Calcuta, el viaje m¨¢s delirante
Tr¨¢fico embravecido en la autov¨ªa, un banquete de boda estrictamente vegetariano y visita a la casa de la Madre Teresa en la capital del estado indio de Bengala
De Madr¨¢s a Katmand¨² hay m¨¢s de 2500 kil¨®metros. Elijo la ruta que pasa por Calcuta. Todav¨ªa estoy en la India tropical. Las palmeras escoltan mi viaje. Palmeras y arrozales que espejean. Ser¨ªa delicioso si no fuera porque no me puedo distraer un momento. Se suceden los sobresaltos, los filibusteros, los que salen sin mirar, los peatones que cruzan confiados en Vishnu, los conductores que invaden mi carril, las vacas sagradas, los perros sarnosos, los camiones asesinos...
Todo el litoral del Oriente est¨¢ roto por la desembocadura de grandes r¨ªos que abren estuarios arenosos enormes. Sobre esta arena fluvial de anch¨ªsimas playas caminan las vacas hacia el agua. Afortunadamente, hay construidos largos puentes que salvan estos accidentes. De otro modo, ser¨ªa completamente imposible este viaje.
A 250 kil¨®metros de Calcuta estoy harto, hambriento, sue?o con una cerveza y un buen plato de comida caliente. Pero solo me rodea la nada y un tr¨¢fico embravecido que en la oscuridad se revela demencial, delirante, imposible. Pero estos tipos sobreviven, as¨ª que yo tambi¨¦n. Mis ojos se achinan, mi cerebro se afila, solo pienso en conducir, en esquivar, en atisbar reacciones y amenazas. Vamos ganando la partida a la muerte. Tras un par de angustiosas horas en las que estoy en trance, aparece el cartel de cien kil¨®metros. Los ¨²ltimos cien. Los m¨¢s largos. Con el tr¨¢fico m¨¢s espeso y la gente m¨¢s impaciente. Pero all¨¢ vamos, lanzados a tumba abierta hacia la famosa ciudad de la alegr¨ªa.
Chile verde para mascar
Calcuta, rebautizada como Kolkata, es enorme, la divide el r¨ªo Hugli. Tengo que cruzar un inmenso puente y pagar un peaje de 5 rupias. Localizo un hotel barato y voy a cenar a un restaurante donde sirven cerveza. Me atiende un camarero grande, de pelo corto y cortado a cepillo, con aspecto limpio y pulcro. Parece casi alem¨¢n. Acierto al pensar que es cat¨®lico, "cat¨®lico romano y no sirio", precisa, porque hay una antigua y numerosa comunidad de sirios en los Ghats Occidentales; he visto sus iglesias en la ruta de Mangalores a Bangalore. Es anglo indio, descendiente de los brit¨¢nicos que dejaron el pa¨ªs en 1947. Adora a la madre Teresa. "Todos la adoraban, era muy sencilla."
La comida que me sirve arde. Protesto, pero contesta sonriendo que ¨¦l adora el picante, que masca chile verde. Lo dice con orgullo, como si fuera un signo de virilidad, como si eso lo hiciera diferente. ?Diferente a qui¨¦n? Todos aqu¨ª aman el picante. El picante y el az¨²car. Al final de toda comida, sirven granos de an¨ªs. En los buenos establecimientos est¨¢n recubiertos de az¨²car. En los mejores, lo que se sirve son los granos secos y pedruscos de az¨²car cristalizada. Se meten grandes pu?ados en la boca y los mastican con los dientes que les quedan. Entre esta dieta, el tabaco de mascar y el betel, no se puede decir que las dentaduras que me rodean sean las m¨¢s perfectas de planeta.
En la mesa de enfrente hay un grupo de j¨®venes indios. Su acento revela que son de la di¨¢spora. Son segunda o tercera generaci¨®n nacida en Estados Unidos. Ademanes yanquis pretendidamente cool. Me dan algo de l¨¢stima. En Am¨¦rica son solo indios, en la India resultan algo necios en sus gestos importados e impostados. Me miran de soslayo. Ellos tambi¨¦n observan al raro esp¨¦cimen. Una piel blanca es siempre llamativa. De hecho es mi mejor pasaporte. Entro en cualquier sitio sin dar explicaciones. No me cachean ni me registran. Soy un "mister" y eso es suficiente.
El porqu¨¦ de las bodas bengal¨ªes
Vuelvo al hotel algo embriagado de cerveza Kingfisher y me pongo a pelar la pava con el recepcionista, un tipo de unos treinta a?os y cara espabilada. Hablamos sobre las bodas bengal¨ªes pues en mi pasillo est¨¢n alojados los ruidosos invitados de una. Me informa de que la celebraci¨®n dura doce horas por lo menos.
- Menuda fiesta- comento-, se pondr¨¢n morados.
- Oh, no se?or- explica casi con horror-. Durante ese tiempo los novios no pueden comer ni beber. Despu¨¦s de esas doce horas est¨¢n autorizados a tomar una comida completamente vegetariana, y ya entonces pueden tener sexo. Es duro, pero casarse es el ¨²nico modo de tener sexo. Calcuta es una ciudad muy conservadora. Si una pareja se besa por la calle la polic¨ªa le puede poner una multa. Esas cosas solo se pueden hacer en Mumbay o en Deli.
Recuerdo las escenas de efusivo afecto vistas en el paseo mar¨ªtimo de Bombay, donde se citan las parejas j¨®venes, y convengo con ¨¦l en que eso es impensable en el resto de este raro pa¨ªs de tradiciones ancestrales y desbocada ansia por el consumo de juguetes modernos.
Al amanecer descubro que mi calle, Shambu nath Pandit, es un retrato perfecto de Calcuta. En doscientos metros tengo todo lo que esta ciudad puede ofrecer: gente durmiendo en el suelo, bellos edificios coloniales, comercios, restaurantes, un mercado de fruta, pasteler¨ªas, templos y tr¨¢fico. Es un caos. No me hace falta moverme de aqu¨ª. Puedo ver la ciudad entera con solo salir a la puerta del hotel. Adem¨¢s, cerca tengo el parque de los ciudadanos y el monumento a la reina Victoria. Es un magn¨ªfico pulm¨®n dentro de este caos polucionado. El palacio blanco se refleja en las aguas del estanque y la impresi¨®n es de decorado virtual de tan perfecto como resulta.
La casa de la madre Teresa
La casa de las Hermanas de la Caridad es un modesto edificio al que se accede por un estrecho callej¨®n. Dentro hay un patio peque?o y una sala donde est¨¢ la tumba de la madre Teresa, un rect¨¢ngulo de m¨¢rmol blanco de extrema sencillez. Un cartel advierte de que se est¨¢ entrando en un lugar sagrado y que hay que descalzarse, pero m¨¢s abajo han a?adido otro que informa que se han producido robos de zapatos y que es mejor que nadie se los quite.
El aviso me causa una impresi¨®n contradictoria. Hay que ser mam¨®n para robar aqu¨ª, pero tambi¨¦n hay que estar muy necesitado para robar calzado usado. En cualquier caso, a grandes males grandes remedios. Por muy sagrado que sea el suelo, las caritativas hermanas han reconocido que no se profana un lugar por traer polvo y microbios de la calle, sino por otro tipo de miasmas quiz¨¢ de car¨¢cter m¨¢s moral.
Me recuerda esta sabia decisi¨®n a la no menos sabia contestaci¨®n que dio Di¨®genes de S¨ªnope, el c¨ªnico que viv¨ªa en un tonel ateniense, el d¨ªa que le reprocharon que un filosofo como ¨¦l frecuentara los burdeles. "Tambi¨¦n el sol visita las letrinas y no se mancha."
Miquel Silvestre (Twitter: @miquelsilvestre) acaba de publicar el libro de viajes en moto 'Europa Lowcost sin dejar de trabajar' (Editorial Comanegra) y es autor del blog La ruta de los exploradores olvidados.
Gu¨ªa
? Victoria Memorial Garden (Casa Madre Teresa ?Bose Road, 54 A). Telf.: ?+91 33 2452277?. www.victoriamemorial-cal.org
Dormir
? Hotel Viterrace International (Shambu Nath Pandit Street, Sarat Bose Road 700020, Calcuta).
Comer
? Restaurante Lazeez (Shambu Nath Pandit St., Calcuta). Telf.:? ?+91 33 2223 3254 ??
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.