Punto de fuga en Alfama
Visita al peculiar Tejo Bar, retrato del alma lisboeta: popular y tradicional, evasiva y golfa
El Tejo Bar es una irrupci¨®n jubilosa e irrevocable en el tranquilo barrio de la Alfama. Territorio de artistas, de fadistas en busca de una oportunidad, de turistas que se han perdido, de amigos que hace tiempo que no se ven o de los que se ven todos los d¨ªas, de estudiantes Erasmus en Lisboa, de insomnes o aficionados al insomnio y, sobre todo, de conversadores empe?ados en algo as¨ª como reinventar el concepto de la tertulia como esperanza revolucionaria. Gracias a todo este reparto el Tejo Bar se ha ido convertido en uno de los lugares ic¨®nicos de ese ritmo particular que tiene la ciudad de Lisboa.
Y es que pocos lugares describen mejor que el Tejo Bar el alma duplicada de la capital portuguesa: su cara popular y tradicional y su conciencia evasiva y golfa, combinaci¨®n que ha funcionado como si fuera la f¨®rmula de la Coca Cola para crear en Lisboa una de las noches m¨¢s sorprendentes y con m¨¢s gancho en toda Europa.
En cualquier itinerario noct¨¢mbulo que se precie por Lisboa, hartos ya de bacalao, con los tranv¨ªas sin circular hasta el d¨ªa siguiente, no habr¨¢ ruta nocturna que se quede completa sin que uno ¨Cal menos- se asome al umbral del Tejo Bar, local sin fachada prevista, caracter¨ªstica de la Alfama: precaria y robusta al mismo tiempo, con una peque?a etiqueta en la puerta donde est¨¢ escrito el nombre del bar y un ventanal a la altura de la calle donde suele haber una maceta con flores.
Coraz¨®n de la Alfama
El Tejo Bar colinda con la iglesia de Santo Est¨ºv?o y se asienta en una esquina de Beco do Vig¨¢rio, al lado de un parque infantil con suelo de goma sint¨¦tica, en el coraz¨®n mismo de la Alfama. Pareciera que el bar tiene un im¨¢n con el divagador: resulta casi imposible no terminar en el Tejo Bar si uno se desorienta en la Alfama y decide caminar sin rumbo por sus callejuelas.
Fue en el a?o 2000 cuando abri¨® sus puertas casi por mera casualidad. No pod¨ªa ser de otra forma. Fue el pintor brasile?o Jorge Amaral do Oliveira, conocido por todos como Man¨¦ do Caf¨¦, quien se hizo cargo del establecimiento despu¨¦s de que otra pintora se lo cediera. Lo importante era que la casa no perdiera su esp¨ªritu cultural y que las exposiciones ya programadas no se cayeran. Man¨¦ solo necesit¨® saber que el bar no daba p¨¦rdidas, ¡°la casa no daba lucro, pero se pagaba¡±. Y as¨ª se hizo cargo del proyecto.
Se podr¨ªa decir que fue ah¨ª cuando el propio Tejo Bar comenz¨® a buscar su identidad. Comenz¨® siendo un bar en territorio de nadie, donde Man¨¦ se iba a pintar y cuando llegaba un cliente pidiendo una cerveza le dec¨ªa que se sirviera ¨¦l mismo; ¡°si no sabes, aprende¡±, sol¨ªa decir sin levantar la mirada del cuadro en el que trabajaba. Puso un cesto en la barra para que le gente pagara las consumiciones, un cesto que estuvo indeleble en ese sitio durante a?os y donde ¡°hab¨ªa quien quitaba algunas monedas en vez de ponerlas¡±.
Libertad y espontaneidad
Ese esp¨ªritu espont¨¢neo cuaj¨® y el Tejo Bar fue convirti¨¦ndose en un mito sencillo, pero mito al fin y al cabo. Casi todos los que lo descubr¨ªan ¨Cya fuera por casualidad o por recomendaci¨®n- ten¨ªan la necesidad de pasar la voz r¨¢pidamente. Esto ha hecho del Tejo Bar un lugar de peregrinaci¨®n de bohemios de cualquier parte del mundo.
Seguramente, lo que m¨¢s sigue enganchando del bar es su eminente esp¨ªritu libre, donde cualquiera que llega puede comenzar a tocar los instrumentos que han sido acumulados durante a?os en el bar o comenzar a dibujar y despu¨¦s ofrecer su dibujo como decoraci¨®n. Algunas mesas tienen tableros de ajedrez dibujados y muchos de los clientes se desentienden de las conversaciones de unos, de los c¨¢nticos de otros o de los silencios de los que leen o escriben, y se concentran en su propia partida.
Cualquier manifestaci¨®n art¨ªstica, ya sea tocar la guitarra o el viol¨ªn, cantar un fado o recitar un poema, es bien recibida por el personal. El ¨²nico requisito es aplaudir frotando las manos, as¨ª no se hace ruido y se evitan las quejas de los vecinos. Man¨¦ invent¨® una historia absolutamente melanc¨®lica para conseguir de sus clientes - los nuevos y los viejos- este aplauso marca de la casa: contaba que la vecina de arriba era una actriz fracasada del Parque Mayer y que sufr¨ªa al sentir el ¨¦xito de los otros. Nadie sab¨ªa si era verdad o mentira, pero todos los que pasan por el bar siguen haci¨¦ndose cargo de su tristeza.
Antes de que Man¨¦ volviera a R¨ªo de Janeiro hace un par de a?os, el local ten¨ªa una liturgia impecable, casi como una misa. Como colof¨®n a la abigarrada noche del Tejo Bar, en la que cada uno marca su propio ritmo y las relaciones personales que acontecen marcan todo lo dem¨¢s, Man¨¦ entregaba un hoja ya muy usada con la letra de canci¨®n Fa?amos, Vamos Amar, de Cole Porter, versionada por Carlos Ren¨®, y era cantada muy bajita, casi susurrada, por todos los asistentes.
Man¨¦ do Caf¨¦ es muy a?orado en la Alfama. Sin embargo, su esp¨ªritu sigue vivo ya que el Tejo Bar sigue siendo regentado por sus antiguos colaboradores y amigos, con su mismo sentido l¨²dico y evocador, sin faltar a su calendario continuado de exposiciones. El bar est¨¢ lleno de fotograf¨ªas, dibujos y pinturas (de Man¨¦ y de tantos otros), de instrumentos musicales y de historias y recuerdos que se cuentan y se reinventan noche s¨ª y noche tambi¨¦n. Aunque, seguramente, tal y como escribi¨® en el Correio da Manha la periodista Dina Gusmao, lo m¨¢s importante que ha legado el Tejo Bar a la ciudad de Lisboa ha sido conseguir que renazca el "esp¨ªritu de la tertulia en la Alfama¡±.
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