La reconciliaci¨®n es su victoria
En este confinamiento para salvar vidas, acabamos de perder la de Enrique M¨²gica
En este confinamiento para salvar vidas, acabamos de perder [el viernes a los 88 a?os] la de Enrique M¨²gica, un referente de la reconciliaci¨®n entre los espa?oles, que fue una de las claves de nuestra Transici¨®n. Escribo estas l¨ªneas en una casa en tierras segovianas donde en 1993 celebramos una comida de amigos para entregar a Enrique las insignias de la Orden de Carlos III, cuya Gran Cruz se otorga habitualmente a los ministros tras su cese. Los reunidos, junto a Enrique y Tina, su mujer, ¨¦ramos los Abril Martorell, ??igo Cavero, Sebasti¨¢n Mart¨ªn-Retortillo y los Mart¨ªn Villa. En alg¨²n momento estuvieron mis hijos que, con cierto asombro, contemplaban c¨®mo cuatro ministros de la ya extinguida UCD festejaban a un ministro de Justicia del PSOE.
Mis hijos ten¨ªan entonces la misma edad que la m¨ªa en 1956 cuando, tambi¨¦n con asombro, pero en circunstancias y por causas muy distintas, le¨ª la nota de la Direcci¨®n General de Seguridad que informaba de la detenci¨®n de un mon¨¢rquico, Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Gallard¨®n, dos azules ¡ªDionisio Ridruejo y Gabriel Elorriaga¡ª y tres antifranquistas, formalmente comunistas aunque no lo fueran: Enrique M¨²gica, Javier Pradera y Ram¨®n Tamames. Esa es la primera vez que yo tengo noticia de Enrique.
Esos acontecimientos remiten al que fue el ¨²ltimo intento fallido de reconciliaci¨®n entre los espa?oles. El primero se hab¨ªa producido 20 a?os antes con los intelectuales del Burgos de la guerra ¡ªcon La¨ªn a la cabeza¡ª, con el fracaso del Gobierno no nacido en julio de 1936 para evitar el m¨¢s incivil de nuestros enfrentamientos, con la s¨²plica de Aza?a no atendida (¡°paz, piedad, perd¨®n¡±), con el no secundado comportamiento ejemplar de Melchor Rodr¨ªguez Garc¨ªa, El ?ngel Rojo¡
Ante la dif¨ªcil pregunta de ¡°d¨®nde est¨¢, oh muerte, tu victoria¡±, tras la muerte de Enrique hoy bien puedo responder que su victoria reside en su protagonismo en la reconciliaci¨®n entre los espa?oles, sin la cual la Transici¨®n no hubiera sido posible.
Yo coincid¨ª con ¨¦l 20 a?os despu¨¦s de aquellos sucesos de 1956, cuando la determinaci¨®n de evitar los errores del pasado ¡ªvenciendo la tentaci¨®n por desgracia muy presente en la historia espa?ola de atentar contra la palabra, la libertad y la vida del adversario¡ª permiti¨® lograr por fin la reconciliaci¨®n. Le trat¨¦ por primera vez en su cometido en la ejecutiva federal del PSOE como responsable de asuntos de defensa y seguridad, temas aparentemente alejados del n¨²cleo de la oposici¨®n socialista, pero en los que pronto se le reconoci¨®, acertadamente, una autoridad moral indiscutible.
Los Pactos de la Moncloa, de gran actualidad en estos d¨ªas, fueron de naturaleza fundamentalmente econ¨®mica, pero incluyeron tambi¨¦n importantes aspectos pol¨ªticos, en los que Enrique no estuvo ni much¨ªsimo menos ausente. Legalizados los partidos, celebradas las primeras elecciones y camino de la Constituci¨®n, la Ley de Amnist¨ªa dif¨ªcilmente hubiera alcanzado tan alto grado de consenso sin la contribuci¨®n de los socialistas vascos, con Enrique y Txiki Benegas al frente, dado que el objetivo era sacar de la c¨¢rcel a los ¨²ltimos presos de ETA, en la ingenua pero sincera intenci¨®n de poner fin a su terrorismo. Esfuerzo que ETA pag¨® a?os m¨¢s tarde con el asesinato, entre otros muchos, de su hermano Fernando.
Resolvimos no pocos aspectos de orden pol¨ªtico y recuerdo, en concreto, haber elaborado con Enrique el real decreto regulador de las entradas y salidas en territorio nacional y, por tanto, de la concesi¨®n de pasaporte espa?ol. Y, sobre todo, la Ley de la Polic¨ªa que, entre otras cosas, estableci¨® que es la jurisdicci¨®n civil, y no la militar, la que entiende de las actuaciones de los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Hoy estas cuestiones las damos como normales, pero entonces no lo eran.
El af¨¢n reconciliador de entonces abarc¨® tambi¨¦n, como no pod¨ªa ser de otra manera, a los polic¨ªas y guardias civiles que hab¨ªan servido a la II Rep¨²blica. En las conversaciones que tuvimos para reconocerles sus derechos, Enrique cont¨® con la ayuda de dos veteranos socialistas ejemplares: S¨®crates G¨®mez y Manuel Turri¨®n. Fue un caso claro, entre otros muchos, en el que los hijos de los combatientes en la incivil guerra supimos ponernos de acuerdo con gentes de la generaci¨®n de nuestros padres.
Desde entonces, Enrique y yo hemos tenido frecuentes y amistosas conversaciones. La ¨²ltima, hace poco m¨¢s de un mes. Yo cre¨ªa que con la mejor¨ªa en su larga enfermedad ten¨ªamos Enrique para mucho tiempo. En ese di¨¢logo volvimos a coincidir en la preocupaci¨®n de que el encuentro y el acuerdo pol¨ªtico parece m¨¢s dif¨ªcil en la generaci¨®n de nuestros hijos, nietos de combatientes en la guerra, de lo que lo fue en la nuestra, integrada por hijos de vencedores y vencidos, si tales t¨¦rminos se emplean para diferenciar a todos los que fueron perdedores, que fueron todos.
Quiz¨¢ esa dificultad viene de que hoy en la derecha hace mella el fanatismo y en la izquierda el sectarismo. En la Transici¨®n nos fue muy bien porque en la izquierda primaba la socialdemocracia y en la derecha el centrismo.
Eso es lo que pensaba ese hombre bueno, ¡°en el buen sentido de la palabra bueno¡±, que ha sido Enrique M¨²gica.
Rodolfo Mart¨ªn Villa fue ministro del Interior en los Gobiernos de Adolfo Su¨¢rez (julio de 1976-abril de 1979).
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