Fu Manch¨² en Buenos Aires
Una visita al Museo de Magia con subida al faro que corona el Palacio Barolo, rascacielos de 1923 desde el que se divisa la capital porte?a

Vagabundeo por la avenida de Mayo en Buenos Aires. Vagabundear es un verbo m¨¢s apropiado que pasear para describir esta caminata ociosa en una ma?ana de s¨¢bado. Un cielo azul, di¨¢fano, se comba como un arco cuya cuerda es esta avenida-bulevar que une a la Casa Rosada con el Palacio del Congreso. Las brisas mecen los pl¨¢tanos a?osos. A lo lejos resuenan unos tambores, otra manifestaci¨®n pol¨ªtica se prepara para esta tarde. Ezequiel Mart¨ªnez Estrada especul¨® que las manifestaciones pol¨ªticas argentinas son una forma de carnaval y que ¨¦ste es, en el fondo, una explosi¨®n de tristeza.
Esa tristeza, esa proverbial melancol¨ªa porte?a, no se nota en esta ma?ana soleada. Y eso que la avenida de Mayo dar¨ªa buenos pretextos para experimentar nostalgia. Desde su apertura a fines del siglo XIX este bulevar fue un escaparate desde el cual Argentina exhibi¨® al mundo su m¨¢xima prosperidad. Millones de inmigrantes admiraron aqu¨ª la gloria de un pa¨ªs que les ofrec¨ªa algo mejor que una promesa de futuro: Argentina era un presente de esperanza.

Hoy, los lujosos edificios de la avenida de Mayo han venido a menos. Las grandes tiendas se mudaron; muchos bares y caf¨¦s antiguos cerraron (con tur¨ªsticas salvedades como el Tortoni). En los balcones del vasto edificio de La Inmobiliaria, bajo sus cari¨¢tides y sus torres medio g¨®ticas, veo ropa colgada, ¡°toallas y camisas que lloran / lentas l¨¢grimas sucias¡± (Neruda). Otros edificios nobles corrieron peor suerte: fueron sustituidos por torres lastimosamente funcionales. La avenida de Mayo lo resisti¨® todo. Ahora se ve menos gloriosa, quiz¨¢s, pero se siente m¨¢s amistosa.
Quien vagabundea abunda en la vagancia. Y en las sorpresas. A dos cuadras de la plaza del Congreso est¨¢ el Palacio Barolo, inaugurado en 1923. Con sus 100 metros de altura, este fue el edificio m¨¢s elevado de Latinoam¨¦rica hasta mediados de los treinta. Su estilo es una mezcolanza, como la inmigraci¨®n misma. G¨¢rgolas neog¨®ticas conviven con c¨²pulas hinduistas. Subo en uno de los ascensores de reja y luego trepo las estrechas escaleras de la torre hasta el faro que la corona. Desde su fanal puede observarse, girando en 360 grados, el infinito panorama de Buenos Aires. La ¨²nica tierra despejada que se divisa es una ilusi¨®n ¨®ptica: el r¨ªo de color marr¨®n como una llanura des¨¦rtica. Entre el desierto del r¨ªo-mar y la pampa invisible brota la selva de edificios que eriza la planicie. Drieu La Rochelle llam¨® a la pampa ¡°el v¨¦rtigo horizontal¡±. Desde este faro experimento ese v¨¦rtigo multiplicado. Al bajar a la calle parece que la avenida de Mayo me abrazara y me sujetara, impidi¨¦ndome resbalar hacia la llanura. Buenos Aires como asidero.

A pocas cuadras de ah¨ª, en Hip¨®lito Yrigoyen, encuentro el casi secreto Museo de Magia. Este exhibe retratos de los mayores ilusionistas de los siglos XIX y XX, desde Houdini al misterioso Fu Manch¨². En las vitrinas hay viejos trucos de bolsillo ¡ªpa?uelos que se convierten en palomas¡ª y grandes aparatos destinados a la magia de teatro: gabinetes chinescos donde el que entra desaparece.
Visitando ese peque?o museo yo mismo siento que me esfumo. Me sustituye el ni?o que fui. Mi primera caja de trucos est¨¢ en una vitrina. En el reflejo del vidrio me parece ver al prestidigitador infantil frente a su audiencia familiar. Luc¨ªa un sombrero de copa que le quedaba grande y agitaba en sus manos una varita m¨¢gica ¡ªhueca¡ª mientras pronunciaba el conjuro b¨¢sico: nada por aqu¨ª, nada por all¨¢.
Milongas arrabaleras
Reaparezco lejos de ah¨ª y ya de noche. El caf¨¦ La Paz en la avenida Corrientes fue deformado casi hasta lo irreconocible. Un quiosco le dio una mascada profunda. La dentellada se trag¨® la mesa junto a la ventana donde hace 30 a?os mat¨¦ una espera bebiendo ginebra Bols y leyendo Respiraci¨®n artificial. Ahora penan las ¨¢nimas. Estoy por irme cuando entra una muchacha despistada que le pregunta a un mozo: ¡°?Aqu¨ª es la milonga?¡±. El camarero le responde indicando con un dedo al cielo.
Gu¨ªa
- Casa Rosada.
- Museo Argentino de Magia (Hip¨®lito Yrigoyen, 969. Abre de lunes a viernes, de 10.00 a 14.00 y de 14.30 a 19.00).
- Oficina de turismo de Buenos Aires.
- Turismo de Argentina.
En los altos del caf¨¦ La Paz, donde estaban sus billares, ahora se baila el tango. J¨®venes hipsters con mo?os tomate y barbas de le?ador bailan apretado haciendo firuletes con muchachas tatuadas como maor¨ªes. Tambi¨¦n danzan hombres con hombres, como en las primeras milongas arrabaleras. El hoy baila con el ayer.
Buenos Aires semeja un gigantesco truco de magia. ¡°Tan eterna como el agua o el aire¡± (Borges), ella permanece mientras tantas cosas desaparecen. Nada por aqu¨ª, nada por all¨¢¡
Y de pronto la ciudad m¨¢gica nos devuelve lo que d¨¢bamos por perdido.
Carlos Franz es autor de la novela Si te vieras con mis ojos (Alfaguara).
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