El lago m¨¢s azul de Nueva Zelanda
Desde una peque?a capilla panor¨¢mica a orillas del Tekapo hasta la cima del monte Cook
Sabemos que el sol es amarillo, las nubes blancas y los lagos azules. Al menos as¨ª los pintamos de ni?os, pues as¨ª es como nos dicen que es. Al crecer vemos el sol de un blanco cegador, sabemos que hay masas grises y negras en el cielo y las balsas de agua tiran m¨¢s bien a parduscas. Pero no en Nueva Zelanda, ese territorio verde moteado de manchas azules con lagos dignos de la imaginaci¨®n de un ni?o. Del turquesa m¨¢s propio de un plastidecor al de las aguas m¨¢s cristalinas del mundo, este pa¨ªs alberga m¨¢s de 4.000 lagos; cada cual puede encontrar el suyo.
Nosotros nos quedamos con el Tekapo, una de esas lagunas de ensue?o en la isla sur neozelandesa. No es el m¨¢s grande, ni el m¨¢s importante, pero s¨ª el m¨¢s azul que jam¨¢s hayamos visto. Y adem¨¢s, rodeado de lugares interesantes. Porque es cierto que a todos nos emociona encontrar un lugar que te transporte a una escena de dibujos animados, pero tampoco te vas a quedar mir¨¢ndolo tres d¨ªas seguidos. Las fotos de postal son para dejarlas en casa, cuando est¨¢s en un lugar-postal el cuerpo te pide recorrerlo.
La primera parada a orillas del lago Tekapo es una peque?a capilla, la iglesia del Buen Pastor, que data de 1935. Desde luego, este templo hace que los fieles sean conscientes de que lo que Dios cre¨® tiene mucho m¨¦rito. Porque justo detr¨¢s del altar y del sacerdote que oficia la misa hay una cristalera que permite contemplar, desde los bancos de los fieles, una panor¨¢mica del lago con las monta?as nevadas de fondo. Lo azulado de su reflejo se debe al derretimiento de los glaciares colindantes: son los minerales, al resbalar desde las monta?as, los que le dan ese color turquesa que reluce con el sol, pero que resalta m¨¢s si cabe en un d¨ªa nublado.
Subiendo una monta?a de las que rodean al lago llegamos al observatorio astron¨®mico Mt. John, o lo que es lo mismo, la estaci¨®n que Estados Unidos construy¨® para tener una visi¨®n del cielo nocturno lo m¨¢s al sur posible del planeta sin necesidad de perforar el suelo de la Ant¨¢rtida. Como el Tekapo est¨¢ en medio de la nada, que dir¨ªa uno de ciudad, no cost¨® demasaido sacar adelante una ley que obliga a reducir al m¨ªnimo toda contaminaci¨®n lum¨ªnica en 50 kil¨®metros a la redonda.
As¨ª se cre¨® esta reserva de cielo oscuro, algo similar a lo que ocurre en la isla de La Palma. El acceso a la sinuosa carretera que lleva al observatorio queda cortado a las cinco de la tarde. Solo se permite subir a la contemplaci¨®n nocturna en un autocar para que los faros de los coches no molesten. Y una vez arriba se ve la puesta de sol, tantas estrellas como pueden acaparar los ojos y con suerte, una aurora austral.
Aunque tomar un caf¨¦ en el bar del observatorio no baje de cuatro d¨®lares, merece la pena. La panor¨¢mica es de las que quitan el aliento. Y es que para darle la puntilla al paisaje ah¨ª est¨¢ el pico m¨¢s alto del pa¨ªs, con 3.754 metros. Los maor¨ªes lo conocen como Aoraki; los colonos lo bautizaron como monte Cook. Bordeando la orilla oeste de este enorme lago discurre la carretera que lleva al parque nacional del mismo nombre, repleto de rutas de senderismo desde las que observar o escalar esta monta?a de nombre compuesto.
Sin ser una cima complicada para quien posea experiencia en monta?a, su mero nombre desata fervor entre los neozelandeses, que no se cansan de repetir la misma an¨¦cdota una y otra vez. En un pa¨ªs cuyos billetes lucen la cara de Edmund Hillary, el primero ¨Cjunto a Tenzing Norgay- en subir al Everest y volver para contarlo, la historia de los primeros monta?eros que hicieron cumbre en su monta?a m¨¢s alta es recurrente.
No se le hac¨ªa mucho caso al Aoraki all¨¢ por el siglo XIX, tanto por su dificultad como por lo autodidacta de los escaladores neozelandeses de la ¨¦poca. Hubo algunos intentos a finales de siglo, pero ninguno alcanz¨® la cima. Un monta?ero estadounidense que despu¨¦s ser¨ªa el primero en conquistar el Aconcagua, Edward FitzGerald, lleg¨® entonces a Nueva Zelanda para hacerse con el triunfo. Pero en un arrebato de "este extranjero viene aqu¨ª a quitarnos nuestras monta?as", un grupo de tres neozelandeses con poca experiencia y vestidos con traje, corbata y zapatos con clavos, como era costumbre en la ¨¦poca, se le adelantaron y tras varios intentos coronaron la cima. Fue el d¨ªa de Navidad de 1894. El honor no se toma vacaciones.
Pero despu¨¦s de perderse por el parque nacional y su centro de interpretaci¨®n (imprescindible para alucinar con las fotos antiguas de las pintas que gastaban los monta?eros del siglo XIX), a¨²n hay m¨¢s. Porque unos kil¨®metros al sudeste se encuentra el lago Pukaki, a¨²n m¨¢s grande que el Tekapo, y tambi¨¦n turquesa por esos peque?¨ªsimos fragmentos de roca que erosionaron los glaciares y que han acabado en el agua. Otro ejemplo, humanos, de que la palabra azul se queda corta para definir un color.
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