La palabra copa
Existen para que nos creamos cosas, formas de la embriaguez m¨¢s o menos fingida, ret¨®rica ramplona
Suele pasarme y me gusta cuando me pasa: el placer de escribir sobre algo no porque lo s¨¦ sino porque quiero saberlo. En realidad esa deber¨ªa ser la definici¨®n del periodismo. Pero muchas veces el columnismo, su enfermedad senil, hace lo contrario: escribe sobre lo que supuestamente sabe, no averigua, derrama convicciones cual aceite de m¨¢quina rota.
Es una pena ¡ªun despilfarro¡ª, sabiendo que uno no sabe tantas cosas, de las importantes y de las banales, de las dif¨ªciles y de las sencillitas. Anoche, por ejemplo, me di cuenta de que no sab¨ªa por qu¨¦ los ganadores de grandes competencias futboleras reciben como trofeo una copa: tanto que, ahora, muchas de esas competencias se llaman ¡°copas¡± ¡ªdel rey, de la reina, del pr¨ªncipe dormido, del universo mundo, del valle del Ti¨¦tar. ?Por qu¨¦ una copa y no una escultura o un ri?¨®n de zarig¨¹eya pintado por Banksy o un picaflor embalsamado o el zapato izquierdo de cada miembro del equipo vencido? En s¨ªntesis: ?por qu¨¦ una copa? ?Qu¨¦ nos dice la palabra copa?
Si algo define a una copa es lo superfluo. Durante milenios los hombres bebieron con sus manos o lenguas; despu¨¦s descubrieron el prodigio del recipiente y usaron caracolas, cr¨¢neos, c¨¢scaras variadas. Hasta que, por fin, aprendieron a fabricarlos con barros y metales. Eran cuencos, vasos; debi¨® pasar mucho tiempo hasta que a alg¨²n repipi se le ocurriera ponerle a uno de esos vasos una base. Un tallo, digamos, un andamio que elevara el condumio, un soporte que lo alejara de la superficie. Y a partir de ese momento beber en vaso se volvi¨® vulgar; en copa, altivo. Los grandes se?ores ¡ªy aspirantes varios¡ª ten¨ªan copas y las ornaban y adornaban y entonces, cuando una religi¨®n nueva y pobre trat¨® de volverse se?orial, decidi¨® que s¨®lo en una copa de esas pod¨ªa haber bebido su fundador sus ¨²ltimos traguitos.
(Porque la tradici¨®n social mejor establecida en Occidente es ¡°tomarse unas copas¡±: compartir una bebida fermentada con parientes, amigos e ignotos. Poner una copa, irse de copas, pasarse de copas, encoparse, la palabra copa se ha convertido en el mejor ejemplo de esa figura que llaman metonimia: la parte por el todo, el continente por lo contenido, el vidrio por el vino. Pero esto, con ser bastante cierto, no nos avanza en nuestra b¨²squeda.)
Aquella dizque copa del fundador de religiones, como no exist¨ªa, se perdi¨®, y buena parte de los cuentos de la Edad Media cristiana contaron su b¨²squeda: la llamaban el Santo Grial y era de caballeros superp¨ªos lanzarse tras sus huellas. Ninguno estuvo tan cerca como el se?or Galaz ¡ªo Galahad¡ª que se la cruz¨® por azar, demasiado joven y pazguato, y la dej¨® pasar y se pas¨® todo el resto de sus d¨ªas buscando lo que hab¨ªa pose¨ªdo y desde?ado. Eso, dicen, es la vida, pero la copa santa nunca apareci¨®. Y los cristianos ricos ¡ªy todos los dem¨¢s¡ª se dedicaron a reemplazarla con copas pretenciosas, vanidosas, pruebas de la riqueza de su due?o.
Las copas, entonces, todas las copas, siempre fueron trofeos y exhiben un doble valor: son un objeto que podr¨ªa ser mucho m¨¢s simple y se complace en lo sobrante, son un objeto que se busca y se busca. Supongo que con esas dos caracter¨ªsticas le alcanzar¨ªa para ser el premio por antonomasia o excelencia; dicen que griegos o romanos se la daban al ganador de alguna justa para que se tomara un vino a su propia salud y que, milenios despu¨¦s, los ingleses empezaron a entregarlas ¡ªya puro s¨ªmbolo¡ª a los jinetes ganadores de carreras que corr¨ªan sus caballos, y que la idea se fue imponiendo poco a poco. El trofeo podr¨ªa haber sido cualquier otro y no lo fue: morimos por las copas.
Hay resistencias: los trofeos del arte suelen ser personas, como el Goya, el Mart¨ªn Fierro, Oscar, C¨¦sar, Ruben, la se?orita Emmy. Tienen una figura, un contenido. Las copas son todo lo contrario: un recipiente que habr¨ªa que llenar, la posibilidad de poner algo; como quien dice que una victoria deportiva nunca est¨¢ completa y que la copa que ganaste hoy es la que perder¨¢s ma?ana. Sir Galahad sigue llorando en un rinc¨®n; las hinchadas de f¨²tbol, tan poco dadas a la melancol¨ªa, gritan en cambio todo lo contrario: ¡°La copa, la copa / se mira y no se toca¡±, dicen cuando la ganan aunque su equipo, al otro a?o, deber¨¢ devolverla. Los cantos y las copas son, al fin y al cabo, tres cuartos de lo mismo: existen para que nos creamos cosas, formas de la embriaguez m¨¢s o menos fingida, ret¨®rica ramplona. Y para que repitamos, con el maestro Arouet, que lo superfluo es absolutamente necesario.
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