La ruleta rusa de los ni?os de Poipet
Centenares de menores trabajan como porteadores de carros de mercanc¨ªa en la frontera entre Camboya y Tailandia por cinco d¨®lares al d¨ªa
Apenas se entrev¨¦n sus ojos, con el rostro tapado por pa?uelos y gorras encasquetadas hasta las cejas. Visten pantalones vaqueros gastados y chanclas de playa imitaci¨®n de Nike y Adidas. Son las dos de la tarde y hace un sol de justicia. Caminan lentamente mientras arrastran carros de mercanc¨ªa llenos de cajas repletas de aperitivos, az¨²car, especias, detergentes y productos de primera necesidad en la frontera entre Tailandia y Camboya. En algo m¨¢s de 10 minutos es la segunda vez que estos cuatro adolescentes han cruzado el umbral donde se puede leer Welcome to Cambodia, bajo unos relieves de cemento que imitan los templos de Angkor Wat. Tras el arco que da la bienvenida al pa¨ªs dejan aparcado el enorme carro que arrastran, que sobresale su altura dos o tres cabezas, y que ser¨¢ despu¨¦s tirado por una motocicleta desvencijada por uno de sus jefes, que volver¨¢ a por m¨¢s mercanc¨ªa. Son solo cuatro ejemplos de los ni?os trabajadores que cruzan como porteadores cada d¨ªa y que se cuentan por centenares en Poipet. Estos menores maltratan sus j¨®venes cuerpos por cinco d¨®lares al d¨ªa, en un pa¨ªs en el que el sueldo medio es de 200 euros. Muchos otros se ven abocados a trabajar sin llegar a la mayor¨ªa de edad en los casinos que pueblan la zona.
"Cinco de mis hermanos trabajan en la frontera llevando paquetes de un lado a otro. Salen de casa por la ma?ana y no vuelven hasta la noche". Vi Chhay tiene 14 a?os, es un ni?o t¨ªmido, de mirada melanc¨®lica y con cuerpo menudo que aparenta menos edad. Estudia s¨¦ptimo grado en la escuela Don Bosco de Poipet, un centro educativo y residencia de la fundaci¨®n salesiana que trabaja en la zona desde 2004 para proporcionar casa, comida y educaci¨®n a los menores m¨¢s desfavorecidos. Es hijo de una familia con nueve hermanos. La mayor, de 17 a?os, es la que se encarga de cuidar a los m¨¢s peque?os mientras sus padres trabajan. Cuatro de los nueve van a la escuela p¨²blica y Chhay es el ¨²nico que asiste a las clases de Don Bosco. El n¨²mero ganador de la ruleta de la fortuna que daba derecho a una educaci¨®n de calidad fue para ¨¦l. La familia al completo vive en una chabola, construida en alto para evitar las inclemencias del tiempo, con materiales de uralita, madera y hormig¨®n, en una tierra que no es suya, sino que alquilan a un precio que cada a?o sube, en funci¨®n de las ansias especulativas del propietario.
Se estima que m¨¢s de 300.000 ni?os en Camboya son obligados a trabajar para cubrir las necesidades de su familia
"En muchos casos las familias de los ni?os trabajadores quisieran enviarlos a la escuela, pero es dif¨ªcil sobrevivir sin el dinero que ellos ganan, en particular si en el hogar hay una emergencia como un reci¨¦n nacido o la muerte de un familiar", asegura MP Joseph, consejero t¨¦cnico del Programa Internacional para la Erradicaci¨®n del Trabajo Infantil (IPEC) en Camboya. Actualmente hay en el mundo 152 millones de ni?os, ni?as y adolescentes entre 5 y 17 a?os que trabajan, seg¨²n un informe de la Organizaci¨®n Mundial del Trabajo (OIT). En Camboya, los menores que trabajan ascienden al 45%. Se estima que m¨¢s de 300.000 ni?os son obligados a hacerlo para cubrir las necesidades de su familia.
A Poipet no llegan turistas. Y los pocos que acaban aqu¨ª son mochileros que atraviesan la frontera por tierra entre Tailandia y Camboya y no pasan m¨¢s tiempo del que necesitan para ense?ar o conseguir su visado y continuar su viaje. Desde el interior de Camboya se llega por la National Highway 5 (NH5), una carretera bien construida que comunica Phnom Penh con Siem Reap, la ciudad alrededor de la mayor atracci¨®n tur¨ªstica del pa¨ªs, los templos de Angkor Wat. Desde all¨ª en coche se tarda en llegar dos horas, entre arrozales y un mapa de palmeras salteadas.
Poipet es una ciudad construida alrededor de esta carretera nacional, su principal calle, y que comenz¨® a crecer a partir de 1990. Su trasiego se acumula en los metros de la frontera, que permanece abierta desde las seis de la ma?ana hasta las 10 de la noche. Solo habr¨¢ un ¨²nico minuto de silencio diario cuando, alrededor de las cinco y media de la tarde, se escuche el himno nacional a trav¨¦s de megafon¨ªa. Es cuando todos paran, mano en pecho, y mantienen silencio. Mientras tanto, en esas horas de desenfreno, miles de tailandeses y camboyanos cruzan la frontera con distintos prop¨®sitos. Filas de camiones con materiales de construcci¨®n, miles de motos ensordecedoras en uno y otro sentido y trabajadores a pie se encuentran con estos ni?os porteadores y con los tuk tuk de lujo de los casinos aleda?os. Welcome to Tropicana. Esa invitaci¨®n al para¨ªso tropical en forma de vinilo aparece como reclamo en uno de los transportes privados de los casinos de una especie de Las Vegas asi¨¢tica, para trasladar a sus clientes, principalmente llegados de Tailandia, pa¨ªs que proh¨ªbe el juego, hasta la puerta de la frontera.
El sofocante calor del mediod¨ªa se contrapone al interior g¨¦lido de aire acondicionado y moqueta de uno de los salones de juego del Grand Diamond City, uno de los hoteles y casino abierto alrededor de la frontera para saciar la sed de juego de los lud¨®patas del pa¨ªs vecino. Los jugadores pierden la noci¨®n del tiempo frente a las mesas de bacar¨¢, blackjack y las ruletas. Dos se?oras, de avanzada edad, se juegan su bahts, la moneda oficial tailandesa, frente a una mesa de Tigre y Drag¨®n. El crupier que dirige el juego tiene aspecto de un adolescente.
Cinco de mis hermanos trabajan en la frontera llevando paquetes de un lado a otro. Salen de casa desde por la ma?ana y no vuelven hasta la noche Vi Chhay,? 14 a?os
"Muchos camboyanos cruzan la frontera para trabajar en Tailandia cada d¨ªa. El sueldo, a pesar de ser tambi¨¦n muy bajo, es m¨¢s alto que en Camboya. Y muchos de los ni?os que viven aqu¨ª trabajan en los casinos", explica el padre Mark, uno de los salesianos destinados en el centro de Don Bosco en Poipet. El religioso lamenta que cada a?o de los 120 estudiantes que empiezan el curso entre s¨¦ptimo y noveno grado, solo 90 llegan al final. "A pesar de la frustraci¨®n, no podemos hacer nada para impedirlo", asevera serio.
El trabajo en los casinos es un recurso para los menores, pero tambi¨¦n para sus progenitores. La madre de Los Srey Mey, estudiante de 14 a?os de Don Bosco, ha tenido que hacer frente a una deuda adquirida por su hermana, que pidi¨® un pr¨¦stamo para un negocio, dinero con el que escap¨®, dejando a su familia como principal responsable del pago. Divorciada y sin una manutenci¨®n para sus hijos, ahora es cocinera en un casino de Poipet y deja a cargo de su madre a su hija Los, que estudia sexto grado, y a sus otros dos hijos de 10 y siete a?os.
Una educaci¨®n de calidad contra el trabajo infantil?
Las canchas de f¨²tbol, voleibol y baloncesto se suceden en paralelo en la escuela de Don Bosco en Poipet. Son las cinco y veinte pasadas de la tarde y las clases han acabado. Dos ni?os juegan al f¨²tbol con la segunda equipaci¨®n del Barcelona F.C.. Uno de ellos ejerce de portero en una pachanga de cinco contra cinco, pero la pelota inevitablemente se cuela en la pista de voleibol. El mismo caos parece apoderarse de la pista de baloncesto donde se juega otro cinco contra cinco.
Don Bosco cuenta con una casa de acogida con 84 ni?os y ni?as y una escuela en la que se da clase a 450 estudiantes. Seng Han, de 16 a?os, es uno de ellos. Est¨¢ en quinto grado, y comenz¨® sus estudios cuando ten¨ªa 11. Hasta que lleg¨® a Don Bosco se pasaba la vida en la calle. En algunas ocasiones para llevar comida y dinero a casa, una familia de seis hermanos, trabajaba de ayudante de alba?il, otro de los sectores en Camboya con alto ¨ªndice de trabajo infantil. Ahora sue?a con ser polic¨ªa.
Muchos otros menores se ven abocados a trabajar sin llegar a la mayor¨ªa de edad en los casinos que pueblan la zona
"Muchas veces los ni?os nos informan de que sus casas han cambiado de lugar porque el alquiler de la tierra sube y tienen que mudarse", explica Sum Sophea, la directora del departamento de secundaria de Don Bosco Poipet. La fundaci¨®n ofrece cobertura a ni?os y ni?as de m¨¢s de cuatro aldeas y los barrios m¨¢s pobres de alrededor de Poipet. Desde que en 2004 se establecieran como centro educativo en la zona, los trabajadores de la fundaci¨®n visitan a las familias y hacen un estudio para conocer de primera mano las necesidades de cada hogar y elaborar un listado de aquellos estudiantes que ser¨¢n admitidos el siguiente curso. Se da un almuerzo diario, porque "muchos de ellos, con suerte, tienen esta comida al d¨ªa", explica el padre John Visser, religioso al frente de este centro de Don Bosco desde su nacimiento. La financiaci¨®n de uniformes, material escolar y dem¨¢s gastos viene a trav¨¦s de benefactores de Corea del Sur y Europa, adem¨¢s del cobro de 50 d¨®lares al a?o a cada familia.
"Basamos nuestra educaci¨®n en convertir a esos ni?os y ni?as en buenos ciudadanos para el pa¨ªs", explica Visser, que recuerda la crudeza de los primeros a?os de la escuela en la zona, cuando la mayor¨ªa de estudiantes abandonaban las clases, y la evoluci¨®n que el centro educativo ha tenido en sus 13 a?os de existencia. "En unos meses de acogida y clases puedes ver c¨®mo les cambia la semblanza a la mayor¨ªa de estos ni?os. Aparecen las sonrisas en sus rostros", explica orgulloso el religioso. Unas sonrisas que son el peque?o giro que necesita la ruleta rusa de los ni?os de Poipet.
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