Hayedos, brujas y castillos rumbo al Moncayo
Las vistas desde el pico San Miguel, una joya del mud¨¦jar en Tarazona y la ¡®maldici¨®n¡¯ del pueblo de Trasmoz. Un viaje de cuento entre Zaragoza y Soria
La idea de buscar la fresca en pleno verano y en plena meseta ib¨¦rica, sobre la raya entre Castilla y Arag¨®n, puede parecer algo peregrina. Pero a caballo entre las parameras del sur de Soria y el calor sofocante del valle del Ebro se levanta el cono majestuoso del Moncayo, la monta?a tot¨¦mica que con sus dos mil metros y pico de altura abriga un peque?o reino independiente y con fama de ind¨®mito: pinares, hayedos, cascadas y nacientes frondosas donde abundan la sombra, las cuevas y las leyendas de pueblos embrujados y bosques encantados. Ya no se cubre con las nieves perpetuas de anta?o, pero se ha de dormir con manta en noches de pleno agosto. Y pasear durante el d¨ªa hasta una poza por las alamedas de viejos monasterios o a la sombra de castillos de ir¨¢s y no volver¨¢s, por p¨¢ramos y cumbres borrascosas y pueblos excomulgados por hechicer¨ªas colectivas, siguiendo los pasos de monjas m¨ªsticas e iluminadas de armas tomar, pandillas de rom¨¢nticos irremediables como B¨¦cquer y su familia o los versos serenos de Machado, que tambi¨¦n pate¨® a conciencia por aqu¨ª.
Expedici¨®n rom¨¢ntica
Hace m¨¢s o menos 200 a?os, en 1816, Europa vivi¨® su a?o sin verano por culpa de las alteraciones en el clima provocadas por la erupci¨®n de un lejano volc¨¢n indonesio. En nuestros tiempos de calentamiento global puede sonar como una bendici¨®n, pero al grupito de ingleses rom¨¢nticos comandados por Lord Byron que hab¨ªan alquilado Villa Diodati, a orillas del lago de Ginebra, no les qued¨® otra cosa que poner al mal tiempo buena cara y encerrarse para contarse cuentos de miedo, entre los que nacieron el Frankenstein de Mary Shelley y El vampiro de John William Polidori. El resto es historia universalmente conocida, pero muchos menos saben, incluso en Espa?a, que el monasterio de Veruela fue, a?os m¨¢s tarde, en 1863, el escenario de una expedici¨®n parecida de rom¨¢nticos tard¨ªos pero incurables.
Veruela, fundado en 1145 y obra cumbre del C¨ªster en Arag¨®n, se hab¨ªa desafectado tras la desamortizaci¨®n y por aqu¨ª recalaron B¨¦cquer el poeta, su muy empoderada mujer, Casta Esteban, escritora menos recordada y soriana de Torrubia, cerca de Noviercas, que pilla por aqu¨ª al lado, y su hermano el muy meritorio pintor Valeriano. Buscaban alojamiento barato, aire puro para la tuberculosis del poeta e inspiraci¨®n para todos. Y lo encontraron de sobra: desde aqu¨ª envi¨® durante meses a El Contempor¨¢neo de Madrid sus soberbias Cartas desde mi celda y el monasterio y los parajes asalvajados de su entorno alimentaron la imaginer¨ªa g¨®tica de varias de sus Leyendas, con sus fantasmas de monjes, brujas invisibles, palacios subterr¨¢neos de gnomos y castillos endemoniados. Valeriano, por su parte, complet¨® cuadernos de bosquejos y acuarelas costumbristas y paisajes llenos de intensidad y sabor, sobre todo el conocido como Espedici¨®n [sic] de Veruela, que se conserva en la biblioteca de la Universidad de Columbia. Como la cartuja mallorquina de Valldemossa para George Sand, Chopin o m¨¢s tarde Rub¨¦n Dar¨ªo, Veruela se deber¨ªa inscribir con letras de molde en el mapa del Romanticismo europeo.
Y la suerte es que se conserva casi intacto desde entonces: en el Espacio B¨¦cquer del monasterio, habilitado en las mismas celdas que ocuparon los hermanos, hay una completa exposici¨®n que ilustra sus andanzas por el somontano del Moncayo. Sigue sin rematarse la apertura de un parador en el monasterio, anunciada y postergada mil veces, con un estilo muy espa?ol y m¨¢s propio de Larra que de B¨¦cquer, pero puede pasearse a gusto por su claustro bajo, del mejor g¨®tico, sus salas capitulares y las dependencias que fueron enriqueciendo durante siglos el recinto intramuros. Una muralla recia protege del cierzo (y anta?o, de lobos y de brujas) esta ciudadela al pie de la gran monta?a que se asoma a las almenas. Todav¨ªa puede pasearse durante el d¨ªa por la alameda que lleva a la Cruz Negra, un humilladero imponente que pint¨® Valeriano y donde Gustavo, quiz¨¢ a?orando algo m¨¢s de vidilla literaria, esperaba impaciente a diario el correo de la capital.
Parque natural del Moncayo
Desde su cima, el Moncayo?(antiguo monte Cano, por su cabeza siempre nevada) ofrece vistas a Arag¨®n, La Rioja, Castilla y Navarra. Es la bisagra de todas y la cumbre m¨¢s alta del sistema Ib¨¦rico. En su umbr¨ªa, que se ve desde Veruela, crecen pinares, acebales y hayedos frondosos y relictos como el de Fuente de la Teja: hay brezales, ar¨¢ndanos y fresas silvestres, serbales, avellanos y un paisaje casi centroeuropeo e inesperado para el que viene de las estepas de trigo castellanas o la aridez de Los Monegros. Lo mejor es informarse en su centro de interpretaci¨®n, en A?¨®n de Moncayo (976 64 92 96), sobre la red de senderos y paseos que entrecruzan sus faldas, porque la gama va del deslome alpino absoluto al c¨®modo pase¨ªto a la orilla de alguno de sus arroyos de monta?a. Los m¨¢s perezosos podr¨¢n subir en coche, por carretera de tierra, hasta el santuario de la Virgen del Moncayo, que no es particularmente bonito, la verdad, pero sirve de buena base para reparar fuerzas antes o despu¨¦s de acometer la ascensi¨®n al pico San Miguel, techo del sistema Ib¨¦rico con sus 2.315 metros sobre el nivel del mar. Tiene unas vistas de impresi¨®n y una hospeder¨ªa amplia, de aires decimon¨®nicos y casi suizos por dentro, donde se come estupendamente, en temporada, caza y setas y productos de la zona. Las estufas y lares de le?a, que tanto acompa?an a partir de octubre, presumiblemente estar¨¢n apagadas por estas fechas.
La solana del Moncayo, que mira al Sur y a Castilla, es otro cantar y resulta mucho menos conocida que la umbr¨ªa. Tiene m¨¢s horas de sol al a?o y menos lluvias, y una orograf¨ªa y vegetaci¨®n acordes: por aqu¨ª abundan las muelas calizas, los barrancos abruptos y los desfiladeros angostos en torno al bonito pueblo de Purujosa, colgado de sus riscos. Y el matorral mediterr¨¢neo, las sabinas y las encinas sustituyen al bosque atl¨¢ntico templado de la cara norte del somontano. En Los Fayos, la arenisca ha formado farallones macizos que protegen (o amenazan, seg¨²n se mire) el pueblo y recuerdan a los Mallos de Riglos, m¨¢s al norte, y cobijan grutas y fortificaciones medievales rupestres en sus paredes, como la cueva de Caco y el castillo de los Moros. El paisaje, de nuevo, se pone por aqu¨ª extremadamente rom¨¢ntico en el sentido m¨¢s literario y la acepci¨®n m¨¢s ¨¢spera y asilvestrada del t¨¦rmino.
La torre de Vozmediano
Ya en la provincia de Soria, en una amplia vaguada y a los pies de la mole imponente que vamos faldeando, est¨¢ el castillo de Vozmediano, que tambi¨¦n parece salido de una estampa para ilustrar alguna novela g¨®tica o el Dr¨¢cula de Bram Stoker: impresiona de puro desnudo, con su tremenda grieta que casi lo demedia, su torre del homenaje alt¨ªsima y troncopiramidal, visible desde muy lejos por estas soledades. Por aqu¨ª recal¨® el marqu¨¦s de Santillana en el siglo XV y se top¨® (si no se las invent¨® del todo) con alguna de las temibles serranas del Moncayo, verdaderas amazonas guerreras que manejaban los arcos y las hondas como nadie y no se contentaban con el papel hogare?o de biencasadas que les conced¨ªa el siglo.
De cerca el paisaje se ameniza, sobre todo gracias al nacedero y los saltos de agua del r¨ªo Queiles, que mana a borbotones incluso en pleno verano. Por obra y gracia de las simas y conductos comunicantes excavados por la erosi¨®n de muchos milenios en el subsuelo del Moncayo (terreno f¨¦rtil, m¨¢s que para ning¨²n cultivo, para leyendas de tesoros escondidos, ciudades subterr¨¢neas y enanos orfebres), el agua de lluvia que cae en su vertiente castellana, en teor¨ªa deudora del Duero y el Atl¨¢ntico, acaba aflorando por aqu¨ª, desde donde fluye en direcci¨®n al Ebro y el Mediterr¨¢neo. Un trasvase entre mares y reinos decidido por fuerzas muy superiores a ninguna confederaci¨®n hidrogr¨¢fica y que desde hace mucho no ha dejado de inspirar cierta inquina a los pastores y agricultores castellanos, que a¨²n traen en la punta de la lengua el d¨ªstico popular famoso por aqu¨ª: ¡°Moncayo ladr¨®n / robas a Castilla para dar a Arag¨®n¡±. Ser¨¢ verdad o no, pero en todo caso hay que reconocer que el curso frondoso del alto Queiles, que en pleno verano refresca las calles de Vozmediano y hace apetecible la parada en el bar del pueblo, a la sombra de sus ¨¢rboles, es una manera muy elegante de robar.
Unos 20 kil¨®metros al oeste, una silueta parecida la tiene el castillo y caser¨ªo de Trasmoz, pueblo con fama de hechizado, nigromante y hereje. Las desavenencias de sus se?ores feudales con los abades de Veruela, que no se andaban con chiquitas, acabaron gan¨¢ndole exorcismos y la excomuni¨®n general en el siglo XIII. A estas alturas los vecinos cuentan orgullosos que nunca ha sido revocada y recogen su fama en un muse¨ªto local y en el nombramiento anual de un t¨ªtulo honor¨ªfico muy cotizado, el de Bruja de Trasmoz. Aqu¨ª vivieron (y a veces murieron linchadas) curanderas famosas como la T¨ªa Casca, La Galga y La Dorotea. B¨¦cquer imagina un encuentro con la primera y m¨¢s poderosa en su Carta VII, donde cuenta tambi¨¦n la leyenda del castillo, que habr¨ªa sido edificado en una sola noche por el mism¨ªsimo demonio. En realidad, parece que aloj¨® a acu?adores de monedas falsas que hac¨ªan correr la voz de los encantamientos para ahuyentar a los curiosos y acab¨® dando lugar a las leyendas de fabulosos tesoros enterrados en sus criptas.
Y tambi¨¦n algo de inquietante, aunque mucho m¨¢s moderno, tiene el abandonado Sanatorio Antituberculoso de Agramonte, en las faldas de la monta?a, que se abandon¨® tras la guerra y conserva en pie toda su estructura, sus terrazas para disponer al fresco aire del Moncayo?a sus enfermos cubiertos de mantas y cuentos de fantasmas y aparecidos de los que uno se r¨ªe antes y despu¨¦s de la visita a las ruinas (pero no tanto mientras las recorre).
Territorio Machado
En otro castillo, el de Almenar, del lado soriano y a un tiro de piedra del Moncayo, naci¨® Leonor Izquierdo, el gran primer amor de Antonio Machado. Fue de los condes de G¨®mara y sirvi¨® tambi¨¦n de escenario a una de las Leyendas de B¨¦cquer, Los ojos verdes. El castillo, imponente y recio, se mantiene en pie, excelentemente conservado esta vez, pero no tiene un horario fijo de visitas y es de propiedad particular. En cualquier caso, desde ¨¦l se sigue viendo ¡°el campo desde los picos donde habita el ¨¢guila,?/ tornasoles de carm¨ªn y acero,?/ llanos plomizos, lomas plateadas,?/ circuidos por montes de violeta?/ con las cumbres de nieve sonrosado¡±.
El Moncayo y los picos de Urbi¨®n cierran por ambos extremos las llanuras de Soria y enmarcaban la vista desde el cementerio del Espino, en la ciudad, donde est¨¢ enterrada Leonor. ¡°Azul y blanco¡±, su car¨¢cter de monta?a sagrada, de gran hito de la meseta, siempre visto de lejos, casi abstracto, cobra todo su car¨¢cter simb¨®lico y toda su fuerza inspiradora en las poes¨ªas castellanas de Machado.
?greda y la Dama Azul
Dos ser¨ªan, por rancio e ilustre abolengo, las capitales oficiosas del Moncayo. Del lado aragon¨¦s, Tarazona merece cap¨ªtulo y excursi¨®n aparte, y m¨¢s ahora que por fin, despu¨¦s de d¨¦cadas cerrada a cal y canto, se ha restaurado y puede visitarse su catedral afiligranada de ladrillo mud¨¦jar. Del lado castellano, ?greda es una villa m¨¢s austera y adormilada, aterida en invierno y acalorada en verano, con buenos palacios e iglesias y el convento donde se conserva un peque?o museo dedicado a una interesant¨ªsima m¨ªstica y escritora del tiempo de los Austrias menores, sor Mar¨ªa de Jes¨²s de ?greda. Procesada y absuelta por la Inquisici¨®n, visionaria iluminada y en permanente comunicaci¨®n, seg¨²n era fama, con el m¨¢s all¨¢, escribi¨® un monumental tratado teol¨®gico de estupendo t¨ªtulo, la M¨ªstica ciudad de Dios (1670), y tuvo la suerte de contar con el don milagroso que quiz¨¢ envidiamos m¨¢s que ning¨²n otro muchos escritores de antes y de ahora: el de la bilocaci¨®n. Porque la causa eternamente postergada de su beatificaci¨®n describe sus apariciones simult¨¢neas, sin salir de su celda en ?greda, a los ind¨ªgenas de Nuevo M¨¦xico y Baja California, que contaron en su d¨ªa a los primeros misioneros espa?oles que se adentraron por all¨¢ c¨®mo una misteriosa y bell¨ªsima Dama Azul (bell¨ªsima no se sabe si era sor Mar¨ªa, pero s¨ª que visti¨® el h¨¢bito celeste de las concepcionistas toda su vida) se materializaba a menudo en sus poblados para hablarles e instruirles sobre todo lo divino y lo humano.
Locuaz fue, desde luego, y no solo al teletransportarse al otro lado de los mares: tambi¨¦n sin salir del convento mantuvo una correspondencia copios¨ªsima con Felipe IV, que la veneraba como verdadera santa en vida y al que aconsejaba en asuntos religiosos y tambi¨¦n en materias de Estado, de estrategia militar o incluso pol¨ªtica econ¨®mica, consol¨¢ndole de sus crisis de fe y sus apocamientos tras la ca¨ªda en desgracia de Olivares. De las serranas que casi descalabran a Santillana a la ind¨®mita Casta Esteban, pasando por tan ubicua, ilustrada y pol¨ªgrafa religiosa, se ve que las aguas del Moncayo, aparte de moldear sus laderas, reforzaron tambi¨¦n el car¨¢cter de sus convecinas durante siglos.
Javier Montes es autor de ¡®Varados en R¨ªo¡¯ (editorial Anagrama).
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