A ver si amainan otras plagas
Jam¨¢s tienen presente la capacidad para poner remedio a las amenazas mediante la inteligencia, la ingenier¨ªa y la ciencia
Nada comparable con la plaga que padecemos, y no pretendo compararla. Sin embargo, ¨¦sta ha tra¨ªdo otras dos, muy menores, pero que se han ense?oreado de los discursos, los art¨ªculos de prensa, los programas de televisi¨®n y radio y las declaraciones de entrevistados, hasta producir una saturaci¨®n malsana. Como siempre, hablo por m¨ª, no deber¨ªa aclararlo; pero esta es una ¨¦poca tan elemental que m¨¢s vale aclararlo todo. (Me cuentan que algunas multinacionales del libro han emitido unos ¡°principios editoriales¡± que b¨¢sicamente consisten en desaconsejar que se d¨¦ a la imprenta ning¨²n texto que pueda ofender a alguien. Lo m¨¢s adecuado ser¨ªa clausurar el negocio y que nada se publicara, porque en un mundo tan hipersensible como el actual siempre habr¨¢ colectivos o individuos que quieran ofenderse por bagatelas. Si lo que se escribe y publica va a estar supeditado a las infinitas subjetividades de piel fin¨ªsima, ya digo, mejor que echemos el cierre todas.)
La primera plaga lateral (lo siento, pero ¡°colateral¡± es una mala traducci¨®n del ingl¨¦s, por mucho que la Academia la haya aceptado, como acepta ahora tantas incorrecciones y bobadas) ha sido la cursiler¨ªa, a la que demasiada gente ha dado rienda suelta en Espa?a, extra?o caso de pa¨ªs bestia dado a la melaza y al alm¨ªbar poco cre¨ªbles. Llevamos meses oyendo y leyendo lamentos por los ¡°abrazos perdidos¡±, por las ¡°sonrisas tapadas¡±, por las ¡°manos que ya no pueden cogerse¡±, por ¡°los abuelos a los que no podemos ver¡± y dem¨¢s. Probablemente muchos de esos lamentosos no abrazaban a nadie ni visitaban a los abuelos, no sonre¨ªan apenas y daban manotazos a sus maridos o mujeres cuando ¨¦stos les acariciaban la mano. Pero hay que ver lo bien que queda hoy ser sensible y sensiblero, y llamar ¡°h¨¦roe¡± a todo cristo: a los sanitarios, a los ancianos, a las cajeras, a los barrenderos¡ Enorme m¨¦rito tienen, pero no precisan de coba hiperb¨®lica. Desde marzo soportamos apelaciones enf¨¢ticas a la ¡°empat¨ªa¡±, de la que sin duda carecen ¡ªmalas sombras¡ª muchos amonestadores. Hay columnistas tan romos que nos reprochan a algunos que critiquemos tan noble concepto, sin darse cuenta de que no objetamos el concepto ¡ªfaltar¨ªa m¨¢s¡ª, sino la rid¨ªcula palabra elegida para manosearlo, y el m¨¢s est¨²pido verbo ¡°empatizar¡±, ambos calcos del ingl¨¦s de nuevo. Hasta hace unas d¨¦cadas nadie sent¨ªa ¡°empat¨ªa¡± en nuestra lengua, sino ¡°simpat¨ªa¡±, ¡°compasi¨®n¡±, ¡°piedad¡±, ¡°l¨¢stima¡±, ¡°solidaridad¡±, ¡°identificaci¨®n¡± y hasta mera ¡°pena¡± por el otro.
Siendo escritor y teniendo a la literatura por una de las mejores y m¨¢s consoladoras artes, he acabado (casi) detest¨¢ndola por culpa del empalago con que se habla de ella en este periodo infausto. Se la abarata y soba con exceso, con tanta loa edulcorada. Hay autores que no s¨¦ c¨®mo no se sonrojan de verg¨¹enza al pedir que el nuevo a?o nos traiga ¡°belleza, mucha belleza¡± (as¨ª, a bulto) y ¡°poes¨ªa, mucha poes¨ªa¡±. Santo cielo, lo ¨²nico que la mayor¨ªa desea es una vacuna, un f¨¢rmaco eficaz, que la epidemia termine y podamos volver todos a nuestros quehaceres prosaicos, que son casi todos los que nos ocupan cotidianamente, empezando por ganarse el sustento. Ha habido autoras que en sus piezas m¨¢s pol¨ªticas no reh¨²yen la canaller¨ªa, y que han osado largarnos un ternurismo sobre cu¨¢nto quer¨ªan a un gatito y lo mucho que lo cuidaron¡
La otra plaga lateral ha sido la de los cenizos, encarnados, sobre todo, en soci¨®logos, polit¨®logos, pseudocient¨ªficos (han brotado como setas) y los autodenominados fil¨®sofos. Durante toda la historia los fil¨®sofos fueron pocos: Plat¨®n, Arist¨®teles, Descartes, Kant, Hegel, Nietzsche, Hume, Dilthey, Heidegger, Kierkegaard, Wittgenstein, no muchos m¨¢s. Hoy se considera ¡°fil¨®sofo¡± cualquier profesor o aficionado a la materia. Pues bien, gran parte de estos g¨¢rrulos se han dedicado a amargarnos en dos vertientes principales: unos son los nuevos hechiceros, que, como en siglos remotos, han culpado a la humanidad de la pandemia: por sus malos h¨¢bitos, su falta de respeto a los mares, campos o animales, su vida consumista o hedonista o promiscua. Como los sacerdotes de siempre. Los otros se han regodeado en no darnos tregua, y, en medio de una calamidad planetaria, se han apresurado a anunciarnos m¨¢s, futuras y peores. Hablan con desenvoltura de ¡°la pr¨®xima plaga¡±, como si fuera cosa cierta (olvidan que hac¨ªa un siglo que no sufr¨ªamos una), y la anuncian inminente. Vaticinan innumerables cat¨¢strofes: inundaciones, incendios, terremotos y maremotos (olvidan que los ha habido siempre), calcinaci¨®n y desertizaci¨®n irreparables. Tal vez tengan raz¨®n y nos aguarde todo eso. Pero hay un visceral sadismo en darlo por hecho mientras intentamos salir de una bien gorda. Les encantan las distop¨ªas, como a tantos novelistas y guionistas burdos, y jam¨¢s tienen presente la capacidad hist¨®rica de la humanidad para poner remedio a las amenazas mediante la inteligencia, la ingenier¨ªa, la investigaci¨®n y la ciencia; a menudo para conjurarlas. S¨ª, claro que todo puede ser catacl¨ªsmico, pero ?hace falta darlo por seguro y abroncarnos por adelantado? Ojal¨¢ no dure mucho m¨¢s el coronavirus. Si se va, no desaparecer¨¢n ¡ªeso nunca¡ª, pero quiz¨¢ amainen y se calmen un poco los cursis estomagantes y los cenizos furiosos.
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