160 millones de ni?os explotados
Los ¨²ltimos datos sobre el trabajo infantil en el mundo son dram¨¢ticos. Por vez primera en dos d¨¦cadas los progresos para erradicar este drama se han frenado por culpa de la pandemia y de la falta de acci¨®n pol¨ªtica contra la pobreza.
Hay ni?os trabajando para nosotros ahora mismo. Por todas partes. Exactamente 160 millones en cifras oficiales. Las extraoficiales se desconocen. Un total de 97 millones de ni?os y 63 millones de ni?as que cada ma?ana no agarran sus carteras y se van a la escuela. No. Acuden a las f¨¢bricas, a las minas, a los campos, a los mercados, a los talleres textiles, a los prost¨ªbulos¡ A veces, ni se desplazan. Viven en ellos. Menores de edad, entre 5 y 17 a?os, con oficio; sin nombre, muchas veces. Sin infancia siempre. Es uno de cada diez en el mundo. En los pa¨ªses ricos apenas los vemos; se esconden o disimulan. Pero en aquellos en v¨ªa de desarrollo, en los m¨¢s pobres, se encuentran por doquier. Giras sobre ti misma en cualquier calle y ah¨ª est¨¢n: por los cuatro puntos cardinales. Aun as¨ª, con ojos occidentales tardas en verlos, en darte cuenta de qui¨¦nes son, de por qu¨¦ est¨¢n ah¨ª; en comprender que tienen due?o o son v¨ªctimas de tr¨¢fico o trata¡ Cuando nos encontramos en lugares vulnerables asumimos la miseria circundante y, con ella, normalizamos su condici¨®n de ni?os trabajadores como parte del paisaje. Como si lo merecieran por nacer donde han nacido. Como si no hubiera anomal¨ªa, causas, opciones.
Sus desgraciadas vidas transcurren al ritmo usual (nacer, crecer, reproducirse y morir) en todos los continentes, pero especialmente en ?frica, Asia, Am¨¦rica Latina. Y son violentados o exprimidos habitualmente por sus propias familias (en un 72% de los casos) o su c¨ªrculo cercano. Pero tambi¨¦n les fallan los pol¨ªticos, la sociedad entera, ciega, en pleno siglo XXI. Ah¨ª est¨¢n: barren las calles, venden helados, cargan fardos, cuidan el ganado, lavan la ropa o la cosen, buscan oro, cocinan¡ Trabajan en esas cadenas de producci¨®n global donde se manufacturan productos que luego acaban en cualquier estanter¨ªa de cualquier supermercado. El de mi barrio mismo. Ni?os currantes, mano de obra barata, d¨®cil, esclava.
Quien esto escribe se top¨® de lleno con esta lacra del mundo civilizado hace a?os en Camboya. ?bamos a realizar un reportaje sobre ni?as liberadas de los prost¨ªbulos. Y solo ten¨ªamos ojos para ellas y para lo que suced¨ªa en los burdeles. El resto era escenario o contexto asi¨¢tico degenerado, digamos, incluso cinematogr¨¢fico. Hasta que un d¨ªa alguien nos llev¨® a (nos col¨® en) las f¨¢bricas de ladrillos. Y all¨ª nos estall¨® en plena cara la esclavitud contempor¨¢nea igual que explotan a¨²n las minas antipersona esparcidas por los jemeres rojos durante la guerra en este pa¨ªs asi¨¢tico. Familias enteras malviv¨ªan en el interior de edificios ruinosos, destrozados por los monzones, y los ni?os de las tejeras (as¨ª los llamaban), escu¨¢lidos, alimentaban los hornos cer¨¢micos sin descanso. All¨ª viv¨ªan, dorm¨ªan y com¨ªan; no ve¨ªan la luz del sol en semanas. Eran, nos contaron en Battambang, propiedad de los industriales del sector. Lo llaman ¡°servidumbre por deudas¡±. Pagaban con sus vidas, de por vida, los pr¨¦stamos quiz¨¢ de sus abuelos o tatarabuelos, o de sus t¨ªos. Todo lo que ten¨ªan o ganaban les pertenec¨ªa a sus amos. Incluidos los cuerpos.
As¨ª comenz¨® para m¨ª el gran desfile de la factor¨ªa mundial de ni?os currantes: primero fueron los chavales ladrilleros en Camboya, y luego, los de los telares en Banglad¨¦s, los vendedores de flores de Bangkok, los que tiraban de los carros en Poipet (Tailandia), los de las piedras preciosas en los talleres de Rajast¨¢n (India), los de las minas de oro o colt¨¢n en Uganda, Congo o Camer¨²n, los de los talleres mec¨¢nicos y tiendas de ultramarinos en tant¨ªsimas ciudades del mundo, los limpiadores de tumbas en Bolivia, los reclutados forzosos de los ej¨¦rcitos y las guerrillas de Sierra Leona o Sud¨¢n, los usados para el servicio dom¨¦stico en Am¨¦rica, Asia o Europa, los prostituidos sexualmente que se ocultan o exhiben en internet por todo el planeta¡ O a?adiendo g¨¦nero adonde ya lo hay: las ni?as criadas, las casadas, las vendidas, las subastadas, las prostituidas en las playas de Ghana o Rep¨²blica Dominicana¡ Y los de la pesca, el ganado o el campo: estos son los m¨¢s numerosos. Es en las zonas rurales y el sector agr¨ªcola donde se acumula el grueso, un ej¨¦rcito infantil de campesinos: 112 millones de los 160 totales. Y los que trabajan en oficios considerados peligrosos tiene cifra redonda tambi¨¦n: 79 millones de ellos. M¨¢s que toda Francia.
Otro d¨ªa cay¨® en nuestras manos un reporte de la ONU titulado La abolici¨®n de la esclavitud y sus formas contempor¨¢neas, firmado por David Weissbrodt y la Liga contra la Esclavitud (2002), que usa en su redacci¨®n t¨¦rminos que cualquiera creer¨ªa del medievo para describir los modos agazapados en los que pervive en nuestra ¨¦poca: la servidumbre de la gleba, el trabajo forzoso, la servidumbre por deudas, la trata de personas y de ni?os, la esclavitud y el turismo sexual, el matrimonio forzoso o servil, la venta de esposas, las novias por cat¨¢logo, el trabajo infantil y la servidumbre dom¨¦stica¡ ¡°Formas contempor¨¢neas de esclavitud¡±, lo llaman, y es hoy una secci¨®n en Naciones Unidas que cuenta con un Relator Especial. Desde 2020 el puesto lo ocupa el japon¨¦s Tomoya Obokata, tan desconocido para el com¨²n de los mortales como el tema que nos ocupa. ¡°La mayor¨ªa de los afectados son los m¨¢s pobres, los grupos sociales marginados. El miedo, la ignorancia de sus derechos y la necesidad de sobrevivir los disuade de protestar¡±, dicen en la ONU. Lo peor, opinan los expertos, es que el trabajo forzado tiene eterno impacto sobre sus vidas, puede persistir ¡°como una mentalidad, entre las v¨ªctimas y sus descendientes y entre los herederos de quienes la practicaron, mucho tiempo despu¨¦s de que la pr¨¢ctica formal haya concluido¡±.
Ni?os mercanc¨ªa. En un mundo paup¨¦rrimo donde la informalidad laboral reina, ellos son los ¨²ltimos de una cadena de explotaci¨®n que pervive a pesar de legislaciones internacionales o buenas intenciones pol¨ªticas.
De hecho, ha pasado casi un siglo desde que la Sociedad de las Naciones, en la Declaraci¨®n de los Derechos del Ni?o de 1924 proclamada en Ginebra, afirmara que los peque?os deb¨ªan ser protegidos de cualquier forma de explotaci¨®n. Y m¨¢s de tres d¨¦cadas desde que la mayor¨ªa de los Estados de este mundo ratificaran la Convenci¨®n de los Derechos del Ni?o all¨¢ por el 20 de noviembre de 1989, de la que ahora se celebra el 32? aniversario. Y hoy hay una hoja de ruta y hasta una meta clar¨ªsima recogida en la Agenda 2030: la 8.7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que obliga a adoptar medidas inmediatas y eficaces para ¡°erradicar el trabajo forzoso, poner fin a las formas contempor¨¢neas de esclavitud y la trata de personas y asegurar la prohibici¨®n y eliminaci¨®n de las peores formas de trabajo infantil, incluidos el reclutamiento y la utilizaci¨®n de ni?os soldados, y, de aqu¨ª a 2025, poner fin al trabajo infantil en todas sus formas¡±.
Pero el cat¨¢logo de la explotaci¨®n del ser humano es inagotable y se va renovando con el tiempo. Y ah¨ª est¨¢ el alarmante ¨²ltimo informe 2020 de la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo y Unicef para confirmar los datos y se?alar que los menores de edad afectados ser¨¢n muchos m¨¢s de esos 160 millones si no se toman medidas pol¨ªticas ya. Claudia Cappa, coautora del informe y experta de Informaci¨®n Estad¨ªstica de Unicef, muestra su decepci¨®n. ¡°Este a?o 2021 celebramos la Eliminaci¨®n del Trabajo Infantil y obviamente no se ha conseguido, e incluso los datos han empeorado, la combinaci¨®n covid y trabajo infantil es demoledora¡±, opina. ¡°En Asia y el Pac¨ªfico y en Am¨¦rica Latina y el Caribe ha disminuido de manera constante desde 2008, pero en ?frica subsahariana no hay progresos¡±.
Las cifras ponen en evidencia la crueldad del sistema en que vivimos. Muchos menores de edad que trabajan hoy lo hacen en condiciones decimon¨®nicas, como si el calendario marcase a¨²n un a?o cualquiera del siglo XIX, ese tiempo que, con el auge de las manufacturas y la introducci¨®n de las m¨¢quinas represent¨® el sumun de la explotaci¨®n laboral. Hist¨®ricamente, los menores de edad fueron mano de obra en numerosas sociedades antiguas: en los campos, en los gremios, en el mar¡ Pero la explotaci¨®n se hizo carne en ellos con la revoluci¨®n industrial y el auge del capitalismo¡ y los convirti¨® en obreros. Para mostrarlo se puede tirar de muchos cabos, sector a sector, todos con conclusi¨®n similar: lo conseguido en aquel periodo de alta demanda productiva no habr¨ªa sido posible sin las manos operarias de mujeres y ni?os. Hilos que llevan de los campos de esclavos en Am¨¦rica a las f¨¢bricas de la Europa industrial, hasta llegar a la deslocalizaci¨®n y globalizaci¨®n actual.
Quiz¨¢ el hilo m¨¢s poderoso para mostrarlo sea el de la industria textil, tal como se cuenta en ese libro apasionante que es El imperio del algod¨®n. Una historia global, de Sven Beckert, que narra el cambio de modelo productivo y de trabajo en el mundo y el surgimiento del proletariado en Europa: ¡°La fuerza de trabajo de mujeres, hombres y ni?as y ni?os pas¨® a convertirse en mercanc¨ªa¡±. Peque?as manos como las de Ellen Hootton, de 10 a?os, de M¨¢nchester, cuenta este profesor de Harvard: ¡°A diferencia de millones de sus semejantes, ella dejar¨¢ constancia hist¨®rica al ser citada en junio de 1833 para comparecer ante la Comisi¨®n de Investigaci¨®n de las Factor¨ªas de su Majestad, que se encargaba de estudiar casos de trabajo infantil en las f¨¢bricas textiles brit¨¢nicas¡¡±. Pese a su corta edad era una curtida obrera. Habl¨® y demostr¨® su condici¨®n de esclava.
Como entonces, ahora el elefante en la habitaci¨®n se llama pobreza. Sin reducirla, poco o nada se podr¨¢ lograr, se?alan una y otra vez Unicef y otras organizaciones humanitarias. Una mejor protecci¨®n social podr¨ªa compensar el impacto de la covid-19 en el trabajo infantil, ¡°y volver¨ªamos a progresar en nuestro empe?o por ponerle fin¡±, dice Cappa, quien recuerda que la pandemia ha tra¨ªdo, adem¨¢s, otros males, empujados por los cierres de las escuelas, que, tradicionalmente, son sistemas de vigilancia eficaces contra abusos o violencias.
Para esta experta, es necesario aumentar las ayudas sociales si se quiere revertir la situaci¨®n para 2030 o incluso abolir la existencia de ni?os obreros (algo con lo que ella sue?a a pesar de los malos datos): conseguir empleo para las familias pobres, garantizarles ingresos y educaci¨®n. ¡°La pobreza es el motor bajo las cifras y los ni?os son los primeros en pagar el precio. Nadie, ning¨²n padre o madre, quiere que su hijo trabaje, todos desean una vida mejor para ellos, pero cuando no hay dinero o comida aumentan el estr¨¦s y la vulnerabilidad, se quedan sin opciones y, entonces, todos en la casa se convierten en mano de obra¡±.