La ciudad de los activistas ancianos y los ni?os prohibidos
The Villages, Florida, 100.000 habitantes. El requisito para vivir all¨ª: tener m¨¢s de 55 a?os. La infancia, salvo visita familiar,est¨¢ proscrita. El sexo compulsivo, el golf y la pol¨ªtica, no
En Florida hay una ciudad donde los ni?os est¨¢n prohibidos. Cuando por alguna fatalidad uno de ellos tiene que vivir una temporada en casa de sus abuelos, hay que contrabandearlo adentro; garantizar a los vecinos que ese b¨ªpedo que juega en el jard¨ªn est¨¢ ah¨ª solo de visita. ¡°Son inmigrantes indocumentados¡±, me dijo el escritor Andrew Blechman, bromeando. Curiosamente, o no tanto, este lugar funciona como bar¨®metro del sentimiento de los electores estadounidenses blancos y mayores.
The Villages, al norte de Disney World, es una ciudad para jubilados que suma m¨¢s de 100.000 habitantes y donde solo pueden residir los mayores de 55 a?os. Estoy muy de acuerdo en que cumplir 55 no nos califica como ancianos, pero ellos al mudarse all¨ª decidieron que as¨ª ser¨ªa.
Visitar este lugar siempre es inquietante. Tras un par de horas, se instala en la piel la sensaci¨®n de que no deber¨ªa estar all¨ª, o no todav¨ªa; de que estoy en una novela de Stephen King, donde los horrores se fermentan en las sonrisas corteses de estos estadounidenses vestidos de colores pastel. Los ancianos se desplazan a todas partes en carritos de golf, aunque no jueguen al golf, y los adornan con pegatinas de Joe Biden o de Donald Trump. Antes de la pandemia, bailaban country todos los d¨ªas en la plaza principal, flirteando entre ellos, procesando la viudez cada uno a su manera. Cuando la pol¨ªtica no ten¨ªa polarizada a la naci¨®n, el principal problema de los residentes de The Villages era c¨®mo mejorar su imagen de destino para los ancianos conservadores en busca de una vida disipada.
Hace m¨¢s de 10 a?os, se conoci¨® que la ciudad registraba la mayor tasa de enfermedades de transmisi¨®n sexual de Estados Unidos. Poco despu¨¦s, Andrew Blechman public¨® el libro Leisureville (la ciudad del ocio) sobre los afanes de los ancianos por conseguir Viagra y escapar de sus hijos y nietos, capaces de cancelar la sexualidad de la abuela con solo una mirada de reprobaci¨®n. ¡°Estoy tan cachonda¡±, dijo una de estas se?oras al autor, ¡°que tengo que aprovechar esto antes de perderlo¡±.
En mi ¨²ltima visita descubr¨ª que la amenaza agazapada de The Villages no radicaba en mi imaginada novela de Stephen King, sino en su homogeneidad. La ciudad tiene permitido segregar a sus habitantes por edad gracias a una excepci¨®n en la ley federal. Las dem¨¢s exclusiones ocurren t¨¢citamente, como suelen operar las exclusiones: los residentes son mayores, blancos, cristianos y conservadores. Todo lo que escapa a esa uniformidad es una amenaza existencial.
Pero oh, el horror: algunos se han fugado de la norma y desprecian a Trump. Y a medida que aumenta la efervescencia social en el resto del pa¨ªs, estos fugados se est¨¢n haciendo notar. Ahora The Villages es un peque?o infierno de acosos y rencillas que a veces escalan a los pu?os, a juzgar por los malheridos ancianos y los vandalizados carritos de golf cuyas fotos aparecen ocasionalmente en Twitter y Facebook.
Uno de estos activos se?ores, Ed McGinty, se ha convertido en una aut¨¦ntica celebridad animando a los extrumpistas a salir del armario aun a riesgo de perder la membres¨ªa de su club de golf. ¡°?Por qu¨¦ preocuparse de perder a los amigos que apoyan a este inmoral? Yo no los querr¨ªa como amigos¡±, dice el hombre, de 71 a?os.
Las tensiones raciales y los disturbios en otras ciudades del pa¨ªs repercuten aqu¨ª, pero en versi¨®n Disney y de duras articulaciones, con un estilo pasivo-agresivo y a escala octogenaria. Lejos quedaron el golf, el bridge y la apacible jubilaci¨®n. Como dijo Blechman: ¡°The Villages es Estados Unidos en esteroides¡±. Aunque sin ni?os. Y menos mal.
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