Adictos a todo: cuando lo que te destroza la vida parec¨ªa inofensivo
Cualquier actividad normal que d¨¦ placer o alivie el sufrimiento es susceptible de convertirse en una adicci¨®n. Nos asomamos a la experiencia de personas que perdieron el control de sus vidas por culpa del juego, el sexo, la comida, las compras, las pantallas o el trabajo
Luis ya pod¨ªa intuir que algo en su vida no andaba del todo bien cuando en vacaciones se escond¨ªa de su mujer en el ba?o para responder emails de trabajo. Lo mismo le deb¨ªa ocurrir a M¨ªriam, cuando se pasaba el d¨ªa pensando en el momento en que su marido se metiese a ba?ar a las ni?as, porque aprovechar¨ªa para atiborrarse de chocolate. Y a Pedro, que cada noche cenaba mec¨¢nicamente con su familia antes de meterse en el despacho donde seguramente le dieran las cuatro o las cinco de la ma?ana viendo pornograf¨ªa. Un c¨®ctel variable de autoenga?o, culpa y verg¨¹enza les imped¨ªa ver con claridad que un impulso, una necesidad hab¨ªa tomado el control de sus d¨ªas, lo ocupaba todo, por m¨¢s que disimulasen llevando a rastras como pod¨ªan unas rutinas, unos trabajos, una familia que, en realidad, se estaban quedando cada vez m¨¢s relegados en su vida. Solo cuando tocaron fondo, consiguieron aceptar que solos no pod¨ªan, que necesitaban ayuda; fue el d¨ªa en que M¨ªriam se ¡°comport¨® mal¡± y vio ¡°la cara de miedo de su hija¡±, cuando a Luis se le apag¨® la vista durante unos segundos conduciendo a 140 por hora por la autov¨ªa, o cuando Pedro se vio envuelto, en su b¨²squeda de sexo, en situaciones que jur¨® que nunca se ver¨ªa: ¡°Lo siguiente ya era suicidarme, la c¨¢rcel, un manicomio o acabar debajo de un puente¡¡±.
¡°Mientras existamos sobre la faz de la Tierra, existir¨¢n a su vez las adicciones como condici¨®n humana. Y la ra¨ªz adict¨®gena siempre ser¨¢ la misma: la obtenci¨®n del placer, el alivio del malestar o ambas¡±, escribe el psiquiatra Carlos Miguel Sirvent en una de las gu¨ªas que han proliferado en los ¨²ltimos a?os ¡ªesta, financiada el a?o pasado por el Ministerio de Sanidad¡ª sobre las adicciones comportamentales. O, como prefiere el doctor Jos¨¦ Luis Rabad¨¢n, adicciones sin sustancia, ya que no hay consumo de drogas de por medio, aunque con algunos tipos de alimentos procesados hay quien no estar¨ªa del todo de acuerdo. El caso es que se trata de comportamientos, actividades que consiguen, como las drogas, trastocar las conexiones cerebrales de algunas personas hasta someterlas.
¡°He tenido una relaci¨®n compulsiva con las pantallas, con la tecnolog¨ªa, desde que soy ni?o¡±, cuenta Mateo, de 30 a?os, desde la costa Oeste de Estados Unidos. Cuando ten¨ªa 11 o 12, esperaba a que todos se fueran a la cama para bajar a hurtadillas al s¨®tano, donde se pasaba la noche ¡°jugando a juegos, mirando v¨ªdeos o memes¡±, hasta que a las cuatro o las cinco de la ma?ana volv¨ªa sigilosamente a su habitaci¨®n. Pasaron los a?os y Mateo (que en realidad no se llama as¨ª; le hemos cambiado el nombre como a buena parte de los adictos que aparecen en este reportaje) sigui¨® manteniendo en apariencia una vida normal a pesar de todo: sacaba buenas notas en la escuela, ten¨ªa amigos¡ Pero en su otra vida notaba c¨®mo las cosas iban, poco a poco, a peor: se pasaba algunas noches en vela, se perd¨ªa alguna cita social importante porque estaba enganchado a la computadora, se enfada consigo mismo y se propon¨ªa parar, pero no pod¨ªa¡
As¨ª, hasta que a los 21 a?os se vio a s¨ª mismo una madrugada en un apartamento lleno de restos de comida basura por todas partes, tirado en el suelo, pegado a la pared en una especie de raro escorzo para poder robarle el wifi al vecino, completamente dolorido, muerto de calor, mirando v¨ªdeos para p¨²blico infantil de un popular youtuber sueco y dici¨¦ndose a s¨ª mismo: ¡°Por favor, para, por favor, para¡±. ¡°Pero despu¨¦s ve¨ªa mi mano moverse y apretar en el siguiente v¨ªdeo. Me olvidaba otro minuto hasta que otra vez pensaba: por favor, que este sea el ¨²ltimo. Y no pod¨ªa parar¡ Hasta que perd¨ª la consciencia¡±. Mateo estaba en el mejor momento de su vida, de la otra; acababa de mudarse a ese apartamento (por eso no ten¨ªa a¨²n conexi¨®n a Internet) en una ciudad nueva para disfrutar de una prestigiosa beca para trabajar en un proyecto que era como un sue?o cumplido para ¨¦l. Y aun as¨ª... ¡°Cuando me despert¨¦ al d¨ªa siguiente, pens¨¦: ?qu¨¦ mierda me est¨¢ pasando? Esto es una locura. Es una tortura¡±.
Las adicciones trastocan el sistema de recompensa del cerebro, un circuito b¨¢sico para la supervivencia de la especie, pues su misi¨®n es premiar (con placer) comportamientos beneficiosos ¡ªcomer, descansar o practicar sexo¡¡ª para que den ganas de repetirlos. Como si fuera un termostato, el cerebro mide el nivel de placer con el que quiere recompensar en cada caso y lo regula segregando una sustancia llamada dopamina: cuanta m¨¢s dopamina, m¨¢s placer. Pero se trata de un mecanismo muy delicado, y hay cosas que pueden estropear el termostato y llevar esos valores de liberaci¨®n de dopamina a niveles monstruosamente altos, a los que el cerebro no sabe responder con normalidad.
El cortocircuito cerebral que se produce es tan grande, que provoca una serie de reacciones en cadena ¡ªprimero, la tolerancia hace que, cuanto m¨¢s se consume, m¨¢s cantidad haga falta para conseguir un efecto parecido, y despu¨¦s la abstinencia provoca un malestar que empuja una y otra vez de vuelta al consumo, para mitigarlo¡ª que acaban afectando a otras ¨¢reas del cerebro que controlan los impulsos, la toma de decisiones, la regulaci¨®n de las propias acciones, de las emociones¡ As¨ª es c¨®mo las drogas hackean todo el sistema. Y, aunque con diferencias y muchos matices en cada caso, es b¨¢sicamente lo que le acaban haciendo, seg¨²n apuntan cada vez m¨¢s estudios, esas actividades placenteras normales que un d¨ªa dejan de serlo, aunque probablemente despu¨¦s de un proceso mucho m¨¢s largo.
De hecho, entre los usos recreativos y las adicciones suele haber un paso intermedio, recuerda Carlos Chiclana, psiquiatra y psicoterapeuta especialista en conductas sexuales compulsivas. ¡°Entremedias, estar¨ªa lo que se llama el uso problem¨¢tico: no llegas a tener s¨ªntomas de abstinencia y de una dependencia y un empleo de tiempo que genera toda esa sintomatolog¨ªa m¨¦dica, pero s¨ª te est¨¢ generando ya consecuencias negativas en tu vida¡±. En el caso de la adicci¨®n a la pornograf¨ªa, por ejemplo, ¡°empeora notablemente la vida sexual¡± y, adem¨¢s, ¡°favorece que se pueda desarrollar una adicci¨®n¡±.
Adem¨¢s, a diferencia de las drogas, los impactos f¨ªsicos no son tan evidentes en estos casos, haciendo casi imposible en muchas ocasiones establecer desde fuera, incluso para las personas m¨¢s cercanas, conexiones de causa-efecto hasta que el trastorno es muy grave. Esto deja todav¨ªa m¨¢s solos a estos pacientes en un viaje de subjetividad, relatividad, emociones desfiguradas y conexiones mentales averiadas.
Pedro empieza describiendo as¨ª su viaje hacia la adicci¨®n al sexo: ¡°Al principio, esto que luego se convierte en enfermedad es una soluci¨®n, es decir, es puro placer. Todo problema que tengas, te metes aqu¨ª y desaparece. Cuando entras, lo haces por la puerta grande, todo son luces, todo es decorado. Es que no le encuentras nada malo, porque encima te crees m¨¢s listo que nadie: soy el que m¨¢s lo hago, el que m¨¢s disfruta y encima no se nota, porque cuando quiero me escondo ah¨ª dentro y, cuando salgo, nadie sabe nada, no tengo la nariz roja ni las venas hinchadas¡¡±. Durante mucho tiempo, Pedro mantuvo una vida oficial, con un buen trabajo, dinero, mujer e hijos. ¡°Pero luego estaba ese otro mundo aparte donde te tienes que sumergir para cuando est¨¢s muy tenso, que te permite darte tu momento de satisfacci¨®n¡±.
A medida que pasan los a?os, los est¨ªmulos que activan al monstruo cada vez tienen m¨¢s que ver con apagar un sentimiento negativo que con la b¨²squeda de uno positivo. ¡°A veces, me provoca m¨¢s detonante una alteraci¨®n emocional. Un enfado, una ri?a, un odio, una verg¨¹enza, un resentimiento es mucho m¨¢s fuerte que, a lo mejor, el que una persona se me ponga por delante con poca ropa¡±. Pedro tiene 62 a?os y hace siete que se recupera de su enfermedad en un grupo llamado Sex¨®licos An¨®nimos (SA), una de las muchas asociaciones llamadas de 12 pasos que replican los principios de Alcoh¨®licos An¨®nimos.
Centran la recuperaci¨®n en torno a esa docena de mandamientos ¡ªdel ¡°admitimos que ¨¦ramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se hab¨ªan vuelto ingobernables¡± hasta el ¡°¡.tratamos de llevar el mensaje a los alcoh¨®licos y de practicar estos principios en todos nuestros asuntos¡±¡ª que trabajan en reuniones abiertas y cuentan con un padrino del que echar mano en los momentos de flaqueza. B¨¢sicamente, donde dice alcohol, ponen internet o trabajo, juego, comida, sexo¡ Sin terapeutas ni doctores, simplemente hablan entre ellos, durante y despu¨¦s de las reuniones, y se repiten su gran mantra de solo por hoy: no voy a pensar en ayer ni en ma?ana, me voy a concentrar en no caer hoy. As¨ª, poco a poco, van desenredando la madeja e identificando las se?ales de alarma que en su d¨ªa no supieron ver.
¡°Fue como una especie de resurrecci¨®n, porque pude hablar por fin con alguien que me entend¨ªa a la primera. Y cuando yo escuch¨¦ su testimonio dije: no puede ser, ya somos dos en el mundo, y yo pensaba que solo me ocurr¨ªa a m¨ª¡±, explica Pedro sobre SA. Esta asociaci¨®n tiene una veintena de grupos repartidos en 15 ciudades espa?olas. Y la inmensa mayor¨ªa son hombres.
Al contrario que en Comedores Compulsivos An¨®nimos ¡ªla secci¨®n espa?ola de OA, siglas en ingl¨¦s de organizaci¨®n internacional Overeaters Anonymous¡ª , casi todas mujeres. Han permitido a El Pa¨ªs Semanal, con el compromiso de respetar el anonimato, asistir a dos de sus reuniones en los ¨²ltimos meses: una presencial en una parroquia de Madrid y otra por videoconferencia del grupo de bulimia y anorexia. All¨ª conocimos la historia de mujeres que estuvieron al borde de la muerte por no poder parar de comer, que encargaban comida a domicilio para cinco y se la com¨ªan de una sentada, que han ¡°podrido armarios¡± escondiendo comida o han engullido alimentos rescatados de la basura.
Estamos en una impersonal sala de una parroquia de un popular barrio madrile?o. Sentadas alrededor de una mesa llena de folletos, hay media docena de mujeres desde la mediana edad a la los setenta y tantos. ¡°Esta reuni¨®n de la ma?ana es la de las marujis, igual en la online encuentras a compa?eras m¨¢s j¨®venes¡±, dir¨¢ luego una de ellas. Pero ahora estamos todav¨ªa en mitad de la reuni¨®n, que consiste en ir leyendo alternativamente los textos de referencia y comentando a continuaci¨®n lo que les sugiere lo que acaban de leer.
¡ª¡±Aprendimos que no es la falta de la fuerza de voluntad lo que hace de nosotros comederos compulsivos¡±. Bueno, yo me quedo aqu¨ª ya¡ Soy Paloma y soy comedora compulsiva.
¡ªHola, Paloma.
¡ªYo soy una persona con una fuerza de voluntad terrible en todo. Antes, cuando me dec¨ªan, con el tema de la comida, si es que no tienes voluntad¡ Pero ?c¨®mo que no? Pero si tengo una fuerza de voluntad tremenda, me pongo y me pongo y consigo todo lo que quiero. Cuando descubr¨ª OA, fue una liberaci¨®n absoluta; no era la fuerza de voluntad, sino que yo sola no pod¨ªa, que solo pod¨ªa con un poder superior que para m¨ª es este grupo¡
Como el que se pone ciegamente en manos del tratamiento que les ofrece el psic¨®logo o el psiquiatra, en estos grupos de 12 pasos se ponen en manos de ¡°un poder superior¡±. Para unas es una met¨¢fora abstracta de las reglas, los pasos y la fuerza sanadora de la hermandad de apoyo. Otras, sin embargo, abrazan toda la parte religiosa de la propuesta, con Dios en el centro.
Durante la reuni¨®n no se puede nombrar ninguno de los ¡°alimentos compulsivos¡± ni comentar las intervenciones de las dem¨¢s. Eso ocurre en la posreuni¨®n, cuando cada una puede hablar m¨¢s despacio con quien se haya sentido m¨¢s identificada o dar alg¨²n consejo. En ese momento, M¨ªriam cuenta la historia de su adicci¨®n:
¡ªYo empec¨¦ a comer compulsivamente por los estudios. No me sent¨ªa capaz de estudiar para un examen. Me escond¨ªa los alimentos el d¨ªa anterior, me lo com¨ªa y ya me sent¨ªa preparada. Eso era con 16 a?os. Pero cada vez lo vas necesitando para m¨¢s cosas, hasta que llega un momento en que lo necesitas para enfrentarte a absolutamente todo, a la tristeza, a sentirme mal contigo misma. Al principio, ese placer o esa pausa te dura m¨¢s, pero cada vez es m¨¢s corto. Y es cada vez peor, cada vez compensa menos, pero no puedes dejar de hacerlo. Por lo dem¨¢s, ten¨ªa mi vida con mi marido, una ni?a, el trabajo, la econom¨ªa¡ Estaba todo bien. Pero yo me met¨ªa en el ba?o a llorar porque me sent¨ªa fatal. Mi marido lleg¨® un d¨ªa con un test que hab¨ªa encontrado por internet: ¡°M¨ªralo, hay unas reuniones en Madrid¡¡±. Lo hice y, de las 15 preguntas, 13 fueron positivas. Pero, aun as¨ª, dije que no, que yo no ten¨ªa ning¨²n problema con la comida.
No es f¨¢cil identificar el problema, ponerle nombre y aceptarlo. Tanto las asociaciones de an¨®nimos como otros recursos m¨¦dicos y asistenciales ofrecen ese tipo de test como un primer acercamiento para conocer la gravedad de la conducta. El de OA pregunta cosas como: ¡°Cuando mis emociones son intensas ¡ªya sean positivas o negativas¡ª ?me descubro buscando comida?¡±.
En todo caso, reconocer el problema no suele ser suficiente para buscar ayuda, explica Giulia Testa, miembro del Grupo de Investigaci¨®n en Adicciones Comportamentales de la UNIR. Habla de tres fases: en la primera, el adicto no reconoce que tenga un problema; luego, cuando por fin es capaz de hacerlo, seguramente no tenga a¨²n la motivaci¨®n suficiente para enfrentarse a un tratamiento; esta llega alg¨²n tiempo despu¨¦s. A M¨ªriam le ocurri¨® durante unas vacaciones:
¡ªYo ten¨ªa las dos ni?as peque?as, una con meses y la otra de tres a?os. Y con la mayor un d¨ªa¡ Pues no actu¨¦ bien. Y al ver su cara de miedo, me dije: no quiero. Le dije a mi marido: ?d¨®nde tengo que ir para no volver a sentir esto? Y vine a las reuniones, pero yo no sab¨ªa lo que era la comida compulsiva y pensaba: si yo he hecho todo solo en mi vida, y he conseguido lo que he querido, esto lo voy a hacer igual; me compro los libros que haya de comprar, vengo dos d¨ªas y me voy para mi casa. Pero no funciona as¨ª, y segu¨ª cayendo y cayendo hasta que tuve que agachar las orejas y decir: venga, ?qu¨¦ tengo que hacer? Pero fue por pura desesperaci¨®n.
El camino de estos pacientes suele estar empedrado de fracasos que incluyen tratamientos distintos hasta dar con la f¨®rmula que le sirve a cada uno. Adem¨¢s, tienen que enfrentarse a la incomprensi¨®n generalizada, pues a muchos no les cabe en la cabeza que una actividad tan normal y cotidiana pueda convertirse en un problema de ese calibre: ¡°Te cansas de explicar: ¡®Mam¨¢, que esto no es una dieta, es que si me como este trozo, cuando llegue a mi casa voy a vaciar la nevera¡¡±, cuenta M¨ªriam. Y a?ade Mari Carmen: ¡°Con el resto de adicciones, t¨² la metes en una jaula, echas la llave y la tiras para siempre. Con la comida, tienes que abrir la jaula tres veces al d¨ªa. Tienes que estar toda la vida enfrent¨¢ndote a ella¡±. Por ejemplo, con el tiempo van aprendiendo que, cuando sienten la urgencia de comer compulsivamente, lo primero que deben hacer es repasar mentalmente qu¨¦ les pasa, por qu¨¦ est¨¢n tristes, con qui¨¦n han discutido¡
Antonio es lud¨®pata y asegura que, en su caso, nunca hubo de por medio una b¨²squeda de placer, solo de alivio. Recuerda que la primera vez que perdi¨® el control con las tragaperras fue poco despu¨¦s de que naciera su segundo hijo, prematuro y con muchos problemas de salud; muri¨® a los pocos meses. ¡°Sal¨ª a cenar y me lie en una m¨¢quina que hab¨ªa en el restaurante. Y todo el dinero que ten¨ªa me lo fund¨ª, lo que hab¨ªa en la cuenta, lo saqu¨¦ y me lo gast¨¦. Ah¨ª fue cuando empez¨®. Tendr¨ªa 23 o 24 a?os¡±, cuenta, ya sexagenario, en una cafeter¨ªa del norte de Madrid. A partir de ese momento, jugar era apretar el bot¨®n de pausa en su cabeza y la m¨²sica del cacharro era el interruptor. ¡°Cuando me pon¨ªa delante de una m¨¢quina, los problemas acababan. No pensaba en nada, solo en el sonido, si estaba caliente, si ca¨ªan las campanas. Estabas t¨² y la m¨¢quina, nada m¨¢s¡±.
Despu¨¦s de media vida de centro en centro, tratando de mejorar y recayendo ¡ªa¨²n debe unos 40.000 euros de la ¨²ltima vez que se enganch¨® con los microcr¨¦ditos r¨¢pidos que se conceden online¡ª, Antonio se recupera desde hace algunos a?os en la Fundaci¨®n Hay Salida. Abierta en 2010 en Madrid por el doctor Luis Carrascal para ofrecer tratamiento a personas sin recursos, sus terapias de grupo en los bajos de un edificio cercano a Plaza Castilla juntan a pacientes con todo tipo de adicciones; hoy son unos 40 divididos en varios grupos. ¡°Alcohol, drogas, compras compulsivas, sexo¡ Al final, funciona porque todas se parecen. Nos une que no podemos parar, aunque estemos viendo que nos estamos machacando. Todos tenemos algo que nos falla desde siempre¡±, explica Antonio. ?l es uno de los m¨¢s veteranos y trata de ayudar a los dem¨¢s. A veces, sobre todo al principio, le llaman para pedir consejo y apoyo. ¡°Les digo que aguanten, ?qu¨¦ les voy a decir? Que sigan la rutina. Tienes que dejar que tu vida la manejen los terapeutas, por lo menos durante los primeros a?os. Que sigas un ritmo, te levantes todos los d¨ªas a una hora, vayas al paseo, a la terapia por la ma?ana, al gimnasio por la tarde y luego leas un libro, hagas el crucigrama, que mantengas tu mente ocupada¡±. En la fundaci¨®n, lo primero que hacen es cambiar el smartphone por un tel¨¦fono b¨¢sico con un n¨²mero nuevo. ¡°Y al menos el primer a?o no hay ni vacaciones ni Navidades ni nada. Nada que sea un est¨ªmulo fuerte. Tienen que crear nuevos recuerdos¡±, dice Ant¨®n Dur¨¢n, director de Hay Salida.
Antonio cuenta que, en todos sus a?os de adicci¨®n, ¨¦l nunca fue capaz de ir a pedir ayuda por s¨ª mismo, siempre le han empujado: su hermana, su exmujer, sus hijas. La ¨²ltima vez, adem¨¢s, se le hab¨ªa mezclado todo con otra adicci¨®n nueva adquirida en las casas de apuestas: el alcohol. No es raro que estos pacientes sufran dos adicciones a la vez, normalmente una con y otra sin sustancia. Tambi¨¦n el alcohol fue durante alg¨²n tiempo el problema de Marta, en este caso, mezclado con una fuerte adicci¨®n a las compras.
Marta tiene 50 a?os y cuenta desde una capital de provincia de la mitad norte de Espa?a que lo suyo empez¨® en 2019. Con una depresi¨®n. ¡°Tuve a mi segunda hija y pasaba much¨ªsimo tiempo sola con ella, porque mi marido trabajaba un mont¨®n. Empec¨¦ a beber mientras estaba con la ni?a. Y luego empec¨¦ tambi¨¦n a comprar¡±. Compraba por internet y se gastaba m¨¢s de lo que ganaba al mes ¡ªten¨ªa una reducci¨®n de jornada para cuidar de su hija¡ª, de manera que los ahorros se fueron esfumando. ¡°Compraba sobre todo ropa, pero tambi¨¦n cremas cosm¨¦ticas caras. Me gastaba 300 o 400 euros cada vez. Me compraba blusas o abrigos que no me gustaban. Faldas y vestidos largos, que los odio¡¡±. El oscuro viaje de Marta dur¨® mucho menos que en otros casos, pues a los seis meses ocurri¨® algo que le impuls¨® a buscar ayuda: un d¨ªa se fue a beber a un bar y se llev¨® con ella a su hija de dos a?os: ¡°Mi hijo mayor, que entonces ten¨ªa 14 a?os, no sab¨ªa d¨®nde estaba. Se preocup¨® y se puso a llamar a todo el mundo. Mi hermana tampoco me localizaba. Aparec¨ª en casa a las dos de la madrugada; la ni?a, sin cenar¡¡±. En el m¨¦dico, la derivaron a la red de atenci¨®n a las adicciones Unad y empez¨® el tratamiento. ¡°Realmente me cost¨® menos dejar de beber, porque con la bebida como que haces m¨¢s da?o. Con las compras, pues afectaba a mi econom¨ªa, pero tampoco me parec¨ªa para tanto¡¡±.
Sean las condiciones previas o creadas en el transcurso de la adicci¨®n, no es raro encontrar entre estos pacientes trastornos depresivos y de ansiedad. Entre la media docena de especialistas y la veintena de adictos con los que hemos hablado para escribir este reportaje abunda la idea que ya hab¨ªa algo roto en sus vidas, muchas veces desde la infancia, que acab¨® manifest¨¢ndose en la forma de adicci¨®n.
En general, en el camino hacia la adicci¨®n entran en juego tanto factores biol¨®gicos ¡ªpredisposici¨®n gen¨¦tica, de desarrollo neurocognitivo, de salud mental¡ª como ambientales: entorno, facilidad de acceso¡ Y, aunque es imposible saber en qu¨¦ grado cada uno de esos componentes pesan e interact¨²an en cada caso, parece claro que cuando se conjugan de una cierta manera ¡ªpredisposici¨®n a la b¨²squeda de sensaciones, un entorno determinado y unas carencias afectivas, alg¨²n problema de salud mental¡¡ª te pueden hacer caer en m¨¢s de una adicci¨®n.
De hecho, seg¨²n la psic¨®loga Susana Jim¨¦nez Murcia, esos factores de riesgo son la clave para entender la ca¨ªda final, el salto del uso problem¨¢tico, que puede afectar a muchas m¨¢s personas, hasta la adicci¨®n, que realmente afecta a una parte muy peque?a de la poblaci¨®n. ¡°Es posible que en muchos casos temporalmente estemos haciendo un uso excesivo que ya tenga alguna consecuencia en nuestra vida, pero si no hay otros factores de riesgo, nos acabaremos autorregulando¡±, asegura Jim¨¦nez, directora de la Unidad de Juego Patol¨®gico y otras adicciones conductuales del hospital de Bellvitge, en Barcelona, que ha atendido a m¨¢s de 5.000 pacientes en las ¨²ltimas dos d¨¦cadas.
Es muy dif¨ªcil ponerle cifras al fen¨®meno de las adicciones sin sustancia, pues los estudios de prevalencia var¨ªan enormemente dependiendo de las definiciones que se utilicen ¡ªtodav¨ªa en discusi¨®n dentro del mundo cient¨ªfico¡ª, y de los instrumentos de medici¨®n, si ha habido evaluaci¨®n cl¨ªnica o los sujetos han reflejado su autoimagen. Pero lo cierto es que en alg¨²n lugar entre las 4.000 personas que est¨¢n en tratamiento en Espa?a y los millones de los que hablan algunos las trabajos ¡ªuna reciente revisi¨®n de 94 estudios con 237.657 participantes de 40 pa¨ªses calculaba que pod¨ªan afectar al 11%¡ª, se encuentra una realidad que genera cada vez m¨¢s preocupaci¨®n. Especialmente por c¨®mo puede afectar a los m¨¢s j¨®venes ese abuso de las tecnolog¨ªas, tanto como objeto en s¨ª de la compulsi¨®n, como convertido veh¨ªculo facilitador de otras: apuestas, videojuegos y compras online, p¨¢ginas de pornograf¨ªa...
En el caso de la pornograf¨ªa, es indiscutible que las tecnolog¨ªas, por la facilidad de acceso, la inmediatez del est¨ªmulo y el aislamiento que permiten, ¡°nos expone m¨¢s¡±, dice la investigadora Giulia Testa. Carlos Chiclana no culpa solo a la tecnolog¨ªa, pero habla de un ¡°tsunami que ya nos est¨¢ pasando por encima¡±. ¡°Y no solo con la pornograf¨ªa, porque esta tambi¨¦n lleva a veces a aumentar otro tipo de conductas poco saludables, lo cual vuelven a facilitar otras aplicaciones como Tinder¡±, a?ade.
El psiquiatra Francisco Ferre, por su parte, insiste: ¡°Soy un defensor de las nuevas tecnolog¨ªas, creo que tienen m¨¢s cosas buenas que malas. Pero hay que regularlas. Igual que cuando llegaron los coches hubo atropellos hasta que llegaron las normas de circulaci¨®n, los sem¨¢foros¡±. Ferre es el director de la unidad de adicciones comportamentales AdCom del Hospital Gregorio Mara?¨®n, creada hace dos veranos por la Comunidad de Madrid para atender a pacientes e investigar los trastornos por juego, videojuegos, sexo, compra compulsiva y redes sociales. En su primer a?o atendieron a algo m¨¢s de 600 personas, el 47%, menores.
Todos los miembros de la incipiente asociaci¨®n de Adictos al Trabajo An¨®nimos ¡ªson 14, la mayor¨ªa empresarios y aut¨®nomos, pero tambi¨¦n hay un ama de casa y un youtuber¡ª tienen de 50 a?os para arriba. ¡°Lo cual no quiere decir que no haya gente m¨¢s joven con este problema, lo que pasa es que no son conscientes, este es un camino muy largo¡±, opina Luis, uno de sus impulsores.
Luis era un empleado de alto nivel en una empresa con clientes en todo el mundo, muy bien valorado por sus jefes porque trabajaba como una bestia: siempre ganaba los bonus de productividad. Ya llevaba tiempo con ataques de ansiedad, s¨ªntomas de cansancio cr¨®nico ¡ª¡°Llegaba el fin de semana y no quer¨ªa hacer nada con la familia porque no pod¨ªa ni moverme, y encima el lunes segu¨ªa cansado¡±¡ª cuando lleg¨® la pandemia. ¡°Y entonces pet¨¦¡±, resume. Con todos los compa?eros del departamento de baja temporal, pas¨® de atender a 90 clientes a casi 400. ¡°Ni vacaciones ni fines de semana, me acostaba con el ordenador y me levantaba con ¨¦l¡±. As¨ª, se fue multiplicando el estr¨¦s, los ataques de ansiedad; perdi¨® 17 kilos en un a?o. Pero segu¨ªa sin darse cuenta de que aquello se le hab¨ªa de las manos.
Incluso despu¨¦s de aquel momento fat¨ªdico en que se le nubl¨® la vista y todo se volvi¨® negro mientras conduc¨ªa a toda velocidad por la autopista, cuando al d¨ªa siguiente la doctora le dio una baja de 15 d¨ªas, ¨¦l respondi¨®: ¡°No, no, no, no. Yo tengo que trabajar, ?qui¨¦n va a atender a mis clientes? Yo ven¨ªa a que me diera unos lorazepanes¡±. Por suerte para ¨¦l, los m¨¦dicos le obligaron a parar, aunque a¨²n se pas¨® tres meses de baja y trabajando a escondidas.
Poco a poco, empez¨® a mejorar, a ir las reuniones online que organiza Workaholics Anonymous desde Estados Unidos y a darle vueltas a la idea de montar la asociaci¨®n en Espa?a. Hasta ahora, han ido traduciendo materiales y ya tienen alquilado un local en una parroquia en el norte de Madrid. Cada semana, Luis manda a su padrino su plan de actividades, con horarios y descansos destallados para los siguientes siete d¨ªas.
Sabe que esto es para toda la vida y que no puede despistarse, porque entonces su enfermedad encuentra nuevas v¨ªas de entrada. ¡°Yo ya no tengo un trabajo remunerado, pero como tengo varias casas que alquilo, de repente me encuentro a m¨ª mismo mirando en Idealista hasta la tres de la madrugada. O me pongo a pintar una valla de casa y me dan las 11 de la noche¡±. Se trata de reajustar, identificar los detonantes, eso que hace que, cuando empiezas, no puedas parar. Por eso, de primeras, ¨¦l jam¨¢s acepta un compromiso nuevo que pueda suponer m¨¢s de tres horas un d¨ªa o de media hora a una hora m¨¢s de un d¨ªa; se da 48 horas para pens¨¢rselo y consultarlo con su padrino.
Y, por eso, Pedro, de Sex¨®licos An¨®nimos, suele ir por la calle revisando las hierbecillas que crecen en las grietas de las aceras para no visualizar tentaciones. Y Marta pide a su madre o a su hermana que la acompa?en cada vez que tiene que ir a comprar y evita como sea pasar por delante de una tienda de ropa espec¨ªfica que no est¨¢ lejos de su casa.
Mateo, de hecho, tiene un trabajo que le obliga a usar a diario el ordenador. Sin embargo, despu¨¦s de un lustro ¡°trabajando los pasos¡± en Internet and Technology Addicts Anonymous, ya no juega jam¨¢s a videojuegos ni usa las redes sociales para nada que no tenga que ver con el trabajo. Tampoco utiliza Reddit ni Tinder ni ve pornograf¨ªa o cualquier otro tipo de material er¨®tico. No mira v¨ªdeos de entretenimiento y apenas ve pel¨ªculas o series de televisi¨®n. ¡°Muy de vez en cuando, veo una pel¨ªcula con la familia. La ¨²ltima vez que fui a ver a mi abuela, vimos una. Pero creo que han sido cinco o seis pel¨ªculas en los ¨²ltimos cinco o seis a?os. No forma parte de mi vida¡±.