Caf¨¦s de T¨¢nger entre minaretes verdes
Del mar a la medina, una ruta que incluye el hotel Minzah y las terrazas del Hafa que bajan hacia el oc¨¦ano, con el recuerdo de visitantes como Tennessee Williams o Farrah Fawcett
Las ciudades son fascinantes: todas ocultan mil historias, mil aventuras, mil alegr¨ªas y mil desgracias. Y m¨¢s si tienen detr¨¢s una leyenda, como T¨¢nger, esa ¡°ciudad blanca, muy blanca, tatuada de minaretes verdes¡±, seg¨²n Rub¨¦n Dar¨ªo. Aunque el tangerino m¨¢s ilustre sea Ibn Battuta, su leyenda naci¨® en el siglo XIX, y se acentu¨® entre 1925 y 1956, cuando fue un protectorado internacional. Un lugar en el que se pod¨ªa encontrar de todo, y se mezclaban mezquitas, iglesias y sinagogas, ricos y miserables, magreb¨ªes, europeos y jud¨ªos. En el teatro Cervantes, hoy en pie aunque en ruinas, actu¨® Caruso.
Los turistas escasean, pues es entre semana, y octubre. Llueve. No es raro: en T¨¢nger caen anualmente 750 mil¨ªmetros, frente a los 970 de Gij¨®n y los 450 de Madrid. Pienso en ese T¨¢nger m¨ªtico. ¡°Todos esos momentos se perder¨¢n en el tiempo, como l¨¢grimas en la lluvia. Es hora de morir¡±. O mejor, de recorrer la ciudad. Y como no puedo hacerlo a golpe de talonario, lo har¨¦ a golpe de caf¨¦s.
Con El pan a secas de Mohamed Chukri, me refugio en el De Par¨ªs, en la Place de France, frente al palacete y los jardines del consulado franc¨¦s. Abierto en 1920, fue un nido de escritores (Jane y Paul Bowles, Genet, Capote, Tennessee Williams, Burro?ughs), y de esp¨ªas durante la II Guerra Mundial. En realidad, todos los caf¨¦s tangerinos han sido ¡°nidos de esp¨ªas¡±. Les encanta, supongo, el t¨¦ o el caf¨¦. En buena l¨®gica, el hombre que parece leer el peri¨®dico igual no lo est¨¢ leyendo, solo se tapa con ¨¦l. El De Par¨ªs, con sus espejos y ventanales, sus paredes y columnas forradas de madera, sus sillas de escay, es tan decadente como T¨¢nger. El caf¨¦ con leche cuesta 10 d¨ªrhams, poco menos de un euro. Espabilado, bajo por la Rue de la Libert¨¦ al lujoso hotel Minzah, pasando ante la Pasteler¨ªa Espa?ola (¡°Hacemos peque?as cosas con mucho amor¡±). Por suerte, uno se puede manejar bien con el espa?ol.
En la librer¨ªa Des Colonnes est¨¢n las novelas 'La vida perra de Juanita Narboni' y 'El a?o que viene en T¨¢nger'
Una t¨®rtola en la piscina
En el piano-bar del Minzah no hay marroqu¨ªes: el caf¨¦ es igual, pero cuesta 40 d¨ªrhams. En el borde de la piscina se posa una t¨®rtola. Chillan unas gaviotas. Los camareros llevan fez rojo, camisa blanca, bombachos negros: los que desentonamos, perdida nuestra ancestral elegancia, somos los occidentales. Saco un cigarrillo de un paquete que guardo desde hace a?os, porque no fumo. Leer a Chukri y fumar en el Minzah me hacen sentirme un poco aventurero, y recuerdo unos versos de mi hermano Pedro, de Te quiero porque tu coraz¨®n es barato: ¡°Estar plagado de hongos / y no comprar un tubo de pomada en la farmacia / hace que me sienta como un salvaje¡±. Veo en el patio fotograf¨ªas de hu¨¦spedes famosos. Timothy Dalton, Cruyff, Coppola, Van Damme, Zapatero, Farrah Fawcett, Jaime de Mora y Arag¨®n... Quien no encuentre alguien de su gusto es porque no quiere.
Camino viendo los edificios espa?oles, de corte neocolonial, con sus balaustradas y balcones, y los franceses, racionalistas y art d¨¦co. Todos, con los rasgu?os del viento, la lluvia y la sal. Entro en la librer¨ªa Des Colonnes, fundada en 1947, frecuentada por la generaci¨®n beat. Veo novelas como La vida perra de Juanita Narboni, de ?ngel V¨¢zquez, o El a?o que viene en T¨¢nger, de Ram¨®n Buenaventura; las m¨¢s recientes, como El tiempo entre costuras, de Mar¨ªa Due?as, y la ¨²ltima de P¨¦rez Reverte, Eva, indican que la ciudad sigue inspirando historias.
Decido ir en taxi al Continental. Los peque?os, celestes con raya amarilla, se paran en la calle, se comparten, y seg¨²n la direcci¨®n que llevan te acercan o no. Los grandes, de color crema, se pueden pedir por tel¨¦fono y son cuatro veces m¨¢s caros. Tras infructuosos intentos con los baratos, acabo cogiendo uno de los caros. El hotel no desmerece del barrio ¨¢rabe, con patios y estancias laber¨ªnticos, con bancos corridos con cojines y pegados a las paredes (mtarbas), azulejos con dibujos geom¨¦tricos, arcos lobulados. Tomo mi caf¨¦ con leche, 20 d¨ªrhams, con vistas al puerto, y empiezo Eva. Parte de la acci¨®n transcurre all¨ª mismo.
A la ma?ana siguiente consigo un petit taxi para ir al Hafa, fundado en 1921, con El cielo protector en mano. Las terrazas, con muros encalados, bajan hacia el mar. La lluvia, a ratos filipina, oculta Espa?a. Soy el ¨²nico extranjero y la gente es m¨¢s joven que en otros caf¨¦s. Aqu¨ª cuesta 12 d¨ªrhams. Una mosca se posa en mi nariz. Lo considero parte del atrezzo de la novela de Bowles, que arranca, sin nombrarla, en T¨¢nger.
Gu¨ªa
- Ryanair e Iberia vuelan directo a T¨¢nger desde Madrid. Royal Air Maroc y Vueling, desde Barcelona. Billetes de ida y vuelta desde unos 55 euros. Desde Algeciras salen ferris (frs.es; balearia.com, trasmediterranea.es) por unos 30 euros .
- Turismo de Marruecos.
En mi ruta no puede faltar la medina. Entro por Bab el-Fahs y camino hasta el Zoco Chico, nido de caf¨¦s: el Tingis, el Almanara, el Caf¨¦-Pensi¨®n Fuentes, con paredes de azulejos y suelo de baldosa hidr¨¢ulica, en un primer piso. Elijo el Central, y al entrar piso la fecha de su fundaci¨®n como cabaret, 1813. Tomo el caf¨¦, 12 d¨ªrhams, en la terraza. Tras la Guerra Civil, los franquistas del Central y los republicanos del Fuentes se peleaban a pedradas y a botellazos.
Pregunto a un anciano por Ibn Battuta. Me gu¨ªa por unas callejuelas, escaleras, muros azules y rosas, olores a fruta podrida, pescado, orines, cuero, basura y especias, hasta la tumba, un mazacote pegado a las casas. A?oro el hogar. Y reconoci¨¦ndome turista y no viajero, me consuela el propio Ibn Battuta, el viajero del islam, quien, tras recorrer en el siglo XIV unos 120.000 kil¨®metros, concluy¨® que, como en su pa¨ªs, en ning¨²n sitio.
Mart¨ªn Casariego es autor del libro sobre grandes viajeros Con las suelas al viento (La L¨ªnea del Horizonte).
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