Las maravillas de Sicilia en siete d¨ªas apasionantes
Una semana basta para visitar los lugares imprescindibles de la isla italiana, como el teatro griego de Taormina, los templos de Agrigento o fabulosos miradores al volc¨¢n Etna
Racalmuto es un peque?o pueblo que est¨¢ en el camino de Agrigento a Palermo. Es feo, pero me detengo en ¨¦l porque all¨ª naci¨® y est¨¢ enterrado Leonardo Sciascia. Cuando entro en una pasteler¨ªa a comprar taralli, unos deliciosos dulces t¨ªpicos de la localidad, le pido a la dependienta que me recomiende un buen restaurante, pues son las dos de la tarde y no quiero seguir viaje sin haber repuesto fuerzas antes. La pastelera me mira entonces pesarosa y me da una respuesta que me desconcierta: ¡°Ahora est¨¢n todos cerrados, es la hora de la comida¡±. Le pide ayuda a su marido, que confirma su dictamen mientras mira el reloj: ¡°Quiz¨¢s una rotiser¨ªa que hay aqu¨ª a la vuelta est¨¦ todav¨ªa abierta¡±. Corro a la rotiser¨ªa y al entrar me advierten de que est¨¢n cerrando: ¡°Es la hora de la comida¡±, me explica una muchacha sonriendo amablemente para disculparse.
El realismo m¨¢gico no es solo un asunto caribe?o: en Sicilia la realidad tiene tambi¨¦n ese pliegue extraordinario, casi fant¨¢stico, que convierte a la isla en un espacio de ficci¨®n. Su paisaje urbano es un inacabable decorado teatral que a veces ¡ªen las ciudades o en los pueblos¡ª abruma por sus excesos.
Sicilia tiene dos aeropuertos internacionales, el de Catania y el de Palermo, pero si se desea recorrer la isla para visitar sus lugares m¨¢s interesantes resulta conveniente dejar Palermo para el final, pues algunos de sus prodigios podr¨ªan ensombrecer todo lo que se vea despu¨¦s. El recorrido, sea cual sea la ruta, deber¨¢ hacerse en coche, a trav¨¦s de una red de carreteras en buen estado pero desigual y extra?a: en algunos tramos, con esa misma propensi¨®n al realismo m¨¢gico, se cierra un carril en obras que no se est¨¢n acometiendo ¡ªninguna se?al humana ni mec¨¢nica, solo conos de carretera estrechando la circulaci¨®n¡ª, de modo que el tr¨¢nsito se ralentiza arbitrariamente. El tr¨¢fico en las poblaciones es tambi¨¦n dificultoso: calles enmara?adas ¡ªa veces d¨¦dalos estrech¨ªsimos¡ª y conductores desordenados que atraviesan los carriles o gu¨ªan a contramano.
Un viaje por Sicilia puede durar toda la vida, pero basta una semana para conocer la mayor¨ªa de los lugares legendarios. Podemos empezar la ruta en Taormina, en el noreste, y recorrer la isla en el sentido de las agujas del reloj hasta llegar a Palermo.
Taormina se levanta en un balc¨®n que mira al mar J¨®nico, y su teatro griego, uno de los m¨¢s c¨¦lebres del mundo, tiene sobre todo la virtud del emplazamiento. Desde all¨ª se contemplan el mar reposado ¡ªazul relumbrante incluso en invierno¡ª y las cumbres nevadas del volc¨¢n Etna, que sigue en activo. Aparte del teatro, Taormina no tiene nada demasiado importante que visitar, pero la calle principal que la cruza ofrece un paseo agradable y tiene un mirador magn¨ªfico desde el que se avista, a uno y otro lado, la costa serpenteante y sus poblaciones. La visita, por todo lo dicho, conviene realizarla en las horas de luz abierta, cuando el sol rompe la superficie del mar.
Camino al sur, hacia Catania, se contempla a la derecha m¨¢s de cerca el volc¨¢n, al que se puede subir si uno lo desea. Es llamativa su forma casi horizontal de cono desparramado.
El cruce de las calles Vittorio Emanuele II y Etnea puede ser tomado como referencia del paseo por Catania: a su alrededor se re¨²nen las atracciones principales de la ciudad y el bullicio de sus locales y restaurantes. En el centro de la plaza del Duomo se encuentra la fontana del Elefante ¡ªque es el s¨ªmbolo de la ciudad, porque al parecer en el pasado remoto hubo elefantes enanos en la isla¡ª y en una de sus esquinas la fontana dell¡¯Amenano, donde comienza por las ma?anas un mercado callejero de pescado y de alimentos de todo tipo muy pintoresco.
A una hora de coche hacia el sur se levanta Siracusa, otra de las joyas de la isla. Siracusa est¨¢ tambi¨¦n en la costa, y uno de sus barrios, Ortigia, el m¨¢s antiguo, es una peque?a pen¨ªnsula que se une a la ciudad moderna a trav¨¦s del puente Nuovo. Poder caminar por Ortigia de noche y cenar en alguno de sus restaurantes ¡ªlos que est¨¢n cara al mar o los que se esconden en el entramado de calles¡ª es raz¨®n suficiente para dormir en Siracusa. Al pasear me acuerdo, parad¨®jicamente, de ?msterdam, pues veo en muchos edificios ventanales sin cortinajes que dejan al descubierto, como all¨ª, las escenas dom¨¦sticas del interior. Me llaman tambi¨¦n la atenci¨®n, en la plaza del Duomo, los adolescentes que se santiguan frente a la catedral: Italia, incluso en sus islas m¨¢s agrestes, sigue siendo una reserva de Dios.
Es en Siracusa donde me doy cuenta por primera vez de que tendr¨¦ que regresar alg¨²n d¨ªa a Sicilia para poder recorrerla sin itinerarios. Voy subrayando en mi gu¨ªa los lugares monumentales, los palacios hist¨®ricos y las iglesias, pero lo que de verdad querr¨ªa hacer es dar vueltas sin rumbo, perderme en ese paisaje decadente y melanc¨®lico, volver a pasar por sitios que ya he visto o quedarme escondido en un portal mirando uno de esos ventanales desnudos (en uno de ellos veo a un hombre viejo que lee un libro de pie y me conmueve). Sicilia est¨¢ llena de maravillas, pero su mejor belleza es la de la ruina, la de la caducidad, y esa no puede demarcarse en una ruta. En cada rinc¨®n aparece el pr¨ªncipe Fabrizio de Salina, el Gatopardo: reverberaciones de un tiempo de gloria que ha terminado. Incluso en aquellas ciudades y barrios sicilianos mejor conservados o restaurados, donde no hay suciedad ni estragos arquitect¨®nicos, suena la m¨²sica de ese largo baile con el que Visconti cerraba la pel¨ªcula sobre la novela de Lampedusa.
La Oreja de Dionisio
Fuera de Ortigia, en la ciudad moderna, est¨¢ tambi¨¦n Ne¨¢polis, un recinto arqueol¨®gico que tiene dos atracciones principales: un teatro griego que fue excavado en la roca y una gran cueva llamada la Oreja de Dionisio, que tiene forma de pabell¨®n auditivo y un gran n¨²mero de leyendas en su interior desnudo.
Si seguimos la marcha del reloj, girando ahora hacia el oeste, llegaremos enseguida a las ciudades barrocas, que hay que visitar aunque sea fugazmente: Noto, M¨®dica y Ragusa. De las tres pueden darse pinceladas comunes: est¨¢n construidas en laderas empinadas, como si fueran ejercicios urban¨ªsticos estrafalarios, con casas que a veces cuelgan sobre el vac¨ªo, como en Cuenca; y tienen un colorido ocre, sobrio, de terrario. Verlas desde lejos, desde un recodo alto de la carretera al llegar o al marcharse, es un espect¨¢culo admirable. Recorrerlas por dentro es adem¨¢s un ejercicio f¨ªsico agotador por sus decenas de escaleras y sus cuestas empinadas.
En Noto hay que pasear por el centro barroco, atravesando sus cuatro plazas: Porta Reale, Immacolata, Municipio y la piazza XVI Maggio, cada una de ellas con su iglesia y sus palacios. La catedral de San Nicolo, a la que se llega subiendo una escalinata nada descansada, tiene un interior decepcionante.
Tampoco el Duomo de San Giorgo, de Ragusa, tiene un interior fascinante, pero la c¨²pula azul y la majestuosidad del edificio, al que no le falta su escalinata, destaca entre el laberinto de casas. Ragusa tiene dos ciudades, la alta y la baja, llamada Ragusa Ibla. Es en ¨¦sta donde se encuentra el coraz¨®n hist¨®rico y donde hay que buscar los rastros perdidos del pasado.
M¨®dica, por ¨²ltimo, tiene en su parte alta un excelente mirador desde el que se ve la cascada de casas en ca¨ªda y la catedral de San Giorgio, a la que se llega ¡ªuna vez m¨¢s¡ª por una larga escalinata.
En Palermo, camino entre j¨®venes por la Via Alessandro Paternostro y por Via Bara All¡¯Ollivella, llena de restaurantes
Agrigento, en el sur, tambi¨¦n est¨¢ construida en pendiente. A ambos lados de su calle principal, la Via Antica, se abren cuestas en subida y en bajada, callejas ¨¢speras llenas de rincones curiosos. En Italia no han cambiado el pavimento de las calles de sus centros hist¨®ricos en siglos, y eso les da a las ciudades un poso de grandiosidad, incluso cuando ¡ªcomo en la Via Antica¡ª la casi ausencia de aceras hace dificultoso el paseo.
Agrigento est¨¢ m¨¢s desportillada que otras ciudades sicilianas, lo que para algunos turistas ¡ªpara m¨ª¡ª es una virtud. Hay m¨¢s edificios abandonados o sucios, m¨¢s balcones oxidados, m¨¢s decadencia. La vejez queda m¨¢s a la vista sin disimulos. Algunos de sus cruces son singularmente hermosos, como la plaza Pirandello, donde est¨¢ el Ayuntamiento y el teatro que recuerda al premio Nobel italiano, nacido en la ciudad: las fachadas, llenas de vegetaci¨®n, parecen pertenecer a otro reino.
El viaje a Agrigento, sin embargo, lo justifica sobre todo el Valle de los Templos, un recinto arqueol¨®gico impresionante en el que se re¨²nen una docena de templos griegos restaurados luego por los romanos. El templo dei Dioscuri, el templo de H¨¦rcules y, sobre todo, el templo de la Concordia, que se conserva casi intacto, son los m¨¢s destacados de un recorrido que, hecho fuera de la temporada tur¨ªstica, casi en soledad, resulta inspirador y novelesco.
Geograf¨ªa sure?a
La ruta hacia Palermo, el fin del viaje, nos hace cruzar la isla hacia el norte, y un desv¨ªo peque?o le permitir¨¢ al viajero fetichista visitar Corleone, la patria de la Mafia real y de la Mafia ficticia de El Padrino. Sicilia, a pesar de su geograf¨ªa seca y sure?a, es una isla verde y vistosa, con un paisaje monta?oso en el que la l¨ªnea del horizonte pocas veces aparece recta.
Palermo es una ciudad grande, moderna y llena de vida, pero conserva tambi¨¦n el empedrado de otra ¨¦poca. En sus fachadas, como en las de toda la isla y el sur de Italia, sigue luciendo la ropa tendida y el viejo sabor de la indolencia.
Palermo tiene decenas de iglesias, museos y calles hist¨®ricas, pero hay algunos lugares deslumbrantes que ning¨²n viajero puede perderse: la capilla Palatina, las iglesias vecinas de la Martorana y de San Cataldo, y los oratorios de San Lorenzo, del Rosario di San Domenico y del Rosario di Santa Zita. La capilla Palatina, situada en el palacio de los Normandos, produce inmediatamente el mal de Stendhal: sus mosaicos dorados y sus artesonados resultan abrumadores. Ning¨²n viajero debe perderse tampoco la catedral de Monreale, que est¨¢ al lado de Palermo y que tiene una cierta semejanza con la capilla Palatina (y su misma belleza).
En Palermo puede recorrerse toda el ¨¢rea monumental a pie. All¨ª, mientras visito la iglesia del Ges¨´, el Mercato Ballar¨®, la Piazza Bellini, la Piazza Pretoria y su fuente circular llena de estatuas, la catedral, la iglesia de San Giovanni degli Eremiti o el formidable teatro Massimo, uno de los mejores de Europa,?en el que se rodaron las escenas del atentado contra Michael Corleone en la tercera parte de El Padrino, mientras visito todo eso, digo, me vuelve a la cabeza la idea de regresar a Sicilia sin itinerarios ni obligaciones, ¨²nicamente con el prop¨®sito de pasear sin rumbo.
Eso es lo que hago a la ca¨ªda del sol de los dos d¨ªas que paso all¨ª. Camino por la Via Alessandro Paternostro, ocupada por j¨®venes que beben en locales de moda; o por la Via Bara All¡¯Ollivella, llena de restaurantes; o por Vittorio Emanuele II y Maqueda, las arterias que trazan la vida palermitana y que se cruzan en los Quattro Canti, con sus palacios y sus fuentes. En ese bullicio no encuentro ya a Burt Lancaster, sino a Alain Delon y sobre todo a Claudia Cardinale: que todo cambie para que todo siga igual; que los a?os pasen para que la algarab¨ªa de las ciudades, siglo tras siglo, se parezca a s¨ª misma.
Gu¨ªa
La ¨²ltima visita que hago en Sicilia, de vuelta a Catania para tomar el avi¨®n, es a la villa romana del Casale, una antigua y suntuosa mansi¨®n cuyos suelos est¨¢n cubiertos de mosaicos perfectamente conservados. Se encuentra en el centro de la isla y fue construida, seg¨²n las estimaciones, a finales del siglo III. Me doy cuenta de que Sicilia ha ido dejando maravillas a lo largo de los siglos: la ¨¦poca griega, la romana, la normanda, la espa?ola. No recuerdo haber visto, sin embargo, arquitectura moderna ambiciosa y rese?able en ninguna parte. ?Los lugares se cansan de su propia historia?
Luisg¨¦ Mart¨ªn es autor de la novela El amor del rev¨¦s (Anagrama).
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