Odio y miedo
En Espa?a hay miseria, una miseria solidificada que se cierra sobre algunas personas como la losa de una tumba.
En las Navidades del a?o 2012, en lo peor de la crisis econ¨®mica, se me ocurri¨® una de esas ideas que llaman peyorativamente de bombero, no s¨¦ bien por qu¨¦, dado que los bomberos me parecen maravillosos. El caso es que, tras escuchar en un informativo a alguien que, acogotado por su maltrecha situaci¨®n, se lamentaba de no poder dar a sus hijos regalos de Reyes, pens¨¦ en hacer una p¨¢gina de Facebook que pusiera en contacto a personas as¨ª con gente que quisiera donar juguetes sobrantes de sus ni?os. Era un proyecto muy modesto, una peque?a aportaci¨®n contra la tristura. Un par de amigas y yo hicimos la p¨¢gina en un pis pas; se llamaba Ni un ni?o sin juguetes y nos condujo a toda velocidad hacia el desastre. Casi morimos de ¨¦xito: el volumen de interacciones nos sobrepas¨® por completo, lloramos mucho por las peticiones a las que no pudimos dar salida, que fueron unas cuantas, y aprendimos para siempre que estas cosas no se pueden improvisar. Organizar y gestionar con sensatez y eficacia no es lo m¨ªo, me temo.
De aquel peque?o disparate me qued¨®, no s¨¦ bien c¨®mo, cierta cercan¨ªa con una veintena de familias, todas ellas en situaci¨®n calamitosa. Con la mayor¨ªa hice grupos de teaming, que es una preciosa plataforma solidaria que permite que la gente aporte un euro mensual a un proyecto social. A?o tras a?o (ya han pasado nueve) hemos ido desarrollando una relaci¨®n extra?amente pr¨®xima, aunque no conozco en persona a nadie. Pero recibo con frecuencia noticias de ellos, por e-mail y por WhatsApp, mensajes por lo general desolados y angustiosos. Los donantes de los grupos de teaming y yo misma ayudamos en lo que podemos, que no es mucho. Y a cambio tengo una informaci¨®n ¨²nica y de primera mano de una realidad social que, si no estuviera siendo testigo de ella de manera constante y cotidiana, como estoy a trav¨¦s de esas familias, me hubiera parecido incre¨ªble. Ni?os que no pueden ir al colegio cuando empiezan las clases porque no tienen zapatos para sus pies crecidos, por no hablar del dinero que en muchas zonas del pa¨ªs cuestan los libros de texto. Neveras vac¨ªas durante semanas. Electricidad cortada en pleno invierno por falta de pago (antes pasaba mucho). Gente con la dentadura destrozada. Un horror.
En Espa?a hay miseria, una miseria solidificada que se cierra sobre algunas personas como la losa de una tumba, una miseria estructural de la que no saldr¨¢n jam¨¢s, porque la pobreza extrema es un c¨ªrculo infernal que fomenta m¨¢s pobreza. Y lo peor es que adem¨¢s hay maltrato social e institucional. Lo he visto una y otra vez a lo largo de estos a?os, pero me acaban de contar una historia que colm¨® mi paciencia. X vive en Zaragoza; es una madre separada con cuatro hijos, diab¨¦tica tipo dos desde hace dos a?os. El s¨¢bado 11, X fue a la farmacia a recoger sus medicinas mensuales, y el farmac¨¦utico le dijo que no se las pod¨ªa dar porque la receta hab¨ªa caducado el d¨ªa anterior, de modo que s¨®lo se las pod¨ªa vender a su precio. Por la diabetes, X tiene que tomar dos pastillas diarias, ponerse una inyecci¨®n de insulina todas las noches y otra inyecci¨®n distinta los domingos. M¨¢s dos pastillas al d¨ªa contra el dolor de cabeza. Todo eso son 357 euros.
As¨ª que X corri¨® al centro de salud, en donde una ¡°enfermera/m¨¦dico¡± le dijo que ellos no estaban ah¨ª el fin de semana para hacer recetas, que ten¨ªa que ser m¨¢s responsable y evitar que caducaran. Pues s¨ª, se le pas¨® la fecha, se despist¨®: ?merece por eso que la vapuleen? ¡°Le he pedido diez veces disculpas, yo imb¨¦cil de m¨ª casi llorando de la impotencia, me he sentido como una mierda de c¨®mo me han tratado¡±, escribe. Regres¨® aterrada a la farmacia, prometi¨® llevar la receta el lunes y rog¨® que le adelantaran las medicinas, pero el farmac¨¦utico volvi¨® a negarse. Entonces me escribi¨®. Le envi¨¦ el dinero, evitando que terminara en urgencias. Pero la gente como X no suele conocer a nadie que le pueda prestar 300 euros. S¨¦ bien el sacrificio sobrehumano que est¨¢n haciendo los sanitarios en este pa¨ªs y mi agradecimiento es absoluto, pero gente mala hay en todas partes. Y, adem¨¢s, seguro que el aspecto desesperado y necesitado de X dio alas a su interlocutora para humillarla. Como se?al¨® Adela Cortina cuando acu?¨® el t¨¦rmino aporofobia, la pobreza produce odio y miedo.
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