Ventajas de la peste
Todos sabemos que no nos dejan hacer lo que querr¨ªamos. La histeria reina: oh, todo lo que har¨ªa si no fuera por la pandemia¡
No somos lo que somos; somos lo que podr¨ªamos ser. O eso nos creemos: nos gusta ser lo que podr¨ªamos ser mucho m¨¢s que ser lo que somos. Nos gusta pensarnos como eso que querr¨ªamos; despu¨¦s, la realidad contraataca y nos ofrece el pretexto perfecto: ah, lo que yo har¨ªa si no fuera porque. Ahora tenemos la mejor: como excusa, a la pandemia no le gana nadie.
Cuando la recordemos, con ese odio mezclado con nostalgia que producen los pasados duros, la pensaremos, seguramente, como la Era de la M¨¢scara. Pero enseguida alguien mencionar¨¢ los codos: ?Y no se acuerdan de que nos salud¨¢bamos chocando los codos? Bueno, por un tiempo; despu¨¦s la OMS lo desaconsej¨®, que si era sucio, que si era demasiado ¨ªntimo, y dejamos de hacerlo. Entonces hablaremos de los vaivenes de la ciencia, de la inseguridad de la ignorancia, de aquellos tiempos de intemperie. Y no hablaremos ¡ªseguramente no hablaremos¡ª de las ventajas de esos tiempos sin saludo. Y sin embargo es el mejor ejemplo.
Antes de la peste, nuestros saludos principales eran dos: el beso en la mejilla y el apret¨®n de manos. El beso acepta cantidades variables seg¨²n los pa¨ªses ¡ªgeneralmente de uno a tres¡ª y diversidad gen¨¦rica: en los n¨®rdicos se entrebesan m¨¢s que nada las mujeres, en el islam los hombres, en Espa?a o Francia las mujeres con hombres o mujeres, en la Argentina todos contra todos. El apret¨®n, en cambio, supo ser cosa de hombres desde que se extendi¨®, hace m¨¢s de dos siglos: era recio, se?orial, franco, decente ¡ªtodas esas cualidades asquerositas que los se?ores se atribu¨ªan¡ª; despu¨¦s se lo apropiaron las se?oras. El apret¨®n es el saludo m¨¢s distante, m¨¢s protocolar: te saludo porque debo pero no te creas. Y est¨¢ el abrazo: un saludo que es m¨¢s que un saludo ¡ªy una palabra hueca al final de tantos mails y una manera del cari?o que ¨²ltimamente se ha degradado en hugs.
Ahora todo eso est¨¢ aparcado: nos da miedo. El saludo tiene dos funciones: el reconocimiento ¡ªah, t¨² eres t¨², yo soy yo¡ª y la puntuaci¨®n del tiempo ¡ªaqu¨ª empieza este cruce, aqu¨ª termina. No sabemos encontrarnos sin saludo. Entonces ahora nos miramos fijo, intentamos sonre¨ªrnos con los ojos, nos hacemos una finta reverencia o un salaam aleko o un namast¨¦ risible. Nos decimos, en s¨ªntesis: si no fuera por esto, lo que har¨ªamos.
La pandemia ser¨¢, sin duda, hist¨®rica. Por ahora es sobre todo hist¨¦rica. Llamamos hist¨¦ricas a esas conductas que proponen un curso de acci¨®n y no lo siguen: que dicen mira lo que podr¨ªa hacer pero no hago. Nuestros saludos presentes son as¨ª: nos miramos y esas miradas dicen s¨ª, lo har¨ªa pero ya sabes que no puedo. Es entra?able: modos de compartir nuestra impotencia, de transmitir que uno querr¨ªa ser tan bueno y tan amable ¡ªy saber que los otros se lo creen, y que uno incluso se lo cree.
La ventaja de la histeria es que mantiene intacto el potencial. Cuando alguien hace algo reduce sus infinitas acciones posibles a una sola, la que acaba de hacer. En la histeria ¡ªen la pandemia¡ª la potencia no se pierde: si no fuera por ella te abrazar¨ªa con encono, te achatar¨ªa la mano, te besar¨ªa con mis mejores babas. Si no fuera por ella har¨ªamos lo que querr¨ªamos. Pero ya sabes, no nos deja.
Es lo que en mi barrio llaman agarrame que lo mato: el tipo que, en la ri?a del bar, pide que le impidan hacer lo que dice que quiere. Ahora no necesitamos siquiera pedirlo: todos sabemos que no nos dejan hacer lo que querr¨ªamos. La histeria reina: oh, todo lo que har¨ªa si no fuera por la puta pandemia. Es su funci¨®n ben¨¦fica: nos permite, una vez m¨¢s, creer que somos otros ¡ªsolo que, ya sabes, con esto que nos pasa. Y pasar, entonces, de ser los que no conseguimos ser lo que querr¨ªamos a ser esto que nos gusta tanto: v¨ªctimas.
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