La tribu ¡°de los pies alados¡± contra la violencia del narco
La mexicana Sof¨ªa Mariscal trabaja en pro de los derechos de la comunidad rar¨¢muri, asolada por la violencia del narco. Acaba de inaugurar en Madrid su espacio Arew¨¢, donde pone en valor la artesan¨ªa ind¨ªgena.

En Am¨¦rica Latina existen pocas geograf¨ªas tan inhabitables y peligrosas. Algunas de sus barrancas son m¨¢s profundas que las del Gran Ca?¨®n (Arizona). En la Sierra Madre Occidental, los c¨¢rteles de Ciudad Ju¨¢rez y Sinaloa se disputan el suelo. La batalla no crece ¨²nicamente en las amapolas de opio. Tambi¨¦n alcanza a la tala ilegal de pinos, encinas, ¨¢lamos, fresnos, robles, madro?os. Caminamos las quebradas mesetas del estado mexicano de Chihuahua. El gran productor de celulosa del pa¨ªs. ¡°Los c¨¢rteles est¨¢n involucrados en este sucio negocio y el Gobierno no hace nada¡±, denuncia la etn¨®loga mexicana Sabina Aguilera en una entrevista por videollamada. El narco, las sequ¨ªas y las hambrunas est¨¢n expulsando al pueblo tarahumara o rar¨¢muri ¡ªun t¨¦rmino que significa: ¡°los de los pies alados¡±, porque pueden correr 270 kil¨®metros sin descansar y vestidos con su ropa ind¨ªgena¡ª de su Sierra ancestral. Est¨¢n esquilmando su cultura, su sustento, su historia; su vida. Cada vez poseen menos. Los inversores les arrebatan sus tierras ya que carecen de t¨ªtulos de propiedad. ¡°Solo¡± tienen los que otorga contemplar amanecer esos horizontes durante cientos de a?os. El peri¨®dico The New York Times contaba c¨®mo algunos hombres rar¨¢muris eran enga?ados para subir a autobuses bajo la farsa de trabajar en la construcci¨®n. Otro expolio. Los narcos los conduc¨ªan a campos de marihuana y opio dejando a sus familias preocupadas por su seguridad y, en ocasiones, sin una fuente de ingresos.
Sof¨ªa Mariscal (Chihuahua, M¨¦xico, 1984) tiene unos ojos azules igual que turmalinas mayas. Hace dos a?os, su padre, Rodolfo, artista, le revel¨® que su tatarabuela era rar¨¢muri. Y de repente, el d¨ªa. Todo encajaba. Su ¡°obsesi¨®n¡± por esta etnia y su huida durante un a?o a la Sierra Tarahumara cuando ten¨ªa 18 a?os con un ¡°proyecto de atenci¨®n a mujeres y ni?os, que fuera una alternativa al narcotr¨¢fico¡±. Dur¨® hasta que el peligro se volvi¨® extremo. ¡°Recuerdo haber regresado a mi vida de privilegio y sentirme culpable. Recuerdo no querer comprarme ropa, no querer vivir. Es un shock comprender esas diferencias sociales; te cambian¡±, admite. O la muerte violenta, nunca aclarada, en 2019, de Enrique Serv¨ªn, intelectual, amigo ¨ªntimo de su familia, una de las primeras personas que tradujeron el espa?ol al rar¨¢muri.

Pero pocas vidas las congela el dolor. Contin¨²an. Se gradu¨® en el Colmex (una instituci¨®n creada por exiliados espa?oles republicanos), estudi¨® arte en la Universidad de Bolonia (Italia) y en el Instituto Christie¡¯s de Nueva York. ¡°?Quer¨ªa vivir la ciudad!¡±, exclama. A su vuelta cre¨® la Fundaci¨®n Marso (Mariscal-Sof¨ªa) en el barrio de Roma de M¨¦xico DF, que durante 2011 transform¨® en galer¨ªa. Le cost¨®. ¡°Iba a ocho o diez ferias anuales. En algunas, vend¨ªa todo; en otras, nada. Sent¨ªa que mi felicidad viajaba ajena a cuadrar cuentas en un banco¡±, reflexiona. Cerr¨® la galer¨ªa hace un par de a?os. Aunque mantiene la Fundaci¨®n Marso. Quiz¨¢ porque la sangre tarahumara es semin¨®mada viaj¨® a Espa?a, se cas¨® con un empresario y hoy comparten una hija, P¨ªa, de dos a?os y medio. Lleva su nombre tatuado en la mu?eca derecha.
Estos d¨ªas, hay otros nombres que ocupan su memoria y su deseo. Est¨¢ escrito en la fachada de la Casa de M¨¦xico en Espa?a. Arew¨¢. Es una palabra tarahumara que carece de traducci¨®n precisa al espa?ol. Quiz¨¢ lo m¨¢s pr¨®ximo sea ese lugar donde se desgajan el esp¨ªritu y el alma. Un colmado, un espacio, algo parecido a los abarrotes. Su prop¨®sito es recuperar el textil rar¨¢muri. Un acto de resistencia respaldado por la Fundaci¨®n Marso. Igualar la artesan¨ªa al ¡°alto dise?o¡± y ofrecerles un medio de vida. ¡°Ind¨ªgena no quiere decir pobre. No quiere decir ignorante. Ind¨ªgena quiere decir que pertenece a esa tierra y a ese idioma¡±, desgrana Sof¨ªa. Significa proteger. Solo ha encontrado (en una etnia de 120.000 personas) a unas diez mujeres que a¨²n sepan tejer tapetes o las fajas; una cosmogon¨ªa ¨ªntima. ¡°Son distintas en cada comunidad, son s¨ªmbolos de identidad. Una forma de estructurar el Universo. Un conocimiento transmitido, casi en secreto, de madres a hijas¡±, detalla Sabina Aguilera.
Esta tradici¨®n habita en Arew¨¢. El 30% de los ingresos por la venta de estas piezas van a las tejedoras. Unas 300 familias se benefician de este comercio igualitario. El respeto ¡ªen unas barrancas donde las temperaturas caen hasta los -22C?¡ª resulta, sin duda, la cobija de los pobres. En septiembre esas grandes (150 x 200 cm) prendas de lana estar¨¢n en el espacio. El t¨¦rmino espa?ol m¨¢s cercano a la idea de cobija tarahumara es ¡°placenta¡±. Con ella nacen, con ella se protegen del clima extremo y con ella se entierran. El sudario mortuorio: el incesante retorno. La Fundaci¨®n junto con la asociaci¨®n espa?ola Campo Adentro tienen en marcha un programa de reintroducci¨®n de ovejas en la Sierra para que las mujeres dispongan de lana con la que tejer. Porque esas tierras, sin abono org¨¢nico, son tan des¨¦rticas como las veredas de Comala de Juan Rulfo.

Sin embargo, a la tradici¨®n tarahumara le da una voz nueva una generaci¨®n de dise?adores j¨®venes que reinterpretan el legado textil de sus patrones. Mestiz (Daniel Valero), txt.ure, Lanza Atelier. Tambi¨¦n cuelga, en los abarrotes de Araw¨¢, ropa de Carla Fern¨¢ndez. Hasta el MoMA ha llevado su reivindicaci¨®n de los tejidos ind¨ªgenas. Y los muebles de Oscar Hagerman (La Coru?a, 1936), quiz¨¢ el arquitecto social m¨¢s importante de M¨¦xico. Modesto. Eligi¨® una silla porque sinti¨® que esa era la forma m¨¢s sencilla de arquitectura. ¡°Escogi¨® ser parte de los m¨¢s pobres entre los pobres. Prefiri¨® trabajar con campesinos y carpinteros que hac¨ªan ata¨²des por unos cuantos centavos. Hagerman les regal¨® el dise?o de su silla. Los presos de la c¨¢rcel de Tenango del Valle fabricaron el asiento con hojas de palma entrelazadas. La silla se abarat¨® a¨²n m¨¢s. Se vend¨ªa en todas partes: en las aceras, los mercados, al costado de la calle e incluso de la carretera. Cientos de miles de estas sillas se instalaron en los hogares mexicanos¡±, cuenta Elena Poniatowska, escritora y Premio Cervantes 2013. ¡°La gente de Chiapas, Puebla, Jalisco, Oaxaca y Guerrero (¡) es la tierra de su tierra, la madera de su ¨¢rbol de vida, el agua salada de sus l¨¢grimas, la blancura de su sonrisa¡±.
Esta es la cosmogon¨ªa primigenia de Arew¨¢: el espacio rar¨¢muri. Hay m¨¢s. Unas 600 piezas de las culturas maya, pur¨¦pecha de Michoac¨¢n, zapoteca, mixteca, entre otras. Tambi¨¦n existe lugar para el utilitario mexicano. Veladoras de brujer¨ªa de Sonora, prensas para las tortillas, vasos de tequila. Piezas de entre dos a 7.000 euros. Todas bajo la arquitectura de la transparencia de precios. ¡°El colmado funcionar¨¢ c¨®mo una galer¨ªa. Todo se mover¨¢ alrededor de una idea o un concepto. ¡°Cada cuatro meses cambiaremos la exposici¨®n y las piezas. En septiembre, confirma, traeremos algunas de las cobijas tarahumaras, que tardan meses en tejerse¡±, avanza Sof¨ªa Mariscal. Pero antes de empezar, el colmado, de unos 60 metros cuadrados, se ha quedado peque?o. Sof¨ªa ha alquilado otro espacio en el barrio de Justicia de Madrid que ser¨¢ un paraje de di¨¢logo. Intervendr¨¢ el discurso de Hagerman, se proyectar¨¢n documentales de la resistencia ind¨ªgena, habr¨¢ conferencias, encuentros (al igual que en Arew¨¢) sobre c¨®mo frente al ritmo despiadado de las grandes urbes se puede absorber el tr¨¢nsito bendito y lento de los campesinos. Recuperar la narrativa. Porque su lengua ha perdido casi 1.000 palabras en unos pocos a?os.
En la ciudad de Chihuahua ¡ªdonde existen unos 35 asentamientos rar¨¢muris en las ¨¢reas marginales¡ª los profetas escriben sus salmos con grafitis sobre muros de hormig¨®n cuarteados y la sabidur¨ªa se transmite por la Palabra del rap: ¡°Quieren llev¨¢rselo todo/ Dejar mi tierra sin nada/ Mi familia sufre hambre/ Mi bosque sufre la tala/ Porque no entienden lo que siento/ En este bosque de concreto/ Busco un futuro de provecho/ Pero extra?o mis cimientos¡±. Versos de insurrecci¨®n del grupo Rapr¨¢muri. Plegarias actuales dirigidas a sus antepasados y al Gobierno. Escuchemos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
