Diario de 22 d¨ªas perdido en un cayuco en el Atl¨¢ntico
Uno de los tres supervivientes de la embarcaci¨®n hallada con 24 cad¨¢veres a bordo reconstruye el viaje m¨¢s tr¨¢gico de la ruta canaria
Un avi¨®n del Ej¨¦rcito del Aire avista por casualidad el pasado 26 de abril un cayuco perdido. Lo encuentra a cerca de 500 kil¨®metros de la isla canaria de El Hierro, antes de que se perdiese para siempre empujado por corrientes que podr¨ªan llevarlo a la otra orilla del Atl¨¢ntico. El barco hab¨ªa salido 21 d¨ªas antes de una playa mauritana con 63 personas a bordo. Solo tres sobrevivieron. Uno de ellos es Moussa, un maliense de 25 a?os empobrecido por la guerra y padre de un beb¨¦ de a?o y medio. ?l fue el primero en salir del hospital cuatro d¨ªas despu¨¦s de su rescate. Este viernes, en un parque de Tenerife, el joven, a veces apagado y a veces sonriente, reconstruye con precisi¨®n cada jornada de aquel viaje, el m¨¢s tr¨¢gico del que se han tenido noticias en la ruta canaria. He aqu¨ª su relato:
Antes de salir. Nos avisan para embarcarnos la noche del 4 de abril. Hab¨ªa pasado tres meses encerrado con otras nueve personas en un piso franco en Nuakchot (Mauritania). Solo sal¨ªa para ir a la mezquita, porque si la polic¨ªa te pilla por la calle puede expulsarte del pa¨ªs. Nos recoge un taxi que nos lleva a un cami¨®n donde nos meten a todos. Pasamos una hora hasta llegar a la playa. Nadie hablaba, fue una hora de silencio. La playa est¨¢ a oscuras, no vemos mucho, pero seguimos las ¨®rdenes de tres hombres. Primero subimos a una barca m¨¢s peque?a que nos lleva hasta el cayuco, que est¨¢ m¨¢s lejos. Est¨¢bamos contentos, nos est¨¢bamos yendo a Europa. Cuento 59 personas y cuatro patrones que son los que llevan los motores. Hay solo dos mujeres y una est¨¢ embarazada. Hay poco espacio, vamos muy apretados.
D¨ªa 1. Al amanecer, nos damos cuenta de que los v¨ªveres del cayuco no son los que nos prometieron. Hay cinco bidones de 20 litros, pero solo dos tienen agua potable. El resto est¨¢ salada. Hay galletas y cous cous. La leche y las latas de sardinas que compr¨¦ para el viaje se quedan en el piso franco por orden de los traficantes mauritanos. Nos dicen que no llevemos nada por si nos descubren y tenemos que huir.
D¨ªa 2. El mar empieza a levantarse y las olas se cuelan en el cayuco. Pasamos horas achicando agua con cubos. La mala mar sigui¨® al d¨ªa siguiente. Y al otro. Acabamos todos empapados. La gente vomitaba en bolsas que tiraban al mar. Yo solo vomit¨¦ el primer d¨ªa, pero hubo gente que pas¨® tres d¨ªas seguidos sin parar.
D¨ªa 3. La comida y el agua se acaban. Los traficantes nos prometieron que estar¨ªamos en Gran Canaria en tres o cuatro d¨ªas. Por entonces pens¨¢bamos que no deb¨ªa quedar mucho.
D¨ªa 4. Uno de los tres motores deja de funcionar por la ma?ana. Durante una hora los cuatro patrones de la embarcaci¨®n intentan arreglarlo. Por fin funciona y seguimos la marcha, pero llegada la medianoche la gasolina se acaba y los motores vuelven a pararse. Entonces vimos dos luces a lo lejos. Pensamos que vendr¨ªan a salvarnos, pero no se movieron. No s¨¦ si era un barco o era tierra. Yo no me preocup¨¦ demasiado, a¨²n pensaba que llegar¨ªa para ver el Real Madrid-Bar?a.
D¨ªa 5. Los patrones nos mienten cuando les preguntamos cu¨¢nto queda. Estamos en mitad de ninguna parte, pero nos dicen que estamos a solo 50 kil¨®metros de Espa?a. Tenemos la primera discusi¨®n. Los patrones quieren usar los motores como ancla para evitar que nos lleven las corrientes, dicen que es peligroso, que nos perderemos. Yo pienso como ellos, dejarse llevar por el viento no era buena idea. Votamos y gana la opci¨®n de las anclas. Durante tres d¨ªas el cayuco se balancea casi parado mientras esperamos a que nos rescaten.
D¨ªa 8. Nadie ha venido a buscarnos. La gente empieza a protestar contra los patrones. Quieren avanzar, aunque sea a la deriva. Los patrones ceden y sueltan anclas. Empiezo a preocuparme. Tenemos hambre, fr¨ªo y se nos empieza a levantar la piel de los gl¨²teos despu¨¦s de tanto tiempo sentados. Rezo sin parar.
D¨ªa 10. Tras una semana sin comer y bebiendo solo agua del mar, muere la primera persona. Yo intento ayudar a los que se encuentran mal, les pongo las piernas en alto, pero son muchos. Rezo con ellos y me convierto en una especie de im¨¢n a bordo, todos me respetan. Mi amigo Bakary y mis dos primos Boubou y Bry fueron de los primeros en morir. Los tir¨¦ al agua. Fue el momento m¨¢s duro de todo el viaje. Llor¨¦. Yo mismo quise morirme.
D¨ªa 12. Por la noche, se levantan olas de cuatro o cinco metros y la gente empieza a tirarse del barco. El primero que se lanza dice que va a comprar tabaco. Hab¨ªa quien ve¨ªa a su madre o su casa en mitad de la oscuridad. No eran suicidios, se tiraban enloquecidos. Cerca de ocho personas murieron as¨ª.
D¨ªa 13. Los m¨¢s fuertes cortamos los bidones de agua por la mitad para usarlos como remos. Intentamos avanzar, creemos que queda poco, pero nos cansamos pocas horas despu¨¦s.
D¨ªa 14. Seguimos pensando en c¨®mo llegar. Cogemos el toldo que llevaba el cayuco para protegernos del sol y lo convertimos en una vela. Nos ponemos a mirar el GPS y uno de los patrones dice que estamos cerca de Marruecos, pero no nos lo creemos. No sab¨ªan d¨®nde est¨¢bamos. El aparato acab¨® qued¨¢ndose sin bater¨ªa. No me acuerdo cu¨¢ntas personas se hab¨ªan muerto en ese momento. Perd¨ªamos dos, tres o hasta cuatro por d¨ªa.
D¨ªa 15. Vuelve la mala mar. El cayuco salta sobre las olas. Uno de los capitanes se levanta para ir a la proa y se cae al agua. Nadie tiene fuerzas para subirlo. Yo lo intento, pero solo no lo consigo. Empezaba a perder las fuerzas, me rug¨ªa much¨ªsimo el est¨®mago.
D¨ªa 17. Una semana despu¨¦s de la primera muerte el cayuco tiene 36 ocupantes menos. A partir de hoy dejamos de tirar al agua los cuerpos de los que mueren. Ya no tenemos fuerzas para eso. Las olas agitan el barco.
D¨ªa 22. A primera hora de la ma?ana estoy tumbado en un hueco del cayuco y escucho el motor de un avi¨®n. Veo c¨®mo pierde altura y da vueltas a nuestro alrededor. Les grito y hago se?ales, pero me doy cuenta de que ese avi¨®n no es el que va a salvarnos. Quedamos cuatro personas con vida. Les digo que si Dios quiere que sigamos con vida, nos salvar¨¢, pero aun as¨ª se quedan decepcionados. Unas horas despu¨¦s, sobre las cuatro o las cinco, vuelve un helic¨®ptero para rescatarnos con una cuerda. El cuarto superviviente, uno de los patrones, ya est¨¢ muerto. Estaba muy mal. Me subieron a mi primero con la mujer. Me dieron un zumo y un pl¨¢tano. No sent¨ªa nada, no pensaba en nada.
Despu¨¦s de cuatro d¨ªas, Moussa sali¨® del hospital. Recuerda haber hablado con la polic¨ªa, pero dice que todav¨ªa no ha visto a un psic¨®logo. Su urgencia, tras revivir, era hablar con los suyos y anunciarles que estaba vivo, aunque ellos ya lo sab¨ªan. La foto de los tres a salvo en el helic¨®ptero corri¨® como la p¨®lvora por las redes de migrantes. En esa imagen, Moussa parece otro, un hombre mucho mayor, pero una mancha oscura en lo alto de la frente le delata. Es su marca de rezar. Lo que hizo durante casi 22 d¨ªas y 22 noches.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.