El D¨¦por: una distop¨ªa del f¨²tbol
El Deportivo, uno de los nueve campeones de Liga, milita hoy en Segunda B. Protagonista en Espa?a y Europa durante la ¨¦poca de mayor cambio en el mundo del f¨²tbol, sobrevive amarrado a su afici¨®n. Un periodista que creci¨® con sus a?os de gloria relata su v¨ªa crucis.
Riazor huele a mar. Las borrascas barren A Coru?a y el salitre se cuela por las rendijas del campo de f¨²tbol, al borde de la playa. Hoy, tres cuartos de siglo despu¨¦s de su fundaci¨®n y tras varias reformas, el estadio luce m¨¢s majestuoso que nunca, y dentro se siguen oyendo las olas. En sus tripas se exhiben los t¨ªtulos y las haza?as. Junto al acceso a vestuarios se adivina la zona mixta, preparada como un reluciente estudio de televisi¨®n. Enfrente hay una gran pecera de cristal para que directivos e invitados puedan ver salir a los futbolistas mientras degustan empanada gallega. Todo anuncia un escenario de Primera y la sensaci¨®n se multiplica al entrar al campo. Unos marcadores enormes con animaciones de los jugadores acompa?an la presentaci¨®n del speaker. Parece que en cualquier momento va a sonar el himno de la Champions League, pero no, no suena. En unos minutos comienza en este magn¨ªfico estadio de 35.000 butacas un simple partido de Segunda Divisi¨®n B. El Real Club Deportivo de La Coru?a, uno de los selectos nueve campeones de la Liga y el m¨¢s singular fen¨®meno del boom del f¨²tbol espa?ol del cambio de milenio, se enfrenta a un equipo de barrio llamado Coruxo F¨²tbol Club.
¡°Puff¡±, resoplaba un par de d¨ªas antes el expresidente Augusto C¨¦sar Lendoiro cuando nos sentamos a charlar en el hotel Riazor, cercano al estadio. Su bufido queda suspendido en el aire. Lendoiro, de 75 a?os, mantiene una cabellera tupida, apenas unas canas. Viste chaqueta de sport y zapatillas negras de caminar. ¡°Pasar de entrar como cabeza de serie en el bombo de la Champions a estar en Segunda B te cuesta. Pero bueno, al mal tiempo buena cara, y para la lluvia, paraguas¡±, dice. El hombre que dise?¨® la ¨¦poca de gloria del D¨¦por ¡ªque lo cogi¨® con una deuda del siglo XX, lo elev¨® a los cielos y lo vio caer desde la cima con una deuda del siglo XXI¡ª conserva su aspecto rechoncho e imponente, incluso con un toque m¨¢s juvenil. Ya no lleva corbata ni en la solapa la chapa del Ural ¡ªclub que fund¨® a los 15 a?os de edad¡ª que paseaba por Europa y mostraba como un anillo de obispo en aquellas eternas cenas de champ¨¢n y tortilla de Betanzos donde cerraba fichajes inimaginables para un equipo perif¨¦rico. Frente a un vaso de agua, Lendoiro rememora que hab¨ªa representantes de jugadores que al aterrizar en A Coru?a para una negociaci¨®n con ¨¦l se iban primero al hotel a dormir una siesta larga ¡°para estar frescos para la noche¡±, como si fuesen a jugar la final de una Copa del Mundo.
Los jugadores del D¨¦por y del Coruxo saltan al campo a las doce de la ma?ana en un suave domingo de oto?o. El campo est¨¢ en silencio y apenas se escuchan los graznidos de las gaviotas. La sensaci¨®n de extra?eza es mayor por el matiz dist¨®pico que imponen las restricciones del coronavirus: en el estadio solo hay 150 personas, y no ocupan las gradas, sino los palcos vip, donde hace no tanto se disfrutaba viendo al Manchester United, al Barcelona o a la Juventus. Hoy el Deportivo ganar¨¢ al Coruxo 1-0 y sufriendo, marcando este tanto en la misma porter¨ªa donde un d¨ªa entraron los tres primeros goles de una formidable remontada contra el Milan; donde Bebeto dio un baile de samba a un defensa del Espanyol, o donde Djalminha humill¨® al Madrid haciendo un pase de lambretta, una maniobra tan creativa y complicada que mejor m¨ªrenla en YouTube. Con el club hundido, perviven la memoria de la grandeza reciente y el apego popular al escudo. ¡°Es Segunda B, pero somos 20.000 socios¡±, dice Javier Fraga, de la pe?a Rompeolas, delante de su bar, un cl¨¢sico de la previa en Riazor. En realidad son 21.000. Casi el 10% de toda la poblaci¨®n coru?esa. Por encima de las copas y los laureles, todos los hinchas resaltan que el verdadero patrimonio del equipo es su fuerza social; aquello que cantan Os Diplom¨¢ticos de Monte Alto de O D¨¦por somos n¨®s.
Tres planes sovi¨¦ticos
Junio de 1991. No cabe un alfiler en la plaza de Mar¨ªa Pita, repleta de abuelos, padres y chavales que coreamos obedientes lo que grita desde el balc¨®n del ayuntamiento el presidente, con su nombre y su estampa de gozoso senador romano. ¡°?Bar?a, Madrid, ya estamos aqu¨ª!¡±. Augusto C¨¦sar soltaba semejante ¨®rdago durante la celebraci¨®n del ascenso a Primera despu¨¦s de 18 a?os fuera de la m¨¢xima categor¨ªa. ¡°Yo solo quer¨ªa ganar. No me conformaba con participar¡±, recuerda. Cuando Lendoiro se puso al frente de la entidad, en 1988, el Deportivo acababa de salvarse, precisamente, de un descenso a Segunda B, contaba con 5.000 socios y adeudaba 430 millones de pesetas. ¡°No ten¨ªamos ni camisetas, porque en aquella ¨¦poca adem¨¢s hab¨ªa que comprarlas¡±. Como estrategia de choque discurri¨® un sistema ¡°como los sovi¨¦ticos¡±. Consist¨ªa en dos planes trienales y otro quinquenal. Tres a?os para ascender, tres para jugar en Europa, otros cinco para ganar un t¨ªtulo. Se adelant¨® a sus propios pron¨®sticos, pero eso ni lo so?aba aquella muchedumbre entregada. Solo celebraban que se hab¨ªa terminado a longa noite de pedra.
Justo antes de empezar el partido de aquel ascenso de junio de 1991, una cubierta del estadio empez¨® a arder por el lanzamiento de una bengala. Los hinchas bajamos al c¨¦sped. Yo era un ni?o y me acuerdo de estar ayudando a sostener una manguera pinchada de los bomberos. El partido se reanud¨® y el D¨¦por gan¨®. Se dijo que se hab¨ªa quemado el meigallo, el hechizo que le hab¨ªa impedido ascender las temporadas anteriores. No por nada al entrenador de aquel equipo, y arquitecto de lo que vendr¨ªa despu¨¦s, se le llamaba O Bruxo: Arsenio Iglesias, el paradigma del sabio de aldea. En los a?os siguientes, Arsenio se encontr¨® con un equipo deslumbrante en sus manos al que aplic¨® su sentido com¨²n y sus dosis de retranca. A sus 90 a?os, al Brujo a¨²n se le ve paseando por A Coru?a del brazo de sus hijos y protegido por unas gafas de sol. Un busto de bronce le rinde tributo en el paseo mar¨ªtimo.
En 1992, al t¨¦rmino del primer a?o en Primera, Lendoiro se sube a un avi¨®n con destino a R¨ªo de Janeiro con un libro de fotos de A Coru?a y un collar de cer¨¢mica Sargadelos. Se planta en la exclusiva zona de Barra da Tijuca y timbra a la casa de Jos¨¦ Roberto Gama de Oliveira, Bebeto, una estrella consagrada que estaba a punto de fichar por el Borussia Dortmund. Antes de irse, Augusto C¨¦sar saca los presentes gallegos y se los entrega a Denise, la esposa del futbolista. ¡°Le dije que la playa que sal¨ªa en las fotos ¡ªmuy soleada, porque la imagen se hab¨ªa tomado en verano¡ª era como una peque?a Copacabana¡±, dice se?alando con piller¨ªa desde el hotel el arenal de Riazor, cualquier cosa menos tropical las tres cuartas partes del a?o. De R¨ªo, Lendoiro salta a S?o Paulo, donde un joven serio y rocoso llamado Mauro Silva se preparaba para jugar un partido en el estadio Morumbi. ¡°El contrato lo redact¨¦ yo mismo en el hotel y Mauro lo firm¨® en una camilla del vestuario antes de salir¡±. Aquel chico ser¨ªa campe¨®n del mundo dos a?os despu¨¦s y se convertir¨ªa en el arquetipo del centrocampista defensivo.
El nuevo Deportivo nac¨ªa el mismo verano que se alumbraba una etapa del f¨²tbol espa?ol en la que la Liga llegar¨ªa a ser la mejor del mundo y en la que Barcelona, Madrid y otros de sus equipos brillar¨ªan en Europa. En 1992 la inmensa mayor¨ªa se reconvert¨ªan en sociedades an¨®nimas deportivas, lo que facilit¨® la entrada de capital para fichar. El camino que se tom¨® en A Coru?a, sin embargo, tuvo una particularidad: los socios que comprasen dos acciones tendr¨ªan derecho a conservar su asiento, y se impuso un l¨ªmite m¨¢ximo de acciones de un 1%. Aquello result¨® en un club con 25.000 due?os. Lendoiro lo defini¨® como ¡°capitalismo popular¡±.
Mauro y Bebeto le dieron lustre a un proyecto que ya ten¨ªa un gran pilar previo. Francisco Gonz¨¢lez P¨¦rez, Fran, hab¨ªa llegado a la ciudad en 1988 desde una aldea de la costa gallega. Le dieron una direcci¨®n de la calle de San Andr¨¦s y un nombre, Puri. ¡°Era la pensi¨®n para los que ven¨ªamos de fuera¡±, recuerda. ¡°Yo compart¨ªa habitaci¨®n con mi hermano Jos¨¦ Ram¨®n¡±. Cuatro a?os despu¨¦s, Fran triunfaba al frente de aquel equipo que fue bautizado por la prensa como S¨²per D¨¦por tras una victoria contra el Madrid. En el primer a?o de su explosi¨®n ¡ªla temporada 1992-1993¡ª anim¨® el cotarro entre el binomio de grandes. El segundo ¡ª1993-1994¡ª asust¨® al Barcelona de Johan Cruyff, el Dream Team, hasta el punto de regalarle la Liga al fallar un penalti en el ¨²ltimo minuto del ¨²ltimo partido. Abrumado por la oportunidad hist¨®rica, el tirador infl¨® el pecho, mir¨® al suelo y pate¨® la pelota a la barriga del portero. Era Miroslav Djukic, un elegant¨ªsimo defensa que sali¨® de Yugoslavia en los albores de la guerra de los Balcanes y que pocos a?os atr¨¢s todav¨ªa trabajaba conduciendo excavadoras.
El tierno S¨²per D¨¦por se hac¨ªa grande a base de golpes demasiado duros para sanar ni en 25 a?os. ¡°Esa espina nunca me la he sacado y jam¨¢s saldr¨¢¡±, reconoce Fran, de vuelta como director de la cantera.
Para entonces el deportivismo se hab¨ªa convertido en un fen¨®meno internacional. La mayor desgracia de Galicia, la di¨¢spora, es tambi¨¦n uno de sus mayores activos. El a?o de Djukic ¡ªmetonimia que todo futbolero coru?¨¦s usa para la temporada del penalti fat¨ªdico¡ª, 4.000 deportivistas viajaron a Birmingham a ver una eliminatoria contra el Aston Villa. M¨¢s de la mitad lo hicieron desde Londres, donde viv¨ªan ¡ªo viv¨ªamos: en mi caso, apenas ese a?o, buena punter¨ªa¡ª. All¨ª se crearon dos pe?as y con ellas viajamos meses despu¨¦s a Riazor para aquel final de Liga. La fiesta desaforada del emigrante que volv¨ªa a su tierra por un d¨ªa se convirti¨® de regreso en un funeral. Pero no hab¨ªa vuelta atr¨¢s en la fiebre.
Galicia tambi¨¦n tuvo su ¨¦xodo interior. Miles de familias del campo emigraron a ciudades como A Coru?a en los sesenta y setenta, poblaron los barrios que no sal¨ªan en las postales y parieron una generaci¨®n de nuevos urbanitas. Ellos vivieron la era dorada del D¨¦por y con ¨¦l embanderaron su identidad hasta hoy. Un ejemplo es la pe?a Chafl¨¢n, fundada en 2011, cuando ya pintaban bastos para el club, pero cuyo germen fueron aquellos locos a?os noventa de goles y cerveza en el barrio de Os Mallos. Hoy su bar agota las horas previas al cierre por las restricciones de coronavirus con una charla de socios. La mayor¨ªa pasan de los 40 a?os de edad. ¡°Tenemos muchos recuerdos, pero ninguno como el sufrimiento y la alegr¨ªa de la primera Copa del Rey, en 1995 contra el Valencia. Eso no se olvida¡±, dice Rafael Varela. Ese fue el primer t¨ªtulo del equipo y tambi¨¦n tuvo un relato extraordinario. En la segunda parte, pensamos que alguien nos estaba tirando piedras. Era granizo. El diluvio provoc¨® el aplazamiento de la final. Cuatro d¨ªas despu¨¦s se reanud¨® y se termin¨® el partido. Aquella Copa cerr¨® el ciclo del S¨²per D¨¦por y dio paso a otra etapa de un Deportivo potente y de mayores ¨ªnfulas, marcada por los cambios acelerados de un f¨²tbol espa?ol que crec¨ªa y se inflaba. Con el pay per view televisivo llegaba la gran lluvia de millones para seguir apostando.
La gloria
En el vestuario, el delantero holand¨¦s Makaay chupa botellines de Estrella Galicia de dos en dos. Un peluquero ti?e de rubio platino al malabarista ?Djalminha. Fran se abraza a los utilleros. En la pantalla de mi tel¨¦fono m¨®vil, un ladrillo Nokia, salta un n¨²mero extranjero. Es Radio Rivadavia de Buenos Aires. Quieren hablar con los argentinos. Les doy el tel¨¦fono y ellos les responden pr¨¢cticamente bajo la ducha.
Es 19 de mayo de 2000. El Deportivo acaba de ganar la primera Liga del siglo XXI. La hinchada invadi¨® el campo y se llev¨® por delante a Fran. Aquel hombre t¨ªmido al que Bebeto llamaba ¡°craque¡±, y del que dec¨ªa que por su talento podr¨ªa ser seleccionado por Brasil, fue aupado a hombros por una muchedumbre que le sac¨® la ropa hasta dejarlo ante las c¨¢maras con unos calzoncillos con el n¨²mero 10. ¡°Lo pas¨¦ fatal. Pero ojal¨¢ hubiera tenido esa experiencia m¨¢s a menudo¡±, dice en un caf¨¦ con su semblante tranquilo de siempre.
Al capit¨¢n, superviviente del equipo de los primeros noventa, le llegaba lo mejor: disfrutar de la Champions. Era tal la anomal¨ªa hist¨®rica que el D¨¦por ganaba la Liga y el Atl¨¦tico de Madrid descend¨ªa. Del naufragio de este club pesc¨® Lendoiro a Juan Carlos Valer¨®n. Veinte a?os despu¨¦s, El Flaco es entrenador del Fabril, el filial del D¨¦por, y mantiene su sonrisa indeleble. ¡°Llegu¨¦ y aqu¨ª se respiraba algo diferente. Yo recuerdo estar en la zona de vestuarios antes de salir, en el t¨²nel, y sentir, sin decirlo, que ¨ªbamos a ganar. Cre¨ªamos en nosotros. Va m¨¢s all¨¢ del juego¡±, cuenta en una cafeter¨ªa frente a Riazor recordando aquel equipo de Javier Irureta, un entrenador vasco de sobriedad trapense. Durante siete a?os, el t¨¦cnico vivi¨® solo en un cuarto de hotel. Ten¨ªa un vestuario con m¨¢s fondo de armario que cualquier grande, poco d¨®cil pero ganador, y ¨¦l dosificaba los talentos como una m¨¢quina de tricotar: el martillo percutor de Makaay y la alquimia de Djalminha, el tobillo de goma del Turu Flores, el talento a granel de Valer¨®n y las cucharadas geniales de Trist¨¢n. Y, por supuesto, Mauro y Fran. As¨ª se mantuvo en la ¨¦lite de la Liga y de la Champions un lustro. As¨ª gan¨® al Madrid de Florentino P¨¦rez una final de Copa en su propio estadio, el Bernab¨¦u, el d¨ªa que el club gal¨¢ctico cumpl¨ªa 100 a?os. El centenariazo.
El deportivismo se acostumbr¨® a ese c¨²mulo irracional de ¨¦xitos. Tambi¨¦n el pu?ado de reporteros que segu¨ªamos al equipo. Recuerdo una victoria en Old Trafford por el gol de Trist¨¢n, pero tambi¨¦n porque era mi cumplea?os y tras el partido la tripulaci¨®n habitual del ch¨¢rter del club me regal¨® una botella de Jack Daniel¡¯s. En aquellas noches de vuelta de ganar en Tur¨ªn, M¨²nich o Londres, los jugadores se sentaban a comentar el partido con los periodistas entre el humo de los cigarrillos. Pese a su ¨¦xito, el Deportivo a¨²n ten¨ªa un ecosistema familiar.
Me viene a la memoria el 11 de septiembre de 2001 y veo a Irureta y a Mauro sentados con nosotros en el sof¨¢ de un hotel de Lille, en Francia, mirando at¨®nitos en una tele c¨®mo se estrellaban dos aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York.
Por aquel tiempo el D¨¦por se hizo famoso por sus remontadas en Europa, como una contra el Paris Saint-Germain o por supuesto la del Milan en cuartos de final de la Champions de 2004. Fue la ¨²ltima gran gesta, un 4-0 aplastante con una ciudad entera soplando detr¨¢s como el viento nord¨¦s lo hace sobre la Torre de H¨¦rcules. Hab¨ªa ya demanda para comprar las entradas a la final de Gelsenkirchen cuando lleg¨® Mourinho, entrenador del rival de semifinales, el Oporto, y, como siempre le ha gustado hacer, toc¨® la tecla psicol¨®gica en la rueda de prensa previa en Riazor: ¡°Os veo muy creciditos¡±. Mal augurio. Burl¨¢ndose, nuestra megafon¨ªa repiti¨® la frase antes de empezar el choque. Ganaron ellos. Se escapaba la final de la Champions League y con ella se iba tambi¨¦n una era.
Llamada a medianoche
Diciembre de 2004. Desde la redacci¨®n de La Opini¨®n, marco muy tarde el n¨²mero de siempre. Son cerca de las doce de la noche, pero s¨¦ que a partir de las siete de la ma?ana ya no est¨¢ Mari Carmen, la secretaria, y que a esas horas solo queda un individuo en el club. Suena el tel¨¦fono fijo en un despacho atiborrado de carpetas y papeles, al fondo de una laber¨ªntica oficina en la plaza de Pontevedra de A Coru?a. El hombre contesta como si fuese desde la mesilla de noche de su casa.
¡ªS¨ª, ?d¨ªgame?
¡ªPresi, ?qu¨¦ tal?
Y Lendoiro respond¨ªa. Pod¨ªa haber sido para consultarle un posible fichaje ¡ª¡°no hay nada de eso¡±¡ª o preguntar por la inauguraci¨®n de una pe?a ¡ª¡°creo que es a las ocho de la tarde¡¡±¡ª. Frente a equipos cada vez m¨¢s gigantes y modernos, el D¨¦por manten¨ªa un modelo dom¨¦stico. Lleg¨® a disponer de casi 80 millones de euros de presupuesto anual, pero nunca tuvo m¨¢s de cinco empleados. El presidente cerraba la puerta con su manojo de llaves. Despu¨¦s despachaba en varios restaurantes los fichajes del equipo. Pero aquel d¨ªa lo llamaba porque en el diario en el que trabajaba abr¨ªamos en primera con la monumental deuda del Deportivo y quer¨ªamos preguntarle por ello. Noble pero peligrosa idea. Lendoiro habl¨® una hora serpenteando por una mara?a de n¨²meros mareante para un plumilla de deportes como yo. El presidente trataba de poner en valor ¡°el pasivo¡± de un club que empezaba a ver rondar a los tiburones.
La burbuja del f¨²tbol espa?ol se estaba pinchando y el D¨¦por y otros tantos clubes que se pasaron de esteroides ten¨ªan que rendir cuentas o caer en concurso de acreedores. El equipo coru?¨¦s tardar¨ªa m¨¢s a?os en hacerlo, pero su modelo de continuo redoble de la apuesta empezaba a flaquear. Encima, el ciclo vital de las estrellas se acababa. En 2005, junto a Mauro Silva, se retiraba Fran, O Neno, el one club man coru?¨¦s, sin homenajes porque hab¨ªa bronca entre ¨¦l y el presidente. Tambi¨¦n se iba el paciente Irureta. Llegaban las vacas flacas, sin Champions y por ende sin ingresos que permitiesen reducir una deuda de m¨¢s de 150 millones de euros.
Lendoiro matiza aquella arriesgada pol¨ªtica, pero no rectifica del todo: ¡°A lo mejor hubiese medido en hacer algunas cosas. Pero no en vender a nuestros mejores jugadores¡±. Cuando al fin lo hizo por necesidad, el Deportivo se desmoron¨® por su propio peso.
La ca¨ªda
Juan Carlos Valer¨®n, mundialista, campe¨®n de varios t¨ªtulos con el D¨¦por y un esp¨ªritu sensible, elige como culmen de su trayectoria de ¨¦lite un descenso. ¡°?Una escena imborrable de mi carrera? Lo tengo clar¨ªsimo: los 10 minutos posteriores al pitido final contra el Valencia en 2011. Nunca vi algo as¨ª, un equipo que bajaba a Segunda, pero que era aplaudido por la gente¡±, cuenta. Aquella noche, el canario, conmovido, ped¨ªa perd¨®n al p¨²blico y este lo ovacionaba. A ¨¦l y a los 20 a?os de gloria. Se daba paso a la peor d¨¦cada de la historia del club, pero con un apoyo jam¨¢s visto: al a?o siguiente hubo r¨¦cord de abonados en Riazor. As¨ª consigui¨® volver a Primera en una sola temporada. Pero volvi¨® a bajar. Y volvi¨® a subir. Y tras mantenerse a duras penas cuatro a?os, otra mala temporada lo aboc¨® de nuevo a Segunda. Esa d¨¦cada de padecimientos y pasi¨®n a partes iguales, de dientes de sierra y sinsabores, la representa como nadie Fernando V¨¢zquez, un profesor de ingl¨¦s de instituto que hab¨ªa entrenado a muchos clubes, pero nunca al equipo de su coraz¨®n. Lo fue a buscar Lendoiro antes de marcharse, en 2013, para intentar evitar un descenso. No lo consigui¨®, pero estuvo a punto. Ya con cierta aura de levantamuertos, lo ascendi¨® al a?o siguiente. V¨¢zquez ha entrenado al Deportivo en Primera, Segunda y Segunda B. ¡°Despu¨¦s de los descensos nunca hubo ruptura social, nunca existi¨®, es impresionante. Yo entren¨¦ al Celta y al Betis despu¨¦s de bajar y era un drama¡±, dice entusiasmado el entrenador que lleg¨® a un club en barrena.
El ¨²ltimo descenso trajo tambi¨¦n un condicionante que calafate¨® cualquier fisura entre grada, equipo y directiva. Un enemigo externo: el presidente de la Liga, Javier Tebas. El aplazamiento repentino del ¨²ltimo partido, contra el Fuenlabrada, que se present¨® en Galicia con varios positivos de coronavirus, mientras el resto de la jornada se disputaba, encendi¨® a los coru?eses. Todav¨ªa m¨¢s cuando se supo que el asesor jur¨ªdico del contrincante madrile?o era el hijo de Tebas. El deportivismo sostiene que se adulter¨® el principio de igualdad al quebrarse la unificaci¨®n de horarios en la ¨²ltima jornada. La combinaci¨®n de resultados dej¨® sin opciones al equipo de V¨¢zquez, que a¨²n hoy se solivianta cuando se le pregunta. Sentado durante la entrevista en un banquillo de Riazor, se levanta de un brinco como si fuera a protestarle al ¨¢rbitro y grita: ¡°Me siento impotente, indignado. ?Pero vamos a ver! ?Si en 1994 no se hubiera jugado la ¨²ltima jornada y no hubiera existido el penalti de Djukic, el D¨¦por hubiera sido campe¨®n de Liga!¡±. Por las calles de la ciudad se ven mascarillas con el rostro de Tebas tachado.
Con todo, pese a estar en Segunda B, la situaci¨®n no es apocal¨ªptica. En condiciones normales, un equipo con una deuda como la suya tendr¨ªa todas las papeletas para desaparecer. Pero en el momento m¨¢s cr¨ªtico, el a?o pasado, el banco local, Abanca, se hizo con la mayor¨ªa del club, un mal menor para los peque?os accionistas, sabiendo que la entidad no volver¨ªa la espalda al gran patrimonio intangible de la ciudad. De momento ha sostenido la ca¨ªda brutal de ingresos reduciendo presupuesto hasta en un 70% con respecto a los 22 millones del a?o pasado, pero con algunos sueldos muy superiores a lo normal en la categor¨ªa.
La realidad en el campo, sin embargo, es mucho m¨¢s pareja, como comprobamos este domingo frente al Coruxo y como ver¨ªamos en diciembre frente al Celta B, que ganar¨ªa 1-2 en Riazor. Yo contempl¨¦ dicho sacrilegio en el sof¨¢ de mi casa, aturdido como en un mal sue?o que se prolonga desde hace 10 a?os y en el que nos caemos desde lo m¨¢s alto de un edificio, en una trayectoria descendente, lenta y sostenida, con ef¨ªmeras alegr¨ªas que van amortiguando el impacto como si fueran los toldos de los balcones, aunque la ca¨ªda contin¨²a, no se detiene. El sue?o culmina esa tarde con la derrota contra el filial del eterno rival. Y entonces el golpe nos despierta, tirados en el asfalto. Al final, como en cualquier pesadilla, estamos vivos. Rotos, pero vivos.
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