Explorando la Sierra de Francia, la tierra que sedujo a Unamuno
Pueblos bonitos como La Alberca o Mogarraz, el parque natural de Las Batuecas, una ruta del vino y sus tradiciones son los principales hitos de un viaje que discurre por la regi¨®n salmantina
Es, c¨®mo decirlo, una especie de secreto a voces. Una de esas cosas que uno cree conocer y de las que no tiene idea en realidad. Porque cuando el viajero llega y se adentra en la Sierra de Francia, las referencias se quedan cortas. La Alberca y su arquitectura at¨¢vica es de las primeras im¨¢genes que afloran a la mente sobre este territorio. Ese ¡°retablo vivo de Espa?a¡±, como la define el portugu¨¦s Miguel Torga en su Diario (1988), fue el primer pueblo de Espa?a en ser declarado Conjunto Hist¨®rico, en 1940. Poco despu¨¦s, le vino el espaldarazo por una pel¨ªcula de Ladislao Vajda que es un cl¨¢sico del cine espa?ol, Marcelino pan y vino (1955); su luminoso tema musical, del maestro Pablo Soroz¨¢bal, fue versionado en media Europa en aquellos a?os oscuros. Bien es verdad que ya antes Luis Bu?uel hab¨ªa iniciado su c¨¦lebre documental Las Hurdes, tierra sin pan (1933) con impactantes tomas de la villa salmantina.
Pero este pueblo es ahora solo uno de los seis conjuntos monumentales de la regi¨®n, que incluye a varios de sus n¨²cleos en el club de Los Pueblos m¨¢s Bonitos de Espa?a, y tambi¨¦n en el de los Pueblos M¨¢gicos. Para aclarar un poco la nebulosa mental que envuelve a la zona habr¨ªa que empezar diciendo que no se trata de una sierra, sino de seis, por lo menos: la sierra de El Guindo, la de La Alberca, la del Castillo, la de B¨¦jar y Candelario, la de las Quilamas¡ Algunas de ellas a la sombra de la Pe?a de Francia, la m¨¢s altiva de la zona ¡ªaunque no goce de la altura ni de las nieves y pistas de esqu¨ª de La Covatilla, que tiene enfrente, junto a B¨¦jar¡ª.
Ese nudo de sierras y valles profundos forman el mapa del parque natural de Las Batuecas-Sierra de Francia. Tambi¨¦n de la reserva de la biosfera que la Unesco declar¨® en 2006, y de la Red Natura 2000. Un territorio de una fragosidad casi exasperante de casta?os, robles, encinas, madro?os, acebos¡ Regado por el r¨ªo Alag¨®n y sus afluentes el Francia, el Cuerpo de Hombre, el Sangus¨ªn, el Quilamas¡ y una ret¨ªcula acu¨¢tica que no sabe uno si llamar r¨ªos, arroyos o qu¨¦. Dicho as¨ª, parece que estuvi¨¦ramos hablando de una densidad agotadora. Pero no hay que alarmarse: al final este territorio de Castilla y Le¨®n es un pa?uelo, abarcable de un simple golpe de vista desde alguno de los muchos miradores se?alizados. Ocurre algo as¨ª como en esos barracones de feria donde parece que sigues un hilo interminable, pero en realidad est¨¢s dando vueltas dentro de un caj¨®n.
Aunque pasan de 80 los pueblos diseminados por la regi¨®n, la Mancomunidad de la Sierra de Francia est¨¢ integrada por solo 15. Su cabeza o capital hist¨®rica es Miranda del Casta?ar. Uno de los pueblos m¨¢s bonitos de Espa?a, empinado en un pe?asco que recortan los r¨ªos Francia y San Benito. Y ce?ido por una muralla de m¨¢s de medio kil¨®metro, con cuatro puertas cardinales. El cinto proviene del siglo XIII, ¨¦poca de conquista y repoblaci¨®n alentada por Alfonso IX de Le¨®n, y antes por Raimundo de Borgo?a, que vino desde Francia para ayudar a frenar el ¨ªmpetu expansionista de los almor¨¢vides. En ambas ocasiones arribaron a estas tierras colonos gascones y borgo?ones, dando origen a apellidos familiares, y al propio apelativo de Sierra de Francia.
El castillo de Z¨²?iga acapara las miradas, se mire al pueblo por donde se mire. Es su centro f¨ªsico y tambi¨¦n la muesca hist¨®rica de cuando Miranda se convirti¨® en condado, en el siglo XIV. Pero est¨¢ vac¨ªo, puro decorado. A sus pies, la actual plaza Mayor pudo servir de plaza de armas. Y de plaza de toros, que lo es todav¨ªa hoy. Los salmantinos, en general, y los charros en particular, son muy aficionados al toro. Dicen de esta plaza, cuadrada, que es de los cosos m¨¢s antiguos de Espa?a ¡ªel m¨¢s vetusto est¨¢ cerca de B¨¦jar, la plaza de toros del Casta?ar (de 1667)¡ª; eso dicen, pero hay otra en Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real) de 1645. Las talanqueras son aqu¨ª de granito, y los burladeros consisten en rendijas suficientes para que pase un mozo, pero no unos cuernos.
Miranda tiene para entretener el d¨ªa. Tras la puerta o arco de San Gin¨¦s (Saint Genis, el m¨¢rtir franc¨¦s de Arl¨¦s) se estira la calle principal con v¨ªas aleda?as que salen de ella como una raspa. Llaman la atenci¨®n los blasones de piedra, los dinteles esculpidos con nombre y fecha, el entramado de madera vista que recuerda a la manera de levantar casas en Francia (y Europa). Junto a la iglesia, la bodega-tienda La Muralla es casi un peque?o museo. Abajo, junto al cauce del Francia, El Molino (eso fue) es ahora un restaurante donde probar, adem¨¢s de carnes y chacinas, una buena versi¨®n del lim¨®n serrano: una ensalada imposible a base de lim¨®n, naranja, chorizo y lomo, huevo y escabeche de pescado; solo un toque milagroso lo transforma en manjar celeste.
Del pueblo de La Alberca, a unos 18 kil¨®metros al oeste de Miranda del Casta?ar, ya dijimos que es como una imagen de marca de la Sierra de Francia. Aparte de las pel¨ªculas antes mencionadas, se han rodado otras (Santa Teresa, La marrana), incluso la ha se?alado el dedo tan de moda del g¨¦nero policiaco (La prisionera de la cumbre nevada, de Christian Furquet). Su arquitectura tradicional y balconadas rebosantes de flores llevan de la plaza Mayor a la m¨¢s recoleta plaza de la Iglesia, dedicada a la Virgen de la Asunci¨®n. El d¨ªa de su festividad, el 15 de agosto, tiene lugar el vistoso ofertorio de frutos de la tierra, y al d¨ªa siguiente, la llamada loa. La loa es una reliquia viva de los or¨ªgenes de nuestro teatro, cuando los autos sacramentales se representaban en los templos, dentro o fuera. La fuente m¨¢s antigua recopilada se remonta al siglo XVI (el C¨®dice de Autos Viejos, que se encuentra en la Biblioteca Nacional), y esta pieza se ha representado sin interrupci¨®n desde el siglo XVII, pasando los papeles de padres a hijos. Las loas son un g¨¦nero simple, donde la lucha entre el Bien y el Mal se emulsiona con la figura del Gracioso.
Los trajes tradicionales que se exhiben en estas fiestas, llamados ¡°de vistas¡±, ricamente bordados, complementados con joyas, medallas y abalorios, fueron pintados por Joaqu¨ªn Sorolla ¡°de memoria¡± en Novios salamantinos (1912), despu¨¦s de viajar por la zona. Estas vestimentas pueden verse ahora en el Museo de Trajes T¨ªpicos (calle de Llanito, 8). La forma ancestral de vida y cachivaches cotidianos se muestran en la casa-museo Satur Juanela (calle del Mes¨®n, 7). Tambi¨¦n conviene echar un vistazo a la moderna Casa del Parque Natural de Las Batuecas-Sierra de Francia, en la avenida de Las Batuecas.
Junto al muro de la iglesia, una hornacina con dos calaveras (no de piedra, sino de cristiano propiamente dicho) evocan otra curiosa tradici¨®n, la de la moza de ¨¢nimas. No tan moza, pues se trata normalmente de una se?ora mayor, enlutada, que recorre el pueblo cada d¨ªa al anochecer, tocando una esquila y pidiendo a los cristianos que recen por las ¨¢nimas benditas del purgatorio. Un verraco de piedra, no vet¨®n, sino reciente y pinturero, puede verse en la plaza del Solano; eso, si no se ve uno de verdad, de carne y lomo, ganduleando a sus anchas por medio de la calle. Es el cerdo de San Ant¨®n, protagonista en la pel¨ªcula La marrana, de Jos¨¦ Luis Cuerda (1992). En junio se le bendice, todo el pueblo lo mima y engorda a partir de entonces, y cada 17 de enero (d¨ªa de San Ant¨®n) se subasta entre los vecinos. La cosa acaba mal, para el marrano.
El pueblo de los retratos
Estas mismas tradiciones se mantienen vivas en Mogarraz, a una legua escasa de La Alberca. All¨ª, cuenta la alcaldesa Soledad ?lvarez, hubo que interceder ante la Guardia Civil para que no multasen a la pobre moza por salir a cumplir el rito durante el encierro por la pandemia. Mogarraz pertenece tambi¨¦n al club de Los Pueblos m¨¢s Bonitos de Espa?a y ha experimentado en los ¨²ltimos tiempos un boom espectacular hasta brillar con luz propia. Ello en buena parte por un proyecto que tiene que ver con la luz, con la fotograf¨ªa exactamente. Resulta que en los a?os sesenta un militar retirado que hab¨ªa estado destinado en Canarias, Alejandro Mart¨ªn, se trajo de all¨ª una c¨¢mara de fotos. Con ella y una s¨¢bana sac¨® la foto del carn¨¦ a sus convecinos, para que no tuvieran que desplazarse. A su muerte, la viuda encontr¨® los negativos en un caj¨®n y los entreg¨® a otro paisano, Florencio Ma¨ªllo, pintor y profesor en la Escuela de Bellas Artes de Salamanca. Ma¨ªllo empez¨® a reproducir los retratos en planchas de lat¨®n con la t¨¦cnica del encausto, es decir, con cera, como los retratos funerarios de las momias egipcias de El Fay¨²n (se dan un aire). El proyecto se llam¨® Retrata2-388, porque ese era el n¨²mero inicial de pinturas. Hoy pasan de 800, colgadas en las casas donde vivieron (o viven) los retratados. Ojo, son pinturas de calidad, de trazo suelto. El pueblo de los retratos se ha convertido en im¨¢n de autocares repletos de curiosos.
Curiosos que se encuentran con mucho m¨¢s: este es el pueblo que tal vez mejor conserva, de forma armoniosa, su traza y arquitectura. Las casas de entramado (aqu¨ª lo llaman tramonera) se ensortijan en torno a una iglesona que, dentro, mezcla tallas de val¨ªa con pastiches de escayola. Los dinteles grabados son especialmente abundantes e historiados. En la oficina de turismo, en la plaza Mayor, han dispuesto un peque?o y meritorio museo con las artes y maneras antiguas: bordados serranos, joyas, cuero y calzado, la industria del lino o el traj¨ªn de los arrieros. Mogarraz no llega a los 300 vecinos censados, pero cuenta con una docena larga de casas rurales, un excelente hotel spa, seis restaurantes y una f¨¢brica-comedor, Ib¨¦ricos Calama, donde Antonio de Luis y familia sacan las casta?as del fuego al reputado jam¨®n de Guijuelo.
Desde la villa se divisa, no tan lejos, Villanueva del Conde y Garcibuey, recostados en la monta?a. En Villanueva est¨¢ la sede de la Ruta del Vino Sierra de Francia, con m¨¢s de 80 socios entre bodegas, hoteles, restaurantes, etc¨¦tera. Pero la sede de la denominaci¨®n de origen protegida Sierra de Salamanca, con 11 bodegas adheridas, se encuentra en Mogarraz; el nombre Francia figura en la Ruta, pero no en la denominaci¨®n de origen por cuestiones legales. Su uva y vino estrella es la rufete, de la que solo existen siete hect¨¢reas en el planeta; y est¨¢n aqu¨ª. Aunque claro, se cultivan tambi¨¦n otras variedades.
Ladera abajo se acurruca Garcibuey, que, al no contar con especiales reclamos, se apunt¨® al recurso tan en boga de pintar los muros de sus casas con eso que llaman street art. Empezaron en 2019, es decir, varios a?os despu¨¦s que la catalana Penelles, y muchos m¨¢s que la ciudad francesa de Angulema, que es donde en realidad todo empez¨®. Ya cuentan con una veintena de murales de bastante calidad.
Un castillo vac¨ªo
Solo un intr¨ªngulis de curvas hace quedar lejos a San Mart¨ªn del Casta?ar. Otro conjunto monumental incluido entre los pueblos m¨¢s bonitos de Espa?a. Sus calles conservan bien el acervo patrimonial y conducen casi todas a la parroquia y el castillo. La iglesia, con un buen artesonado, repite la esquizofrenia generalizada de buenas im¨¢genes junto a horrores de escayola. El castillo, del siglo XV, est¨¢ vac¨ªo, para variar. O, mejor dicho, contiene un ¡°corral de muertos¡±, como dec¨ªa Unamuno de los cementerios, y al lado, soterrado, el Centro de Interpretaci¨®n de la Reserva de la Biosfera de las Sierras de B¨¦jar y Francia.
En direcci¨®n a oriente, dos pueblos casi gemelos presiden la sierra de las Quilamas: Santib¨¢?ez de la Sierra y San Esteban de la Sierra. Unidos en un periplo circular de unos cinco kil¨®metros, la Ruta de los Miradores, bien se?alizada e ilustrada con paneles. San Esteban se postul¨® este a?o en el concurso El Pueblo m¨¢s Bello de la televisi¨®n de Castilla y Le¨®n (aunque no gan¨®). En su t¨¦rmino municipal se tienen localizados m¨¢s de 120 lagares rupestres, cubetas de granito a la intemperie que podr¨ªan ascender a ¨¦poca prerromana. La mayor sorpresa, sin embargo, la guarda este pueblo en su min¨²scula plaza Mayor, junto al Ayuntamiento: es el restaurante La Botica, que a pesar de su pinta nada llamativa es un aut¨¦ntico santuario gastron¨®mico, donde la familia de Miguel ?ngel Lorenzo adereza la cocina tradicional con un toque de autor que alcanza cotas sublimes.
En direcci¨®n a poniente, la localidad de Cepeda presume de pertenecer al club de los Pueblos M¨¢gicos. Para entendernos, esta agrupaci¨®n viene a ser como la caja B de Los Pueblos m¨¢s Bonitos, y su origen proviene de M¨¦xico. Aqu¨ª, una olma salvada del holocausto de la grafiosis ¡ªy que llaman ¡°la Moral¡±¡ª preside la plaza y la madeja de callejas, con buenos ejemplos de arquitectura at¨¢vica y bastantes, ay, carteles de se vende. De su ejido parte una Ruta Micol¨®gica bien se?alizada, que sigue una antigua calzada romana y lleva a Madro?al y Herguijuela de la Sierra; en este ¨²ltimo pueblo la almazara Soleae nos recuerda que tambi¨¦n el aceite es un producto mimado en esta sierra, tan parca en olivos.
Al sur, coqueteando con Extremadura, Sotoserrano es otro n¨²cleo a tener en cuenta. Por su arquitectura bien mantenida, la bodega-museo Cuarta Generaci¨®n, de Antonio Aparicio El Azufre, y sus obradores c¨¢rnicos. Tambi¨¦n aqu¨ª tienen una loa, la de San Ram¨®n Nonato, que representan a finales de agosto; el mismo esquema de pugna entre el Bien y el Mal con el Gracioso de por medio. El mayor reclamo, sin embargo, est¨¢ a unos pocos kil¨®metros del pueblo: el meandro del Melero. Hay que desplazarse hasta el mirador de la Antigua, que est¨¢ en suelo cacere?o, para abarcar ese bucle del r¨ªo Alag¨®n formando la ¨ªnsula/pen¨ªnsula intermitente de Romerosa. Aunque el meandro est¨¢ en tierras castellanas, se lo ha apropiado la Junta extreme?a como imagen de marca de Las Hurdes. El popular Jes¨²s Calleja lo hizo c¨¦lebre con un v¨ªdeo espectacular en televisi¨®n, y antes la tribu n¨®mada del Lost Theory Festival logr¨® reunir, en 2016 y 2018, a m¨¢s de 4.000 almas semidesnudas, de 52 pa¨ªses, acampando, fumando cosas y bailando al comp¨¢s de m¨²sica psicod¨¦lica. No les han vuelto a dar permiso.
Uno se pregunta qu¨¦ es lo que ata a todos estos pueblos que parecen ¨¢tomos aislados en una inmensidad verde. Desde luego, es el propio paisaje un nexo de uni¨®n, la fragosidad salvaje, pero tambi¨¦n las cascadas de bancales donde miman sus dones terrenos, vid, olivos, frutales. Tambi¨¦n la persistencia de una particular memoria, transmitida a trav¨¦s de su arquitectura, sus trajes festivos, su habla, sus tradiciones.
Pero, sobre todo, es el sentimiento de la tierra. Algo dif¨ªcil de explicar, incluso para el propio Miguel de Unamuno, que subi¨® en varias ocasiones al santuario de la Pe?a de Francia, a departir con los frailes dominicos, y dej¨® apuntes sobre la zona en algunos poemas o en el libro Andanzas y visiones espa?olas (1922). Trazos concretos y certeros, a veces cr¨ªticos, dolientes. ¡°All¨ª arriba, en la cumbre de la Pe?a de Francia, sent¨ªa caer las horas, hilo a hilo, gota a gota, de la eternidad, como lluvia en el mar¡±. Pero adem¨¢s de poeta era un pensador, y no pudo evitar que le saliera la vena metaf¨ªsica, la reflexi¨®n ¨ªntima: ¡°Se a?ubla el alma, como el trigo bajo la niebla que forma el vaho de nuestras mismas concupiscencias¡±.
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