Villa Magalean, el valor de la hospitalidad adornado con ¡®art d¨¦co¡¯

Los recuerdos de la infancia la transportaban al barrio de La Marina de Hondarribia, donde veraneaba entre el verde y el azul de las txanelas (chalanas) vueltas del rev¨¦s que todav¨ªa hoy orillan la desembocadura del Bidasoa, oliendo de noche a salitre y a marmitako. Recuerdos que la decidieron a abandonar el alto voltaje de su empleo en una compa?¨ªa de activos financieros en Francia. Con todo el aprendizaje de saber gestionar el patrimonio de otros, Caroline Brousse regres¨® a la misma Villa Albertine de sus a?os n¨²biles para transformarla en un hotel con encanto de tres plantas y ocho habitaciones.

El arquitecto I?aki F. Biurrun le ha ayudado a ennoblecer los espacios con piezas artesanas de raigambre local, sin perder el estilo art d¨¦co que pose¨ªa la casa desde su construcci¨®n, en la d¨¦cada de 1950. La escalinata invita a subir hasta el s¨¦ptimo cielo, previa contemplaci¨®n de unas vidrieras tra¨ªdas del Pa¨ªs Vasco franc¨¦s. La chimenea del sal¨®n evidencia el gusto contempor¨¢neo de su cartesiano frontis en m¨¢rmol blanco. La biblioteca se presta a la lectura de interesantes obras en espa?ol, franc¨¦s, ingl¨¦s y, naturalmente, en euskera. El resultado de todo este esmero decorativo es una exquisitez sencilla que acompa?a al hu¨¦sped durante toda su estancia. El servicio es pol¨ªglota. Aqu¨ª no importa en qu¨¦ se habla, sino de lo que se habla. El valor cumbre de la hospitalidad sin el estrambote del dinero. La feliz maquinaci¨®n de la felicidad de los dem¨¢s.

Abajo est¨¢ el comedor, decorado con un piano y una gran cristalera al exterior. La carta es sencilla, pero con elaboraciones meticulosas, fruto del oficio del cocinero argentino Juan Carlos Ferrando, formado en el Basque Culinary Center.

Todas las habitaciones son diferentes, aunque reconocibles por una elegancia nada gratuita. Adoptan referencias locales y provinciales, como La Marina, que se puede privatizar en apartamento con la denominada Guadalupe, por el santuario de la ciudad, o la master suite Pe?as de Aia, que celebra el parque natural hom¨®nimo.

Pero hay m¨¢s matices que los arquitect¨®nicos, decorativos o culinarios. Nos acompa?a la melancol¨ªa de los d¨ªas grises de sirimiri, la paz de los edredones de sus camas, el terciopelo de cualquier sof¨¢ o el soliloquio de los balcones, cerca del contenido bullicio del paseo de San Pedro, que a mediod¨ªa ofrece las mejores oportunidades para degustar en sus terrazas lo mejor de la gastronom¨ªa vasca tradicional.