Vivir juntos
Para lo bueno y para lo malo, las ciudades nos representan. Y la pandemia nos ha ayudado a identificar algunos problemas urgentes. Junto al cambio clim¨¢tico, el principal reto es reducir la brecha de la desigualdad
?No es la ciudad la gran utop¨ªa construida una y otra vez por la humanidad con el af¨¢n inquebrantable de vivir juntos? A?o y medio despu¨¦s de la aparici¨®n del primer caso de la pandemia de la covid-19 que ha transformado radicalmente las formas de habitar, tenemos la sensaci¨®n de que la ciudad est¨¢ en crisis, o al menos emite una serie de mensajes inquietantes ensombrecidos por la amenaza de que el sue?o de vivir juntos puede sufrir importantes reveses si no actuamos con decisi¨®n. No es que la covid-19 nos obligue a corregir la ciudad, es que nos ha ayudado a ver que viv¨ªamos confiadamente en un polvor¨ªn sobre el que tenemos que desplegar una mirada cr¨ªtica y decidida a generar cambios sustanciales. No en vano, la actual Bienal de Venecia se celebra bajo el lema premonitorio de ?C¨®mo vamos a vivir juntos? que su comisario, el liban¨¦s Hashim Sarkis, enunci¨® en 2018, cuando a¨²n no hab¨ªa se?ales del episodio pand¨¦mico.
Muchos amamos las ciudades. Ellas contienen y representan lo que fuimos y lo que queremos ser. Acogen la diversidad planetaria y en ellas se produce una parte sustancial del conocimiento y la cultura. Para lo bueno y para lo malo, nos representan. Por muy alejados que se pueda vivir, condicionan la vida y el devenir de la humanidad. C¨ªclicamente, la ciudad se rebela y exige su reconsideraci¨®n. As¨ª, en el mundo occidental, el auge de las ciencias en la Ilustraci¨®n, la Revoluci¨®n Industrial, la expansi¨®n del higienismo o la reconstrucci¨®n del continente despu¨¦s de las grandes guerras generaron su nueva ciudad. Hoy, por razones obvias, la ciudad vuelve a primera l¨ªnea como el proyecto ut¨®pico que siempre quiso ser y reclama un trabajo responsable de todos los agentes implicados para construir un futuro tan deseable como posible.
El mensaje comunicado por los expertos a finales del siglo XX de que en 2030 el 70% de la poblaci¨®n mundial vivir¨ªa en ciudades era una voz de alarma por lo que supon¨ªa de reacomodo atropellado de la instalaci¨®n de la humanidad sobre el planeta con graves consecuencias. Sin embargo, en un mundo que ya entonces no conceb¨ªa otra forma de progreso que el crecimiento de tama?o se ha venido repitiendo el mantra de este augurio como la promesa de un acceso a un mercado de trabajo estable y a una educaci¨®n y salud de mejor calidad que la de los n¨²cleos peque?os. En 2021, la mayor¨ªa de los pa¨ªses m¨¢s urbanizados de la UE, incluida Espa?a, ya han rebasado esa proporci¨®n. Desde 2017 venimos trabajando sobre el fen¨®meno global del ¨¦xodo rural en la Escuela de Arquitectura de Madrid y en la Universidad de Columbia. En el caso de Espa?a, la magnitud del escenario es preocupante: Madrid y Barcelona concentran la cuarta parte de la poblaci¨®n del territorio nacional y la huida del campo a las ciudades ha decretado no solo el fen¨®meno dram¨¢tico de la Espa?a vaciada, sino la decadencia de una buena cantidad de capitales de provincia de tama?o medio que no pueden contener el drenaje de su censo hacia los grandes n¨²cleos poblacionales, con lo que ello significa de deterioro del mapa social y de fuga del talento esencial para mantener el bienestar de unos entornos que podr¨ªan ofrecer una satisfactoria calidad de vida a sus habitantes. Mientras tanto, las ciudades m¨¢s pobladas acumulan barrios perif¨¦ricos que son el espejo de la desigualdad, construyendo un mapa que hace demasiado evidentes los privilegios de unos y el recorrido limitado del progreso prometido a otros. La lucha contra esa condici¨®n segregada que parece inherente a la ciudad actual es el principal reto que tenemos. Si se trata de vivir juntos, es crucial reducir esa brecha y dise?ar ciudades para una convivencia real y comprometida. Este no es un proyecto solo de los arquitectos y planificadores, es un asunto colectivo que deber¨ªa ser formulado como la mayor ambici¨®n pol¨ªtica de nuestro tiempo pues contiene todas las preocupaciones que atraviesan el presente: justicia social y reconocimiento del otro, cambio clim¨¢tico y calidad medioambiental, el papel de las nuevas tecnolog¨ªas y la revoluci¨®n en las formas de trabajo, entre otras muchas. Todo ello sin adentrarnos en la evidencia de que Occidente no lo es todo y que ?frica y Asia ofrecen una variedad de escenarios urbanos que se escapan al contexto al que queremos referirnos aqu¨ª.
La urbe vuelve a primera l¨ªnea como el proyecto ut¨®pico que siempre quiso ser y reclama un trabajo responsable de todos los agentes implicados
Empecemos por la expresi¨®n m¨¢s evidente del vivir juntos en las ciudades densas: la vivienda colectiva. Despu¨¦s de 200 a?os viviendo en edificios de pisos, curiosamente bajo una forma asociativa descrita como comunidad de vecinos, reconocemos avergonzados que todo lo que hemos compartido es la escalera y unos pocos gastos comunes. El individualismo ha triunfado y cercenado la imaginaci¨®n que habr¨ªa permitido sacar partido a compartir las cubiertas planas, las terrazas, los patios de manzana. Solo muy recientemente se ha manifestado el inter¨¦s de interactuar con los vecinos en espacios colectivos de calidad en los edificios. Nuestra experiencia en lugares como Francia o Marruecos anuncia una demanda de enriquecimiento del programa residencial colectivo que, si bien avanza con velocidad desigual, es ya una realidad visible. La pandemia ha se?alado el lujo que supone tener un lugar para tomar el sol, para trabajar en silencio o para jugar sin necesidad de salir a la calle, por no hablar de un huerto. Reciclar estos edificios es ya un ejercicio arquitect¨®nico recurrente, y la estad¨ªstica dice que son mayor¨ªa los proyectos que act¨²an intensivamente sobre inmuebles existentes que los que construyen de nueva planta.
Por encima del proyecto habitual de la construcci¨®n y la correcci¨®n de edificios, renovar los barrios es el siguiente campo de acci¨®n con enorme potencial pol¨ªtico, social y dom¨¦stico. Las nuevas demandas en materia de regeneraci¨®n energ¨¦tica, calidad del espacio p¨²blico, preponderancia del peat¨®n sobre el autom¨®vil y accesibilidad universal precisan de unos proyectos especializados que sugieren que, si bien la ciudad se hace edificio a edificio, quiz¨¢s se deber¨ªa actualizar barrio a barrio acometiendo grandes proyectos de recualificaci¨®n de fragmentos urbanos de cierto tama?o. Esta modalidad permitir¨ªa hablar del reciclado, pero tambi¨¦n de la densificaci¨®n de la f¨¢brica construida, no solo como medio para generar los recursos con los que acometer las reformas necesarias, sino como instrumento de intensificaci¨®n de la ciudad consolidada que evite el crecimiento en mancha de aceite de las urbes sobre el territorio. Los fondos Next-Generation de la UE se han fijado en la necesidad de actuar en esta escala como el sistema m¨¢s efectivo para reducir las desigualdades, estimular la descarbonizaci¨®n y democratizar la digitalizaci¨®n de la ciudad.
Pero no bastar¨¢ con implementar de golpe las propuestas deso¨ªdas que llevaban d¨¦cadas reclamando las disciplinas implicadas, sino que habr¨¢ que enriquecerlas con nuevas agendas. En el dise?o de la ciudad del futuro ser¨¢ necesario integrar la justicia social, convertida en los ¨²ltimos a?os en una pieza clave del rompecabezas del deseo de vivir juntos. Su implementaci¨®n pr¨¢ctica est¨¢ a¨²n en formaci¨®n, pero al menos se ha instalado la consciencia de que la componente feminista, trans, racial y las reclamaciones de todos los colectivos cuyo desarrollo pleno no es posible frente a los l¨ªmites que imponen los privilegios de unos sobre otros deben ser integrados sin m¨¢s demora en el proyecto de la nueva ciudad. Estremece mencionar que hay en este momento alrededor de 280 millones de personas migrando en el planeta cuyo destino mayoritario ser¨¢n las ciudades. La dimensi¨®n de las transformaciones que ser¨¢ necesario acometer para vivir juntos, m¨¢s all¨¢ de las leyes y los cambios insoslayables de los patrones de comportamiento, solicita activar cambios f¨ªsicos del medio que habitamos de manera que nadie se sienta excluido, amenazado o simplemente temeroso del otro.
En este sentido es obligado vincular justicia social y cambio clim¨¢tico, esa realidad global cuyas consecuencias son ya visibles y nos hablan de una sombr¨ªa vida futura. Ante su evoluci¨®n imparable, las ciudades y sus habitantes tendr¨¢n que emplear ingentes cantidades de recursos para paliar sus efectos negativos si no se toman las medidas oportunas. Pero la m¨¢s notable cuando hablamos de la ciudad es que el cambio clim¨¢tico es considerado un¨¢nimemente un ingrediente fundamental en la ecuaci¨®n de las brechas sociales de mano de la llamada justicia medioambiental. La buena noticia es que las transformaciones necesarias no ser¨¢n dep¨®sitos de tormentas que solo act¨²an en caso de cat¨¢strofe, sino que contribuir¨¢n al aumento inmediato de la calidad de la vida de todos los ciudadanos. La reducci¨®n del tr¨¢fico privado, la sustituci¨®n del pavimento esterilizador en favor del suelo drenante, la naturalizaci¨®n intensiva del paisaje urbano y tantas otras medidas que se vienen reclamando desde numerosas disciplinas producir¨¢n una mejora instant¨¢nea y entregar¨¢n la ciudad de nuevo a los ciudadanos.
Ha llegado el momento de implementar la ciudad de los ciudadanos y el colof¨®n de estar atentos a las necesidades diversas de las personas
Llegado este punto, es necesario romper una lanza por la necesidad de pol¨ªticas que favorezcan a las ciudades de tama?o medio. Los pa¨ªses que han equilibrado la calidad de vida de las ciudades y las regiones menos desarrolladas han experimentado una evoluci¨®n social m¨¢s que notable y han reducido el ¨¦xodo a las capitales m¨¢s congestionadas. El problema tiene dimensiones complejas, pues si es un drama que ciudades peque?as que podr¨ªan ser verdaderos para¨ªsos como Cuenca, Ourense y Palencia, que suman 240.000 habitantes, pierdan poblaci¨®n, qu¨¦ podemos decir si tambi¨¦n la pierden C¨®rdoba, Oviedo y Valladolid, que suman 850.000 y son n¨²cleos urbanos con altas prestaciones, grandes universidades y notable actividad cultural. Sin embargo, las nuevas tecnolog¨ªas y una evidente revoluci¨®n del mundo laboral con la difusi¨®n del teletrabajo y la proliferaci¨®n de peque?os emprendimientos locales nos hablan de numerosos colectivos capaces de desarrollar una vida plena en un contexto local y con ello contribuir a la diversidad necesaria para construir nodos de progreso. Sabemos que la materia m¨¢s resistente es la que est¨¢ formada por ingredientes de diferentes tama?os y que la diversidad es el factor determinante de la supervivencia de los ecosistemas. El mapa de las ciudades debe ofrecer variedad de oportunidades y evitar que los m¨¢s peque?os se vean sistem¨¢ticamente perjudicados por la proximidad de un gran centro urbano, la ausencia de turismo o la falta de oportunidades en general, componiendo una constelaci¨®n de espacios de crisis social y econ¨®mica.
Volviendo al inicio y a la supuesta bondad del crecimiento de las ciudades, no es posible volver la cara e ignorar la sensaci¨®n de que este progreso, al que no se le pueden negar sus ingredientes positivos, est¨¢ regido en cierta medida por las fuerzas de la econom¨ªa y, por qu¨¦ no decirlo, de ciertas formas de codicia que tienen consecuencias f¨ªsicas que afectan a la vida de las personas. Por eso hay tantas voces que reclaman una discusi¨®n profunda sobre el asunto, porque la transformaci¨®n de las ciudades parece en muchos casos estar conducida por vectores sueltos que no buscan la coherencia y el equilibrio a corto, medio y largo plazo que demanda el proyecto colectivo de la ciudad para todos, sino el ¨¦xito inmediato. Esta urgencia en la generaci¨®n de beneficios ha tenido en ocasiones consecuencias lamentables como la gentrificaci¨®n salvaje de los barrios o la desfiguraci¨®n injustificada del patrimonio hist¨®rico y ambiental, como si no hubiera formas m¨¢s sensibles y no menos generadoras de plusval¨ªas de hacer las cosas. La reciente destrucci¨®n del delicad¨ªsimo camino de acceso a la Acr¨®polis de Atenas dise?ado por Dimitris Pikionis para aumentar la capacidad de turistas despu¨¦s de la pandemia es una expresi¨®n lamentable del env¨¦s de la moneda del progreso. Por eso es tan necesario revertir el malestar vital que en tantas ocasiones genera la ciudad a unos ciudadanos que se sienten indefensos para transformarla en ilusi¨®n compartida, en la nueva utop¨ªa de vivir juntos. Aqu¨ª todos los movimientos confluyen en una idea que, aunque tiene algunas d¨¦cadas, parece que ha llegado el momento de implementarla con dimensiones novedosas: la ciudad de los ciudadanos, y su reciente colof¨®n superatento a las necesidades diversas de las personas definido bajo el enunciado de la ciudad de los cuidados. Este afortunado concepto se ha desarrollado en los ¨²ltimos a?os con un ¨ªmpetu tremendo. Desde que C. Bates, R. Imrie y K. Kullman publicaron su Dise?o y cuidados: cuerpo, edificio, ciudad, donde postulaban sobre los beneficios de la buena forma urbana, hasta el reciente La ciudad de los cuidados, de Izaskun Chunchilla, este principio ha aglutinado profesionales ¡ªel colectivo Care y su The Care Manifesto¡ª y redes de ciudades ¡ªMetr¨®polis y su congreso Caring Cities, que cuenta entre sus socios con Madrid y Barcelona¡ª, y ha consolidado proyectos de impacto internacional como la premiada transformaci¨®n del centro de Pontevedra. Lugares tan dispares como Noruega o M¨¦xico nos han ense?ado que la implicaci¨®n de los agentes sociales es determinante para conducir proyectos que muchas veces suscitan opiniones encontradas m¨¢s fruto de la falta de informaci¨®n y di¨¢logo que de convicciones bien fundamentadas de los grupos de usuarios deseosos de ser escuchados. Como consecuencia de todo ello, las disciplinas que intervienen en el proyecto urbano ya integran, adem¨¢s de los tradicionales arquitectos, ingenieros, urbanistas y paisajistas, expertos en asuntos sociales y econom¨ªa circular, accesibilidad universal, programaci¨®n del espacio urbano, ec¨®logos, etc¨¦tera, que abren un espacio riqu¨ªsimo para una revoluci¨®n disciplinar con emocionantes consecuencias en la vida de las personas alimentada por la necesidad de reforzar la sociedad civil como garante de la convivencia y de la vida integrada en la que no sobra nadie.
Juan Herreros es arquitecto. Dirige, con Jens Richter, el Estudio Herreros. Su dilatado historial acad¨¦mico incluye las universidades de Columbia, Princeton o la Polit¨¦cnica de Madrid, donde es catedr¨¢tico de Proyectos.
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