Cuando el sol se pone en Bol Nou
El sonido de las olas moviendo los cantos rodados pone el delicioso hilo musical a esta coqueta cala alicantina
Mi madre odiaba la arena. No era el repel¨²s que podemos tener todos a ese polvo del demonio que se te cuela por los poros aunque vayas forrada de neopreno. No. Era fobia de las de fibrilar ante la sola visi¨®n del agente al¨¦rgeno. Como resultado, y pese a haber sido criados a la vera de El Postiguet de Alicante, la playa de los telediarios por antonomasia, mis hermanos y yo fuimos poqu¨ªsimo de ni?os, y, si ¨ªbamos, ten¨ªamos ¨®rdenes de no acercarnos a menos de medio metro de nuestra se?ora madre, bajo amenaza de no volver a mojarnos el culo en todo el verano. Como la historia se repite, hoy soy yo la madre hist¨¦rica de la arena. Mis se?oras hijas, paridas y criadas en la Meseta, a¨²n recuerdan mis alaridos cuando, de ni?as, alguna de ellas violaba la orden de alejamiento de metro y medio de mi toalla e invad¨ªa mi zona de exclusi¨®n arenera. As¨ª que desde que, no hace tanto, descubrimos la madre ya desparejada y las hijas ya adolescentes la cala de Bol Nou, esa playa es nuestra playa.
Suele ocurrir: toda la vida veraneando en esos lares y no conoc¨ªamos lo mejorcito de nuestra casa. Bol Nou, al lado de los atestados arenales de El Campello, Villajoiosa y Benidorm, es un tesoro relativamente escondido. Como tantas otras rosas de la naturaleza, Bol Nou se protege a s¨ª mismo revisti¨¦ndose de espinas. En vez de la fotog¨¦nica manta de arena dorada, el atrio de este rinc¨®n del Mediterr¨¢neo lo constituye un pedregal tan gris¨¢ceo como disuasorio para las hordas de pap¨¢s, mam¨¢s y ni?os de cubo, pala y rastrillo que superpueblan las playas vecinas. El agua, del azul turquesa al verde esmeralda seg¨²n la hora del d¨ªa, es m¨¢s preciosa que cualquiera de esos pedruscos para engarzar en anillos, pero, en cuanto das dos pasos, te cubre el cuerpo y las expectativas, con lo cual espanta a los padres con ni?os lo suficientemente peque?os para no poder perderlos de vista ni un segundo. Un chiringuito sin ¨ªnfulas, un lavapi¨¦s sin lujos y un socorrista muerto de aburrimiento en su p¨²lpito completan el escueto pero suficiente equipamiento de esta playa de adultos donde nadie molesta a nadie y hay sitio para todos y todas los que saben lo que vale un buen ba?o de sol y de los otros.
Lo mejor, no obstante, llega cuando oscurece y se van las familias felices y las otras, que son casi todas, a ponerse guapos para el paseo por el ¨ªdem mar¨ªtimo de donde quiera que pernocten. A esas horas, cuando cae la noche, Bol Nou muta y se convierte en un chill out gigantesco donde la m¨²sica la pone el arrastrar de las olas sobre los cantos rodados y la letra las confidencias de los que no quieren irse cuando mejor se est¨¢ en este para¨ªso asequible. All¨ª, tendidas mirando al cielo sobre el lecho de piedras amoldado ya a esas alturas a nuestras espaldas, las ni?as de mis ojos y la que firma hablamos de novios y de trapos y de miedos y de sue?os y de penas y de risas y de lo que hablan dos hijas y una madre en distintas fases de la edad de las pavas. S¨ª, pavas, sin lenguaje inclusivo que valga, porque ah¨ª tenemos todas un par de ovarios y los pavos ni est¨¢n ni se les espera. Planazo de chicas, palabra, una noche de ch¨¢chara en Bol Nou bajo las estrellas. Si encima hay luna llena y se refleja en el plato de loza negra que semeja el mar a esas horas, te crees inmortal por un rato. Como que alguna velada hemos cre¨ªdo notar la mirada clueca de la abuela que odiaba la arena en el lucero que m¨¢s brillaba. Ilusas.
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