y la guinda del pastel, el Windows on the World, al que bautiz¨® uno de los proveedores del m¨¢rmol cuando, estando en Puerto Rico, escuch¨® la canci¨®n Windows of the World, de Burt Bacarach y pens¨® que, con un peque?o cambio preposicional, era perfecta para el proyecto.
M¨¢rmol hab¨ªa, desde luego. Y cobre, y seda y pan de oro, pero tambi¨¦n, como explica el arquitecto Warren Platner en el art¨ªculo de Green, ¡°hect¨¢reas de pladur¡± y ¡°la baldosa ac¨²stica m¨¢s barata del mercado¡±. Tuvo que ahorrar en lo esencial para despilfarrar en lo ornamental, porque al fin y al cabo, aquello estaba pensado para ser como un decorado de Hollywood, un plat¨® al servicio de la ilusi¨®n.
Hab¨ªa, adem¨¢s, un peque?o detalle. Para ser un restaurante de vistas, ¡°el¡± restaurante de vistas, la panor¨¢mica estaba bastante limitada por el propio dise?o de la torre, algo que al parecer fue objeto de agria discusi¨®n durante meses entre el director del World Trade Center, Guy Tozzoli, y el arquitecto de las torres, Minoru Yamasaki. Al final, daba igual. Desde el piso 107 se ve¨ªan Manhattan, Brooklyn, ¡°y hasta Nueva Jersey parec¨ªa bonita¡±, como dice Green en el art¨ªculo. ¡°No hay caca de perro, la basura es un espejismo¡±.
Milton Glaser, el recientemente fallecido dise?ador y creador del logo I ? NY, se encarg¨® de crear desde platos, manteles y l¨¢mparas hasta los men¨²s y toda la gr¨¢fica, utilizando una combinaci¨®n optimista de azul a?il y amarillo. Baum le pidi¨® a Glaser que creara una cortina iluminada de cuentas de cristal para subrayar el aura celestial del lugar. El logo del sol se a?ad¨ªa incluso a las botellas de champagne m¨¢s reconocibles. De hecho, 500 botellas de Veuve Cliquot customizadas quedaron sin abrir tras los atentados: se guardaban para celebrar en octubre de 2001 los 25 a?os del restaurante.
El de Glaser no fue el ¨²nico nombre famoso relacionado con el proyecto. La escritora Barbara Kafka, autora de best sellers de cocina, escogi¨® el menaje y los chefs Jacques P¨¦pin y James Beard supervisaron el men¨². El buf¨¦, que entonces se cobraba a 7,95 d¨®lares por persona, inclu¨ªa marcadores de los setenta (ensalada de lentejas), detalles de la gran cocina francesa (jambon persill¨¦, terrines), reliquias de los cincuenta (lubina en aspic) y lo que entonces parec¨ªan arriesgadas novedades, como noodles japoneses con s¨¦samo.
A lo largo los cinco lustros que estuvo abierto, se sucedieron varios chefs hasta llegar al ¨²ltimo, Michael Lomonaco, que sobrevivi¨® al atentado del 11-S porque decidi¨® acudir a la ¨®ptica que hab¨ªa en uno de los pisos inferiores a actualizar la graduaci¨®n de sus gafas cuando oy¨® un estruendo, causado por el impacto del primer avi¨®n, y fue evacuado.
Los cr¨ªticos no siempre fueron amables con la cocina del Windows on the World, pero en 1997 la cr¨ªtica Ruth Reichl declar¨® en The New York Times que la comida volv¨ªa a ser ¡°casi tan buena¡± como la vista. Eso fue en su segunda encarnaci¨®n. Tras el atentado de 1993, el restaurante tuvo que cerrar durante tres a?os y reabri¨® en 1996, con un espacio m¨¢s di¨¢fano y algunos cambios.
Lo que hab¨ªa sido la Hors d¡¯Ouvrerie, un bar circular para tomar algo r¨¢pido, se convirti¨® en The Greatest Bar in the World (la cosa siempre fue de superlativos) con taburetes de acero inoxidalbe ¨Cen esa d¨¦cada, el metalizado sustituy¨® al dorado como color de prestigio¨C, y la sala que antes se conoc¨ªa como Cellar in the Sky, un reservado centrado en los vinos, se convirti¨® en Wild Blue, un peque?o restaurante centrado en la cocina americana, que volv¨ªa a valorarse en los noventa, y empezaba a introducir conceptos como la proximidad.
Al parecer, a finales de la d¨¦cada, Baum y Lomonaco se plantearon montar un peque?o huerto en el tejado del World Trade Center. Mientras que en el espacio principal la idea era practicar la cocina internacional para comensales que entonces estaban aprendiendo lo que era el nigiri de toro.
En la semana posterior al atentado, Michael Lomonaco y la jefa de Recursos Humanos del restaurante, Elizabeth Ortiz, buscaron a 50 empleados que inicialmente se daban por desaparecidos y arrancaron un fondo de solidaridad que consigui¨® recaudar 22 millones de d¨®lares para las familias de los fallecidos. Algunos empleados montaron su propio restaurante en el Soho, Colors, que ya no est¨¢ operativo. Cuando se inaugur¨® One World Trade Center en 2012 se decidi¨® que no habr¨ªa ning¨²n restaurante de lujo en la torre m¨¢s alta. Las ventanas al mundo hab¨ªan cerrado para siempre.
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