La ca¨ªda del rey Juan Carlos
En agosto de 2020, seis a?os despu¨¦s de abdicar, el ex jefe del Estado se march¨® de Espa?a. Una historia cuyo final est¨¢ a¨²n sin escribir
Despu¨¦s de superar con ¨¦xito el desaf¨ªo que el golpe militar del 23- F le impuso ante la historia, hubo un tiempo feliz en que al rey Juan Carlos todo le era perdonado. La gran mayor¨ªa de los ciudadanos decidi¨® olvidar que hab¨ªa sido designado como sucesor a t¨ªtulo de rey por el dictador y que el 22 de julio de 1969, siendo pr¨ªncipe, hab¨ªa jurado de rodillas los Principios del Movimiento Nacional y a continuaci¨®n hab¨ªa expresado de forma solemne ante las Cortes Org¨¢nicas que recib¨ªa de su excelencia el jefe del Estado y general¨ªsimo Franco su legitimidad pol¨ªtica surgida del 18 de julio de 1936.
Ese d¨ªa el padre del pr¨ªncipe, don Juan de Borb¨®n, acompa?ado por Pedro Sainz Rodr¨ªguez, cruz¨® la frontera desde Estoril, donde permanec¨ªa exiliado, para contemplar la ceremonia que transmit¨ªa TVE, cuyo ¨²nico canal en blanco y negro no llegaba a Portugal. Fue en el primer bar de carretera de la provincia de Badajoz donde don Juan, leg¨ªtimo heredero de la Corona, sentado en un taburete de la barra entre camioneros, ante un vino y un pincho de tortilla, despu¨¦s de verlo arrodillado ante el dictador, pudo escuchar la declaraci¨®n que el pr¨ªncipe le¨ªa con su lengua redonda: ¡°Pertenezco por l¨ªnea directa a la Casa Real espa?ola y en mi familia, por designios de la Providencia, se han juntado las dos ramas. Conf¨ªo en ser digno continuador de quienes me precedieron¡±. Con estas palabras el pr¨ªncipe se saltaba el orden sucesorio, un elemento primordial en cualquier dinast¨ªa. Seg¨²n contaba Pedro Sainz ante aquella pu?alada que su hijo le acababa de asestar por la espalda, don Juan no pudo evitar las l¨¢grimas, pero finalmente pidi¨® otro vino y exclam¨®: ¡°Al menos hay que reconocer que Juanito ha le¨ªdo muy bien¡±.
El golpe de Tejero parad¨®jicamente hab¨ªa legitimado a don Juan Carlos ante la mayor¨ªa de los espa?oles por su defensa de la Constituci¨®n, de la democracia y de la libertad. La opini¨®n p¨²blica dio un vuelco ?inesperado y se hizo juancarlista e incluso los artistas e intelectuales m¨¢s reacios pugnaban por acudir a sus fiestas a darle la mano. Era simp¨¢tico, superficial, un poco ganso y atrabancado, cuartelero de carcajada f¨¢cil, que no par¨® de darse le?azos a lo largo de su vida. Siendo todav¨ªa pr¨ªncipe se parti¨® la crisma; despu¨¦s, ya como rey, se ha roto toda clase de huesos, r¨®tulas, pelvis, cadera, y pese a todo se mov¨ªa con soltura y benepl¨¢cito entre los l¨ªderes pol¨ªticos extranjeros. De hecho, su simpat¨ªa personal fue un valor de cambio a la hora de mediar entre las pasiones pol¨ªticas, de aunar voluntades y de propiciar grandes contratos con empresas multinacionales.
Hubo un tiempo feliz en que su vida privada era inmune a la maledicencia. Mataba elefantes y osos drogados, ten¨ªa amantes, navegaba por aguas de Mallorca en el yate regalado por un jeque saud¨ª sin que un presente tan obsceno da?ara en absoluto el orgullo espa?ol; recib¨ªa d¨¢divas de empresarios y banqueros dispuestos a hacerle una peque?a fortuna para no tener que pagarle un d¨ªa el whisky, como suced¨ªa con su padre, don Juan, en Estoril, y a su vez parec¨ªa ser el ¨²nico capaz de abrir el grifo de oro que los jeques de Arabia ten¨ªan entre las piernas. ¡°Hace tiempo que no me llev¨¢is a Kuwait¡±, suplicaba al presidente del Gobierno de turno, pensando, tal vez, en sacar tajada tanto para ¨¦l como para el pa¨ªs. Pero algo comenz¨® a torcerse. En cierta ocasi¨®n se quej¨® ante el ministro de Asuntos Exteriores Francisco Fern¨¢ndez Ord¨®?ez de que unos periodistas le hab¨ªan fotografiado desnudo en la cubierta de su yate Fortuna. El ministro le dijo: ¡°Majestad, solo hay una forma de que no lo saquen desnudo. No estar desnudo¡±. Fue el primer aviso. Todo le era perdonado o silenciado, pero un d¨ªa, por algunos excesos no controlados, su buena estrella comenz¨® a apagarse. La m¨¢quina de picar carne de la opini¨®n p¨²blica ya estaba a punto de entrar en acci¨®n para convertir su egregia figura en pasta para alb¨®ndigas.
Fue a ra¨ªz de la infausta cacer¨ªa de elefantes en Botsuana, en abril de 2012, cuando se levant¨® la veda. En ese momento el pa¨ªs atravesaba una angustiosa crisis econ¨®mica de efectos devastadores y precisamente el 14 de abril era el d¨ªa en que todos los a?os los enemigos de la Monarqu¨ªa celebraban la llegada de la II Rep¨²blica. Fue suficiente un ligero traspi¨¦s en una alfombra para que esta vez se le rompiera mucho m¨¢s que la cadera, puesto que en ese safari se quebr¨® su figura moralmente toda entera. De hecho, dej¨® de ser rey cuando, apoyado en una muleta, tuvo que pedir excusas, que no perd¨®n, a sus ciudadanos, muy humillado, como un cazador cazado. Humano, demasiado humano. Perdido el honor, don Juan Carlos pas¨® a estar sometido por la opini¨®n p¨²blica a las reglas de la honradez como un ciudadano corriente; los espa?oles fueron invitados por los medios a la fiesta del desguace de un monarca que un d¨ªa encarn¨® felizmente la democracia en Espa?a. M¨¢s all¨¢ de la presunci¨®n de inocencia, sus finanzas ocultas al fisco entre la codicia, la frivolidad, el despilfarro y la venganza de una amante despechada se han convertido para la opini¨®n p¨²blica en una atracci¨®n de feria. No hay nadie que pueda resistir semejante descarga.
Juan Carlos I ha pasado en varias ocasiones por el quir¨®fano, pero ninguna operaci¨®n quir¨²rgica ha sido tan encarnizada como esta que el 2 de junio de 2014 le oblig¨® a abdicar para establecer un cortafuego con su heredero, Felipe VI, de forma que su conducta irresponsable no acabara por pudrir del todo a la Monarqu¨ªa. Finalmente, el 3 de agosto de este a?o 2020, por propia decisi¨®n o aconsejado de forma ineludible, decidi¨® desaparecer de la escena espa?ola. Acogido en Abu Dabi por su amigo el jeque Mohamed Bin Zayed, un silencio s¨®lido le protege. Esta es la historia de la ca¨ªda de un rey cuyo desenlace a¨²n no est¨¢ escrito.
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