El silencio y otros aullidos
Elegiste un oficio que aspira a desafiar tab¨²es, a invitar a hablar, a desvelar los miedos encubridores
El miedo es un espejo. Cumplea?os tras cumplea?os, tu hijo se acerca a la edad que ten¨ªas cuando todo empez¨®. Te aterroriza que un d¨ªa deba mirarse en ese mismo cristal oscuro, en aquellas miradas burlonas, en esa soledad. El acoso se esconde tras un muro de silencio mucho m¨¢s impenetrable que las tapias del colegio. Te preguntas si lograr¨ªas detectarlo a tiempo, romper esas mec¨¢nicas de mutismo y verg¨¹enza que conoces tan bien. Cre¨ªas muchas cosas, de ni?a. Que la opini¨®n del grupo te defin¨ªa. Que, si aguantabas y callabas, te respetar¨ªan. Que hab¨ªa algo peor, mucho peor, que humillar a un compa?ero: chivarse. Y eso t¨² nunca lo har¨ªas.
Desde ¨¦pocas remotas, un halo de turbia sospecha envuelve a la persona que acusa, incluso ante una agresi¨®n injusta. Cuenta una tradici¨®n romana que la bella Lucrecia pasaba la noche sola cuando llam¨® a su puerta el hijo del rey Tarquinio el Soberbio buscando cobijo de la lluvia. Lucrecia, intimidada, acogi¨® al poderoso visitante. De madrugada, entre tinieblas, ¨¦l entr¨® en su dormitorio con una espada y la viol¨®. Al d¨ªa siguiente ella esper¨® el regreso de su marido y, con ojos helados, le cont¨® lo sucedido. Entre los pliegues de su t¨²nica escond¨ªa un pu?al. Al terminar el relato, se suicid¨®. Tras la muerte, sus familiares lideraron una revoluci¨®n que derroc¨® al rey, exili¨® al violador y dio nacimiento a la rep¨²blica romana hace 27 siglos. La escalofriante lecci¨®n de esta leyenda es que Lucrecia se clav¨® la daga para apuntalar la veracidad de sus palabras. Tuvo que hablar desde la frontera de la muerte, donde ya no quedan motivos para mentir.
En nuestro idioma, los apelativos relacionados con la denuncia tienen un matiz deshonroso y negativo: delator, sopl¨®n, acusica, chivato, bocazas. Como afirma el escritor Fernando Iwasaki, carecemos de t¨¦rminos para aplaudir el valor de quien revela un abuso. Este es el campo l¨¦xico de la omert¨¤: una sem¨¢ntica del silencio. De alguna forma, tras un terrible historial de delaciones y se?alamientos en dictaduras, nuestro imaginario no consigue reconciliarse con la figura de quien levanta la voz. Esta herencia genera sus patolog¨ªas: nuestra democracia ha dejado solos y desprotegidos a quienes sacaron a la luz grandes casos de corrupci¨®n que muchos quer¨ªan enterrar. Como intu¨ªas de ni?a, las represalias son la recompensa habitual para quien se atreve a desvelar lo oculto.
El m¨¢s calamitoso de los justicieros, nuestro don Quijote de la Mancha, escuch¨® un d¨ªa a la vera del camino unos pavorosos aullidos de dolor. Al acercarse, descubri¨® a un muchacho atado a una encina, a quien su patr¨®n estaba azotando cruelmente. Ante las preguntas del caballero andante, el hombre del l¨¢tigo explic¨® que lo castigaba por reclamar su salario. ¡°Estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza. Pagadle luego sin m¨¢s r¨¦plica¡±, orden¨® amenazador don Quijote, y acto seguido se alej¨® orgulloso de s¨ª mismo. M¨¢s de 25 cap¨ªtulos despu¨¦s, el joven y el caballero se vuelven a encontrar. ¡°El fin del negocio sucedi¨® muy al rev¨¦s de lo que vuestra merced se imagina¡±, dice el chico. ¡°No solo no me pag¨®, pero as¨ª como vuestra merced traspuso del bosque y quedamos solos, me dio de nuevo tantos azotes, que qued¨¦ hecho un sambartolom¨¦ desollado¡±. As¨ª, el estrafalario palad¨ªn de los desvalidos descubre que no basta enfurecerse contra la injusticia: es necesario proteger a quien la desenmascara.
Tras siglos de sigilos, seguimos retratando con fealdad a los informantes y arrepentidos. En las pantallas, desde el cl¨¢sico Relato criminal hasta Reservoir Dogs o The Wire, son encarnados por actores enclenques o mal encarados: acostumbran a tener mala pinta y mal fin. Una mancha marca a¨²n a quien denuncia. Pese al descr¨¦dito, piensas que tal vez decidiste escribir para convertirte en chivata profesional. Elegiste un oficio que aspira a desafiar tab¨²es, a indagar en las zonas de silencio, a invitar a hablar, a desvelar los miedos encubridores. Has pasado del nudo en la garganta a la palabra desnuda. Por suerte existe este trabajo tan poco respetable: la soplona que cuenta m¨¢s de la cuenta.
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