En la playa del hombre-lapa
El atardecer es la hora m¨¢gica del arenal de Lapam¨¢n, cuando el sol se esconde por la isla de Ons, que protege la r¨ªa de Pontevedra
Sobre la l¨ªnea del horizonte emerge, como un gigantesco lagarto dormido, la isla de Ons para marcar el tiempo con la sosegada cadencia de un enorme reloj de sol. Desde la cresta del acantilado, su faro emite cada atardecer los primeros destellos que gu¨ªan a los barcos de bajura y se?alan el final del d¨ªa en la playa de Lapam¨¢n, como si de un c¨®digo morse se tratase. Es hora de que los ni?os se vayan recogiendo.
Ons protege la r¨ªa de Pontevedra de los temporales oce¨¢nicos al tiempo que se despliega como un atlas para ense?arnos geograf¨ªa. Gracias a ella aprendimos a distinguir entre solsticios y equinoccios. En la noche de San Juan, el sol se pone entre Punta do Centolo y Cabicastro, a estribor de la isla, con el punto de fuga en el mar abierto. Entre julio y agosto va cabalgando lentamente entre ocasos de derecha a izquierda, unas veces a los lomos de la isla y otras hundi¨¦ndose en la inmensidad del oc¨¦ano. Cuando en septiembre el color tintado de las uvas ca¨ª?as marca el fin del verano, el sol ya se recuesta hacia la pen¨ªnsula del Morrazo, cubriendo de sombras de oto?o la bah¨ªa de Beluso.
En Lapam¨¢n la medida del tiempo siempre ha sido algo relativo, especialmente en la ya lejana infancia de eternos est¨ªos. Entonces a¨²n viv¨ªa un viejo marinero de chalana y redes clandestinas. Castor surg¨ªa tras unas rocas bogando al atardecer, cuando el faro emit¨ªa sus primeros destellos, y los chavales que a¨²n qued¨¢bamos en la playa sal¨ªamos corriendo a echarle una mano. Se calaba la boina tras echar pie a tierra; clavaba en la arena mojada el riz¨®n de la barca, donde amarraba un extremo del aparejo que hab¨ªa soltado en semic¨ªrculo sobre el agua, y a unos 20 metros colocaba otro cabo del que tir¨¢bamos los chavales para traer a tierra la pesca. Si hab¨ªa un buen lance, pod¨ªa recoger unas sepias o unos lenguados que vender¨ªa de puerta en puerta. Pero cuando el olfato de Castor detectaba un banco de chinchos, los chavales ten¨ªamos derecho a un qui?¨®n, un cupo que llev¨¢bamos orgullosos a nuestras casas ya de anochecida. Es el pescado predilecto de los turistas que se acercan a las R¨ªas Baixas. En el argot de la zona comenzaron a ser llamados los ¡°?jodechinchos¡±.
Tres pinchos
La rapeta (la red de Castor) solo ten¨ªa un defecto, la gran cantidad de fanecas bravas que dejaba en la orilla. Se enterraban con la marea baja y ah¨ª quedaban agazapadas, respirando del agua que se filtraba entre la arena mojada, a la espera de que la pleamar las liberase, siempre con sus tres pinchos en forma de cuchillas asomando en el lomo. Al d¨ªa siguiente har¨ªan estragos entre los ba?istas. Inoculan un veneno tan inofensivo como doloroso que ha hecho llorar a ni?os y a adultos. Puede que sea un modo de autodefensa de la propia playa ante el aluvi¨®n de turistas. La soluci¨®n era un calzado de goma ideado para tal fin y que bautizamos con el nombre de ¡°fanequeras¡±. La hombr¨ªa se med¨ªa entonces por el arrojo de ba?arse o pasear por la orilla descalzo, sin protecci¨®n alguna.
Cuando hay luna llena y se alinean los astros, la bajamar deja al descubierto un caminito de arena blanca por el que se llega a un islote, Illa do Santo. De ni?os busc¨¢bamos en el paseo que se abr¨ªa entre las aguas, como si fuese el paisaje b¨ªblico del mar Rojo, la estela de tinta negra de un choco que hu¨ªa de nuestros ganapanes o los movimientos de los camarones y los lorchos entre las pozas aisladas de agua salada.
Con la adolescencia el paseo se convert¨ªa ya en ruta de enamorados. En el acantilado exterior del islote, ocultos de las miradas desde la playa, nos distra¨ªamos con caricias inocentes hasta que sub¨ªa la marea. Fantase¨¢bamos entonces que est¨¢bamos atrapados en una isla desierta, aislados del continente hasta la siguiente marea. Amores con cercos de sabor a salitre en la piel.
Por fortuna, a¨²n hoy, a pesar de su masificaci¨®n en los d¨ªas centrales del verano, Lapam¨¢n sigue conservando la misma estampa de principios de los setenta, cuando la empezamos a colonizar. Una impresionante masa forestal la mantiene a resguardo de miradas ajenas. Las copas de los gigantescos tilos, casta?os y abedules se volv¨ªan palmeras de una playa caribe?a mecidas por el viento cuando las contempl¨¢bamos desde las colchonetas con las que desafi¨¢bamos las olas.
Gu¨ªa
La playa de Lapam¨¢n pertenece al municipio de Bueu y se sit¨²a en la pen¨ªnsula del Morrazo, a 20 minutos en coche desde Pontevedra.
Oficina de turismo de R¨ªas Baixas.
Turismo de Galicia.
En sus costados, unas rocas en forma de acantilados infranqueables y cubiertas de lapas marcan el per¨ªmetro de la playa. Jug¨¢bamos a creer que el nombre de Lapam¨¢n se lo hab¨ªan puesto por esos moluscos que utiliz¨¢bamos para pescar lorchos. En la ¨¦poca de Superman y Spiderman, nadie como Lapam¨¢n, el hombre-lapa, que habitaba en la gruta angosta abierta por la erosi¨®n del oleaje en las llamadas rocas de Pic¨®.
Si despu¨¦s de leer este relato desean ir, esperen al atardecer. El sol se pondr¨¢ sobre el horizonte y el c¨®digo morse del faro de Ons ir¨¢ vaciando la playa de sombrillas y toallas. Pidan entonces una cerveza bien fr¨ªa en el chiringuito de Amelia. Si tienen suerte y hay una atm¨®sfera limpia por la brisa del sur, podr¨¢n brindar al trasluz de los ¨²ltimos rayos del d¨ªa. Y quiz¨¢ puedan ver tambi¨¦n c¨®mo por la derecha, desde las rocas, surge la gamela a remos de Castor, con la boina calada, la rapeta en la popa y oteando la superficie del mar en busca de un banco de chinchos.
Xabier Fortes es director y presentador de Los desayunos de TVE.
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