Leer
Si no quieres que se te desmayen y despanzurren las neuronas, lee todos los d¨ªas, maldita sea
En una tertulia de la que form¨¦ parte hace algunos a?os nos pidieron un d¨ªa que, como punto de partida para el encuentro, dij¨¦ramos qu¨¦ invento de la humanidad nos parec¨ªa m¨¢s trascendente. Hubo respuestas de lo m¨¢s variopintas; yo contest¨¦ que el alfabeto. Tiempo despu¨¦s vi una entrevista con Vargas Llosa en la que le preguntaban qu¨¦ hab¨ªa sido lo m¨¢s importante que hab¨ªa hecho en su vida, y ¨¦l dijo bellamente que aprender a leer. Ambas cosas me parecen complementarias y trascendentales: desde lo colectivo a lo individual, leer nos hace personas. A¨²n m¨¢s: leer nos hace mejores personas.
Numerosos trabajos cient¨ªficos han demostrado que leer es algo as¨ª como el b¨¢lsamo de Fierabr¨¢s, una poci¨®n m¨¢gica capaz de curar tanto los rotos como los descosidos del cuerpo y del ¨¢nimo. Entre los hallazgos m¨¢s apabullantes est¨¢ un estudio de la Universidad de Sussex (Reino Unido), en 2009, que demostr¨® que la lectura pod¨ªa reducir el estr¨¦s hasta en un 68%; la investigaci¨®n de la Universidad de Yale (Estados Unidos) de 2016, que, tras monitorizar a casi 4.000 personas mayores de 50 durante 12 a?os, concluy¨® que aquellos que leen asiduamente ¡ªmedia hora al d¨ªa basta¡ª viven hasta dos a?os m¨¢s que quienes no leen; o el estudio de 2010 del Carnegie Mellon (EE UU) que indica que leer libros nos cambia literalmente el cerebro, engrosando la materia blanca. Leer, en fin, es como hacer pesas dentro del cr¨¢neo. Si no quieres que se te caigan las nalgas, mach¨¢cate las carnes en un gimnasio; si no quieres que se te desmayen y despanzurren las neuronas, lee todos los d¨ªas, maldita sea.
Por no hablar de las decenas de trabajos que demuestran que leer cuentos y novelas, es decir, ficci¨®n, fomenta la empat¨ªa. Como he dicho antes, es una actividad que nos hace mejores. Cosa que todos los que somos lectores ya sab¨ªamos. Una novela es un viaje al otro, a los otros, a realidades previamente desconocidas. Pero tambi¨¦n es el descubrimiento de una complicidad inesperada. Cu¨¢ntos ni?os y ni?as angustiados, cuantos j¨®venes aislados y enajenados de su entorno, que se sent¨ªan ¨²nicos y raros, han encontrado la salvaci¨®n a trav¨¦s de las p¨¢ginas de un libro. Esto es, descubrieron esp¨ªritus afines, mundos mucho m¨¢s grandes que les permitieron respirar y sobrevivir. Como la extraordinaria poeta norteamericana Emily Dickinson (1830-1886), que, probablemente sometida a abusos sexuales en la adolescencia por parte de su padre y tal vez de su hermano, encontr¨® un reducto de resistencia en la poes¨ªa: ¡°Yo creo que fui Encantada / Cuando por primera vez / Ni?a sombr¨ªa / Le¨ª a Aquella Dama Extranjera/ Lo Oscuro ¨C sent¨ª Hermoso¡±, explica ella misma con sus versos. La Dama Extranjera era la poeta victoriana Elizabeth Barrett Browning, cuya obra rescat¨® a Emily, poniendo un hilo de redentora luz en la oscuridad de esa ni?ez tenebrosa (qu¨¦ bellas las palabras de Dickinson).
No s¨¦ qu¨¦ ser¨ªa de mi vida sin los libros: apenas puedo imaginar una carencia tal, ser¨ªa como quedarte ciega y sorda, sin olfato y sin tacto, tal vez incluso tambi¨¦n sin coraz¨®n. Los libros siempre han sido para m¨ª un talism¨¢n, un poderoso embrujo, como si, teniendo un buen libro cerca, nada muy malo pudiera pasarte. Es mentira, lo s¨¦, pero es una de esas mentiras poli¨¦dricas que encierran un grumo de verdad. Leer es algo m¨¢s ¨ªntimo que hacer el amor, porque te metes en la cabeza y en los sentimientos de quien ha escrito el texto. Y, una vez all¨ª, reescribes lo que lees junto al autor o autora. Porque toda lectura es una reescritura, una colaboraci¨®n a dos, una complicidad suprema. Hoy acaba la maravillosa Feria del Libro de Madrid, un evento ¨²nico en el mundo por su popularidad, su raigambre social y su falta de pretensiones. En los fines de semana podemos estar 400 autores reunidos en las casetas, a pie de calle, sin intermediarios, a la misma altura y sin distancia f¨ªsica de los lectores. Es una verdadera fiesta de la lectura, y, cada libro que firmas, una especie de celebraci¨®n familiar, como un cumplea?os o tal vez un bautizo. R¨ªes y lloras junto a los lectores, con las generosas intimidades que comparten contigo, de la misma manera que has re¨ªdo y llorado al leer las obras que forman la columna vertebral de tu vida. Y adviertes con plena certidumbre que los libros forman una comunidad a trav¨¦s del tiempo y del espacio. Y que esa comunidad es salvadora y hermosa.
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