Costa C¨¢lida: el secreto de la Murcia que mira al mar
El gran privilegio de esta tierra de sol es su fachada mar¨ªtima, que esconde para¨ªsos sin conquistar. Entre ellos, calas salvajes, espacios protegidos, caser¨ªos solitarios y hasta una suerte de Capadocia en miniatura
La Murcia m¨¢s conocida tiene un pu?ado de t¨®picos que la dibujan como una tierra ¨¢rida y ferozmente urbanizada. Nada como desmontarlos a golpe de secretos. Porque si bien es verdad que su fisionom¨ªa encierra parajes semides¨¦rticos y tramos en los que el cemento se impone a la naturaleza, esta regi¨®n del arco mediterr¨¢neo mantiene a resguardo rincones de milagrosa virginidad, donde ciertamente cabe la palabra para¨ªso.
De blancas salinas y dunas f¨®siles, de acantilados y crestas rocosas, de playas amarillas y calas salvajes est¨¢ trazada la fachada mar¨ªtima de este territorio, en el que se esconden espacios protegidos donde chapotear sin edificios a la vista, formaciones geol¨®gicas que conforman una ciudad encantada y peque?os n¨²cleos de poblaci¨®n con interesantes huellas de civilizaciones perdidas. Lo llaman muy acertadamente la Costa C¨¢lida, puesto que el agua registra una temperatura superior a la del resto del pa¨ªs.
Es aqu¨ª, en la Murcia que mira al mar, en estos 250 kil¨®metros de litoral, donde, pese al acoso desarrollista de La Manga y las aberraciones medioambientales del Mar Menor, a¨²n quedan reductos naturales con los que dejarse sorprender. Uno de ellos lo conforman los humedales del Parque Regional de las Salinas y Arenales de San Pedro del Pinatar, all¨ª donde la biodiversidad convive con actividades tradicionales como la pesca y la explotaci¨®n salinera. Se puede pasear por unas pasarelas de madera para contemplar a los flamencos sobre las aguas o maravillarse con el atardecer cobrizo que enciende las playas y su cord¨®n de dunas.
Otro secreto lo encontramos en el Cabo de Palos, con el que el mapa perfila una punta de tierra. Aqu¨ª el Mediterr¨¢neo guarda en sus profundidades uno de los ecosistemas de vida marina m¨¢s generosos de la costa espa?ola, as¨ª como un inmenso cementerio de barcos hundidos que han alumbrado hermosos arrecifes. Las excepcionales condiciones de sus aguas no solo han propiciado su designaci¨®n como reserva marina protegida, sino que tambi¨¦n lo han convertido en la meca del submarinismo. Especialmente en las Islas Hormigas, a poca distancia de la costa, que son el refugio de casi todas las especies mediterr¨¢neas: meros gigantes, br¨®talas, salpas, pulpos, morenas, barracudas e incluso ¨¢guilas de mar. Tal es su grado de protecci¨®n, que hay zonas en las que est¨¢ prohibida toda actividad, excepto para los bi¨®logos con licencia especial.
As¨ª llegamos a la zona salvaje m¨¢s ic¨®nica de la costa: el parque regional de Calblanque, un rinc¨®n donde el mar se cuela entre roquedos al abrigo de la arena dorada para exhibir las m¨¢s bellas formas con las que el oleaje puede esculpir el litoral. En esta franja de una decena de kil¨®metros, Murcia, definitivamente, esconde sus m¨¢s valiosos paisajes.
En Calblanque (en su nombre extendido Parque Regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Pe?a del ?guila) solo dos diminutas poblaciones testimonian el paso del hombre: Cobaticas y La Jordana. El resto no es m¨¢s que un conjunto de medias lunas de arena y mar, resguardadas por sierras semi¨¢ridas, donde tambi¨¦n los fondos ocultan un maravilloso vergel. Aqu¨ª se viene a disfrutar de sus aguas, entre las m¨¢s tentadoras del pa¨ªs, para las que no hace falta invertir en ba?ador. O a pasear entre macizos solitarios en busca de una flora ex¨®tica a la que los expertos han denominado iberoafricana por ser de un reflejo de la otra orilla del Mare Nostrum: sabina mora, cornicales, albaidas¡ Muy cerca, otra visita peculiar es el Parque Minero de La Uni¨®n, con minas milenarias que se asoman al mar como en una estampa del Lejano Oeste. En este municipio, el flamenco (el que se toca, se canta y se baila) tiene mucho que decir, como atestigua el Festival del Cante de Las Minas, celebrado desde los a?os sesenta.
Desde aqu¨ª y siguiendo por la l¨ªnea costera, el territorio se va volviendo m¨¢s agreste. De Cabo Cope hasta la misma frontera con Almer¨ªa, encontramos rec¨®nditas calas cobijadas bajo barrancos y huellas de un pasado militar que ha salpicado la zona con ca?ones abandonados. Prueba de ello es la imponente bater¨ªa de Castillitos, donde el paisaje se abre abruptamente con la mejor panor¨¢mica de la Costa C¨¢lida: al frente, el peque?o islote de Las Palomas, y bajo las paredes escarpadas, un rosario de playas (El Port¨²s, Aguilar, Bolete¡) que resplandecen desde las alturas.
Aunque el nombre de Mazarr¨®n remite a turismo de sol y playa, tambi¨¦n en este municipio, asentado donde el mar confluye con las monta?as y la huerta, aguardan muchas sorpresas. Como la de las huellas de su esplendor fenicio, materializadas en un tesoro descubierto en sus aguas m¨¢s de tres d¨¦cadas atr¨¢s: dos embarcaciones, datadas en torno al siglo VII a. C., que son las m¨¢s antiguas halladas en el Mediterr¨¢neo. Tambi¨¦n los romanos dejaron su impronta con una valiosa f¨¢brica de salaz¨®n en la que elaboraban el garum, una salsa de pescado que era muy codiciada en los tiempos del Imperio. Pero es la naturaleza la que se impone de nuevo en otros dos parajes v¨ªrgenes: de una parte, el Parque Regional de Calnegre, sin m¨¢s construcciones que una torre defensiva en el Cabo Cope y el min¨²sculo poblado de Puntas de Calnegre, con sus blancas casitas a un paso del agua. De otra, el Paisaje Protegido de Cuatro Calas, ya en la localidad de ?guilas, con las joyas de Calarreona, La Higuerica, La Carolina y Los Cocedores, encajadas entre extra?os relieves. Aunque, para alocadas formaciones, est¨¢ la de las Gredas de Bolnuevo, un impactante paisaje que los m¨¢s entusiastas identificar¨¢n con una suerte de Capadocia murciana.
Hay, sin embargo, un espect¨¢culo natural que supera todas las previsiones: el de la visita de las ballenas. Muy pocos saben que en los meses de mayo y junio gigantescos cachalotes y rorcuales se acercan a esta franja mediterr¨¢nea para reproducirse y amamantar a sus cr¨ªas. Dos grandes cet¨¢ceos con los que la naturaleza (y la suerte) permiten cruzarse en un rinc¨®n que es el hogar permanente de hasta cinco especies de delfines. Hasta los mam¨ªferos marinos aprecian la belleza de la Costa C¨¢lida.
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