En busca de los mundos so?ados
?D¨®nde se encontraban la fascinante Troya, la legendaria isla de Ogigia o las riquezas del reino de Saba? La mitolog¨ªa viajera sigue despertando el deseo de explorar la Tierra en la era de Internet
Mucho antes de que se supiera de la existencia de la Ant¨¢rtida, ya en la Grecia cl¨¢sica se especulaba acerca de un continente imaginario llamado Terra Australis. Seg¨²n la idea de la simetr¨ªa geom¨¦trica, este deb¨ªa hacer de contrapeso a las masas de tierra m¨¢s septentrionales. Existen versiones que dicen que all¨ª viv¨ªan los machimoi, seres belicosos que incordiaban permanentemente a los pac¨ªficos eusebes, aunque tambi¨¦n hay quien afirma que el territorio estaba habitado por los hijos del Sol, individuos de notable belleza cuyo sistema vocal les permit¨ªa mantener m¨¢s de una conversaci¨®n a la vez.
Incluso en tiempos de navegadores virtuales y de sistemas de posicionamiento satelital, los mapas siguen despertando en nosotros la curiosidad por los destinos remotos y un sinf¨ªn de fantas¨ªas acerca de lo que all¨ª encontrar¨ªamos. A pesar de ser conscientes de que pr¨¢cticamente no quedan rincones del planeta sin cartografiar, al mirarlos seguimos evocando la promesa de tierras ignotas y de c¨¦lebres descubrimientos.
Una copia del libro de Marco Polo con notas a mano de Col¨®n se conserva en la catedral de?Sevilla
?Cu¨¢l es la forma del mundo? ?La que definen los atlas o la que grabaron los exploradores y los poetas en nuestras mentes so?adoras? ?Es Siberia un p¨¢ramo helado o la rom¨¢ntica patria de los chamanes y los desterrados? ?Es Creta una moderna isla griega o la m¨ªtica morada del Minotauro? ?En qu¨¦ rinc¨®n de Am¨¦rica se esconde el famoso El Dorado?
Hospedados a veces en territorios reales y otras veces vol¨¢tiles como un recuerdo, hay una serie de sitios imaginarios que detentan en nuestra memoria el mismo grado de realidad que algunas de las ciudades que conocemos, muchos de los cuales fueron referidos por Dominique Lanni en su libro Atlas de los lugares so?ados (2016).
As¨ª existe en la geograf¨ªa griega la isla de Citerea o Citera, ubicada al sur de la pen¨ªnsula del Peloponeso y famosa por sus sensuales playas y su agitada vida nocturna. En la memoria colectiva, sin embargo, representa la patria de Afrodita ¡ª?llamada tambi¨¦n Citerea en honor a la tierra que la vio nacer¡ª y un importante centro de culto a la diosa. Cuenta la leyenda que Afrodita emergi¨® de las aguas en el mismo lugar en el que fueron arrojados los genitales de Urano, arrancados de cuajo y con una hoz por uno de sus hijos, Crono, a instancias de la ira de su madre, Gea. Afrodita representa la belleza, la sensualidad y el amor. Pero no el amor rom¨¢ntico, como puede entenderse hoy en d¨ªa, sino m¨¢s bien el relacionado con la sexualidad. Tal vez es por eso que los visitantes actuales siguen pensando en Citerea como un destino afrodisiaco abocado al placer y al libertinaje.
M¨¢s dif¨ªcil resultar¨¢ a los amantes de la mitolog¨ªa visitar la isla de Ogigia, patria de la ninfa Calipso, que con sus encantos retras¨® siete a?os el regreso de Ulises a casa, ofreci¨¦ndole la inmortalidad si aceptaba quedarse con ella. El h¨¦roe se neg¨® y, ayudado por la diosa Atenea, logr¨® escapar. Se ha mencionado que, seg¨²n la descripci¨®n de Homero en la Odisea, la vegetaci¨®n podr¨ªa ser la de las costas marroqu¨ªes. As¨ª lo indica Her¨®doto, que la ubica en la orilla africana del estrecho de Gibraltar, quit¨¢ndole por tanto la cualidad de isla. Siglos despu¨¦s, sin embargo, el helenista y diplom¨¢tico franc¨¦s Victor B¨¦rard postul¨® que Ogigia podr¨ªa corresponderse con el islote espa?ol de Perejil, ya que, adem¨¢s de una cala de dimensiones adecuadas para el fondeo de una embarcaci¨®n, posee una caverna que bien podr¨ªa haber sido el hogar de la ninfa mencionada por Homero.
Y si hablamos de la Odisea es imposible no referirse a la m¨ªtica Troya, cuya evocaci¨®n obsesion¨® a Occidente durante m¨¢s de dos milenios. La ciudad cambi¨® varias veces de ubicaci¨®n antes de fijar su domicilio en una colina turca situada a escasos kil¨®metros del estrecho de los Dardanelos. All¨ª fue donde el millonario alem¨¢n Heinrich Schliemann se encontr¨® en la d¨¦cada de 1870 con los supuestos vestigios de la villa y con el tesoro del rey Pr¨ªamo. Poco importa que los arque¨®logos hayan establecido que el bot¨ªn pertenec¨ªa a un periodo muy anterior al del reinado del monarca o que los historiadores afirmaran que, de haberse producido una guerra, lo m¨¢s probable es que se hubiera debido m¨¢s a lo estrat¨¦gico del enclave que a los encantos de una mujer, por m¨¢s que esta fuera la mism¨ªsima Helena. En el imaginario popular, la colina de Hisarlik ser¨¢ para siempre el escenario del enfrentamiento fatal entre Aquiles y H¨¦ctor.
Quiz¨¢s uno de los recorridos que m¨¢s haya influido en el acercamiento simb¨®lico entre Oriente y Occidente ha sido el de los viajes de Marco Polo, que all¨¢ por el a?o 1300 dio a conocer a la Europa medieval las tierras y civilizaciones de Asia central y de China. Hayan existido o no los hechos que se narran en sus aventuras, es innegable el efecto que estas tuvieron en las rutas comerciales y en los delineamientos geopol¨ªticos del mundo. El nombre de Catay apareci¨® en sus relatos como aquella tierra ubicada en las cuencas de los r¨ªos Yangts¨¦ y Amarillo y poblada de maravillas. Seg¨²n la narraci¨®n, el mercader veneciano no solo se convirti¨® en consejero de Kublai Kan ¡ªnieto del conquistador y gran jefe mongol Gengis Kan¡ª, sino que lleg¨® a ser designado gobernador de la ciudad china de Yang?zhou, cargo que ejerci¨® durante tres largos a?os. Cuando a su regreso a Venecia sus compatriotas pusieron en duda sus palabras, tanto ¨¦l como su padre y su t¨ªo retiraron del dobladillo de sus ropajes las joyas, perlas y diamantes que hab¨ªan tra¨ªdo de aquellas regiones remotas y que esgrimieron como prueba de la veracidad de su testimonio.
En el caso de Cipango, el propio Marco Polo confes¨® no haber llegado a visitarla, pero s¨ª refiri¨® las narraciones que otros viajeros le ofrecieron: ¡°Cipango es una isla de Levante en alta mar, a 1.500 millas de tierra firme. Es una isla muy grande. Sus gentes son altas y apuestas. Son id¨®latras e independientes. Os aseguro que tienen una cantidad infinita de oro (¡) Voy a describiros la maravilla del palacio del se?or de esta isla. Tiene un gran palacio cubierto por completo de oro fino, como nuestras iglesias est¨¢n recubiertas de plomo, de manera que tiene tanto valor que apenas se puede calcular. Y todo el pavimento de las habitaciones y del palacio es de oro, en bloques de dos buenos dedos de grosor, y las ventanas tambi¨¦n, de manera que este palacio es de una riqueza tan desmesurada que nadie podr¨ªa creerlo¡±. Con la llegada de los portugueses, Cipango perdi¨® la hermosa denominaci¨®n de Imperio del Sol Naciente que Marco Polo hab¨ªa tomado prestada de los chinos. Hoy lo conocemos con el nombre de Jap¨®n, lo cual no sirvi¨® de obst¨¢culo para que representara para siempre en el imaginario occidental el fabuloso misterio y la riqueza de Oriente.
Uno de los lectores m¨¢s entusiastas de Los viajes de Marco Polo fue el propio Crist¨®bal Col¨®n, quien ten¨ªa una copia del libro con anotaciones hechas de su pu?o y letra que a¨²n se conserva en la biblioteca colombina de la catedral de Sevilla. Maravillas, piedras preciosas y, sobre todo, oro fue lo que prometi¨® a su tripulaci¨®n cuando zarparon del puerto de Palos de la Frontera, en Huelva, con el objetivo de alcanzar por el oeste las fabulosas Indias, Catay y Cipango. De esas p¨¢ginas nacer¨ªa la obsesi¨®n que el preciado mineral despert¨® en quienes arribaron ¡ªsin saberlo¡ª a las costas americanas.
Si bien sus primeros viajes no proveyeron grandes cantidades de oro, s¨ª confirmaron su existencia en el Nuevo Mundo, alentando en los espa?oles el deseo de descubrir las incre¨ªbles ciudades descritas por el veneciano. Fue entonces que las expectativas se cruzaron con otro mito. El que dec¨ªa que, en el siglo VIII, el arzobispo de Extremadura hab¨ªa tenido que huir de un caudillo ¨¢rabe que se apoder¨® de la ciudad de M¨¦rida, y que junto con otros seis obispos hab¨ªan cruzado el Atl¨¢ntico mucho antes que Col¨®n, y al llegar a lo que luego se conocer¨ªa como Am¨¦rica hab¨ªan erigido siete ciudades que se volvieron muy pr¨®speras a causa de la abundancia de oro que all¨ª encontraron. En el siglo XVI esta historia se encontr¨® con los relatos de una nueva expedici¨®n espa?ola que, bas¨¢ndose en las habladur¨ªas de los indios, describ¨ªan la existencia de varias ciudades de oro que no tardaron en relacionarse con aquellas fundadas por los religiosos extreme?os. Un nombre se repet¨ªa en los relatos de los abor¨ªgenes: C¨ªbola. Desde entonces fueron numerosas las expediciones que se lanzaron sin ¨¦xito a la b¨²squeda de este legendario lugar y las siete ciudades de oro, que se supon¨ªan enclavadas en alg¨²n rinc¨®n de Nueva Espa?a ¡ªen lo que hoy es el norte de M¨¦xico¡ª.
C¨ªbola no fue la ¨²nica ciudad dorada que quit¨® el sue?o a los conquistadores espa?oles. Cuando se apoder¨® de la ciudad de Quito en 1534, el capit¨¢n Sebasti¨¢n de Belalc¨¢zar supo de un ritual por el que, durante la fiesta del sol, el Gran Inca se sumerg¨ªa en un mar dorado, lo que le vali¨® el apelativo de Indio Dorado o El Dorado. Aquel mar era en realidad el m¨ªtico lago Parim¨¦. Si bien nunca nadie lleg¨® a localizarlo, qued¨® representado en la imaginaci¨®n de los espa?oles como una enorme masa de agua repleta del precioso mineral, para despu¨¦s atribuir esa cualidad a todo un reino que, tomando el nombre de su monarca, fue bautizado como El Dorado. A lo largo de toda la conquista de Am¨¦rica, la leyenda de El Dorado se utiliz¨® para referirse a cualquier ciudad en la que se creyera que pod¨ªan hallarse tesoros maravillosos.
Voluntad de explorador
El reino de Saba, mencionado en el Antiguo Testamento como un lugar de riquezas incalculables y ubicado presumiblemente en alg¨²n rinc¨®n de la pen¨ªnsula ar¨¢biga. El temible pa¨ªs de los cimerios, referido en la Odisea como parte de la ruta que se debe recorrer para llegar a los infiernos y que algunos relatos sit¨²an en los alrededores del mar de Azov, al noreste de la pen¨ªnsula de Crimea. El reino de las amazonas, trasladado de pa¨ªs y de continente seg¨²n la tradici¨®n y las ¨¦pocas. Las islas Afortunadas, que acog¨ªan a quienes se hab¨ªan distinguido por lo justo de sus acciones y que los griegos situaron en el interminable oc¨¦ano que se extiende fuera de las columnas de H¨¦rcules. M¨¢s all¨¢ de las delimitaciones geogr¨¢ficas, nuestra imaginaci¨®n ha estado poblada en todas las ¨¦pocas por lugares fant¨¢sticos o no, que se ocuparon de dar forma al mundo ante nuestros ojos.
El deseo de visitarlos, de saber qu¨¦ hay m¨¢s all¨¢, ha alentado siempre la curiosidad humana. Una vez que todo el orbe hubo sido conquistado, la ¨²ltima frontera que nos qued¨® fueron los polos helados. La carrera por alcanzarlos dej¨® un sinf¨ªn de an¨¦cdotas terribles y maravillosas, que involucran nombres de exploradores como Fridtjof Nansen, Roald Amundsen, Robert Peary o Robert Falcon Scott. Tal era el misterio que los envolv¨ªa, que a comienzos del siglo XIX un exoficial del Ej¨¦rcito de Estados Unidos llamado John Cleve Symmes pregonaba en sus conferencias ¡ªy la gente lo escuchaba fascinada¡ª que en cada uno de los polos hab¨ªa un agujero avellanado por el que pod¨ªa accederse a los siete mundos subterr¨¢neos que se alojaban unos dentro de otros en el interior de la Tierra.
Quiz¨¢ la imagen que mejor condensa esa combinaci¨®n de temor y atracci¨®n que detentan las fronteras ¨²ltimas puede hallarse en la isla de Tule, que Piteas divis¨® desde su nav¨ªo en el siglo IV antes de Cristo, y que, seg¨²n su testimonio, no se asemejaba a ninguna naturaleza conocida. La describi¨® como un paisaje indefinible que parec¨ªa oscilar entre los mundos s¨®lido y l¨ªquido, y la ubic¨® seis d¨ªas al norte de las islas Brit¨¢nicas, all¨ª donde el sol del verano nunca se pone. El t¨¦rmino Tule ¡ªo Thule¡ª se ha utilizado desde entonces para designar aquellos lugares situados m¨¢s all¨¢ de los confines del mundo.
Por m¨¢s que sepamos que ya no quedan rincones inexplorados, el deseo de descubrir nuevas tierras y nuevas gentes nunca se ha apagado y tal vez nunca se apagar¨¢. Cada vez que un ser humano mire el horizonte se encontrar¨¢ con las evocaciones de los grandes viajeros que nos transmitieron la emoci¨®n y el misterio de llegar a puertos ex¨®ticos por vez primera. Y movidos siempre por el mismo deseo: el de querer ver qu¨¦ hay m¨¢s all¨¢. ?Ad¨®nde? ¡°All¨¢¡±.
Javier Arg¨¹ello es autor de la novela A prop¨®sito de Majorana (Random House).
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