Acrobacias en la cama
Solemos creer que quienes piensan distinto adaptan lo evidente al molde de sus prejuicios: Procustos solo son los dem¨¢s
Conoces bien esos momentos ¨ªntimos, altamente inflamables, de fogosidad encendida y apasionada, tambi¨¦n llamados comidas de domingo. A veces, en esas sobremesas familiares estallan discusiones largas, virulentas y resbaladizas. La trifulca se alborota y, de pronto, en medio de una frase exaltada, te visita una certeza repentina: has empezado a exagerar tu indignaci¨®n, lo que dices no es lo que piensas, est¨¢s deformando tus propias ideas. La obsesi¨®n por acomodar la realidad a la estrechez de nuestros intereses se denomina ¡°s¨ªndrome de Procusto¡± en honor a una leyenda griega. Se cuenta que el h¨¦roe Teseo lleg¨® una noche a un tenebroso motel en las colinas, estilo Psicosis, regentado por Procusto, un bandido que ofrec¨ªa posada al viajero confiado y solitario. Aquel temprano Norman Bates acompa?aba amablemente a su hu¨¦sped a una cama de hierro donde, una vez dormido, lo ataba y amordazaba. Si era alto y sobresal¨ªa, le cortaba los pies; si era de baja estatura, lo descoyuntaba a martillazos hasta alargarlo?. El asesino en serie, cuyo nombre en griego significaba ¡°el estirador¡±, prolong¨® su reinado del terror hasta que Teseo lo mat¨® aplic¨¢ndole el mismo tormento.
Procusto simboliza a quienes fuerzan los hechos hasta que se ajustan a sus expectativas, como los ide¨®logos, pol¨ªticos y opinadores que distorsionan los datos para apuntalar sus hip¨®tesis. Pero no son los ¨²nicos. Nuestros cerebros, como los lechos de la posada del crimen, padecen el sesgo de confirmaci¨®n, es decir, la tendencia a creer los indicios que afianzan nuestra visi¨®n del mundo, y desde?ar cualquier informaci¨®n que la contradiga. Aprendices de bandido, nos gusta que los acontecimientos encajen en nuestras ideas previas y nos devuelvan el brillo artificial de los deseos cumplidos.
En casos extremos, las personas con tendencia a estirar la talla de los acontecimientos terminan por habitar una realidad paralela. Billy Wilder retrat¨® en Sunset Boulevard la f¨¢brica de los sue?os como una factor¨ªa de delirios. La protagonista, Norma Desmond, es una olvidada estrella de cine mudo parapetada en su mansi¨®n, al frente de un s¨¦quito fantasmal de criados, como si el mundo a¨²n obedeciera a su voluntad. Al reconocerla, William Holden exclama: ¡°Era usted grande¡±, y ella replica con una fabulosa frase procustea: ¡°Soy grande. Es el cine el que se ha hecho peque?o¡±. La voz en off compara a Norma con la se?orita Havisham, personaje de Grandes esperanzas, de Dickens, una mujer abandonada por carta instantes antes de la boda, en un anticipo de las rupturas por wasap. Desde entonces vive sola en su ruinoso palacio, sin quitarse nunca su vestido de novia, con la tarta nupcial sobre la mesa y los relojes parados a la hora exacta en la que lleg¨® la noticia insoportable.
Esta actitud es inherente al ser humano y aparece incluso sin mala intenci¨®n. Como explica Will Storr en La ciencia de contar historias, nuestro cerebro es un ¨®rgano narrativo y tiende a someter la informaci¨®n que recibe a la trama de nuestro relato interior. Dedicamos grandes esfuerzos a construirnos una visi¨®n del mundo y somos reacios a dejarla desmoronarse cuando una evidencia la resquebraja. A veces ese intento de amordazar los acontecimientos esconde un trasfondo de angustia y naufragio, como le ocurre al conmovedor protagonista de Los adioses, de Juan Carlos Onetti. Un desconocido llega a un pueblo para ingresar en un sanatorio pero, en lugar de obedecer a los m¨¦dicos, se hospeda en un hotel, atrincherado en la negaci¨®n: ¡°Empecinado, ignorando los remolinos del tiempo; defendi¨¦ndose con las ropas, el sombrero y los polvorientos zapatos de la aceptaci¨®n de estar enfermo y separado; aplicado con una dulce y vieja tenacidad a persuadir y sobornar lo que estaba mirando¡±.
Solemos creer que quienes piensan distinto adaptan lo evidente al molde de sus prejuicios: Procustos solo son los dem¨¢s. Sin embargo, esta es una tendencia arraigada; todos nos negamos a que las evidencias arruinen una buena certeza. Quiz¨¢ lo m¨¢s sensato sea abrirnos a modular o demoler ciertas convicciones, si no queremos vivir siempre cautivos de nuestras normas ¡ªcomo Norman y Norma¡ª en una realidad basada en hechos ficticios.
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