La palabra aerosol
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Es la forma del mal en la pandemia. Dej¨® de ser esa lata con bot¨®n encima y recuper¨® su acepci¨®n de gotitas en el aire, y nos acecha
Le falta el mar, agua turquesa, cocoteros, pero aun as¨ª no es f¨¢cil meter en siete letras m¨¢s naturaleza: el aire, el sol, una s¨ªntesis de aquello que sol¨ªan llamar turismo, el ocio sin terrores. Y sin embargo aerosol es otra de esas palabras hechas de trampa y decepci¨®n: su sol no es el sol del cielo sino una mera abreviatura. Quiz¨¢ fuera ese enga?o el que marc¨® su suerte.
La palabra aerosol no exist¨ªa: la invent¨®, dicen, hace poco m¨¢s de 100 a?os, al hilo de la primera Gran Guerra, un qu¨ªmico que algunos qu¨ªmicos recuerdan todav¨ªa, un Frederick G. Donnan. El doctor Donnan era un irland¨¦s nacido en Sri Lanka y muerto en Canterbury, austero y tuerto, que trabajaba para mejorar los explosivos del Ej¨¦rcito brit¨¢nico cuando se puso a investigar c¨®mo funcionan esas part¨ªculas ¨ªnfimas de l¨ªquidos o s¨®lidos que viajan suspendidas en un gas. Nadie hab¨ªa pensado en ellas todav¨ªa, as¨ª que no ten¨ªan nombre. Donnan las llam¨® aerosolution ¡ªsoluci¨®n en el aire¡ª y, para hacer su palabra m¨¢s amable, la acort¨® y convirti¨® en aerosol. Al aerosol le faltaba, sin embargo, hacerse cotidiano.
As¨ª suele funcionar la ciencia: alguien descubre algo, lo estudia, lo entiende, y nadie se entera hasta que otro imagina c¨®mo usarlo. Esta vez fue un qu¨ªmico noruego que ning¨²n qu¨ªmico recuerda, un Erik Rotheim, que en 1927 pens¨® que si met¨ªa en una lata un l¨ªquido con un poco de gas y una v¨¢lvula para despedirlo podr¨ªa crear aerosoles ¡ªpart¨ªculas suspendidas en ese gas¡ª y lanzarlos adonde quisiera. As¨ª que lo patent¨® con ese nombre y se lo vendi¨® a unos americanos ¡ªque ya entonces se compraban todo. Pero el invento necesit¨® otra guerra para empezar a funcionar: reci¨¦n en 1941 un laboratorio militar en EE UU decidi¨® poner en esas latas con pez¨®n el insecticida que sus soldados en las junglas del Pac¨ªfico Sur necesitaban para no morirse de malaria antes de que los mataran los nipones.
Desde entonces el aerosol ¡ªo spray o vaporizador o chufchuf¡ª tal como lo conocemos se instal¨® en nuestras vidas. Siempre fue un arma: hubo aerosoles contra hormigas o cucarachas o moscas o mosquitos, contra malos olores corporales, contra malos olores ambientales, contra el bronceado m¨¢s chill¨®n, contra todas las formas de la mugre; el aerosol era un escudo ante las asechanzas de este mundo. Hasta que, a finales del siglo pasado, se dio vuelta. En esos d¨ªas los aerosoles se volvieron uno de los primeros enemigos conocidos del ambiente medio: se empez¨® a culparlos por aquel agujero de la capa de ozono que entonces nos preocupaba tanto ¡ªy los condenamos y lo cool fue dejar de usarlos, cambiarlos por vaporizadores de apretar.
As¨ª que la palabra aerosol vegetaba al borde del olvido, desterrada en laboratorios aburridos y culpa ecolol¨®. Sus penas parec¨ªan terminadas pero no: la peste las activ¨® de nuevo. Con el corona, la palabra aerosol volvi¨® como amenaza omnipresente: ahora nuestras vidas consisten en huir de todos esos aerosoles de virus. El aerosol es la forma del mal en la pandemia. Tanto que tuvimos incluso que aprender lo que signific¨® en su origen: dej¨® de ser esa lata con un bot¨®n encima, recuper¨® su acepci¨®n de gotitas en el aire, y nos acecha. Mascarillas, distancias, confinamientos varios: todo est¨¢ hecho para que esos aerosoles no nos jodan la vida, no nos maten.
El aerosol, ahora, es la amenaza. Que lo descubriera y lo nombrara un inventor de armas que ni siquiera se atrevi¨® a usar su nombre entero fue, quiz¨¢, el origen de su triste sino: la palabra aerosol, tan llena de aire y luz y calores, tan radiante, que ten¨ªa todo para ser una sonrisa en nuestras vidas, se hundi¨® en el mal, nos intimida. Es lo que pasa con algunas palabras: prometen lo mejor, traicionan su promesa. Cada qui¨¦n tiene, creo, su peque?o archivo de palabras fallidas ¡ªy a veces son, incluso, nombres propios: entonces s¨ª que duelen como nada.
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