El diente de megalod¨®n en Londres
Divertido aprendizaje en una visita con ni?os a tres grandes museos de la capital brit¨¢nica
Londres, refugio de millonarios de todo el mundo, se ha convertido en una ciudad poco menos que prohibitiva para el resto. Sin embargo, visitarla sigue siendo apasionante, y hay museos que pueden gustar a ni?os y adultos por igual¡ y cuyo precio lo decide uno mismo, en forma de aportaci¨®n voluntaria. Tambi¨¦n el tiempo de visita. En mi caso, poco m¨¢s de una hora por museo, aunque en cada uno se podr¨ªan emplear semanas. Ir con ni?os limita el tiempo de visita si uno no quiere acordarse de la pel¨ªcula Rebeli¨®n a bordo.
Diplodocus Dippy
El edificio del Museo de Historia Natural es una joya del siglo XIX (con ampliaciones posteriores): techos alt¨ªsimos, vidrieras, columnas, esculturas¡ En el inmenso recibidor aguarda Dippy, la famosa r¨¦plica de tama?o natural del esqueleto de un diplodocus, exhibida desde 1905.
En la galer¨ªa de los dinosaurios, inigualable, vemos, a ras de suelo, y desde una pasarela, triceratops, iguanadones, un velocirraptor que se mueve¡ Me detengo ante la mand¨ªbula del primer tiranosaurio encontrado (en 1900, en Indiana) y leo algunos datos. Dientes afilados como cuchillos de carnicero, mand¨ªbulas ocho veces m¨¢s fuertes que las de un le¨®n, podr¨ªa tragarse a una persona de un bocado. En penumbra, una reproducci¨®n del angelito se mueve y ruge. Sus bracitos subdesarrollados y su malvada mirada me dan miedo. La galer¨ªa de los mam¨ªferos, disecados en vitrinas, es tambi¨¦n impresionante. Me hace gracia el jergo, una especie de rat¨®n con zancos, y un grizzly de pie, en actitud agresiva, de enorme cabeza, me prepara para ver la pel¨ªcula El renacido. Aunque para enormes, la reproducci¨®n de una ballena azul, y el esqueleto aut¨¦ntico, de 10 toneladas m¨¦tricas de peso. Tambi¨¦n, a su escala, el f¨®sil de un diente de megalod¨®n, como una mano de grande. El extinto megalod¨®n (¡°diente gigante¡±) fue el tibur¨®n m¨¢s grande que jam¨¢s haya existido. Vemos tambi¨¦n minerales, y la sala de Biolog¨ªa Humana, con explicaciones sobre el ADN, el cerebro, la procreaci¨®n¡ Nos asombran los trucos ¨®pticos, los ejemplos que ilustran c¨®mo el cerebro enga?a al ojo. Pero si se trata de re¨ªrse m¨¢s que de aprender, hay que pararse ante los espejos deformantes. Aunque la risa puede f¨¢cilmente transformarse en dudas: ?c¨®mo somos en realidad? ?C¨®mo nos ven los dem¨¢s?
Presto mi cuaderno a mis acompa?antes, cuatro ni?os de entre 9 y 11 a?os, y les pido que apunten lo que m¨¢s les ha gustado. Esta es la lista: el diente de megalod¨®n; Human Biology y dinosaurios; Human Biology; el diente de megalod¨®n y los dinosaurios. Empate.
Coches y cohetes
Gu¨ªa
Informaci¨®n
? Natural History Museum (www.nhm.ac.uk). Cromwell Road. London SW7 5BD. Metro: South Kensington.
? Science Museum (www.sciencemuseum.org.uk). Exhibition Road. London, SW7 2DD. Metro: South Kensington.
? British Museum (www.britishmuseum.org). Great Russell Street. London, WC1B 3DG. Metro: Tottenham Court Road o Holborn.
El Museo de la Ciencia, pegado al de Historia Natural (otra ventaja en una ciudad inabarcable), se inau?gur¨® en 1857, aprovechando objetos de la Exposici¨®n Universal de Londres, aunque su actual ubicaci¨®n data de 1928. Alberga m¨¢s de 300.000 objetos, entre ellos el primer tel¨¦fono, de Graham Bell, un telescopio de Galileo, la primera locomotora o el m¨®dulo de mandos del Apolo X, que me recuerda a R2-D2. Paseamos entre coches, aviones e hidroaviones, cohetes, sat¨¦lites, astronautas, las primeras m¨¢quinas de la Revoluci¨®n Industrial. Dedico un rato al m¨ªtico Ford T de 1916, cuya producci¨®n en cadena abarat¨® los autom¨®viles. Un biplano de la IGM, de 1918, flota en el aire sostenido por cables. Me devuelven la libreta con esta lista: el coche antiguo de Ford; avi¨®n de la guerra mundial; cohetes; la locomotora de tren. Empate, aunque con diversidad de opiniones.
La leona herida
Caminamos hacia el British, tambi¨¦n apasionante, desmesurado y gratuito. Atravesamos Hyde Park, donde, para mi desilusi¨®n, no veo ninguna ardilla. Pasamos por Picadilly Circus, con sus neones y autobuses rojos. Nos metemos en el peque?o barrio chino del Soho, apenas dos callecitas llenas de dragones, faroles y restaurantitos con patos colgando en los escaparates. Elegimos uno cualquiera, y mientras comemos rollitos, arroz y pato a la pekinesa, vemos c¨®mo se desatan el viento y la lluvia, lo que hace que nuestra comida nos guste a¨²n m¨¢s. Amaina. Otro paseo, esta vez m¨¢s corto, y llegamos al apabullante British, orgullo brit¨¢nico desde el siglo XVIII, aunque el edificio actual es del XIX.
Vemos momias y sarc¨®fagos egipcios, incluidos el hombre de Gebel¨¦n, predin¨¢stico y momificado por la arena, la sequedad y el calor, y Cleopatra de Tebas (siglo y medio posterior a la de Julio C¨¦sar y Marco Antonio), los relieves asirios, con las cacer¨ªas de leones, el le¨®n vomitando sangre, la leona herida, las puertas de Balawat, la piedra de Rosetta, la armadura de un samur¨¢i, las esculturas del Parten¨®n, los enormes t¨®tems de madera de indios norteamericanos en el patio, la sala azteca, con pocas pero extraordinarias piezas, tambi¨¦n alguna maya¡ Adem¨¢s de las m¨¢scaras, hay un cuchillo sacrificial tan precioso como terrible, con mango de madera tallada con la figura de un guerrero-¨¢guila sentado, que con los brazos sostiene la hoja de obsidiana. Tambi¨¦n destaca por su belleza lo que se cree un tocado, formado por una serpiente de mosaico de turquesa de dos cabezas.
Cuando mis cuatro j¨®venes acompa?antes empiezan a cansarse, salimos. Les tiendo la libreta y un bol¨ªgrafo. El se?or que se enterr¨® y tiene los m¨²sculos; los asirios; la piedra de Rosetta, las momias, los asirios, los indios; asirios, egipcios y japoneses. Variedad con victoria asiria. Los asirios, un pueblo que se impon¨ªa por el terror, cegaba a los prisioneros, castigo representado en alguno de los relieves. Una crueldad que se hace a¨²n m¨¢s evidente en una ciudad y unos museos que acumulan tant¨ªsima belleza, apta para todos los p¨²blicos.
Mart¨ªn Casariego es autor de la novela El juego sigue sin m¨ª (Siruela).
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