Los pol¨ªticos y su imagen
Por mi parte, tengo un cierto afecto a quien no deja que su tribu le imponga sus ropajes. Son muy pocos

A la vanidad le cuesta admitirlo, pero muchas veces ni siquiera nuestros defectos son de nuestra invenci¨®n. Podemos pensar que vivimos en la democracia m¨¢s medi¨¢tica de todas, pero tampoco aqu¨ª somos pioneros: ning¨²n pol¨ªtico, por ejemplo, tendr¨¢ la influencia que tuvo Kennedy al cargarse la industria del sombrero con el simple gesto de no ponerse ninguno. Quiz¨¢, pese a todo, la pol¨ªtica importaba m¨¢s antes: lo de llevarla en el cuerpo est¨¢ ya en los sans-culottes, en las pelambreras rom¨¢nticas, en aquellos petimetres que ¡ªseg¨²n cuenta Gald¨®s¡ª se recortaban barbas y perillas a imagen de Sagasta o de C¨¢novas. Pero sigue apareciendo siempre aqu¨ª y all¨¢. En la complicidad antifranquista que denotaban ciertas barbas. En la imposibilidad de llevar con inocencia un loden. A veces una foto condensa una ¨¦poca, cuando no lleva cifrada una ideolog¨ªa. El traje sin corbata de Ciudadanos o la pol¨ªtica techie. Los botones abiertos de Abascal, dispuesto a partirse el pecho lobo por su causa. O los conflictos de Esquerra con los usos burgueses, finalmente resueltos en ponerse corbata pero del mismo color de la camisa. Al narrar la entrada de Carlos V en Bolonia ¡ª1530¡ª, Luigi Barzini describe el contraste entre el negro absoluto del cortejo imperial y la bizarr¨ªa de sedas, brocados y velludillos de colores con que recibieron al emperador los bolo?eses. ¡°Pocos meses despu¨¦s, tambi¨¦n los italianos vest¨ªan de negro¡±. La ideolog¨ªa tiende a la uniformidad. Incapaces de imposici¨®n, las democracias liberales apenas pueden proponer ¡ªpor suerte¡ª m¨¢s que la desiderabilidad de la imagen.
Pocos pol¨ªticos la tuvieron mejor que Anthony Eden, hombre tan apuesto, resuelto y elegante que se gan¨® el apodo de Lord Pesta?as. Sab¨ªa desmayar los corazones de las tories con un no s¨¦ qu¨¦ entre distante y melanc¨®lico, con una suavidad de maneras soberana. Los hombres imitaban su bigote, sus solapas, sus chalecos. Pero adem¨¢s, Eden hab¨ªa sido h¨¦roe de guerra y era un orientalista erudito y un diplom¨¢tico sagaz: en definitiva, un candidato para la gloria sin reproche. Hoy se le recuerda, sin embargo, por haber dado nombre a un sombrero, s¨ª, pero tambi¨¦n inicio al declive ¡ªla crisis de Suez¡ª de Gran Breta?a. Tan contrario a Eden, lord Salisbury fue un hombre modesto hasta lo mortecino. Nunca acept¨® cumplidos, ni quiso reconocimientos, ni tuvo esa simpat¨ªa ¡ªesa zalamer¨ªa¡ª tan propia de los pol¨ªticos. Todo en ¨¦l emanaba una gravedad saturnina: ¡°prefer¨ªa¡±, seg¨²n se ha escrito, ¡°el silencio de su estudio a cualquier contacto con sus semejantes¡±, despreciaba la vida de club, abominaba del deporte y desesperaba a su familia por su incapacidad para el chisme. Su desali?o indumentario todav¨ªa se recuerda: en las mejores soir¨¦es aparec¨ªa con franelas carcomidas, hasta que un d¨ªa el pr¨ªncipe de Gales le reproch¨® sus andrajos. ¡°Seguramente estaba pensando en alguna cosa menor al vestirme, se?or¡±, se excus¨® Salisbury, m¨¢s preocupado por el damero de la pol¨ªtica europea que por el ran¨²nculo en su ojal. Hoy se le recuerda como uno de los grandes premiers de la Historia.
De las perlitas de la Thatcher a esa c¨®moda confianza que exudaban Obama, los Kennedy o Su¨¢rez, la imagen ancla simpat¨ªas, delimita terreno, afianza una congruencia, nos engancha o nos repele, nos provoca. Quiz¨¢ por esa misma raz¨®n merezca un pase por los fr¨ªos del escepticismo. Por mi parte, tengo un cierto afecto a quien no deja que su tribu le imponga sus ropajes. Son muy pocos. Pienso en Giuseppe Conte, que lidera el Podemos italiano a bordo de unos trajes cuyo precio ya duele imaginar. En Tierno Galv¨¢n, Fraga por fuera y revolucionario por dentro. En Juan Mill¨¢n, un tipo listo del PP que parece que pasara las ma?anas pegando carteles con Esquerra. O en Jos¨¦ Manuel Prieto, joven promesa socialista con aire de aperitivo en el club de tenis.
Un gremio tan observador como el de los sastres londinenses pudo apuntar que, de Jorge IV al duque de Windsor, los pr¨ªncipes mejor vestidos han sido siempre los peores reyes; los m¨¢s atentos a sus vestimentas, los m¨¢s ligeros con la repercusi¨®n de sus acciones. Dicho de otro modo, incluso los primeros expertos en imagen supieron que una buena figura no hace una buena pol¨ªtica, o que hay m¨¢s cosas en el cielo y en la tierra que las que piensan los asesores de comunicaci¨®n, imagen, telegenia o marca personal. Ah¨ª est¨¢n Eden y Salisbury para demostrarlo.
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