Seguir
Pese a toda nuestra incertidumbre, hay que perseverar mientras se pueda. Seguir aprendiendo, seguir deseando
Acabo de hacer un turbador viaje en el tiempo. Fui a Boston (EE UU) invitada por el Observatorio Cervantes-Harvard para dar una charla (gracias) y despu¨¦s hice otro encuentro en Wellesley College, una c¨¦lebre universidad para mujeres (all¨ª estudi¨® Hillary Clinton, por ejemplo) en la que di clases en un par de ocasiones. Llegu¨¦ a Wellesley por vez primera en enero de 1985, al d¨ªa siguiente de cumplir 34 a?os. Hab¨ªa alquilado un apartamento que el college rentaba a los profesores visitantes. Era un sitio peque?o y muy bonito, en la planta baja de una casa del siglo XIX. Recuerdo la embriaguez con la que viv¨ª aquellos meses; me sent¨ªa plet¨®rica, ardiendo de vida, en el centro mismo de mi existencia.
Aguijoneada por ese recuerdo luminoso, al volver ahora a Wellesley decid¨ª acercarme a mi antiguo piso. Estaba parada en el descansillo como una boba ante la puerta cerrada cuando la casualidad hizo que llegara el inquilino, un chico afroamericano que me pareci¨® jovenc¨ªsimo, pero que deb¨ªa de tener la edad que yo ten¨ªa entonces. ¡°Viv¨ª aqu¨ª hace tiempo, ?podr¨ªa pasar y echar un vistazo?¡±, rogu¨¦. El pobre se azor¨®, me hizo una se?a que yo interpret¨¦ como que aguardara, entr¨®, cerr¨® y empec¨¦ a escuchar ruidos de cacharros, tintineos, golpes. Cuando llevaba esperando m¨¢s de 10 minutos empec¨¦ a dudar de que volviera a abrir; tem¨ª haberlo malinterpretado y pens¨¦ en marcharme. Pero al fin acab¨® su zafarrancho de limpieza y me dej¨® entrar. Y entonces el tiempo estall¨® en mil pedazos. El apartamento estaba exactamente igual, la misma pared panelada en madera oscura, la ventana en rotonda sobre el ralo jard¨ªn quemado por el hielo. Toda esa plenitud, tan cerca y tan lejos. Por un momento, la vida pareci¨® un espejismo.
Pocas horas despu¨¦s, a¨²n emocionada, en la charla ante las alumnas de Wellesley, alguien me pregunt¨® de qu¨¦ estaba m¨¢s satisfecha en mi carrera. Y pens¨¦ que en realidad lo m¨¢s importante que una puede hacer en la vida es intentar seguir. ?Hay tantas maneras de perderse! En aquel 1985 le¨ª un libro deslumbrante que se hab¨ªa publicado el a?o anterior, En los tiempos de la reina de Persia, primera novela de una escritora norteamericana llamada Joan Chase. Era la historia de cuatro hermanas en el medio rural de Ohio y estaba narrada en una original¨ªsima primera persona del plural; el punto de vista pasaba sedosamente de una hermana a la otra como un viento suave que ondula un trigal, un logro literario prodigioso. El libro tuvo un gran ¨¦xito, gan¨® premios, se tradujo. Y luego Chase desapareci¨®. La googleo ahora como quien busca noticias de una antigua amiga; public¨® otra novela en 1990 y un libro de cuentos en 1991. Desde entonces, nada. Muri¨® en 2018 en un asilo, enferma de p¨¢rkinson y de alg¨²n tipo de demencia, a los 81 a?os. Apenas se sabe nada de ella.
Toda esa plenitud de su primera novela, tan lejos, tan cerca.
A veces la vida es un alud, un despe?adero.
Chase me recuerda, en su fugitivo esplendor de cometa, a la gran Carmen Laforet, la autora de Nada. Tambi¨¦n ella fue devorada por las sombras. Y no es algo que les suceda solo a las mujeres, o a los artistas. Hablo de lo f¨¢cil que es terminar dando tumbos por la vida, meterte en una v¨ªa muerta, construirte una existencia que no tiene nada que ver no ya con lo que alg¨²n d¨ªa so?aste (a menudo esos sue?os son un error y una quimera), sino con lo que sientes, lo que necesitas, lo que deseas. Seguir, s¨ª. Empe?arse en seguir. No tirar la toalla. No perder la esperanza. Tener la perseverancia de la estalactita. Me gustar¨ªa poder decir que, si te esfuerzas en permanecer en el camino, el ¨¦xito est¨¢ asegurado, pero no es cierto. La suerte es esencial y hay escollos que no pueden superarse, como, por ejemplo, la falta de salud. La enfermedad se abati¨® sobre Laforet, y es posible que tambi¨¦n haya devorado a Joan Chase. Pero, aun as¨ª, pese a toda nuestra indefensi¨®n e incertidumbre, hay que perseverar mientras se pueda. Seguir aprendiendo, seguir deseando. Seguir reconoci¨¦ndote. Pienso en el joven profesor afroamericano que recogi¨® su casa amorosa y esforzadamente para que yo la viera y me lo imagino dentro de 38 a?os llamando con timidez a esa misma puerta y pregunt¨¢ndole al futuro inquilino si le deja entrar a echar una ojeada. Y le deseo de todo coraz¨®n que haya logrado seguir siendo m¨¢s o menos ¨¦l mismo hasta entonces.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.