A Melibea
Cumpliste el destino que te impusieron y, despu¨¦s, quisiste salir de escena.Tu muerte es m¨¢s heroica de lo que parece
Espero que no consideres de excesiva confianza por mi parte el tratamiento que te doy. Eres muy querida por m¨ª, y no me parece que eso pueda ofenderte. M¨¢s all¨¢ de la vida, siguen existiendo, creo yo, las categor¨ªas y los criterios, y en el reino en que habitas, seg¨²n me han dicho, se admiten las preferencias, las querencias e incluso los caprichos. No es un mundo exento de sentimientos. No pod¨ªa serlo, ya que all¨ª hab¨¦is ido a parar, para toda la eternidad, quienes fuisteis devorados por ellos.
Eso siempre me ha causado un gran estupor, cuando no indignaci¨®n, ?c¨®mo ca¨ªste presa en las redes que Calisto, ese hombre tan simple, te tendi¨®? Quiz¨¢ era, como alguna vez dijiste, extremadamente bello. En ese caso, no habr¨ªa mucho que decir. El poder de la belleza, quiz¨¢ de forma injusta, es incalculable. Sin embargo, despu¨¦s de darle muchas vueltas al asunto, creo que las cosas no fueron exactamente as¨ª. Si se hubiera tratado solo de eso, de haber sucumbido de forma s¨²bita a la belleza, me parece que, en el mismo momento en que las manos de Calisto se movieron torpemente por tu ropa tratando de despojarte de ella y de llegar ¨¦l, cuanto antes, a esa meta tan puramente animal de hacer de tu cuerpo propiedad del suyo, ese poder se hubiera evaporado. En el inicio, seg¨²n consta, pediste calma y moderaci¨®n a Calisto, pero no fuiste escuchada. No voy a seguir con esto. Tampoco quiero ir m¨¢s all¨¢ en mis interpretaciones de lo que me permite la parte de la historia que conozco. Y, sea como fuere, como t¨², m¨¢s tarde, le confiaste a tu padre, el acto se consum¨®. El acto. Perm¨ªteme que lo llame as¨ª. Qui¨¦n sabe por qu¨¦, en este momento, me sale ser pudorosa.
Pero este no es el asunto al que me estoy encaminando. A fin de cuentas, del ¡°acto¡± tampoco se nos dice demasiado. Es cuesti¨®n de gustos literarios. Por mi parte, bien.
Lo que muchas veces olvidamos, Melibea, es que fuiste v¨ªctima de un conjuro. El acto tercero de la obra finaliza con las palabras que Celestina dirige al ¡°se?or de los infiernos¡±: ¡°Yo, Celestina, que tantas veces he recurrido a ti, te conjuro¡ por el amargo veneno de v¨ªbora de que el aceite est¨¢ hecho y que derramo en este ovillo de hilo; te conjuro¡ Envu¨¦lvete en ¨¦l y no salgas hasta que Melibea lo compre y quede atrapada en su magia. Cuanto m¨¢s lo mire, m¨¢s se ir¨¢ ablandando su coraz¨®n, que t¨² abrir¨¢s y herir¨¢s con el violento amor de Calisto, hasta que ella se desprenda de toda honestidad y acuda a m¨ª¡¡±.
Este es el plan de Celestina y el plan del autor de La Celestina.?Qu¨¦ sab¨ªas t¨² de todo eso, Melibea? Tus actos est¨¢n m¨¢s all¨¢ de todo juicio. Retiro lo antes dicho. No debo indignarme contigo. Tu consentimiento se hab¨ªa decidido en casa de Celestina. Esto es lo que ahora quiero decirte. Porque cumpliste el destino que te impusieron y, despu¨¦s, quisiste salir de escena. Tu muerte es m¨¢s heroica de lo que parece.
Soledad Pu¨¦rtolas es escritora, acad¨¦mica y autora de M¨²sica de ¨®pera (Anagrama).
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