El clan de La Pinilla, la matriarca que corrompi¨® una barriada modesta de Sanl¨²car, sigue activo
La polic¨ªa acumula operaciones contra la compulsiva actividad de menudeo de la familia de la narco, mientras vecinos y Ayuntamiento claman ayuda
Pepa ¡ªnombre supuesto, por su seguridad¡ª ha sufrido ¡°m¨¢s que el se?or en la cruz¡±. Tanto que, de no dormir, crey¨® volverse loca. Hasta que un d¨ªa ya no pudo m¨¢s y rompi¨® el silencio, impuesto a base de voluntades compradas y miedo. Agarr¨® su bolso y se plant¨® en la comisar¨ªa de Sanl¨²car de Barrameda: ¡°Vengo porque esto no lo aguanto m¨¢s, ?d¨®nde est¨¢ la justicia?¡±. Pepa estaba harta de ver el macabro desfile, d¨ªa y noche, de drogadictos en el l¨ªmite de sus fuerzas cerca de la puerta de su casa, de las reyertas, de ver su barrio consumido durante d¨¦cadas por las drogas. La art¨ªfice de toda esa corrupci¨®n era una vecina de la propia anciana, Dolores, La Pinilla, una de los 50 inquilinos que se mudaron a principios de los a?os 90 a las viviendas sociales de la Huerta de San Cayetano. ¡°Esto era un encanto, hasta que ella lo quem¨® todo y el barrio se llen¨® de desgracia¨ªtos mat¨¢ndose en vida¡±, denuncia la sanluque?a, apenada.
De aquella visita ¡°hace ya varios a?os¡±, seg¨²n asegura la vecina sin dar m¨¢s pistas. A ella le siguieron m¨¢s y m¨¢s vecinos, seg¨²n confirman desde la polic¨ªa sanluque?a. Ninguno desvel¨® nada que los agentes no supiesen ya de la compulsiva actividad de menudeo de la narca y su familia, a los que siguen los pasos desde hace una d¨¦cada. Pero s¨ª han sido esenciales para comenzar a derribar el tab¨² que a¨²n domina en los alrededores de la calle de la Siembra, 32, el ¨²ltimo narcopiso desmantelado al clan de La Pinilla, hasta hace unos d¨ªas regentado por su yerno, conocido como El Batalla. Hace apenas una semana que la en¨¦sima investigaci¨®n contra la banda familiar se ha llevado por delante a ¨¦l y a otros cuatro colaboradores y en la v¨ªa reina una calma chicha que nadie quiere agitar. El po¨ªta ¡ªun viejo conocido en Sanl¨²car por sus bailes en la calle y por los agentes por sus l¨ªos de hurtos¡ª camina con la camiseta en la mano como alma que lleva el demonio, como si buscase algo que no encuentra. Una vecina que est¨¢ justo enfrente del portal, hoy cerrado con una puerta antiokupas, contempla la escena, pero no entra al trapo: ¡°Yo no me meto en nada, cada uno tendr¨¢ sus necesidades¡±.
Las mismas que llevaron al hijo de esa mujer que hoy guarda silencio a acabar detenido en esta ¨²ltima redada, acusado de ayudar a El Batalla. ¡°Un tipo sin antecedentes al que han estado utilizando, aunque sab¨ªa d¨®nde se met¨ªa¡±, asegura Jose Manuel, el inspector jefe de la Polic¨ªa Judicial de Sanl¨²car, mientras visita la zona. Ella, con su v¨¢stago ya en prisi¨®n, prefiere no recordar y solo abre la boca para reconocer parad¨®jicamente que en el barrio han sufrido lo suyo a cuentas de la droga: ¡°Lo hemos pasado mal¡±. La ¨²ltima vez, hace apenas unos meses, cuando la polic¨ªa de Sanl¨²car detect¨® que la familia de La Pinilla estaba de nuevo inundando las calles de picos de coca¨ªna, hero¨ªna y rebujito, una adictiva mezcla de las dos anteriores, cuyo precio oscila entre los 10 y 15 euros la papelina. No se equivocaban, en la redada policial del pasado 5 de julio, hasta 804 papelas atadas con hilos de colores ¡ªmarca de la casa habitual¡ª y 16 gramos de MMDA. La compulsi¨®n de la banda por el menudeo es tal que el ¨²ltimo palo ya es la cuarta fase de una misma operaci¨®n, llamada Alacr¨¢n, que en algo m¨¢s de un a?o le ha decomisado 2.207 dosis, 1.057 gramos de coca¨ªna, 338 kilogramos de marihuana, 42.423 euros, siete veh¨ªculos y varias armas de fuego.
Hace ya a?os que La Pinilla, de 61 a?os, cedi¨® el testigo de la primera l¨ªnea del negocio a, al menos, dos de sus cinco hijas, una casada con El Batalla. ¡°Ella ya est¨¢ tranquilita en su casa, con mi padre en la mar¡±, asegura al inspector Jose Manuel una de sus descendientes, sentada a la fresca con la vecina de la calle Siembra y que la polic¨ªa descarta que est¨¦ ahora vinculada al menudeo familiar. Atr¨¢s quedaron los tiempos en los que la propia Dolores controlaba de primera mano el narcopiso blindado con rejas en el que ella convirti¨® su vivienda social, en el n¨²mero 20 de esa misma v¨ªa. Corr¨ªa la primera d¨¦cada de los a?os 2000 y la narca era capaz de vender 1.500 papelas al d¨ªa con beneficios de hasta 7.000 euros diarios. ¡°La degradaci¨®n del barrio era absoluta, se hizo famoso y ven¨ªan hasta traficantes de C¨®rdoba a comprar aqu¨ª¡±, explica el inspector jefe. A La Pinilla le iba tan bien que dej¨® su piso social y compr¨® una hilera de chal¨¦s en la calle Puerto para ella y su gente. ¡°Su nivel de vida era absolutamente obsceno¡±, a?ade el investigador.
Dolores ya no era esa humilde vecina que vend¨ªa loter¨ªa que, en los a?os 90, fue concesionaria de una de esas viviendas sociales en una urbanizaci¨®n conocida como Cruz de Mayo. ¡°Era una promoci¨®n de viviendas construidas entre 1986 y 1990 para familias en exclusi¨®n social¡±, rememora la alcaldesa, Carmen ?lvarez (IU), reci¨¦n aterrizada en el Ayuntamiento. Entre esos nuevos vecinos, La Pinilla era ¡°una m¨¢s¡±, como asegura Pepa, hasta que se torci¨® cuando entr¨® en contacto con un narco de la ¨¦poca que le ense?¨® que el camino il¨ªcito era m¨¢s ping¨¹e y r¨¢pido. Los picos de La Pinilla se hicieron famosos ¡°por su buen precio y calidad¡±, apunta el jefe de Judicial, y las calles del barrio entraron en la peligrosa espiral del ir y venir constante de drogadictos en busca de su dosis. La mudanza de la narca y los suyos a sus chal¨¦s aceler¨® la degradaci¨®n. Ya no necesitaban el piso para vivir, as¨ª que se convirti¨® en un punto de venta 24 horas. El negocio escal¨® tanto que consiguieron ocupar ilegalmente el n¨²mero 32 de la misma v¨ªa y unas viviendas nunca entregadas en la calle Higuereta, que convirtieron en criaderos de marihuana y puntos de producci¨®n de los picos.
Las redadas policiales contra La Pinilla y su gente se hicieron constantes. El inspector jefe Jose Manuel pierde ya la cuenta: 2011, 2014, 2021, 2022 y esta ¨²ltima. Los juicios y las condenas, algunas de conformidad, han hecho que ella y los suyos anden entrando y saliendo de prisi¨®n. Para suplir sus ausencias han ido interponiendo a otros hijos, yernos y hasta nietos en el negocio. Mientras, el barrio callaba, preso de la connivencia en forma de regalos entre quien nada tiene y del miedo. Aunque quiz¨¢s con lo que La Pinilla no contaba era con que los propios vecinos iban a reaccionar. ¡°Aqu¨ª somos una mayor¨ªa de gente humilde, no somos como ellos y estamos hartos¡±, denuncia uno de ellos. Tanto, que el inspector jefe Jose Manuel ya est¨¢ acostumbrado a recibir a vecinos que se quejan de la degradaci¨®n del barrio: ¡°Le han dado la vuelta al sistema y han conseguido que entre todos les paguemos la fiesta de tener pisos p¨²blicos dedicados a la droga y cargarse un barrio mientras ellos se hac¨ªan de oro¡±.
Los a?os m¨¢s tenebrosos de la barriada Cruz de Mayo y de la zona Huerta de San Cayetano ya quedaron atr¨¢s. Quedan viviendas okupadas y drogadictos que deambulan a la caza de un pico que meterse, pero ¡°la cosa va mejorcita¡±, como explica Pepa. Ahora el problema est¨¢ en que La Pinilla y los suyos no vuelvan a tomar el control de sus narcopisos, como ya han hecho hasta en tres ocasiones. ¡°La Junta no consigue recolocar las viviendas, ni dar con nadie que se atreva a vivir en ellas¡±, apunta el inspector jefe. ?lvarez conoce el problema: ¡°La Junta tiene que poner pie en pared y revisar las condiciones para que no haya viviendas sociales sin gente que las necesita. Tenemos 1.200 demandantes de viviendas. Nos personaremos para pedirles una soluci¨®n¡±. Y la regidora, adem¨¢s, asume el reto que se le viene: ¡°Queremos barrios unidos, no guetos, y vamos a trabajar por una barriada popular y obrera que nos duele mucho. Pero necesitamos medios para poder luchar contra el narco, planes de empleo y de formaci¨®n. Sanl¨²car tiene una mayor¨ªa social de familias buenas y trabajadoras y hay que sacarla de los rankings de pobreza y exclusi¨®n¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.