Volveremos a llenar las calles
Fantaseamos con el silencio de las ciudades y los museos vac¨ªos. Est¨¢ por ver si, cuando todo esto pase, habr¨¢ cambiado nuestra manera de visitarlos
Quisi¨¦ramos huir como Filomena, encerrarnos como Beckett, fotografiar las calles como Atget, pero no somos uno de los protagonistas del Decamer¨®n, ni uno de los mejores escritores del siglo XX, tampoco el ¨²ltimo fot¨®grafo del viejo Par¨ªs. Somos los herederos del tiempo que nos dejaron, que hemos convertido en nuestro. En cambio, tenemos algo en com¨²n con ellos: la cat¨¢strofe nos ha obligado a vaciar durante semanas las calles, a dejarlas sin nosotros. El personaje de la obra de Giovanni Boccaccio vivi¨® la peste que asol¨® Europa en el siglo XIV, y huy¨® de Florencia; Samuel Beckett, escapando de los nazis, se escondi¨® en el Rosell¨®n, donde escribi¨® Watt; Eug¨¨ne Atget encontr¨® en la capital francesa los resquicios de la humanidad que ven¨ªa a saludar por ¨²ltima vez.
Quisi¨¦ramos ser ellos porque querr¨ªamos pasar este confinamiento en un lugar mejor, casi siempre inexistente, imaginado. Querr¨ªamos encontrar una buena idea entre las cuatro paredes de nuestra casa, escribir, dibujar, bailar, burlar la cuarentena para fotografiar todos los rincones de la cotidianidad que tanto extra?amos. En cualquier caso, querr¨ªamos seguir haciendo lo que hemos hecho siempre, dar sentido a nuestra existencia. Por eso, quiz¨¢, d¨ªa tras d¨ªa, la mayor¨ªa llenamos de informaci¨®n el ¨²nico lugar que nos es dado para distraernos y no sentir que, verdaderamente, tras esto algo debe cambiar. Miramos lo ¨²nico que podemos mirar, adem¨¢s de las vistas desde nuestra ventana (en el mejor de los casos), para seguir encontrando en los dem¨¢s lo que nos falta de nosotros. Que ahora las redes sociales echen humo, que se acumulen en ellas las fotograf¨ªas de tiempos mejores, de viajes so?ados, de playas abarrotadas, solo nos indica que seguimos haciendo lo mismo, consumiendo en masa, como hab¨ªamos hecho hasta ahora con las ciudades que desde hace d¨ªas observamos desde casa o a trav¨¦s de una pantalla.
Tal vez era este el destino del turismo masivo, de las innumerables fotos de los lugares que creemos conmemorar, guardarlas para un momento peor y tener la ilusi¨®n de seguir estando all¨ª. Fantaseamos con el silencio de las ciudades que tanto nos han fascinado, con la idea de ser los ¨²nicos que llenan sus calles, pero tambi¨¦n identificamos que algo hemos hecho mal cuando pensamos en las escaleras del puente de Rialto de Venecia sabiendo que, por primera vez en mucho tiempo, respiran aliviadas.
Podr¨ªamos imaginar a la Proserpina de Juan de Bolonia en la plaza de la Se?or¨ªa de Florencia liber¨¢ndose de su rapto para descansar, a Cibeles baj¨¢ndose de su carro mientras sus leones van a encontrarse con los de la puerta del Congreso de los Diputados, en Madrid. Podr¨ªamos imaginar muchas cosas, todo lo que han estado haciendo las calles sin nosotros porque ellas han seguido all¨ª, pr¨¢cticamente vac¨ªas. ?Qu¨¦ pasar¨¢ despu¨¦s? ?Qu¨¦ nos encontraremos cuando, por fin, todo haya salido bien, y podamos volver a viajar al destino deseado? ?Habr¨¢ descansado lo suficiente la c¨²pula del Duomo de Florencia o habr¨¢ desaparecido? ?Estar¨¢n bailando, por fin, las bailarinas de Edgar Degas en el madrile?o Museo Thyssen-Bornemisza? ?Habr¨¢ llegado la novena musa a la Sala de las Musas del Prado? ?Volver¨¢n los pasillos del Louvre a vernos llegar ante la escalinata de la Victoria alada de Samotracia o habr¨¢ vuelto esta escultura a la isla del Egeo donde la encontraron?
En el Museo de Bellas Artes de B¨¦lgica, en Bruselas, existe una plaza que a¨²n hoy acoge a una persona. Se trata de la plaza que pint¨® en 1913 Giorgio de Chirico en The Melancholy of a Beautiful Day, y que hace semanas que no recibe a ning¨²n visitante ni a nadie que se pregunte por el significado de la estatua que cierra la composici¨®n del pintor italiano. Todav¨ªa tendr¨¢ que esperar para ser interpelado, pero llegar¨¢ el momento en el que podamos volver a ese lugar, a esa plaza y a todas las dem¨¢s. Podremos volver a los pasillos de los museos cuyas obras hoy se preguntan d¨®nde estamos, podremos volver a darles a las ciudades la existencia a la que las ten¨ªamos acostumbradas, pero ese d¨ªa requerir¨¢ de nosotros algo nuevo.
No podremos volver a viajar hasta haber entendido la habitaci¨®n que dejamos atr¨¢s, no podremos volver a llenar las calles hasta entender cu¨¢l es realmente ese tiempo que hemos convertido en nuestro. Al menos entender que si una imagen de la plaza de San Marcos atravesada por una sola persona nos conmueve m¨¢s que la plaza vac¨ªa es porque en aquel que cruza inmune uno de los s¨ªmbolos venecianos por excelencia reside la parte de nosotros que quiere volver a verla, o contemplarla como si fuera la primera vez, pero para eso la ciudad italiana debe seguir existiendo. Eso es lo que estar¨¢ en juego cuando todo esto pase, mirar a nuestro pasado antes de emprender el camino a tierras lejanas.
Tras su encierro, Filomena volvi¨® a la Florencia en la que estaba surgiendo el Renacimiento y Beckett escribi¨® Esperando a Godot en el Par¨ªs de la Torre Eiffel que Atget jam¨¢s fotografi¨®. Antes de volver a llenar las calles, de seguir compartiendo en Internet nuestra experiencia m¨¢s inmediata, podr¨ªamos emular al fot¨®grafo franc¨¦s, borrar las fotos de aquel viaje, de aquella torre que se construy¨® en 1889, para imaginar c¨®mo ser¨ªa verla por primera vez. Si las calles hoy nos echan de menos es porque hubo un tiempo mejor en el que les dimos sentido. Tendremos que decidir si ese tiempo era el inmediatamente anterior a que nos obligaran a encerrarnos para pensarlo.
Despertaremos, como la Ariadna dormida del cuadro de De Chirico, volveremos a atravesar San Marcos, pero antes habremos debido aprender nuevamente los primeros pasos.
Ada Naval es historiadora del arte.
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