Tras la huella del 'Tigre del Maestrazgo'

Escondida en el Maestrazgo de Castell¨®n, una ciudad medieval vigila desde lo alto de una monta?a rodeada de fortificaciones y desde lo alto, con el imponente castillo que la corona. La vista desde la carretera impone y obliga a detenerse antes de entrar en Morella. Es de esos lugares de la Espa?a del interior que invitan al descanso y a disfrutar de la mejor gastronom¨ªa mientras se descubren lugares a¨²n v¨ªrgenes al turismo de masas. Morella abre sus murallas como una mujer orgullosa abre la puerta de su casa a las visitas. Porque por encima de todo, esta es una ciudad pulida donde cada rinc¨®n est¨¢ cuidado al detalle. Las coquetas tiendas, los restaurantes y tabernas invitan a entrar en una peque?a ciudad que a¨²n conserva el ADN de comerciante de tiempos pasados.

La villa tiene seis puertas de acceso, aunque la principal y la m¨¢s monumental de todas es la de San Miquel. Poco despu¨¦s de franquear la puerta, ya no hay vuelta atr¨¢s. El castillo ejerce una fuerza im¨¢n a todo el que entra en Morella y empuja a surcar el laberinto de calles conc¨¦ntricas que conduce hasta ¨¦l. El edificio, de arquitectura isl¨¢mica, sufri¨® grandes da?os durante las guerras carlistas y ha sido parcialmente restaurado.

Bajando del castillo hay que detenerse en la plaza Arciprestal. El edificio de la g¨®tica Bas¨ªlica de Santa Mar¨ªa impone, pero conviene estar avisado de que lo que guarda en el interior sorprende. No s¨®lo por el gigantesco ¨®rgano y el impresionante altar mayor, sino por la escalera de caracol que sube al coro, en yeso policromado y que es ¨²nica en su g¨¦nero.

M¨¢s all¨¢ de lo monumental, la vida diaria de Morella se articula en torno a la calle Blasco de Alag¨®n, una calle de soportales, con tiendas de productos artesanales, como las mantas morellanas, o rincones gourmet donde conseguir trufas en conserva o buenos quesos y cecinas. Es tambi¨¦n un buen lugar para tomar el aperitivo de mediod¨ªa acompa?¨¢ndolo de unas croquetas morellanas o para disfrutar del mercadillo de los domingos. Las estrechas calles empedradas van dirigiendo la visita del viajero pasando por casas solariegas, algunas reconvertidas en hoteles y otras, en locales nocturnos.

Algunas de ellas esconden historias oscuras, como la Casa de los Rovira. Cuentan los morellanos que San Vicente Ferrer se detuvo en esta casa a pedir algo de comer. La mujer, que no ten¨ªa nada en la despensa, pregunt¨® a su marido qu¨¦ pod¨ªa cocinar para el santo, al que quer¨ªa impresionar en la mesa. Cuando recibi¨® por respuesta "lo mejor que tengas", no se le ocurri¨® otra cosa que sacrificar a su ¨²nico hijo, indudablemente su bien m¨¢s preciado. Un horrorizado San Vicente Ferrer sentado a la mesa obr¨® el milagro de resucitar al ni?o.

Y es s¨®lo una de las historias de una ciudad que guarda la huella de ¨ªberos, romanos, cartagineses, y de personajes de la historia como El Cid y El Tigre del Maestrazgo, el temible sobrenombre del carlista Ram¨®n Cabrera. Antes de dejar Morella hay que alejarse para volver a verla, pero esta vez iluminada.