Fuerteventura, misterios y dulces en la isla majorera
De la leyenda de un refugio para oficiales nazis en Cofete a una degustaci¨®n de delicias locales en diversos pueblos, una visita estimulante a la isla canaria
Desde lo alto llaman la atenci¨®n los oscuros agujeros diseminados sobre la superficie terrosa de una isla yerma, de apenas 1.660 kil¨®metros cuadrados y 110.000 habitantes. Es Fuerteventura; los agujeros corresponden a cr¨¢teres de antiguos volcanes, barridos por el viento y las nubes de polvo que llegan desde el S¨¢hara, a solo 97 kil¨®metros de distancia. Una vez en tierra, la isla canaria ofrece al visitante un sugerente abanico de posibilidades y recursos para ocupar el tiempo y conocer los misterios y encantos de este territorio que, a buen seguro, los tiene.
Lo primero que sorprende del pueblo majorero es su devoci¨®n por Miguel de Unamuno, pues apenas estuvo cuatro meses en la isla. El ya entonces reconocido escritor lleg¨® a Puerto de Cabras (hoy Puerto del Rosario) el 12 de marzo de 1924, v¨ªctima del destierro decretado por el general Primo de Rivera. Unamuno cay¨® entre aquella gente, parece, como un regalo del cielo; desde el primer d¨ªa le agasajaron, y ¨¦l, a cambio, les dio su sapiencia difundiendo la vida y costumbres locales en poemas y art¨ªculos: ¡°Esta afortunada isla (¡) de clima admirable (¡). ?Qu¨¦ sanatorio! En mi vida he digerido mejor mis inquietudes. Estoy digiriendo aqu¨ª el gofio de la historia¡±, escrib¨ªa nada m¨¢s llegar. Antes de huir a Francia el 9 de julio ya hab¨ªa dejado tal huella que la casa de hospedaje (hotel Fuerteventura) donde recal¨® es hoy su casa-museo. A la puerta, una estatua a tama?o real parece invitar a entrar a quienes pasan por all¨ª. Dentro, como si hubiera vivido aqu¨ª toda la vida, se muestran el despacho, con su vieja Olivetti sobre la mesa de trabajo y algunos folios perge?ados a mano; el dormitorio, con orinal incluido; el ba?o, el comedor, la cocina¡ Cada estancia parece habitada. De las paredes cuelgan poemas y cartas manuscritas, fotos con amigos, apuntes para libros futuros o para un posible viaje al interior de la isla, territorio ignoto para ¨¦l. Parece imposible que en tan pocos d¨ªas le diera tiempo a escribir tanto, porque tambi¨¦n viaj¨® y camin¨® por trechos y veredas, y se relacion¨® con la gente del campo. En uno de sus montes ¡ªla Monta?a Quemada, al lado de la sagrada Tindaya¡ª sugiri¨® que le enterrasen si mor¨ªa en la isla. No ocurri¨® as¨ª, pues sigui¨® largo tiempo escribiendo, hasta 1936; pero para cumplir ese deseo suyo el pueblo majorero ha levantado una estatua del polifac¨¦tico escritor en la falda de la Quemada, que al distinguirla el viajero all¨¢ lejos desde la carretera, en medio del p¨¢ramo, no puede resistir la tentaci¨®n de contemplarla.
En la casa de los Winter
Otro de los mitos que se cultivan en la isla es el referente a los nazis. En el parque natural de Jand¨ªa, en su extremo suroeste, existe un enclave singular, Cofete, al que se llega por una pista de tierra y sorteando barrancos. Al final del camino surge, como un barco varado en el pedregal, una casona con ¨ªnfulas de palacio. Abajo, en la playa, enterrado por la arena, se dibuja un cementerio. De las tumbas no hay casi rastro; apenas montoncitos de piedras que sujetan cruces de madera semienterradas, sin fechas ni nombres. Solo dan fe de que all¨ª viven los muertos.
Este es el escenario real de Cofete, una aldea perdida en el p¨¢ramo; y haci¨¦ndole sombra, la casa de los Winter. Porque a un kil¨®metro de all¨ª, gateando hacia la monta?a, se perfila esa mansi¨®n misteriosa que atrae como un im¨¢n. A quienes se acercan les recibe un hombre algo indolente, que les invita a entrar despu¨¦s de se?alarles un cartel en el que se pide ¡°la voluntad¡± como pago. El visitante elucubra sobre qu¨¦ tipo de mente pudo concebir este palacio con patio y arcadas, s¨®tano, dos plantas di¨¢fanas m¨¢s un torre¨®n y un inmenso balc¨®n asomado al oc¨¦ano. Todo un sue?o del que apenas queda huella en su interior. Solo la recopilaci¨®n de decenas de escritos y recortes de prensa, sujetos con chinchetas sobre unos paneles, incitan a imaginar los porqu¨¦s de este singular edificio en tan remoto lugar.
Tras ascender a la cima del volc¨¢n Calder¨®n Hondo se puede ir al cercano Lajares, pueblo de tradici¨®n pastelera
Proyectado por el ingeniero alem¨¢n Gustav Winter en la d¨¦cada de 1930 con el fin de impulsar la agricultura en la zona, no existen datos que avalen dicha tesis. En cambio, abundan los relatos acerca de su verdadera funci¨®n: un refugio secreto para los jerarcas nazis. Durante la II?Guerra Mundial pudo haber sido un centro de control de una base de submarinos que, supuestamente, hubo en la zona. Y tras la derrota alemana, un escondite para los nazis que hu¨ªan a Sudam¨¦rica; incluso se especula con una cl¨ªnica de cirug¨ªa pl¨¢stica donde modificaban sus rasgos. Las elucubraciones sobre el nazismo en la isla dan para mucho, m¨¢xime cuando un telegrama de la CIA fechado el 24 de enero de 1974, y colocado sobre uno de los tablones, corrobora que el lugar fue refugio de los nazis.
Por lo dem¨¢s, Fuerteventura es una amalgama de agradables rincones para el goce. Tambi¨¦n una red de caminos perfectamente se?alizados para el senderismo y la bicicleta. El visitante siempre halla un motivo para perderse; desde sus playas casi v¨ªrgenes ocultas entre abruptos acantilados hasta pueblos entra?ables como Betancuria, en un valle verde y angosto, o P¨¢jara (con m¨¢s de 150 kil¨®metros de costa), en el que la iglesia de la Virgen de Regla exhibe un p¨®rtico con elementos aztecas, recuerdo de los majoreros que anduvieron por M¨¦xico en el XVIII.
Tambi¨¦n hay que detenerse en Antigua, en el centro insular. All¨ª el museo del queso majorero sorprende por su singularidad. Se muestran las tradiciones m¨¢s antiguas de la industria quesera y del pastoreo y cuidado de las cabras aut¨®ctonas, junto al uso de las nuevas tecnolog¨ªas. De ah¨ª uno puede irse a degustar los productos de la tierra ¡ªgofio, lapas, mojo pic¨®n, carne de cabra¡ª a pueblos como Morro Jable, Gran Tarajal, Caleta de Fuste, Puerto del Rosario, Corralejo, El Cotillo¡ En Ajuy, por ejemplo, este viajero disfrut¨® de dos excelsos postres caseros: el Maripepa y el Polvito Uruguayo. En Lajares, la pasteler¨ªa y el pan tienen fama. Una amplia colonia extranjera ha abierto negocios destinados a satisfacer a los golosos. Las tartaletas quitan el hipo; tambi¨¦n los alfajores, la tarta de zanahoria o la de queso con bayas¡ Muchos turistas, incluso desde el cercano Corralejo, se acercan a diario a desayunar o merendar en las pasteler¨ªas y caf¨¦s del pueblo. A las afueras de Lajares emerge uno de los volcanes m¨¢s bellos de la isla, el Calder¨®n Hondo, al que se puede ascender en un par de horas. ?Qui¨¦n puede negarse a degustar un pastel despu¨¦s de haber conquistado su cumbre? Es como tocar dos veces el cielo.
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