El paisaje m¨¢s alucinante de Brasil
Lagunas turquesas de agua de lluvia y arena blanca. Excursi¨®n a los Len?¨®is Maranhenses, un formidable ecosistema al noreste de Brasil
Everaldo, el gu¨ªa, me despert¨® suavemente a las tres de la madrugada. Salt¨¦ de la hamaca mareado de sue?o, recog¨ª la mochila, sal¨ª de la choza donde se quedaron durmiendo 15 turistas m¨¢s. El madrug¨®n, el zumbido del viento y un cielo estrellado como no ve¨ªa desde algunas noches de la infancia volv¨ªan todo irreal. Me pregunt¨¦ qu¨¦ hac¨ªa all¨ª, tan lejos de cualquier parte. Tomamos un caf¨¦ y un trozo de pan en un galp¨®n de madera iluminado con un fluorescente moribundo alimentado por un generador. A la luz de una linterna, el gu¨ªa examin¨® luego algo preocupado mis pies, doloridos por la caminata en chanclas del d¨ªa anterior. Ten¨ªamos por delante otros 20 kil¨®metros de marcha por la arena. Me recomend¨® ponerme solo calcetines y salvar las zonas h¨²medas para mantenerlos secos a fin de evitar ampollas. Me asust¨¦ con lo de las ampollas, con un temor tambi¨¦n un poco infantil que ven¨ªa del mismo lugar (de la misma ¨¦poca) que los recuerdos de cielos profusamente estrellados. La ruta requer¨ªa atravesar algunos arroyos y varios brazos no muy profundos de ciertas lagunas, pero Everaldo me prometi¨® que ser¨ªan pocos. Caminar¨ªamos sobre todo, dijo, por la cresta de las dunas. As¨ª no me saldr¨ªan ampollas, asegur¨®. Yo, que en ese preciso momento hab¨ªa vuelto a tener 10 o 12 a?os, le cre¨ª.
Metimos una botella de agua en la mochila y algo para comer. Partimos. Si quer¨ªamos estar en Barreirinhas, la localidad de la que sal¨ªa mi autob¨²s, antes del mediod¨ªa, deb¨ªamos ponernos en marcha ya. A partir de las doce, me hab¨ªa advertido Everaldo la noche anterior, el sol se volver¨ªa demasiado peligroso para caminar por el desierto. A esa hora, en esas latitudes casi ecuatoriales, era conveniente estar ya a la sombra.
Ser¨ªan las 3.30 cuando dejamos atr¨¢s el rancho y el peque?o oasis de Baixa Grande donde hab¨ªamos dormido y que constitu¨ªa la vivienda de uno de los contados habitantes de esa zona, que se ganaba ahora unos reales alojando turistas y d¨¢ndoles de cenar, de desayunar y surti¨¦ndoles de provisiones b¨¢sicas. Mir¨¦ por ¨²ltima vez mientras nos alej¨¢bamos el pozo al lado de la entrada de la casa principal, el dep¨®sito de agua encaramado a un armaz¨®n de madera, el corral de los cerdos, el punto de luz del fluorescente, el aspecto general de rancho de pel¨ªcula del Oeste.
Llev¨¢bamos andados 200 metros cuando encend¨ª de un impulso natural la linterna: el haz de luz golpe¨® fantasmalmente contra las paredes de las dunas m¨¢s cercanas. Everaldo me toc¨® en el hombro:
¡ªEs mejor sin linterna.
Le obedec¨ª. Era cierto. Una extra?a luminosidad nocturna, que supuse ¡ªsin ninguna certidumbre¡ª proced¨ªa de las estrellas, reverberaba en el suelo de arena que pis¨¢bamos y permit¨ªa adivinar mejor el entorno. Nos rodeaban kil¨®metros de una arena que parec¨ªa iluminada muy levemente desde dentro. No s¨¦ explicarlo mejor.
Hab¨ªa llegado al parque nacional de los Len?¨®is Maranhenses, en el Estado brasile?o de Maranh?o, al norte de Brasil, el d¨ªa anterior. Len?oes significa s¨¢banas en portugu¨¦s, y quien le puso ese nombre lo hizo, supongo, porque las extensiones casi infinitas de arena blanqu¨ªsima que conforman el paisaje les recordaron las s¨¢banas estiradas primorosamente en una cama reci¨¦n hecha. Entre la repetici¨®n de dunas se suceden lagunas de color azul turquesa o verde esmeralda. Hay centenares de lagunas diseminadas sin ning¨²n orden m¨¢s all¨¢ de los caprichos de la geograf¨ªa. Algunas son grandes como campos de f¨²tbol, otras peque?as como piscinas de chal¨¦s. Algunas presentan tres metros de profundidad en el centro, unas pocas tienen peces y otras hasta tortugas. Todas se alimentan exclusivamente del agua dulce de la lluvia de la estaci¨®n h¨²meda, que termina en marzo, y m¨¢s de un excursionista perdido en esos arenales infinitos ha podido sobrevivir varios d¨ªas bebiendo en ellas.
Todo esto, ya digo, lo hab¨ªa contemplado, boquiabierto, el d¨ªa anterior en la caminata de ida, desde la localidad de Atins, en el extremo norte del parque, en la orilla del r¨ªo Pregui?a, hasta Baixada Grande, en el interior. Entonces nos hab¨ªa acompa?ado a dos amigos y a m¨ª otro gu¨ªa, Cleyton, que nos explic¨® que hab¨ªa cambiado hac¨ªa a?os su trabajo de programador inform¨¢tico por el de gu¨ªa tur¨ªstico y que no hab¨ªa d¨ªa en que no se alegrara de haber tomado esa decisi¨®n. Para llegar a Atins desde Barreirinhas tomamos una lancha a motor que nos llev¨® r¨ªo arriba por un paisaje de vegetaci¨®n ribere?a exuberante durante 45 minutos. Me atrajo una de las historias que Cleyton nos cont¨® mientras remont¨¢bamos el Pregui?a: en la d¨¦cada de los cincuenta, los pescadores de Barreirinhas, que entonces se desplazaban en canoas y barcas de remos, para ganar un par de horas en llegar al mar abrieron, a base de ensanchar el cauce y cortar ra¨ªces y ramas, una nueva ruta en el r¨ªo, precisamente la que nosotros utiliz¨¢bamos en ese momento. En la empresa participaron m¨¢s de cien pescadores y tardaron varios a?os en conseguirlo. Pero lo hicieron. Pens¨¦ que, si fuera brasile?o, me habr¨ªa gustado escribir sobre esos cien hombres que le ganaron juntos la partida al r¨ªo. Tambi¨¦n pens¨¦ que probablemente nadie escribir¨¢ esa novela jam¨¢s.
Azules y verdes perfectos
El parque, del tama?o de tres veces la ciudad de Madrid, fue descubierto para el mundo en la d¨¦cada de los a?os setenta en una expedici¨®n de ingenieros de Petrobras que buscaba yacimientos petrol¨ªferos por esta zona despoblada y pobre de Brasil. Comprobaron que a lo largo de 50 kil¨®metros de l¨ªnea costera, m¨¢s all¨¢ de la playa, se extend¨ªa un aut¨¦ntico oc¨¦ano de dunas que pod¨ªan llegar a la altura de un edificio de tres plantas. Las cadenas de dunas se internaban m¨¢s de 20 kil¨®metros tierra adentro. A lo largo de cientos de miles de a?os, el ciclo continuo e invariable de arena, viento y sedimentos depositados por el delta del Pregui?a hab¨ªa formado ese paisaje alucinado. La extra?a composici¨®n caliza del suelo de ese desierto impide que el agua de la lluvia se filtre y posibilita el milagro: lagunas de un perfecto azul o verde en una sucesi¨®n invariable de monta?as de arena del color de la nata. En 1981 fue declarado parque nacional por el Gobierno brasile?o y se prohibi¨® cualquier tipo de construcci¨®n en su interior.
Sin embargo, desde hac¨ªa muchos a?os, antes incluso que los ingenieros de Petrobras llegaran a la zona, habitaban la zona un pu?ado de familias que sobreviv¨ªan en los oasis esparcidos por las dunas, subsistiendo gracias a los reba?os de cabras que dejaban sueltas por el desierto, al agua que extra¨ªan del pozo, a los cerdos y gallinas que criaban en sus ranchos y a los peces que pescaban en el mar y en las lagunas.
Mi gu¨ªa, Everaldo Garc¨ªa dos Santos, de 45 a?os, con tres hijos y un nieto a punto de nacer, pertenec¨ªa a una de esas familias. ?l hab¨ªa nacido en los Len?¨®is Maranhenses. Y su madre. Y sus abuelos. Aprendi¨® a orientarse caminando entre las dunas, buscando reba?os de cabras extraviadas en la arena. Antes que para los turistas, los miembros de su familia trabajaron de gu¨ªas para los habitantes de Barrei?rinhas que, para ahorrarse jornadas de viaje por el sur del Estado, atravesaban el desierto a caballo a fin de llegar a la localidad de Santo Amaro y de ah¨ª encaminarse a la capital, S?o Lu¨ªs.
Todo eso me lo hab¨ªa contado Cleyton, el exinform¨¢tico, el d¨ªa anterior, cuando yo le expliqu¨¦ que ten¨ªa que volver a Barreirinhas para tomar un autob¨²s.
Por eso Everaldo, insist¨ªa Cleyton, es el mejor gu¨ªa del parque: ¡°Porque naci¨® aqu¨ª¡±.
Yo me acordaba de eso mientras ve¨ªa a Everaldo caminar a mi lado en silencio a la luz ambigua del amanecer. Hab¨ªamos hecho ya m¨¢s de dos horas y media de marcha a oscuras y en silencio. A ¨¦l no le gustaba hablar mucho y a m¨ª tampoco. As¨ª que solo se o¨ªa el ruido del viento y el repetitivo e hipnotizante chancleteo algo arrastrado de las havaianas de Everaldo. ?l s¨ª estaba acostumbrado a caminar muchas horas sobre la arena con chanclas, el calzado ideal para ese suelo. ?l no necesitaba ir en calcetines como yo. Por cierto: los calcetines solo eran para evitar rozaduras, ya que el viento enfriaba la superficie de las dunas de manera que, incluso con el sol en el c¨¦nit, no quemaba.
Ante el arranque de una duna, Everaldo se detuvo y se?al¨® unas huellas que se me antojaron diminutas:
¡ªUn zorro.
Me cont¨® entonces que por la noche los animales del desierto, zorros, serpientes, peque?os roedores, sal¨ªan de sus madrigueras en busca de comida, persigui¨¦ndose a oscuras unos a otros en ese ecosistema cerrado. Despu¨¦s, en cuanto volv¨ªa el sol y el calor, tend¨ªan de nuevo a ocultarse. Como nosotros. Como todos.
Amaneci¨®. Avanz¨¢bamos por torreones de arena que pis¨¢bamos hundi¨¦ndonos hasta casi la rodilla. Otras veces camin¨¢bamos, tal y como ¨¦l me prometi¨®, por la cresta dura de las dunas, desde donde avist¨¢bamos kil¨®metros y kil¨®metros id¨¦nticos de m¨¢s dunas blancas y lagos azules, en una repetici¨®n mareante y obsesiva. Me ser¨¢ dif¨ªcil contemplar alguna otra vez en mi vida una desolaci¨®n tan hermosa. A veces encontr¨¢bamos lagunas desecadas. Otras veces atraves¨¢bamos oasis invadidos por la arena, con esqueletos momificados de ¨¢rboles de madera gris y como metalizada, pulida y suav¨ªsima por el trabajo de carpintero del viento y la arena a lo largo de decenas de a?os. Hab¨ªa tambi¨¦n lagunas casi sin agua en las que crec¨ªan unos arbustos extra?os y unas flores rojas que unas cabras asustadizas provenientes de la nada mordisqueaban como sin ganas. A las diez de la ma?ana rompi¨® a llover torrencialmente durante unos minutos. Me asombr¨¦ al ver que todo el paisaje perd¨ªa por un tiempo el color blanco transform¨¢ndose en variantes del ocre.
Red de dunas
Cada hora, m¨¢s o menos, nos par¨¢bamos a descansar. Entonces Everaldo se sent¨® sobre una duna alta como un acantilado, con los pies colgando. Sac¨® tabaco y papel de fumar, se lio un cigarro y se lo fum¨® en silencio. Mir¨® su tel¨¦fono m¨®vil en busca de cobertura. Luego observ¨® mi mu?eca detenidamente y me pregunt¨® con curiosidad si a mi reloj de pl¨¢stico le hab¨ªa entrado agua con la tormenta. Le contest¨¦ que no. Me cont¨® que su nieto estaba a punto de nacer, que por eso quer¨ªa hablar con su hija. Me dijo que era analfabeto, que jam¨¢s hab¨ªa visitado una ciudad que no fuera Barreirinhas, que no ten¨ªa televisi¨®n ni radio porque no le gustaban y que adoraba vivir donde viv¨ªa.
Me mostr¨® la ruta que hab¨ªamos seguido desde que hab¨ªamos comenzado a caminar, se?al¨¢ndome con el dedo el trazado a trav¨¦s de la red de dunas y arena, orgulloso de conocer de memoria la zona. No solo sab¨ªa d¨®nde estaban las dunas y las lagunas, sino hacia d¨®nde avanzaban. Porque el parque, a pesar de parecer inm¨®vil y vac¨ªo, jam¨¢s est¨¢ quieto. Las lagunas que ve¨ªamos frente a nosotros pod¨ªan desecarse el a?o siguiente o al pr¨®ximo, o crecer, y la duna que nos serv¨ªa de balc¨®n mientras Everaldo maldec¨ªa la falta de cobertura y yo me masajeaba los pies pod¨ªa desaparecer en un futuro pr¨®ximo, o avanzar 300 metros, o dislocarse y dividirse en dos. Nada era estable ni permanente en ese laberinto de arena excepto el viento incesante que lo modifica todo. La misma casa de Everaldo, un rancho como en el que hab¨ªamos pasado la noche, iba a desaparecer en noviembre, tragado por la arena. Pero a ¨¦l no le importaba demasiado. Ya se hab¨ªa mudado muchas veces y deber¨¢ hacerlo muchas m¨¢s. Era la ley no escrita del desierto en el que habita y del que forma parte.
Llegamos donde quer¨ªamos antes del mediod¨ªa. Cumpli¨® su promesa. No ten¨ªa ampollas. Everaldo me explic¨® que seguramente esa misma tarde volver¨ªa caminando a su rancho, recorriendo otra vez 20 kil¨®metros por el desierto. Le regal¨¦ mi reloj de pl¨¢stico impermeable. Me lo agradeci¨® con una sonrisa redonda. Nos despedimos. Yo regres¨¦ a mi mundo. ?l se qued¨® en el suyo.
Gu¨ªa pr¨¢ctica
C¨®mo llegar
Cu¨¢ndo y c¨®mo
Excursiones
Informaci¨®n
El parque nacional de los Len?¨®is Maranhenses se encuentra en el Estado brasile?o de Maranh?o, a tres horas de coche de la capital, S?o Lu¨ªs. Desde esta ciudad hay autobuses que llevan hasta la de Barreirinhas, entrada del parque.
La mejor ¨¦poca para visitar el parque es a partir de mayo, una vez terminada la estaci¨®n de lluvias. Es cuando las lagunas est¨¢n m¨¢s llenas y el paisaje es m¨¢s espectacular. En esta zona siempre hace calor. Hay que llevar ropa ligera. Para recorrer el parque caminando, lo mejor es utilizar chanclas o sandalias. Tambi¨¦n se puede ir descalzo porque la arena, debido al viento, no quema, pero la humedad y las rozaduras propician las ampollas. Es necesario llevar gorro, pa?uelo y camisetas de manga larga para evitar las quemaduras del sol.
Desde Barreirinhas hay excursiones en veh¨ªculos 4¡Á4 que llevan al turista hasta lagunas cercanas sin dar un paso. Para los amantes del senderismo hay agencias con gu¨ªas locales que organizan viajes de dos, tres o cuatro d¨ªas en el interior del parque. Se duerme en ranchos de familias que viven en el parque desde siempre.
Turismo de Maranh?o (www.turismo.ma.gov.br).
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