Travesa?os
A veces pienso que soy cobarde. Otras, como escribi¨® Pessoa, que hace mucho tiempo que no soy yo. Siento indignaci¨®n
Creo que ahorame gustan m¨¢s los d¨ªas nublados y lluviosos, delicuescentes. Hay algo en ese comportamiento del clima que se lleva mejor conmigo en esta era de introspecci¨®n. Los d¨ªas de colores firmes tienen una solidez que descoloca. Es como si gritaran. Est¨¢n demasiado despiertos, son el¨¦ctricos, no s¨¦ qu¨¦ hacer con ellos. Prefiero el gemido l¨ªquido de la niebla, la lluvia t¨ªmida, apocada. Lo gris me asegura un tono vital superior. Pero la semana pasada hubo un cielo tan azul y tenso que parec¨ªa de pl¨¢stico, esa condici¨®n perfecta y cursi que tiene lo artificial. De modo que sal¨ª a andar en bicicleta. Fui a una zona de bosques y lagos, en Buenos Aires. Hab¨ªa gente en rollers, en skate, en bicicleta, caminando, corriendo, todos con barbijo. Hab¨ªa un profesor de salsa dando una clase para 60 personas que intentaban imitarlo trastabillando por no poder abrazar a un compa?ero. Hab¨ªa un nene a quien su padre le dec¨ªa: ¡°Es importante que obedezcas todo lo que te digo¡±, mientras rociaba con alcohol el manubrio de la bicicleta. Hab¨ªa en un carrusel algunos ni?os r¨ªgidos, con tapabocas. Me fui pedaleando por la calle de Fray Justo Santa Mar¨ªa de Oro, bajo pl¨¢tanos alt¨ªsimos. Era la sombra de los veranos de antes (?antes de qu¨¦?), y la luz inmensa de las cuatro de la tarde algo vivaz que uno hubiera querido cosechar, que no deb¨ªa ser desperdiciado. Vi locales con las cortinas bajas, anuncios de venta y cierre definitivo, pero las mesas de los bares en la calle estaban repletas. Escuch¨¦ a una mujer decirle a otra: ¡°Ay, qu¨¦ hermoso, parece Europa, con todas las mesas afuera¡±. Europa, pens¨¦.
Cada vez que veo en la televisi¨®n una imagen de Madrid tengo que cambiar de canal. La lejan¨ªa se instala como inadecuaci¨®n: no la soporto. ?Podr¨ªa ir? Podr¨ªa ir. No s¨¦ qu¨¦ me lo impide. A veces pienso que soy cobarde. Otras, como escribi¨® Pessoa, que hace mucho tiempo que no soy yo. Siento indignaci¨®n hacia m¨ª misma: espero de m¨ª una conducta que no se desarrolla. Mientras pedaleaba, pens¨¦ en la radio que a veces escucho cuando voy en auto. No s¨¦ c¨®mo se llama, es paraguaya. Hablan en guaran¨ª, un idioma taxativo, a la vez jocoso y marcial, entusiasta. Siempre hay algo desesperante en un idioma que no se entiende. Es como intentar resolver una ecuaci¨®n sin saber matem¨¢ticas. Pero nada me hace sentir m¨¢s libre que estar en un sitio que no conozco rodeada de sonidos impenetrables. El guaran¨ª fue el primer idioma extranjero que escuch¨¦ despu¨¦s de atravesar la primera frontera de mi vida, entre Argentina y Paraguay. Hubo a?os en los que una frontera era algo a lo que no se llegaba f¨¢cil. Al otro lado, peligro, dioses y monstruos. Para mucha gente sigue siendo as¨ª. De aquel viaje a Paraguay recuerdo poco. Un calor untuoso, dorado. Las tejedoras de ?andut¨ª, el sonido de un arpa. La dictadura de Stroessner como tel¨®n de fondo. Hac¨ªamos esos viajes con mi familia en un cami¨®n o en una camioneta vieja. Cambi¨¢bamos de pueblo y de ciudad, azuzados por mi padre que rastreaba cosas raras ¡ªuna cantante de coplas centenaria en un pueblo perdido, una mina de oro abandonada¡ª y nos empujaba con entusiasmo al pr¨®ximo destino. Por rutas de tierra, de barro, de ripio, por caminos de cornisa en medio de la lluvia, bajo la tormenta con los parabrisas rotos y la ¨²nica gu¨ªa de un mapa de papel. Inc¨®modos, insolados, muchas veces perdidos. ?De d¨®nde sal¨ªa esa necesidad de movimiento? Si nunca lleg¨¢bamos al final del arco¨ªris. Mientras viaj¨¢bamos, mi madre cantaba y preparaba s¨¢ndwiches de jam¨®n, como si todo estuviera bajo control en esa camioneta pobre, con dos hijos peque?os por rutas de miedo en un pa¨ªs en dictadura, como casi todos los que lo rodeaban. Mi padre gritaba: ¡°?A la aventura!¡±. Y all¨¢ ¨ªbamos, tragando polvo y sol y las monta?as.
?Para qu¨¦ nos educan los padres, qu¨¦ quieren darnos? El espol¨®n de libertad que me legaron los m¨ªos sigue vivo en m¨ª, pero por estos d¨ªas no s¨¦ qu¨¦ hacer con ¨¦l. Andando en bicicleta record¨¦ toda aquella despreocupaci¨®n, aquel peregrinar, aquel coraje. ?Comparaba aquellos d¨ªas con estos? Comparaba aquellos d¨ªas con estos. ¡°Dentro del re?idero en el que habr¨¢ de matar, el gallo canta himnos a la libertad porque le dieron dos travesa?os donde pararse¡±, escribe Pessoa en El libro del desasosiego. En eso pensaba, pedaleando ¡ªpat¨¦tica¡ª sobre mis dos travesa?os. Y ni siquiera cantaba himnos a la libertad.
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