Cuento de septiembre
Al obrar seg¨²n el consejo ¡°Nunca prestes m¨¢s de lo que estar¨ªas dispuesto a dar¡±, no se enfada si no hay intento de devoluci¨®n.
De mis amigos, dos tienen dinero. Uno mucho, el otro bastante. Sus actitudes hacia sus respectivas fortunas (en ambos casos conseguidas con su esfuerzo y leg¨ªtimamente) son tan contrapuestas que no s¨®lo me llaman la atenci¨®n, sino que sigo con inter¨¦s sus evoluciones y la manera en que disponen de ellas. El primero, al que llamar¨¦ Folcuino para que nadie real se d¨¦ por aludido, recurre a veces a gestos magn¨¢nimos hacia los pobres lejanos (apadrina a una ni?a en Namibia, env¨ªa sumas a Etiop¨ªa), y procura que sus conocidos se enteren de esta generosidad suya a distancia. En cambio, es incapaz de soltar un euro a sus hijos o sobrinos o allegados cuando lo necesitan. Como se considera hombre justo, les argumenta que ellos han elegido sus formas de vida y que deben saber coste¨¢rselas sin ayudas ajenas, como ¨¦l hizo en su juventud. No desea ¡°malacostumbrarlos¡±, ni que crean que ante cualquier apuro alguien ¡ª¨¦l¡ª les sacar¨¢ las casta?as del fuego, y en eso es muy estricto. No le importa que estos hijos y sobrinos j¨®venes hayan padecido las penurias y el desempleo que trajeron la crisis de 2008, primero, y despu¨¦s la pandemia. Tampoco que tengan ni?os peque?os, una fuente de gasto infinito y creciente. ¡°Si se han permitido ese lujo¡±, opina, ¡°han de saber mantenerlo. De lo contrario, no deber¨ªan¡±. No lo ablanda que esos ni?os sean sus nietos. Disfruta de ellos y es cari?oso, pero juzga que a ¨¦l no le toca hacerse cargo econ¨®mico de sus pa?ales o escuelas, ya cumpli¨® sacando adelante a sus propios v¨¢stagos. A m¨ª me parece m¨¢s bien que esas ayudas o pr¨¦stamos familiares no le ¡°lucir¨ªan¡±; si se los comentara a sus amistades, quedar¨ªan en nimiedades ¡°esperables¡±, sin m¨¦rito ni brillo alguno. Folcuino no ahorra en s¨ª mismo, luego no es el miserable que, por acrecentar su dinero, se priva de comodidades y caprichos (su colecci¨®n de pinturas es apreciable, dentro de sus posibilidades: es rico, pero no multimillonario). Pero no concibe gastar en quienes tiene cerca, s¨®lo en desconocidos remotos y abstractos. As¨ª, tampoco es taca?o del todo, lo es s¨®lo con los pr¨®ximos, cuyas trayectorias y decisiones est¨¢ en posici¨®n de aprobar o desaprobar. Si un hijo o una hija le solicitan favores, su respuesta siempre es: ¡°A m¨ª, a tu edad, nadie me los hizo¡±.
El otro amigo, al que llamar¨¦ Liudwino por el motivo ya mencionado, es menos calculador con su inferior fortuna. Entiende que le ha llegado por suerte (aunque haya trabajado lo suyo), y por tanto se desprende de ella con mayores naturalidad y ligereza. Si alguien le presta un servicio (un peluquero, una pedicura) y lo que le cobra le parece poco en proporci¨®n a la tarea y el tiempo empleados, decide pagarle el doble, que tampoco es tanto. A las pocas personas que para ¨¦l trabajan las obsequia con aguinaldos de verano e invierno, y las gratifica con bonus si el a?o le ha resultado propicio. A sus hijos y sobrinos les presta razonablemente, a sabiendas de que luego no les aceptar¨¢ la devoluci¨®n del pr¨¦stamo. Es decir, se lo regala, atendiendo a esta recomendaci¨®n: ¡°Nunca prestes m¨¢s de lo que estar¨ªas dispuesto a dar¡±. Al obrar seg¨²n este consejo, nunca se enfada si no hay intento de devoluci¨®n, ni ¡ªclaro est¨¢¡ª se impacienta. Entre los que piden en la calle, da a quien por alguna raz¨®n le hace gracia o lo conmueve, o a quien toca una m¨²sica de su agrado, mientras que Folcuino se niega por principio, con el argumento de que ¡°la caridad va contra la justicia¡±. Liudwino no est¨¢ en desacuerdo, pero es consciente de que quien vive sin techo s¨®lo ans¨ªa llegar al siguiente d¨ªa, y que le da igual alcanzar esa meta mediante la caridad o la justicia. Liudwino, en cambio, no aporta nada a las ONGs, ni env¨ªa cantidades a Hait¨ª o Turkmenist¨¢n. No le consta que vayan a llegar a los desharrapados de esos pa¨ªses, a los cuales no conoce: no va a contemplar sus expresiones de alivio o de agradecimiento. Est¨¢ al tanto de que su generosidad no es enteramente desinteresada. Cuando ve el contento de sus hijos o sobrinos por haberles resuelto un problema cotidiano o saldado una deuda o sufragado un viaje, su comentario suele ser: ¡°Es que da gusto verlos tan alegres¡±. Con ese gusto y esa alegr¨ªa se siente pagado. Igualmente, si le entrega 50 euros a un pordiosero, la cara de estupefacci¨®n de ¨¦ste es ya su premio. ¡°Yo no puedo ver el ef¨ªmero alivio de una madre de Uzbekist¨¢n con cinco hijos. Que se ocupen los adinerados de all¨ª, que los habr¨¢ a buen seguro¡±. Le trae sin cuidado lo que hagan con el dinero sus favorecidos, sean hijos o pedig¨¹e?os. Nunca les pregunta, a diferencia de Folcuino, que pretende saber con detalle, y aun as¨ª rehusar¨¢ casi siempre, ¡°porque no me convence ese uso¡±.
No soy qui¨¦n para decir cu¨¢l de los dos hace mayor bien. Sin embargo, no me cabe duda de que Liudwino, aunque su fortuna meng¨¹e, vive con una dosis superior de contento. Su generosidad es de andar por casa y no trasciende; no es ¡°grandiosa¡± ni nada de lo que enorgullecerse (¡°qu¨¦ menos que echar una mano a los hijos¡±). Pero se acuesta en m¨¢s ocasiones con el recuerdo de las peque?as alegr¨ªas que ha hecho posibles.
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