Sin prisas por la costa de Pontevedra
Tierra de leyendas, marisco y atardeceres de postal, un delicioso viaje con paradas en villas marineras como A Guarda, el castro de Santa Trega y la cima del monte O Facho
Evadirse de la realidad parece m¨¢s necesario que nunca. Tras un a?o convulso (y con la incertidumbre todav¨ªa en este 2021), nunca es mal momento para ir pensando en el pr¨®ximo viaje, en una escapada ajena a megaurbes y marcada por las leyendas de reyes destronados, meigas y bosques encantados que vagan por el litoral de Pontevedra. Un road trip donde sobran las prisas y en el que el mar ser¨¢ la ¨²nica gu¨ªa por esta senda imaginaria de antiguos templos y edificios nobles que parecen hibernar en una pel¨ªcula de Tim Burton.
La ruta comienza en su punto m¨¢s meridional, con la brisa del Atl¨¢ntico sigui¨¦ndonos de cerca por la carretera de la costa (PO-552) que nos conducir¨¢ de A Guarda a Baiona. Iniciar el recorrido con la subida al monte de Santa Trega puede ser el mejor augurio para esta traves¨ªa. Ascender hasta su cima significa sentirse, por unos minutos, los due?os de alg¨²n imperio lejano. Desde ella la panor¨¢mica se apodera de la desembocadura del r¨ªo Mi?o, las monta?as de Portugal y Galicia, y la inmensidad del oc¨¦ano que todo lo engulle. Apenas cuesta imaginar que durante tiempos remotos fuera un lugar anhelado por poderosas civilizaciones, que buscaban asentarse sobre su flujo estrat¨¦gico de agua dulce y salada. Prueba de ello son los petroglifos de la edad de bronce que salpican la subida al monte. Sobre ellos se estableci¨® el castro de Santa Trega hace m¨¢s de 2.000 a?os, uno de los poblados prerromanos m¨¢s grandes del noroeste peninsular que permanece indestructible al paso del tiempo. A medida que el pico de O Facho se manifiesta a lo lejos, las formas circulares del castro se van desdibujando, como el recuerdo de un laberinto sinuoso. La capilla de Santa Trega, en el cercano pico de San Francisco, congrega cada 23 de septiembre a cientos de devotos que marchan en romer¨ªa hasta su coqueto armaz¨®n de piedra.
Las caminatas hist¨®ricas suelen despertar el apetito. Y qu¨¦ mejor manera de saciarlo ¡ªcon la hosteler¨ªa gallega ya reabierta, aunque con restricciones¡ª que un enclave famoso por sus langostas. El cercano puerto pesquero de A Guarda, al borde del Atl¨¢ntico, llama a la mesa con sus marisquer¨ªas desbordadas de pescado fresco, entre una hilera de casas marineras de colores chillones. Las mismas que inspiraron el primer mural del espig¨®n norte, construido en la d¨¦cada de 1990 para contener la bravura del mar en invierno, y que en 2018 se pint¨® con el cielo y los astros representados en A Guarda escrita nas estrelas, proyecto colaborativo de los artistas gallegos Nuvi &?xfico junto a voluntarios locales para mantener viva la historia de la villa. El monte de Santa Trega, las constelaciones de la noche gallega pintadas sobre el rompeolas o los versos del poeta vigu¨¦s Feliciano Rol¨¢n son algunos de los iconos de la tierra que brillan desde entonces entre las olas. Al deshacer el paseo mar¨ªtimo llegaremos al muelle en el dique sur, donde se asienta la lonja de A Guarda. Aqu¨ª se puede ser testigo cada d¨ªa a las 16.30 de la subasta de percebes, pulpo y dem¨¢s productos del mar que se adjudican en silencio. El aliciente definitivo para coger el coche y ascender unos pocos kil¨®metros hasta Area Grande, playa de arena dorada donde darse un chapuz¨®n (siempre fr¨ªo) antes de recrearse en el arroz con bogavante que sirven en el restaurante del mismo nombre (restauranteareagrande.es).
Una linterna legendaria
Aqu¨ª el tiempo transcurre sin avisar, sobre todo en verano, con cielos diurnos hasta casi medianoche. Pero toca reanudar el viaje por la PO-552, con la sierra de A Groba pis¨¢ndonos los pies. Se cuenta que durante siglos los lobos aullaban en la zona con tanto br¨ªo que atemorizaban a aldeas enteras. La cacer¨ªa los silenci¨® definitivamente en los a?os setenta. Ajeno a la barbarie humana se alza el faro del cabo de Silleiro, una pintoresca torre de rayas blancas y rojas sin nada que envidiar a la que Wes Anderson escogi¨® para su pel¨ªcula Moonrise Kingdom (2012). Esta linterna legendaria ha servido de gu¨ªa para nav¨ªos desde 1924 y, si el cielo est¨¢ despejado, se puede divisar a m¨¢s de 60 kil¨®metros mar adentro. Tras una larga reforma para paliar los desperfectos causados por el clima, todo apunta a que Silleiro albergar¨¢ un hotel con encanto. Eso s¨ª, la presencia de su c¨²pula roja, su luminaria ¡ªahora autom¨¢tica¡ª y unas puestas de sol imborrables seguir¨¢n en pie por mucho tiempo.
No hay entrada m¨¢s triunfal a la villa de Baiona que el tramo de costa que custodia la Virgen de la Roca. Esta monumental santa, que recuerda a la Estatua de la Libertad neoyorquina, sac¨® del anonimato al monte de San Roque, que se eleva unos 100 metros sobre el nivel del mar. La virgen no solo se puede ver de cerca, sino tambi¨¦n por dentro. El c¨¦lebre arquitecto gallego Antonio Palacios se encarg¨® de su estructura, mientras que el modelado de su rostro y manos en m¨¢rmol blanco fueron obra del escultor ?ngel Garc¨ªa D¨ªez. Dos d¨¦cadas de trabajo incesante fueron precisas para dar vida a la colosal virgen desde que se colocara su primera piedra en 1910. Esta fecha est¨¢ grabada en un bloque de granito a la entrada desde su extremo norte, que da paso a una escalera de caracol por la que recorrer sus 15 metros de altura. Ya en el mirador, la virgen congratula a los visitantes con unas vistas de las R¨ªas Baixas que cortan el aliento. Al fondo se atisba el castillo de Monterreal, la gran joya de Baiona. Una antigua fortaleza del siglo XII que fue disputada por se?ores feudales, el pirata Francis Drake y las tropas de Napole¨®n. Pero si su nombre se inscribe en los libros de historia es por haber sido el suelo que pis¨® por primera el explorador Alonso Pinz¨®n en 1493 tras descubrir Am¨¦rica en su viaje con Crist¨®bal Col¨®n. Reconvertido en el parador de Baiona desde la d¨¦cada de los sesenta, empezar el d¨ªa con su desayuno marinado por el viento fresco del Atl¨¢ntico y un paseo por su antigua muralla solo puede presagiar m¨²ltiples aventuras.
La primera puede comenzar no muy lejos del castillo de Monterreal, en el muelle pesquero de Baiona, donde se toma el ferri a las islas C¨ªes. En poco m¨¢s de media hora se divisa este archipi¨¦lago con rostro de Pa¨ªs de Nunca Jam¨¢s. Una tierra que a¨²n se antoja salvaje por sus aguas heladas y puestas de luna, y que encandil¨® a The Guardian con su playa de Rodas, a la que el diario brit¨¢nico proclam¨® como la m¨¢s bonita del mundo.
Dejemos a un lado el que podr¨ªa servir de escenario real para la famosa obra de J. M. Barrie y regresemos a Baiona, la villa anclada en la entrada de la r¨ªa de Vigo. Due?a de un casco hist¨®rico rebosante de caserones se?oriales, plazas y calles angostas, congrega adem¨¢s edificios religiosos tan memorables como la excolegiata de Santa Mar¨ªa, una iglesia del siglo XIII que hipnotiza con su roset¨®n de estilo rom¨¢nico. Pero no todo son id¨ªlicas fachadas y trazados empedrados. Baiona es uno de esos lugares que exigen tomarse un d¨ªa libre en el itinerario para catar su vida local de bares de tapas y de terrazas en restaurantes. Aqu¨ª las raciones de zamburi?as a la plancha y empanadas del obrador se mueven con soltura. Tampoco falta el venerado pulpo a feira (con mucho piment¨®n, sal gorda y sin patatas) ni el fresco albari?o bebido en cuncas, un bol de cer¨¢mica que recibe sonriente en las tabernas.
A unos cinco kil¨®metros, y sin perder de vista el trazado de la costa, se encuentra Sabar¨ªs, uno de los pueblos predilectos de los vigueses como segunda residencia. Pasear sin prisa por el camino real procedente de Tuy o hacer parada en su mercado original de los a?os cincuenta ¡ªahora centro cultural¡ª son planes que todo viajero deber¨ªa disfrutar. En el camino que lleva a la ecl¨¦ctica iglesia de Santa Cristina de la Ramallosa surge un puente medieval que ha sido testigo del bautismo prenatal, rito que a¨²n se celebra en algunas aldeas y en el que se unge con agua el vientre de la mujer que desea ser fecundada. Cuenta la leyenda que la reconstrucci¨®n del puente fue una prueba de los milagros de san Telmo, patr¨®n de los navegantes, capaz de predecir tormentas. La bajamar, a la hora del crep¨²sculo, es el momento oportuno para adentrarse por el entorno natural de la Ramallosa. La ca¨ªda del sol transforma los juncos de la marisma en lumbres que parecen guiar a un ej¨¦rcito infinito de especies pisc¨ªcolas, anfibios y reptiles que deambulan perezosos desde el puente de piedra hasta la r¨ªa. En escasos minutos emerge la magia de Foz do Mi?or, el estuario que forma este r¨ªo en su desembocadura junto a dos riachuelos entre los municipios de Gondomar, Nigr¨¢n y Baiona. Un rico ecosistema frecuentado por el mart¨ªn pescador, murci¨¦lagos y garzas que se encuentra en peligro por la sobreexplotaci¨®n del hombre.
Buen comer y descanso divino
¡°?Quedaches con fame?¡±. Si regresas de Galicia con el est¨®mago descontento es que no has estado en Galicia. Su generosidad culinaria no solo se manifiesta en cuantiosas raciones, sino en la variedad de sus guisos, productos del mar o los quesos, embutidos y dulces que abastecen mercadillos como el de Cangas de Morrazo, abierto martes y viernes cada semana.
La oferta es inabarcable. Desde la fusi¨®n de mar y tierra de O Con de Ald¨¢n (paseo de Carlos P¨¦rez, 12) hasta el instagrameable men¨² de El Perro Verde en A Guarda (Costa dos Soldados, 10) o el cl¨¢sico arroz con bogavante que sirve el restaurante Area Grande, en la playa hom¨®nima. Ya en Baiona, en la Taberna del Azafr¨¢n (calle de Fonte de Zeta, 14) se pueden degustar algunos de los b¨¢sicos de la cocina gallega, como las zamburi?as a la ?plancha, el revuelto de grelos o el pulpo a feira.
En cuesti¨®n de hospedaje, ademas de su parador (Arquitecto Jes¨²s Valverde, 3), existen en Baiona ofertas m¨¢s terrenales como el hotel Casa do Marqu¨¦s (calle das Areas, 13), antiguo caser¨®n decorado con estilo rom¨¢ntico en la playa de Ladeira. Si se prefiere dormir con sosiego divino, el antiguo convento de San Benito (plaza de San Bieito), en A Guarda, conserva parte de su estructura original de 1558.
En el ascenso a Nigr¨¢n, un desv¨ªo al oeste recompensa con la visita a la peque?a pen¨ªnsula de Monteferro, en un extremo de la r¨ªa de Vigo, que separa las playas de Patos y Madorra. Entre bosques de pinos y eucalipto se alza el Monumento a los M¨¢rtires del Mar, con la escultura de la Virgen del Carmen, tambi¨¦n patrona de los marineros. Su imponente figura de 25 metros de altura esculpida en granito fue creada para guiar a los navegantes. En lo alto del monte y bajo restos de un yacimiento romano, un horizonte estrat¨¦gico confluye por toda la costa, desde el cabo de Silleiro hasta las C¨ªes y la fortaleza de Baiona.
En la b¨²squeda de la siguiente lengua de tierra y roca que contiene a las R¨ªas Baixas asoma por el interior el monte Torroso, un mirador invencible hacia toda la costa atl¨¢ntica y el valle del Mi?o. En un estrecho sendero que surge desde el ¨¢rea recreativa Cruz da Portela aguardan dos ¨¢guilas gigantes, varias tortugas y una esfinge humana. No se trata de una alucinaci¨®n, sino de las esculturas talladas en piedra natural por los artistas Pepe Ant¨²nez Pousa, F¨¦lix G. Fidalgo y Alejandro Dur¨¢n en la primera d¨¦cada de este siglo.
Retomamos la ruta hacia la pen¨ªnsula de Morrazo, pronunciado saliente que separa las r¨ªas de Vigo y Pontevedra. Un terreno colmado de leyendas, playas salvajes y pueblos de pescadores que merece ser desgranado en cada parada. As¨ª es como el entorno premia al viajero con lugares como el Bosque Encantado, m¨¢gico apodo que la Finca do Frendoal (986 30 00 50) sustenta con toda justicia. Encontrarlo, como cab¨ªa esperar, no es tarea f¨¢cil. No existen carteles ni indicaciones, y un manto espeso de vegetaci¨®n lo protege con recelo. Lo m¨¢s sencillo es acceder desde la entrada al puerto de Ald¨¢n, caminar unos 100 metros y girar a la derecha para adentrarnos en el interior del bosque por un peque?o puente frente al antiguo lavadero de Orxas. La finca se encuentra un poco m¨¢s adelante, siguiendo el sendero del r¨ªo. En su origen estaba unida al pazo de Torre de Ald¨¢n, propiedad de los condes de Canalejas. Con el trazado de la carretera PO-315 la finca qued¨® dividida y este amplio terreno que los nobles usaban para el recreo y la caza fue donado al Concello de Cangas. Entre la maleza se puede distinguir la figura de un castillo abandonado a su suerte. Su est¨¦tica medieval enga?a, ya que comenz¨® a construirse en la d¨¦cada de 1960. A pesar de estar inacabado, conserva intactos tanto su puente levadizo como las torres y almenas. Frente al castillo se extiende casi invisible un antiguo campo de croquet y, a su izquierda, los Jardines Hist¨®ricos, el sue?o de la familia Canalejas por tener su propio ed¨¦n entre casta?os, abedules y especies ex¨®ticas.
Subidos al monte O Facho
Dejar atr¨¢s el Bosque Encantado no significa desprenderse de la magia de la pen¨ªnsula de Morrazo. Tras apurar la visita a la villa de Ald¨¢n con un ba?o en alguna playa de su r¨ªa, o recrearse en el restaurante O Con y su terraza ba?ada por el agua salada, es hora de emprender la ¨²ltima etapa del viaje hacia el suroeste de la pen¨ªnsula. Un trayecto que salvaguarda el cruceiro de H¨ªo, en Cangas, uno de los m¨¢s famosos de toda Galicia. Su talla barroca de 1872 es obra de Jos¨¦ Cervi?o, conocido como Pepe da Pena por sufrir el acecho de la pobreza hasta sus ¨²ltimos d¨ªas. El escultor pontevedr¨¦s cincel¨® con gran dramatismo sobre un bloque de granito el camino de la vida humana, desde la creaci¨®n de Ad¨¢n y Eva hasta la redenci¨®n de Cristo en la cruz. A unos 15 minutos en coche de su parroquia espera paciente el mirador del monte O Facho. Ubicado en Don¨®n, el pueblo m¨¢s occidental de la pen¨ªnsula de Morrazo, su valor estrat¨¦gico fue dispu?tado por civilizaciones durante siglos, como acreditan los restos de medio centenar de castros en la cima. Sus escasos 160 metros sobre el nivel del mar no son obst¨¢culo para obsequiarnos con una vista id¨ªlica del litoral gallego, donde el mundo parece acabar. Una panor¨¢mica salpicada de aldeas, islas y templos centenarios que abarca desde el cabo de Silleiro hasta Finisterre, con la inmensidad del oc¨¦ano Atl¨¢ntico como uni¨®n.
Este monte alberga tambi¨¦n un santuario que ha sido objeto de peregrinaciones religiosas mucho m¨¢s antiguas que el propio Camino de Santiago: uno de los templos m¨¢s grandes de la Pen¨ªnsula durante la Antig¨¹edad, donde se rindi¨® culto al dios Berobreo hasta el siglo IV. Si el tiempo lo permite, existe una ruta de f¨¢cil acceso que conecta en menos de una hora el monte con el cabo de Home, la punta continental m¨¢s pr¨®xima a las islas C¨ªes. Aqu¨ª comienza la Costa da Vela, con la playa de Melide casi virgen a sus pies y bajo la atenta mirada de un faro tambi¨¦n wesandersoniano, pero m¨¢s esbelto y pintado de blanco desde 1853.
Con la retina cargada de vistas y puesta de sol, el retorno al interior se har¨¢ m¨¢s llevadero haciendo una parada en el lago artificial de Casti?eiras, copado por casta?os y el aroma dulz¨®n de los eucaliptos y pinos. Un decorado casi buc¨®lico para un p¨ªcnic sobre la marcha en el que hincar el diente a algunos de los quesos (imprescindibles tetilla y galmesano), embutidos y empanadas locales. Con el est¨®mago y los sentidos adormecidos por todo lo puro y tradicional de esta tierra ¡ªlo exenbre, que dir¨ªan los aut¨®ctonos¡ª, el periplo toca a su fin. Pero no sin explorar antes el pazo de Louriz¨¢n, modernista y ajeno al paso del tiempo, que ejercer¨¢ de ilustre desenlace. Un fest¨ªn de camelias, azaleas y setos mullidos escoltan a esta antigua residencia de Eugenio Montero R¨ªos, jurista y pol¨ªtico crucial en la Restauraci¨®n espa?ola. Los ecos franceses de su majestuosa fachada llevan el sello del arquitecto Jenaro de la Fuente Dom¨ªnguez, que ide¨® en 1910 una escalinata de piedra para su acceso, bordeada por virtuosas estatuas de m¨¢rmol blanco y con las iniciales del pol¨ªtico impresas en las vidrieras. Las paredes acristaladas que aligeran sus tres pisos fueron testigo de reuniones entre intelectuales, periodistas y artistas de la ¨¦poca. A su alrededor, los tesoros se suceden. Desde el mayor invernadero de hierro y cristal de la comarca hasta un jard¨ªn bot¨¢nico del siglo XIX o una gruta cercada por espejos de colores. Como ya es costumbre en este viaje, la finca sobrevive en silencio, desabrigada del calor humano, pero es esa independencia anclada en la magia y las leyendas que surcan las entra?as de la tierri?a lo que la hace realmente ¨²nica.
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