Amenazados: las ¨²ltimas tribus aisladas de Brasil
M¨¢s de un centenar de comunidades ind¨ªgenas que reh¨²yen el contacto con blancos resisten en la Amazon¨ªa brasile?a a la creciente amenaza de pescadores furtivos, misioneros, narcotraficantes, madereros, el coronavirus y Bolsonaro. ?C¨®mo se protege este tesoro antropol¨®gico?
Descubrir Brasil requiere tener a mano un mapa detallado, pero en buena parte de su inmenso territorio esos kil¨®metros son irrelevantes: lo que cuenta es el tiempo que se necesita para recorrerlos y alcanzar el destino. En esta ocasi¨®n, el objetivo es un enclave para conocer el universo de los ind¨ªgenas no contactados: Atalaia do Norte, una ciudad situada en un rinc¨®n del oeste de la Amazonia brasile?a. Aqu¨ª se encuentran tanto quienes los protegen como quienes los amenazan. Y es el punto de partida para los que consiguen una autorizaci¨®n para entrar a la reserva ind¨ªgena del valle del Yavar¨ª, que acoge a m¨¢s nativos aislados que ning¨²n otro lugar del planeta. Llegar hasta all¨ª requiere volar a Manaos para enlazar con el ¨²nico vuelo diario a Tabatinga, a 1.000 kil¨®metros en direcci¨®n Oeste. Y desde all¨ª, un taxi fluvial por aguas del r¨ªo Amazonas y, despu¨¦s, otro taxi terrestre hasta nuestro destino. Pero solo al llegar al hotel, y ver colgado en la recepci¨®n el mapa de la zona, tomamos conciencia de que esas dos ¨²ltimas horas en taxi representan una distancia irrisoria si se compara con la inmensidad del valle al que da entrada y los misterios de los seres que lo habitan.
El camino
Zarparon en barco, continuaron en canoa y despu¨¦s avanzaron a pie, abri¨¦ndose paso a machetazos por una vegetaci¨®n que desde el aire es como una moqueta verde oscuro. Debajo de ella, los alt¨ªsimos ¨¢rboles sum¨ªan en la penumbra a las 30 personas de esa expedici¨®n, que ten¨ªa una misi¨®n excepcional: por primera vez en tres d¨¦cadas, un equipo del organismo creado para proteger a los ind¨ªgenas de Brasil se adentraba en la Amazonia m¨¢s intacta en busca de una tribu jam¨¢s contactada por blancos. Iban en busca de unos korubo, una escisi¨®n de un grupo que hab¨ªa abandonado el aislamiento cuatro a?os antes. ?Por qu¨¦ localizarlos? Porque sus luchas con los kanamari eran cada vez m¨¢s violentas: asesinatos, raptos, ataques por venganza.
Era una situaci¨®n especial incluso para Bruno Pereira, el veterano indigenista de 57 a?os que en 2019 coordin¨® esa expedici¨®n de la Fundaci¨®n Nacional del Indio (Funai), porque supon¨ªa una excepci¨®n a la pol¨ªtica de respeto absoluto a los ind¨ªgenas que quieren vivir sin relaci¨®n con extra?os. ¡°No fue una decisi¨®n f¨¢cil. Era un tab¨²¡±, dice Pereira: ¡°Fuimos a buscarlos para apaciguar el conflicto. Y por respeto a los (korubo) que quer¨ªan encontrarse con sus parientes¡±.
Primero hallaron a dos j¨®venes. ¡°Se asustaron mucho, estaban cazando con cerbatanas inmensas. Al cabo de unas horas fueron a buscar al resto. Eran 32¡å, recuerda el indigenista. Los korubo que acompa?aban a los funcionarios protagonizaron un emocionante reencuentro con sus familiares. ¡°Les propusimos vacunarse¡±, cuenta. All¨ª, en medio de la jungla, les explicaron que aquel l¨ªquido iba a protegerles frente a diversos males. Aceptaron. Tambi¨¦n les ense?aron en un ordenador fotos a¨¦reas de la aldea en las que uno a uno se fueron reconociendo. Pronto, los m¨¢s osados quer¨ªan dar una vuelta en el helic¨®ptero, cuenta Pereira en Atalaia do Norte, una ciudad que da entrada al Valle de Yavar¨ª. En ning¨²n otro lugar del planeta viven tantos ind¨ªgenas no contactados (por los blancos) como en este valle ubicado en el oeste de Brasil, en la frontera con Per¨² y Colombia.
Arriba, la tierra ind¨ªgena del valle de Yavar¨ª, vista desde una avioneta. En ning¨²n otro punto del planeta se concentran tantas tribus no contactadas. Existen 10 confirmadas y seis m¨¢s en estudio.
AbajoA la derecha, la ciudad brasile?a de Atalaia do Norte, a orillas del r¨ªo Yavar¨ª, afluente del Amazonas.
En lo m¨¢s profundo de la selva, los encuentros con extra?os entra?an una tensi¨®n extrema hasta saber si son amigos o enemigos. Medio siglo despu¨¦s de tener a un blanco por primera vez cara a cara, Ivanrapa Matis, de 58 a?os, todav¨ªa recuerda el miedo que sinti¨® en aquel instante. Ten¨ªa nueve a?os. Ellos eran varios y ven¨ªan en son de paz, pero eso no estuvo claro en el primer momento. Gracias a su padre sab¨ªa que exist¨ªan e incluso los hab¨ªa vislumbrado alguna vez, talando ¨¢rboles o a bordo de barcos diez veces mayores que las canoas.
Este ind¨ªgena recuerda una infancia id¨ªlica, sin enfermedades graves y con salidas a cazar con lanzas peque?itas que su padre le fabricaba. ¡°Aprend¨ªamos imitando a los mayores, era como un juego, ¨ªbamos a cazar macacos¡±, dice. En aquella ¨¦poca, lo que realmente le aterrorizaba no eran los blancos, sino las venganzas de otras tribus, explica ahora en Atalaia do Norte.
Matis ¡ªun hombre que hace gestos como si disparara una flecha o persiguiera un animal¡ª es un testigo extraordinario de una de las experiencias m¨¢s ¨²nicas y que m¨¢s ha fascinado a antrop¨®logos y aventureros a lo largo de la historia.
Cinco siglos despu¨¦s de que los portugueses conquistaran Brasil y exterminaran o diezmaran infinidad de tribus, m¨¢s de mil ind¨ªgenas resisten todo contacto. La cifra es pura estimaci¨®n. Son grupos peque?os, unas decenas de personas que se mueven con enorme sigilo, vigilantes, invisibles casi siempre. La selva ¡ªun h¨¢bitat hostil como pocos para cualquier for¨¢neo¡ª es todo el universo que necesitan. Les basta para alimentarse, curarse, construir familias o divertirse.
El valle de Yavar¨ª acoge un verdadero patrimonio antropol¨®gico, un mosaico de culturas de las que poco se sabe. Las m¨²ltiples amenazas que lo acechan incluyen las de siempre ¡ªenfermedades o misioneros¡ª y otras m¨¢s nuevas: el narcotr¨¢fico y Jair Bolsonaro. Sabemos con certeza que existen al menos diez tribus no contactadas en el valle de Yavar¨ª, una reserva ind¨ªgena m¨¢s grande que todo el territorio de Panam¨¢. De otras seis tribus existen relatos, rumores, avistamientos¡ sin confirmar. En todo Brasil hay 28 pueblos no contactados confirmados y se estudian indicios sobre otros 86. M¨¢s que en ning¨²n otro pa¨ªs.
Con la misi¨®n de protegerlos, una constelaci¨®n de indigenistas en estrecha colaboraci¨®n con ind¨ªgenas integrados en la sociedad y ONGs se dejan la piel en lo m¨¢s rec¨®ndito de la jungla o en los tribunales. Lo primero, demostrar que existen. Pero, important¨ªsimo, sin contactarlos. Esa es la pol¨ªtica oficial de Brasil desde 1987: velar por ellos sin inmiscuirse, salvo en casos extremos. Un abordaje que el presidente Bolsonaro mina al debilitar la Funai. Los cr¨ªticos acusan al ultraderechista de poner este organismo oficial al servicio de los intereses de quienes quieren esquilmar la mayor selva tropical del mundo.
El contacto
Ivanrapa Matis contin¨²a su relato, que traduce un joven matis (los ind¨ªgenas usan el nombre de su tribu como apellido). Cuando viv¨ªan sin contacto con extra?os, cazaban en grupo, com¨ªan juntos de un mismo puchero de cer¨¢mica y tomaban una bebida fermentada, la cai?uma. ¡°Nuestras madres nos dec¨ªan: ¡®Cuidado con las serpientes, con los jaguares¡¯. Todav¨ªa lo dicen¡±, cuenta. Compart¨ªan una gran maloca (choza comunal) donde cada familia ten¨ªa algo de intimidad. ¡°La hamaca del marido estaba encima, y la de la mujer, debajo. Al lado ten¨ªan un fuego y all¨ª dorm¨ªan con los ni?os¡±, relata. Despu¨¦s, se cuelga el collar de dientes de mono, los pendientes y el adorno nasal de concha para posar a orillas del Yavar¨ª, afluente del Amazonas. Mientras, su esposa, Koka Matis, teje a mano una hamaca.
El padre de Ivanrapa Matis fue el primero en hablar con los extra?os. Pasado el susto, regres¨® a la aldea con el parte, un hacha, un machete y un perro. Un tesoro que, a¨²n hoy, puede revolucionar la vida de cualquiera en la selva. Otros siete ind¨ªgenas se acercaron a los visitantes, y luego cuatro m¨¢s¡ La desconfianza empez¨® a diluirse. ¡°Fue as¨ª, poco a poco¡±. Hicieron nuevas peticiones: pucheros de aluminio, cerillas, linterna¡ Empezaba una relaci¨®n que se fue estrechando. Y ya de adulto, Matis cerraba el c¨ªrculo al participar en expediciones de la Funai. Conocer el instante del encuentro es una aportaci¨®n impagable para estas misiones tan sensibles. Personas como Matis son cruciales para tranquilizar a los aterrorizados nativos o evitar un intercambio de tiros y flechas. Recuerda con orgullo que acompa?¨® al indigenista m¨¢s prestigioso de Brasil, Sydney Possuelo.
¡°Nuestras madres nos dec¨ªan: ¡®Cuidado con las serpientes, con los jaguares¡¯. Todav¨ªa lo dicen¡±
Ivanrapa Matis (58), que creci¨® hasta los nueve a?os con una tribu no contactada y de adulto particip¨® en expediciones para proteger a otras tribus aisladas. Hoy vive en una casa sobre pilotes cerca del r¨ªo Yavar¨ª.
Los malentendidos que acaban en tragedia son raros en estos tiempos, pero ocurren. Que el veterano funcionario Rieli Franciscato, de 56 a?os, cayera muerto en 2020 de un flechazo dej¨® al mundillo en shock. ¡°Creo que lo confundieron porque iba con polic¨ªas armados¡±, explica la indigenista Neidinha Suru¨ª, de 62 a?os, al tel¨¦fono desde Porto Velho (Estado de Rondonia). ¡°Cuando vas por la selva, t¨² no los ves, pero ellos a ti s¨ª. Lo que no saben es si eres de la Funai, de una ONG o cu¨¢les son tus intenciones¡±. Franciscato, que dirig¨ªa uno de los frentes de protecci¨®n etnoambiental de la Funai, intentaba confirmar la presencia de ind¨ªgenas no contactados en un ¨¢rea de Rondonia para impedir choques con los campesinos locales que invad¨ªan sus tierras, acoso que los asfixia. Unos meses antes de la muerte de Franciscato, los ind¨ªgenas visitaron una finca. Dejaron piezas de caza y se llevaron un machete. Para los especialistas, un trueque amigable. Se cree que eran los aislados del r¨ªo Caut¨¢rio. Cuando no se sabe casi nada de ellos, la referencia es el r¨ªo m¨¢s cercano.
Entre los m¨¢s asediados, los Piripkura, llamados as¨ª porque se mueven como mariposas. Quedan solo dos en la selva, t¨ªo y sobrino. Supervivientes de una matanza, nunca han querido salir de su parcela de jungla, que cada vez se achica m¨¢s ante la expansi¨®n ilegal de fincas agr¨ªcolas. Pero en 2016 se desviaron de sus rutas para acercarse a un puesto de vigilancia gubernamental. Iban en busca de fuego. Su antorcha, incandescente durante a?os pese a las lluvias torrenciales, se hab¨ªa apagado. Conmueve la ternura de su encuentro con el funcionario de la Funai que vela por ellos, Jair Candor, de 61 a?os, encargado de confirmar cada a?o que siguen vivos. Juntos protagonizan el documental Piripkura (Amazon Prime), donde se les ve partir d¨ªas despu¨¦s con su antorcha otra vez humeante.
Los aislados son supervivientes de epidemias o matanzas, seres siempre alerta, traumatizados. Cuando sus vidas se tornan una huida constante, suelen dejar de procrear, de cultivar. Si la propia tribu abandona el aislamiento es porque no ve alternativa, porque es la ¨²nica opci¨®n de supervivencia, explican los expertos.
El antrop¨®logo Conrado Octavio, de 38 a?os, conoce bien el valle de Yavar¨ª gracias a su antiguo trabajo para el Centro Trabalhista Indigenista, una ONG que apoya a la Funai en las expediciones. Como a la mayor¨ªa de los expertos, le irrita la imagen rom¨¢ntica de seres ex¨®ticos que viven como en el neol¨ªtico. Como si la selva fuera un ed¨¦n de felices gentes prehist¨®ricas. ¡°Son grupos que optan por otros modos de vida, pero son tan contempor¨¢neos como nosotros. Nosotros tambi¨¦n estamos todo el tiempo tomando decisiones, haciendo acuerdos colectivos y afrontando emergencias, conflictos o crisis. Solo que ellos tienen otros caminos y soluciones¡±, explica en un caf¨¦ de R¨ªo de Janeiro.
Los aislados son la minor¨ªa de la minor¨ªa. Los pron¨®sticos de los a?os setenta de que los ind¨ªgenas en general se extinguir¨ªan no se han cumplido. Suponen el 0,5% de los brasile?os, un mill¨®n de personas de 256 tribus, lo que conlleva una riqueza ling¨¹¨ªstica, cultural y antropol¨®gica nada com¨²n. Siete de cada diez viven en aldeas. Cualquier internauta puede curiosear en la completa base de datos de la ONG Instituto Socioambiental.
Los nativos no recuerdan un presidente brasile?o tan abiertamente antiindigenista como este. Profesional de la provocaci¨®n, Bolsonaro los soliviant¨® al colocar un misionero evang¨¦lico al frente de la pol¨ªtica oficial hacia los no contactados y recientemente se premi¨® a s¨ª mismo la medalla del m¨¦rito indigenista.
Las expediciones
Beto Marubo, nacido hace 47 a?os en una aldea, lleva media vida embarcado en la defensa de los grupos de aislados que habitan los 85.000 kil¨®metros cuadrados de la tierra ind¨ªgena Yavar¨ª. Los protege desde varios frentes: como lobista en Brasilia, en lo m¨¢s profundo de la jungla, en eventos internacionales o desde su cuenta de Twitter. Estos d¨ªas est¨¢ en Atalaia do Norte para planificar proyectos y emprender viaje a una rec¨®ndita aldea llamada Lobo.
Fuente inagotable de historias sobre peripecias en la selva, Marubo se detiene en una expedici¨®n de la Funai a?os atr¨¢s para investigar los rumores de que unos cazadores furtivos hab¨ªan perpetrado una matanza de korubos aislados. Durante d¨ªas avanzaron sin dejar de sudar, durmiendo en hamacas, soportando picaduras, hasta que descubrieron huellas infantiles en una playa fluvial. ¡°Eran pisadas de ni?os de dos a?os. Estaban recogiendo huevos de tortuga. Cuando el pariente (como los ind¨ªgenas se refieren a otros ind¨ªgenas) est¨¢ asustado, no lleva ni?os ni mujeres. As¨ª que la matanza no fue ah¨ª¡±, relata mientras se?ala puntos en un mapa. Estamos en la sede de Univaja (Uni?o dos Povos Indigenas do Vale do Javari), una asociaci¨®n que es un peque?o milagro: las siete etnias locales aparcaron odios ancestrales para defender juntos la tierra.
Al d¨ªa siguiente encontraron un sendero reci¨¦n transitado, lo tomaron y, ?dieron con ellos! ¡°Estaban pescando con un veneno matapeces¡±, un m¨¦todo que usan cuando viajan, explica. Uno de los ind¨ªgenas ¨Cgu¨ªa y traductor¨C entend¨ªa. Poco tardaron los expedicionarios en saber que los nativos los hab¨ªan descubierto. ¡°Cuando levantamos el dron, all¨ª estaban los parientes, un mont¨®n, afilando las flechas. Cogimos el barco y nos fuimos. All¨ª acab¨® la expedici¨®n¡±, cuenta Marubo. Misi¨®n cumplida. Matanza descartada. Los korubo segu¨ªan all¨ª.
¡°Las relaciones inter¨¦tnicas no son tan amigables. La gente cree que todos los indios son iguales. Y no¡±
El indigenista Beto Marubo (47), representante de la asociaci¨®n Univaja, que re¨²ne a los ind¨ªgenas del valle de Yavar¨ª.
Marubo recuerda la curiosidad de un anciano sobre aquellos aparatos enormes y ruidosos que sobrevolaban la aldea, antes espor¨¢dicos y ahora frecuentes. Le dijo que ¡°son como canoas que vuelan, llenas de blancos¡±
Con el paso de las d¨¦cadas, los puestos de vig¨ªa de la Funai fueron cambiando de misi¨®n y de nombre. Los frentes de atracci¨®n pasaron a ser frentes de contacto, y ahora se denominan frentes de protecci¨®n etnoambiental. Solo el Estado (es decir, la Funai) puede emprender expediciones en las tierras ind¨ªgenas. Organizarlas siempre implic¨® estrictas cuarentenas y un gran esfuerzo log¨ªstico.
Aunque ahora los sobrevuelos y las im¨¢genes por sat¨¦lite facilitan el monitoreo, todav¨ªa es vital internarse en la selva en busca de pistas. El oficio requiere resistencia f¨ªsica y mental, dosis infinitas de paciencia y habilidades de detective. Solo quien tiene el ojo muy entrenado logra ver vestigios en medio de tanto est¨ªmulo visual y sonoro: ramitas quebradas en un arbusto que los ind¨ªgenas aislados dejan para orientarse o un panal del que ya se llevaron la miel en lugares inaccesibles. Con eso, como si fueran forenses, los indigenistas van verificando que existen, cu¨¢ntos son ¡ªgracias al tama?o de las caba?as o las huertas¡ª o hace cu¨¢ntos d¨ªas pasaron por ese punto.
Denominarlos tampoco es f¨¢cil. La terminolog¨ªa m¨¢s extendida es ¡°no contactados¡±, pero eso quiere decir sin contacto con nosotros, con los blancos. Y, como recalca el indigenista Marubo, el aislamiento jam¨¢s es total. Saben que no est¨¢n solos en el mundo. Antes o despu¨¦s se dan encuentros, m¨¢s o menos puntuales, m¨¢s o menos hostiles. ¡°Las relaciones inter¨¦tnicas no son tan amigables. Pero la gente cree que todos los indios son iguales. Y no¡±.
La actual pol¨ªtica de no intervenir naci¨® al constatar que tras el primer encuentro las muertes se multiplicaban, explica Pereira, coordinador de aquella misi¨®n excepcional de 2019. Este antiguo director del departamento de aislados de la Funai dice que, ¡°hasta 1987, la pol¨ªtica oficial era atraerles. La Amazonia estaba siendo desbravada, se estaban construyendo las carreteras, las hidroel¨¦ctricas¡ pero al cabo de unos meses mor¨ªan de enfermedades, no ten¨ªan una buena alimentaci¨®n. Era la destrucci¨®n de su estructura social. Ah¨ª cambia la filosof¨ªa del Estado a una pol¨ªtica de no contacto. Y se convirti¨® en una referencia mundial¡±. Pueblos que hab¨ªan resistido durante siglos sucumb¨ªan a la gripe, el sarampi¨®n, la malaria o la tuberculosis. La ¨²ltima plaga, la del covid-19, mat¨® a 900 ind¨ªgenas en las aldeas.
Con Bolsonaro, la Funai vive un ¨¦xodo de t¨¦cnicos. Pereira es de los ca¨ªdos en desgracia. Ya estaba de permiso no retribuido cuando la Funai lo denunci¨® por conflicto de intereses. Le acusa de coordinar inspecciones de los ind¨ªgenas.
Las amenazas
El desembarco de los colonizadores en Am¨¦rica diezm¨® a los nativos y trastorn¨® para siempre las vidas de los supervivientes. En el siglo XX fueron expulsados sin miramientos de sus tierras para abrir paso al progreso que llegaba en forma de l¨ªneas de tel¨¦grafo, carreteras o hidroel¨¦ctricas.
Qui¨¦n sabe cu¨¢ntos grupos desaparecieron de la faz de la tierra sin que quedara constancia de su nombre, su cultura o su cosmovisi¨®n. ?Y por qu¨¦ hay que protegerlos? Responde el indigenista Pereira: ¡°Primero, porque tienen derecho a vivir y no saben nada de lo que es el derecho, nuestra humanidad, nuestra civilizaci¨®n. Creo que la humanidad avanza cuando entiende que esas minor¨ªas tambi¨¦n tienen derecho a existir¡±.
Amplio es el abanico de amenazas: las bandas de pescadores y cazadores furtivos, misioneros evang¨¦licos, buscadores de oro, el narcotr¨¢fico, la expansi¨®n agr¨ªcola, el coronavirus y, desde que Bolsonaro lleg¨® al poder, la propia Funai, seg¨²n las ONG.
Siempre hubo furtivos que se internaban en la reserva ind¨ªgena. La novedad es que ahora son aut¨¦nticas bandas organizadas, denuncia la asociaci¨®n Univaja. El piraruc¨², un preciado pez amaz¨®nico que llega a pesar 300 kilos, se ha convertido en un manjar muy solicitado, sobre todo en la vecina Colombia.
¡°Ya s¨¦ que est¨¢ mal ir a la tierra ind¨ªgena, pero aqu¨ª no hay otras oportunidades¡±, se queja Alacy, de 23 a?os, que oculta su identidad bajo ese seud¨®nimo para protegerse. Su argumento es que sacar provecho de ese man¨¢ es la ¨²nica opci¨®n de ganarse la vida en una ciudad como Atalaia do Norte, donde solo el Ayuntamiento y el Departamento de Salud ofrecen buenos empleos. ¡°Y el resto, ?de qu¨¦ vive?¡±, lanza este joven padre de dos hijos que dej¨® atr¨¢s un pasado de mucho alcohol y pistola al cinto. Como su carn¨¦ de taxista fluvial y su formaci¨®n de alba?il nunca le han servido para alimentar a su familia, se embarca durante semanas con varios colegas, una escopeta y un cargamento de sal con el que conservan el bot¨ªn. Los furtivos son tantos que a veces entran en un igarap¨¦ (un brazo del r¨ªo) y se topan con otras dos o tres lanchas.
Este no es un asunto del que en Atalaia do Norte se hable abiertamente con forasteros y menos al d¨ªa siguiente de una operaci¨®n policial que, gracias a la informaci¨®n recabada por los ind¨ªgenas, acab¨® con dos detenidos y la incautaci¨®n de decenas de piraruc¨², tortugas y otros animales silvestres. Es una ciudad peque?a donde todos se conocen. Las torrenciales lluvias encharcan cada ma?ana unas calles sin asfaltar donde cada pocos metros se alza una iglesia (la evang¨¦lica cuadrangular, los adventistas del s¨¦ptimo d¨ªa, la asamblea de dios, la fundamentalista¡.).
Emulando a los jesuitas que arribaron con los colonizadores hace 500 a?os, los misioneros contempor¨¢neos llegan hasta aqu¨ª buscando almas impuras. Atalaia do Norte es una meca para los evang¨¦licos que creen que Jes¨²s solo volver¨¢ a la tierra cuando la verdad haya sido revelada a todos sus habitantes, incluidos los ind¨ªgenas aislados. La Misi¨®n Nuevas Tribus es la m¨¢s famosa y controvertida. Durante d¨¦cadas ha enviado parejas de misioneros estadounidenses, burlando la ley, a lugares nunca pisados antes por los blancos.
Arriba, escultura de San Sebasti¨¢n, patr¨®n de Atalaia do Norte.
AbajoA la izquierda, iglesias de distintas denominaciones evang¨¦licas en la ciudad de Atalaia do Norte.
El coronavirus y el riesgo de contagio fueron la coyuntura id¨®nea para que un abogado ind¨ªgena lograra que un juez expulsara a una pareja de misioneros que llevaba d¨¦cadas instalada en la reserva del Yavar¨ª. En los ¨²ltimos tiempos los cazadores de almas han adoptado una estrategia m¨¢s sofisticada: dar becas a j¨®venes ind¨ªgenas para que estudien Teolog¨ªa en grandes ciudades. Luego regresan a sus aldeas a predicar.
Josiah McIntyre, de 38 a?os, es un cristiano de Alabama (EEUU) que hace m¨¢s de una d¨¦cada se instal¨® en la Amazonia. Ahora le acompa?an su esposa y cuatro hijos. ¡°Ya s¨¦ lo que dicen de m¨ª¡±, comenta al negar que su intenci¨®n sea evangelizar a los no contactados, aunque algunas fuentes locales apuntan a que le han o¨ªdo proclamar que quiere morir bajo las flechas como un m¨¢rtir. ¡°Estoy en Atalaia do Norte para predicar la verdad, para ense?ar a los j¨®venes a hacer lo correcto porque aqu¨ª hay mucha droga, alcohol, pornograf¨ªa¡¡±. Para alejarlos de esas tentaciones, organiza carreras de hasta 8 kil¨®metros, todo un aliciente para la chavaler¨ªa en una ciudad donde el entretenimiento escasea. Ni siquiera pueden evadirse con YouTube o Instagram: la conexi¨®n es nefasta.
La droga s¨ª que ha llegado. Importantes rutas del narco cruzan la triple frontera. Una de las muchas preocupaciones de Kora Kanamary, de 37 a?os, es que los traficantes reclutan a j¨®venes ind¨ªgenas para que cultiven coca en territorio peruano. Algunos participan incluso en el procesamiento. La tentaci¨®n es grande porque pocos modos l¨ªcitos tienen de ganarse la vida. Este miembro de la asociaci¨®n Univaja lidera un equipo de 36 guardianes de la selva que monitorea el territorio para frenar a los madereros y la agricultura a gran escala.
Marubo, Kanamari y el resto de sus colegas encarnan un cambio de calado en la pol¨ªtica de protecci¨®n a los no contactados. Los propios ind¨ªgenas asumen funciones cada vez m¨¢s relevantes ante el vac¨ªo dejado por el repliegue de la Funai desde que uno de sus funcionarios fue asesinado poco despu¨¦s de que Bolsonaro iniciara su mandato. Combinan saberes de sus ancestros con ciencia y tecnolog¨ªa. Patrullan la reserva con formaci¨®n y herramientas donadas por WWF, una ONG, para documentar mejor sus denuncias. Ahora saben leer y elaborar mapas, y en sus rondas sobre el terreno usan tel¨¦fonos m¨®viles conectados por sat¨¦lite que les permiten anotar f¨¢cilmente las coordenadas e infinidad de detalles.
Arriba, el misionero cristiano evang¨¦lico Josiah McIntyre, con un pa?uelo en la cabeza. La mujer del centro es su esposa.
AbajoA la derecha, Kora Kanamari, 37, l¨ªder ind¨ªgena del valle de Javar¨ª y representante de Univaja.
Los que velan por los no contactados sienten que, bajo las ¨®rdenes de Bolsonaro, la direcci¨®n de la Funai ha abandonado su misi¨®n para servir, en cambio, a los intereses de sectores pol¨ªticos y econ¨®micos que ven en las tribus un obst¨¢culo al desarrollo. Ante la ONU, el presidente de Brasil dej¨® su postura n¨ªtida: ¡°Lamentablemente, algunos dentro y fuera de Brasil, apoyados por ONG, insisten en mantener a nuestros ind¨ªgenas como verdaderos hombres de las cavernas (...). El indio no quiere ser un terrateniente pobre encima de las tierras m¨¢s ricas del mundo¡±. El ultraderechista, que desprecia la crisis clim¨¢tica, est¨¢ empe?ado en autorizar la explotaci¨®n de territorios intocables por ley. Por eso, el pulso en el Congreso y en los tribunales sobre cuestiones indigenistas y medioambientales es formidable.
Uno de los frentes m¨¢s calientes ata?e a siete territorios donde viven tribus aisladas, pero que, como no han sido demarcadas como reservas ind¨ªgenas, est¨¢n protegidas por un mecanismo de emergencia que impide entrar sin autorizaci¨®n. Pero con el Gobierno Bolsonaro la vigencia de esas medidas se ha acortado, advierte Survival Internacional. Las ¨²ltimas se han renovado por solo seis meses.
Sarah Shenker, de esta organizaci¨®n, explica que ¡°los pueblos ind¨ªgenas no contactados no desaparecen sin m¨¢s de la tierra, como algunos creen; no es su destino, ni una certeza cronol¨®gica. Es un proceso deliberado y genocida por parte de Gobiernos y empresas que quieren eliminarlos para robar sus tierras y lucrarse, un proceso impulsado por la demanda internacional de madera, oro, petr¨®leo y otros recursos¡±. Shenker menciona, por v¨ªdeollamada desde Londres, su impagable aportaci¨®n como protectores de la selva. Las tierras donde habitan conservan la vegetaci¨®n y la biodiversidad en una abundancia sin comparaci¨®n.
Las denuncias contra la Funai de Bolsonaro se multiplican. Uno de sus equipos de monitoreo descubri¨® recientemente vestigios de una tribu desconocida cerca del r¨ªo Purus (Amazonas), sin que el organismo adoptara ninguna medida cautelar de protecci¨®n, seg¨²n denunciaron alarmadas varias organizaciones ind¨ªgenas. La Funai dice que investiga los indicios.
La transici¨®n
El contacto suele dar paso a una larga transici¨®n. Cada pueblo decide a qu¨¦ ritmo y en qu¨¦ direcci¨®n. La antrop¨®loga Dominique Gallois, de 71 a?os, conoce bien el intenso di¨¢logo con los reci¨¦n contactados. Fue la primera que estudi¨® en la selva a los zo¡¯¨¦, en 1989, un par de a?os despu¨¦s de que unos misioneros los fueran a buscar.
¡°Cuando llegu¨¦ eran 170, hab¨ªa pocos ni?os¡±, explica en su casa, en S?o Roque, cerca de S?o Paulo. F¨¢cilmente reconocible por el cono de madera incrustado en el labio inferior que usan, los zo¡¯¨¦ viven en un ¨¢rea remota incluso en t¨¦rminos brasile?os. Las dos semanas de caminata de los a?os noventa son seis d¨ªas porque han abierto senderos. Esa distancia ha protegido a este grupo en el que las esposas j¨®venes cazan con sus maridos. ¡°Los zo¡¯¨¦ est¨¢n en esta situaci¨®n maravillosa porque el acceso es muy dif¨ªcil. Pero ya hay caminos¡¡±, advierte.
Gallois acumula estancias largas, conversando en su lengua, durmiendo en sus chozas, comiendo su comida ¡ª ¡°no se puede llevar nada de fuera, el az¨²car ser¨ªa mortal¡±¡ª y tomando notas en cuadernos. Por encargo de la Funai, Gallois trabaj¨® durante tres a?os mano a mano con los zo¡¯¨¦ y el funcionario de la Funai Fabio Ribeiro, de 39 a?os, para elaborar un plan sobre c¨®mo quieren gestionar sus vidas, lo que han plasmado en 140 p¨¢ginas.
Paso a paso abordaron infinidad de asuntos ¨Cde la tierra al dinero¨C en un di¨¢logo que requiere diplomacia y una log¨ªstica endiablada. Explica Ribeiro, ahora coordinador ejecutivo del OPI (una ONG, el Observatorio de los Pueblos Aislados), que ¡°toda la acci¨®n del Estado se adecua a su calendario estacional. Incluso una campa?a de vacunaci¨®n es complicada porque hay que reunir a 300 personas en un solo punto. Vienen de una veintena de aldeas distantes hasta 40 kil¨®metros. Hablamos mucho por radio porque si lo organizas mal interrumpes sus actividades¡±.
Satisfechas las necesidades m¨¢s inmediatas, este pueblo de cultura oral quiso aprender a leer y a escribir. Y en ello est¨¢n, alfabetiz¨¢ndose en su lengua, con ayuda de Gallois y sus alumnos de Antropolog¨ªa. Los materiales did¨¢cticos, que van y vienen en avioneta, se basan en su vida cotidiana.
El se?or Matis, que creci¨® sin contacto con los blancos, lleva meses lejos de casa. Un trabajo temporal para la Funai ¨Ccrear una barrera sanitaria contra la covid¨C le ha tra¨ªdo a Atalaia do Norte, pero en cuanto pueda regresar¨¢ a su aldea, ubicada, explica, ¡°a tres d¨ªas sin dormir¡± en pec-pec, una canoa ligera con un peque?o motor. En este vast¨ªsimo territorio, los r¨ªos son la principal v¨ªa de transporte. Y las distancias se miden en funci¨®n de los caballos del motor fuera borda. Para los m¨¢s privilegiados, aerotaxis.
Matis se queja del calor de la ciudad ¡ª¡±aqu¨ª no hay ¨¢rboles que den sombra¡±¡ª y del barullo constante de motos y coches. ¡°Prefiero vivir en la aldea. Salimos a cazar, a pescar. Aquello es otro mundo, all¨ª no se compra. Vivir aqu¨ª es muy dif¨ªcil, necesitas dinero¡±.