El escritor y el asesino
El artista de hoy debe ser m¨¢s radical que nunca para no dejarse intimidar por la mojigater¨ªa de los nuevos inquisidores
Suele decirse que, si le pegas una patada a una piedra, de debajo salen cinco poetas. De ser as¨ª, en Chile como m¨ªnimo tres de ellos son buenos, porque all¨ª la poes¨ªa es casi una religi¨®n. Este a?o le han concedido el Premio Reina Sof¨ªa, el principal galard¨®n del g¨¦nero en espa?ol, al que m¨¢s me gusta, por lo menos al que m¨¢s me gusta de todos los vivos: Ra¨²l Zurita. Zurita, que podr¨ªa ganar con justicia cualquier premio, suele decir: ¡°Si no eres capaz de matar a un hombre, no eres un artista; pero, si lo haces, eres un repugnante asesino. En ese borde est¨¢s¡±. La afirmaci¨®n me recuerda unos versos que Robert Browning escribi¨® en La apolog¨ªa del obispo Blougram y que me atrevo a traducir as¨ª: ¡°Nos interesa el borde peligroso de las cosas. / El ladr¨®n honesto, el asesino delicado, / el ateo supersticioso¡±.
Es quiz¨¢ lo que interesa a cualquier escritor de verdad. La tarea de la literatura consiste en explorar los l¨ªmites de la experiencia, en mostrar la infinita, laber¨ªntica complejidad de lo humano, en arrancarnos de nuestras confortables seguridades morales y pol¨ªticas y conducirnos a lugares inciertos, donde por momentos perdemos pie. El Ricardo III de Shakespeare es tal vez el mayor canalla de la literatura universal, pero hay pasajes de esa tragedia salvaje en que uno se sorprende a s¨ª mismo poni¨¦ndose de su lado, solidariz¨¢ndose con esa espantosa alima?a, igual que, en Crimen y castigo, uno se solidariza con el estudiante Rask¨®lnikov pese a saber que ha matado a Aliona Iv¨¢novna, una vieja y repulsiva usurera. A?ado un ejemplo que todos recordamos. Pen¨²ltima secuencia de la tercera parte de El Padrino. Los Corleone al completo acaban de asistir, en el Teatro Massimo de Palermo, a una representaci¨®n de Cavalleria Rusticana en la que act¨²a Anthony, el hijo de Michael; al terminar la ¨®pera de Mascagni, mientras los espectadores bajan las escalinatas del teatro, un sicario dispara sobre Michael, pero es su hija Mary quien recibe el proyectil destinado al capo mafioso; ¨¦ste, tumbado en un escal¨®n con el cad¨¢ver de su v¨¢stago en los brazos, lanza entonces el grito m¨¢s desgarrador de la historia del cine, un grito silencioso que se prolonga durante segundos eternos hasta que por fin se convierte en un alarido inhumano. ?C¨®mo no compadecer a ese padre cuya hija acaban de asesinar por su culpa? ?C¨®mo no llorar con ¨¦l, que ha vendido su alma al diablo para proteger a los suyos y acaba de perder pese a ello lo que m¨¢s quiere? Y, sin embargo, sabemos que Michael es un criminal sin entra?as, un monstruo capaz de asesinar a su propio hermano¡ Ese es el borde peligroso de Browning, el lugar ¨¦ticamente equ¨ªvoco al que nos conduce el gran arte, y con el que, precisamente por ello, nos enriquece, permiti¨¦ndonos atisbar, desde nuestra butaca de lector o espectador, zonas de la experiencia a las que lo m¨¢s probable es que, por fortuna, nunca tengamos acceso y a las que de otro modo ni siquiera osar¨ªamos asomarnos. Es en este sentido en el que cabe decir que el arte que no es moralmente arriesgado no puede ser arte de verdad, gran arte. Visto as¨ª ¡ªy no s¨¦ de qu¨¦ otra forma podr¨ªa verse¡ª, el coraje, un coraje casi homicida, es una condici¨®n indispensable para el artista; la raz¨®n es que debe ser capaz de bajar hasta el fondo de s¨ª mismo, como un espele¨®logo existencial, para encontrar aquello que ni si quiera ¨¦l mismo sab¨ªa que habitaba all¨ª ¡ªtodo el horror y el dolor y la pestilencia y la furia y el miedo¡ª, y para sacarlo luego a la superficie, convertido en belleza y sentido. Dicho de otro modo: en su vida, el artista quiz¨¢ pueda ser m¨¢s o menos cobarde, pero en su trabajo no; un artista cobarde es como un torero cobarde: se ha equivocado de oficio. Ese borde es el borde de Zurita.
Nuestro tiempo, tan ferozmente puritano, tan pusil¨¢nime, tolera mal estas evidencias, y por eso el artista de hoy tiene tal vez el deber de ser m¨¢s radical que nunca, de exigirse m¨¢s que nunca y de combatir m¨¢s que nunca su propio miedo, entre otras razones para no dejarse intimidar por la mojigater¨ªa de los nuevos inquisidores. Ya s¨®lo por eso un poeta como Zurita es ahora mismo indispensable.
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